viernes, 1 de enero de 2010

LA CUESTA DE ENERO

LA CUESTA DE ENERO
Mientras los campesinos refugiados en el invierno descansan de los intermediarios que rentabilizan a precios exorbitados su cosecha, enero se llena de duendes y villancicos, de roscones y rebajas. Enero es un mes frío que invita a soñar. Es el primer mes de un nuevo año lleno de sorpresas por descubrir. Enero renueva aspiraciones y energías. Da magia y quita tristeza, cambia oro por nieve, o por carbón si has sido malo. Enero tiene un aliento cautivador que nos convierte a todos en fumadores empedernidos de una cachimba abracadabra que te transporta a la fantasía de las mil y una noches. Enero es íntimo y coqueto. Su música sagrada suena a voz de niño rodeado de juguetes que pronto serán pasto del olvido y la destrucción, del capricho y el chantaje. En enero los guantes y bufandas seducen y embriagan por las aceras. En enero los paraguas parecen ángeles custodios y las calles se convierten en improvisados escaparates ambulantes de curiosos.
Compras y gastos, derroche y consumismo se dan cita para deleite de los sentidos, acidez de la cartera y condena de las cervicales. Pasar la cuesta de enero sano y salvo es más cansino que subir la Cuesta del Chapiz a pata coja. Y más después de dilapidar el sueldo y la paga extra entre los excesos gastronómicos de Navidad, los generosos regalos de Santa Claus y los tres Reyes Magos, además de loterías y gastos varios.
Este calvario de enero es un auténtico manjar capitalista para unos, para otros un desmadre de los siete pecados capitales. Otra gente, mientras critican el sistema y ponen a parir la Navidad, se ponen hasta el culo de cubatas y demás excesos, botellones y demás sustancias igualmente consumistas mientras discuten sobre temas solidarios subidos en sus nuevos púlpitos. Son víctimas y también verdugos del exceso capitalista que ha convertido el consumo en una nueva religión. De lo que se trata es de estar a la moda, de hablar y pensar como marca el BOE de la calle. Ser un número más, seguir el rumbo autómata del rebaño, creer en lo que todo el mundo cree, pensar y decir como todo el mundo habla y piensa. Dejarse llevar sin ofrecer resistencia.
Si has logrado sobrevivir a todo este desbarajuste de la cuenta de resultados y te queda algún céntimo de euro en el bolsillo estás llamado a ser ministro de economía y hacienda por lo menos. Pero no te preocupes, que si tú eres de los que quieren superarse e ir a más, y aspiras a controlar el Fondo Monetario Internacional, puedes lucirte gastando el superávit o los ahorrillos que guardas en el calcetín en las “rebajas” de enero. Pensadas para terminar de exprimir tu debilitada economía y saciar nuevamente tu voraz apetito consumista. Nuevos reclamos publicitarios y gangas a tutiplén convertirán tu tiempo de ocio en un ir y venir de tiendas y grandes superficies en busca del tesoro escondido. Te sentirás como Indiana Jones en la penúltima compra. Presumirás ante los amigos de las buenas ofertas que encuentras y de lo bien que administras tu invisible fortuna.
Y para rematar la faena de la especulación, exprimir las ubres de tus bolsillos y cortarle las dos orejas al monedero, si eres un adicto a las frutas y verduras, bien por placer culinario o bien por la dictadura de la dieta y el colesterol, las hortalizas y sus precios, así como los del resto de la cesta de la compra terminarán por llevarte a la bancarrota, y si no teníamos bastante, como todos los primeros de año nos subirán el IVA, el transporte, el recibo de luz, el gas, la gasolina... Así es el juego del Monopoly. En cualquier caso nos toca perder, siempre nos toca pagar, y si estamos en crisis, más todavía. Al final quien gana siempre es la banca. El dinero, no sé por qué razón magnética, siempre termina al lado del dinero. Mi único consuelo es saber que siempre puedo quedarme en casa leyendo un libro a la espera de que se me pasen las ganas de comprar. Sobre todo cuando se ha esfumado el sueldo y no hay nada que gastar. Manías, sólo manías. ¿Será que me estoy haciendo viejo? No, eso sí que no.


Autor Custodio Tejada