sábado, 12 de noviembre de 2022

UN KILIM DE PALABRAS de Marina Tapia

 UN KILIM DE PALABRAS de Marina Tapia

Opiniones de un lector. Por Custodio Tejada.



UN KILIM DE PALABRAS de Marina Tapia. Ediciones El sastre de Apollinaire. Poesía, 68. “Realizado con papel procedente de bosques administrados de forma sostenible y 100% libre de cloro”. Escrito en clave femenina aspira a no ser una gota de agua más en el inmenso océano del activismo poético, sino que busca ser una voz propia con aroma de mujer. Un destello de revelación lo impregna todo. Marina entra, con este poemario, en el Linaje de las Matriarcas. Desde el principio nos deja claro cuáles son sus intenciones con un oxímoron abrupto: “De pronto desperté con la conciencia viva,/…/ para poder –con odio-/ hablar de amor” –susurra en la página 24. El poemario se nos presenta con una portada de colores cálidos y con aires arabescos que invitan a soñar con una alfombra mágica o con brocados. Su ilustración me recuerda, quizá por conexión intercromática, a las telas que cubren los cuerpos en los cuadros de  Gustav Klimt. Un kilim es una alfombra oriental de colores vivos, escaso grosor y reducidas dimensiones que está decorada con motivos geométricos y que se teje con la técnica de tejido de hendidura. Marina Tapia, una poeta nacida en Valparaíso (Chile), pero incardinada en Granada, ondea como una bandera entre Elena Martín Vivaldi y Alejandra Pizarnik. Una poeta que escribe es también un cuerpo preñado del que nacen palabras que alumbran y tejen.

 

Si los libros son la lluvia, las reseñas son los charcos que deja esa lluvia en la mente lectora. Inercias de pensamiento que se convierten en bucles de opinión. Y leer una opinión lectora, lo mismo que leer un libro, es un viaje/intersección por el interior de otra persona en un instante preciso, una especie de selfi intertextual. Como diría Malraux: “Tengo siempre la impresión de que escribo para hombres (y mujeres) que me han de leer más adelante”.

Cuando un lector opina sobre un libro lo que hace es construir un discurso, plantea un viaje posible. Un lector siempre está en obras. Para Jean-Jacques Rousseau y su amigo Emilio la lectura nos hace “aprender mucho de lo que no se conoce” y nos convierte en unos presuntuosos ignorantes, incluso “el abuso de los libros acaba con la ciencia”. Hay reseñas que transforman la lectura de un libro, abren horizontes y ensanchan la mirada de un texto, y eso no es mérito tanto del crítico como del libro en cuestión. Ser un lector no redime de nada. Estoy en contra de ese supremacismo lector que nos venden como panacea de la humanidad o de las tertulias oficiales. Muchos genocidas fueron grandes lectores, Iosif Stalin por ejemplo. Ser un lector no es garantía de nada, aunque tu biblioteca tenga varios miles de ejemplares y los hayas leído todos. El ego de un lector es como la pintura de Goya: Saturno devorando a su hijo. Es cierto que la vida, leyendo, es mucho más intensa y consciente, incluso divertida. Pero hay que tener cuidado con las disonancias cognitivas que proyectan los libros y el arte en general, a veces nos inoculan una luz de gas sin que nos demos cuenta. ¿Al escribir qué es lo que realmente se pretende? Sabiendo que hay mucho en juego se podría pensar que todo escritor aspira a convertirse en materia literaria o hacerse mito, ya sea desde la ficción o la pura realidad. Los libros no son inofensivos, a veces los carga el diablo como a las armas. Son portadores de consciencia, y como tal, buscan expandir su escala de valores, bien sea por explosión o por implosión. Detrás de cada libro hay un código deontológico que no siempre está a la altura de la verdad que deseas. Un lector es siempre un iniciado, y el autor aspira siempre a ser  el sumo sacerdote.

            Le dice Wagner a Liszt en una carta: “A mí me atrae cada vez más de los grandes poetas lo que callan que lo que hablan. La grandeza de un poeta lo aprendo mucho más de sus silencios que de lo que dicen y por ello es Calderón para mí tan querido” –se transcribe en un artículo de Margarita Garbisu Buesa titulado El teatro de Calderón y el drama musical wagneriano.  Leo un artículo de Infolibre firmado por David Gallardo donde el cantautor Paco Damas denuncia que “no hay mayor violencia de género que la ocultación de todas estas mujeres”, refiriéndose a Las Sinsombrero, a las mujeres invisibles del 27 y de la posguerra. En un artículo de Granada Hoy de Yolanda Ibáñez leemos que asegura la escritora Teresa Gómez, discípula del catedrático Juan Carlos Rodríguez (el importador de aquel espíritu de mayo del 68 francés a la Universidad de Granada y a la Poesía de la Experiencia) que está “convencida absolutamente del poder de la poesía”. Y que en La Otra Sentimentalidad “hubo un empeño por construir un lenguaje que deconstruyese el lenguaje anterior, que dotara de sentimientos nuevos a palabras viejas, a unas palabras heredadas que no nos gustaban a las nueva generaciones”. En El País Semanal de abril de 2017 un artículo de Olivia Muñoz-Rojas pregunta ¿Qué significa ser mujer y feminista en el siglo XXI? Nos muestra la imagen de Getty que viste una camiseta de Dior con una frase de la escritora Chimamanda Ngozi que se ha convertido en un símbolo y que dice: “We sould all be feminists”. Los pensamientos también se ponen de moda. “Decir amistad es decir entendimiento cabal, confianza rápida y larga memoria; es decir, fidelidad” –asegura Gabriela Mistral. Y eso es lo que hace Marina Tapia, ser fiel a un colectivo y a una poética que se encarna en su momento histórico.

            Dice Josefina Martos Peregrín refiriéndose a Un Kilim de palabras de Marina Tapia que “el poemario es una maravilla que aúna reflexión, sentimiento y sabiduría literaria”, afirmación ésta que “sintetiza perfectamente la poética del libro”, según Ángel Olgoso. Luis Cerón Marín afirma en Todoliteratura que “todo está perfectamente hilvanado en este poemario, pues nada está dejado al azar”, “es un conglomerado poético nada arquetípico, sino muy singular”. Y Miguel Arnas Coronado publica en La página de los libros del diario Ideal que “un kilim es una estera o alfombrilla utilizada también, para la oración islámica. Y así está erigido el poemario, como trama o tejido de palabras, de frases, de imágenes, de versos”, “no se piense en un panfleto. No es poesía militante a secas. Es poesía…”.

Hay “ojos que juzgan y censuran”, cada día más, pero también hay ojos que se ponen en la piel del otro y hacen de la alteridad un hogar acogedor. Así son los ojos de Marina Tapia, “un poema transformado/ en cuerpo” oficiante. Abre el libro con una dedicatoria conjuro invocadora: “A mis maestras. A mis amigas poetas. A mi hija”. El poemario comienza con un poema súplica o sortilegio. Tiene cuatro partes. Preámbulo de voces con seis poemas. Fuente callada con tres poemas. Disonancias con otros tres y Tránsito al poema con quince fragmentos que podrían considerarse una poética-ensayo y una declaración de amor. Y aunque su “paz no es matemática,/ no se puede encerrar en un conjunto/ de citas y fórmulas”, sus dedicatorias y citas sí son toda una declaración de intenciones. Nombres que señalan un horizonte “como una feliz genealogía del valor”, de sus “hermanas, las Evas”. La parte “Preámbulo de voces” comienza con una cita de Safo: “… y a mis compañeras hermosos cantos cantaré yo ahora para alegrarlas…”. Las otras tres partes del poemario: Fuente callada, Disonancias  y Tránsito al poema tienen citas de Olga Novo, Carmen Conde y Juana Castro respectivamente. Luego, muchos de sus poemas están dedicados a mujeres: A Concha Méndez, Ángela Figuera Aymerich, Elena Martín Vivaldi, Alejandra Pizarnik, Anna Ajmátova, Ángeles y Elena, su abuela enfermera... Otros se titulan con el nombre de autoras como Emily Dickinson, o tienen una cita de Ángeles Mora. Lo que dice mucho de sus querencias y herencias y de su itinerario lírico. ”Me hablan en secreto,/ desde citas y nanas me ruegan:/ que jamás olvidemos su lucha” –proclama en la página 20. Solo mujeres, una forma de reclamar su lugar en el canon de la poesía y en el mundo. Desde el principio nos deja claro cuáles son sus intenciones con un oxímoron abrupto: “De pronto desperté con la conciencia viva,/…/ para poder –con odio-/ hablar de amor” –susurra en la página 24. Un kilim de palabras es una urdimbre de significantes y significados que entrelazados con delicadeza forman una pieza tejido que nos envuelve con su música y su poética arterial. Sus versos dicen y callan, y con esos hilos de palabra y silencio, de mujer y justicia construye la poesía reivindicativa de este poemario.

Para Marina la inspiración es “un momento-tempestad”. La propia autora define este poemario como un “telar de versos”, pero también podríamos pensarlo como “golondrinas líquidas” o “un tejido líquido” o “un líquido de ideas” que se funde con la propia piel de Marina Tapia  y Zygmunt Bauman. Marina Tapia entra, con este poemario, en el Linaje de las Matriarcas, ese grupo cada día más numeroso de mujeres contemporáneas que reivindican el papel de la mujer y su lucha feminista como poética y como temática, y que reclaman el lugar que le corresponden en el canon de la literatura en particular y de la historia en general. “La mujer lleva un ave en el bolso” –revela  en la p. 34. Muchas luces y voces brillan en los versos de Marina. Hace referencia a una luz de gas/disonancia padecida de la que por fin ese hombre sale derrotado “con golpes y portazos” enfrentándose a “su máquina de fraude y saqueo” –exhala la poeta en la p 41 y 43.

            Marina se siente portavoz, efigie de una lucha. “Nutro la libertad del pensamiento,/ descanso en un telar/ de voces anteriores que me guían.” –reza en la página 16, porque su poesía encierra algo de oración pagana, “con calidad sagrada”, que ansía “nombrar lo que ocurre” como fórmula exorcista. Por la garganta de la poeta cantan “un coro de mujeres golondrina” y giran “un corro de mujeres vela”. La voz musical de Marina, como una voz matrioska, contiene la voz de otras mujeres, de todas las mujeres ariadnas. Comienza con la dedicatoria inicial y continúa con un océano de expresiones que apuntan una poética: “lengua materna”, “cuerpo preñado”, “amamantas futuro”, las “Evas”. Sus poemas están llenos de palabras luz en sus distintas intensidades: candiles, brecha de luz, resplandor, ocaso, destellos, alumbra… “Y pese a todo, canto”: Un poema perfecto, o mejor aún, un poema exacto en medio de un libro excelente por la forma en que abrocha las dos premisas que vuelan en el libro: mujer y poesía. Ambas se funden en un destello maternal y creador. La poesía es femenina, igual que Inanna, la diosa sumeria del amor, de la guerra y del poder, con la que nos ofrece “una lírica divina y tan secreta”.

            ¿Y qué pretende Marina con la poesía? “No ahogaré la palabra/ -lo único que salva-“, “Las palabras me acercan a ti,/ red de arterias,/ único camino/ para poder verter/ copiosamente/ la sangre de mi voz” –canta en la página 42 y 56. Podríamos decir que Marina en este libro se convierte en la poeta de la “conciencia viva” y de la reivindicación feminista. Titula un poema “Soy vuestra voz”, y eso es lo que ha pretendido con este libro: Ser un vehículo portavoz, un karaoke lírico que intertextualiza con solo mencionar, que se expande contrayéndose, como un espasmo cósmico que se hace lenguaje sideral. Pretende y consigue que su yo poético se refiera también a un yo femenino, el de la mujer como colectivo, aunando así el registro de su voz con el eco de su época. ¿Qué es, por tanto, Un kilim de palabras? Es mucho más que un artefacto lírico, es “un pálpito irredento/ forjado enteramente de palabras” y de “resquicios de utopía”. El libro entero es una Matria que hace honor a su época y que os invito a que leáis, si es que mi opinión vale de algo en este mundo tan teledirigido, corporativo y mercantilista.

 

Custodio Tejada

Opiniones de un lector

Octubre de 2022

http://custodiotejada.blogspot.com/




Publicado en:

 Todoliteratura



lunes, 25 de abril de 2022

ALTAR DE LUZ Y LUNA de Antonio Agudelo

 Opiniones de un lector. Por Custodio Tejada

ALTAR DE LUZ Y LUNA. De Antonio Agudelo.



ALTAR DE LUZ Y LUNA de Antonio Agudelo. Iruya Editorial. Tapa blanda, con las esquinas redondeadas. El libro se presenta como un cuaderno de campo, un cuaderno de dibujo o un diario de viaje. Tiene una portada minimalista, con letras de oro y carmín sobre fondo ocre, con aspecto de albero o papel de estraza y con tacto de cuero.  Un poemario con 163 poemas sin títulos y 240 páginas distribuidas de la siguiente manera: Un prólogo de Francisco Arriero Ranz, cuatro partes tituladas: Amoramor (con 46 poemas, 7 de ellos en verso libre y los demás en prosa), Covid-19 (con 48 poemas, 9 de ellos en verso libre y los demás en prosa), Química de la ira (con 40 poemas, 11 de ellos en verso libre y los demás en prosa) y Revolución ( con 29 poemas, 13 en verso libre y el resto en prosa), un Epílogo (En alianza con lo dicho) de Arturo Hernández González, más una foto y la biobibliografía del autor, y por último, los Agradecimientos. Aquí el autor ha dejado su alma esculpida en palabras, como si el libro entero fuera un epitafio extenso o un mapa-guía de viaje. Una imagen a todo color de una pintura mitológica de Tiziano, “La Bacanal de los Adrios”, te recibe a portagayola en la página tres. La escena, casi premonitoria, como una declaración de intenciones, aspiración suprema o deseo, predispone para afrontar la lectura que va más allá de su relato. Dicha pintura nos proyecta una visión dionisiaca de la vida, toda una écfrasis sinestésica intencionada para abrir boca desde el comienzo, para dejarnos clara “la voluntad epicúrea contra el pesimismo”.

 

Como dice Louis Aragon: “Un libro no se escribe de una vez por todas”. Sabemos que un libro sigue escribiéndose en cada lector. La escritura es el desbordamiento de la lectura, lo que el grifo abierto es a la jarra de agua que se derrama, otra forma de salir de nuestra zona de confort, aunque permanecer callados a veces nos sea más ventajoso y saludable. Hay que leer a los demás como nos gustaría que nos leyeran a nosotros mismos, con generosidad, con pasión, con valentía y con entrega, desde el respeto siempre, como si no hubiera otra cosa más importante que hacer en el mundo. Podemos leer mirando el vaso medio vacío o mirando el vaso medio lleno. A mí me gusta leer poniéndome en el lugar del autor, siempre en pro del libro que uno tiene entre manos, porque cualquier libro puede encerrar una lectura sublime, es cuestión de encontrar el momento y la chispa de yesca que encienda la magia. Hay que dedicarle el tiempo necesario para conectar con las dendritas lectoras del texto en cuestión, hasta hacer del autor y el lector un solo cerebro y un solo corazón, si es que ello fuera posible y compatible con la idea de ser un dragón con dos cabezas. No me siento un crítico literario, jamás lo he pretendido. No vivo de la crítica y a veces pienso que pierdo más que gano cuando doy mi opinión lectora a pecho descubierto. Soy un mar de dudas con algunas pocas certezas de las que a veces también dudo. Me considero un lector aficionado y autodidacta que anota su parecer sin más pretensión que la de compartir un punto de vista, un itinerario lector alejado de cualquier magisterio o tutela.

No quisiera ser yo uno de esos “lectores no deseados” que “atormentan al autor” de los que habla Friedrich Nietzsche. En “El nacimiento de la Tragedia” dice: ¿Acaso la voluntad epicúrea contra el pesimismo no sería más que la precaución del que sufre? Y en “El Caminante y su sombra” manifiesta una sinestesia que podría ampliarse de los olores a las emociones: “Olor de las palabras. Cada palabra tiene su olor, hay una armonía y disarmonía de olores y, por tanto, de palabras”. Escribe Reinaldo Arenas: “¡Oh, Luna! Siempre estuviste a mi lado, alumbrándome en los momentos más terribles…”, o, “mi mensaje no es un mensaje de derrota, sino de lucha y esperanza”. Peter Pan exclama en una de sus páginas: “¡Adelante! ¡Iros y creced! Pero cuando hayáis crecido no podréis volver a NuncaJamás.” Y Jhon Keats escribe que “la belleza es verdad y la verdad es belleza: eso es todo lo que necesitas saber en la tierra”. Para Gustavo Bueno “Poetizar es crear un mundo espiritual, con los materiales del mundo real: no es imitar la realidad dada y prosaica…, es una acción creadora de algo que sobrepasa la “realidad”..., es fundar el ser por la palabra…, es una forma de conocer… Poetizar es un pensar especulativo en imágenes”. Pues es ahí, desde esa encrucijada de citas, caminos e ideas, donde yo sitúo mi encuentro con Antonio Agudelo y su “Altar de luz y luna”. Antonio Agudelo poetiza su dolor y todas sus emociones como fórmula de alcanzar la gloria de la Belleza, el descanso del amor y la recompensa del Parnaso.

Ya el título “Altar de luz y luna” nos envía si no a lo sagrado, sí a lo mágico. Manifiesta lo que el texto tiene de ceremonial y de ofrenda, presentándose el autor como un chamán, un guía o un Prometeo, pero también como un poeta/cordero listo para el sacrificio. El autor se ha abierto en canal como fórmula de inmolación lírica o como un acto eucarístico revolucionario. ¿Y qué tipo de altar nos ofrece? Un altar pagano, erigido a un fin epicúreo, a la belleza entendida como un medio salvífico. El amor sin medida ni coartada. “El amor es el motor del mundo” –nos dice. El libro entero podría leerse como un credo o una oración pagana. “Creo en ti, poema” o “Creo en la palabra”  –reza en la página 15 o en la 98. La luna, un astro sin luz propia, que en latín significa “luminosa” o “la que ilumina”, y que en cuanto a su simbología nos lleva a la espiritualidad y representa a la Diosa Madre o a la Reina del Cielo. Por tanto, el título  pudiera parecer que tiene algo de oxímoron, pero en realidad actúa como un pleonasmo. Dice Lin Yutang que “Hay dos maneras de difundir la luz: ser la lámpara que la emite o el espejo que la refleja”. Pues aquí, Antonio Agudelo es las dos cosas al mismo tiempo: es lámpara y es espejo, es “Altar de luz y luna”.

Podemos leer en el prólogo de Francisco Arriero Ranz que  “Antonio Agudelo en Altar de luz y luna nos propone iniciar una búsqueda que dé sentido a la existencia, un viaje (iniciático) que va del amor a la muerte… y nos lleva de la ira que provoca la injusticia a la revolución”, “nos eleva hacia una especie de misticismo rebelde y sensual” o que “Es evidente que no es un libro para todos los públicos…” Y en el epílogo de Arturo Hernández González también leemos que “La asimilación de la realidad a través de imágenes es el primer recurso de este poeta cordobés para descifrarse”. “En Agudelo la poética asume contrastes de la ética humanista para reflexionar acerca de la otredad, la responsabilidad, la alegría, la dignidad, el dolor y la muerte… Ofrece su estética como una señal de compromiso y de memoria”. “Verso a verso, edifica un mundo dentro de su mundo”. “Ensaya con igual optimismo la prosa y el verso libre, para conseguir de ellos música e integridad”. En la Revista Colofón dice Arturo Hernández González que “la mística secreta es el fenómeno que mueve a Antonio Agudelo para dar luz a sus poemas… Parece practicar en su poesía una grácil –ética de la forma-, que supone en esencia un ejercicio de transformación espiritual sin el cual, la literatura quedaría vacía y relegada a una lectura estéril”. Y Janeth lanceros: “Este nuevo libro de Agudelo se detiene en la premisa de la poesía como necesidad y como lenguaje de cambio”. La obra contiene “una galería de pinturas y óleos, de canciones y salmos, de biografías poéticas y espionaje metafísico”. “Altar de luz y luna… estudia el motivo de estar en el mundo a partir de un examen de la belleza”. Su poesía mana “como interpretación de los sueños y las vivencias a partir de las sensaciones del autor”, “el mapa mental que es Altar de luz y luna”. José Miguel García Conde manifiesta en Culturamás.es: “Antonio Agudelo ha escrito un libro soberbio”, “se nos ofrece el mundo interior del poeta y la realidad que le rodea”. El poemario “acrisola composiciones en prosa poética y en verso” en los que siempre está presente el ritmo y la musicalidad. Y Rafaela Hames Castillo escribe en aceandalucia.es: El título “está lleno de plasticidad y sabiduría”, y el poeta “transciende cada línea para devolvernos estos aspectos magistrales de los instantes que suelen pasar inadvertidos. Con un lenguaje rico y sencillo a la vez, un estilo modernista, a la vez que onírico y un amplísimo bagaje cultural…”, “Antonio Ángel, demiurgo, está construyendo una liturgia, una mitología, unos motores de vida, muerte y orientación nuevos”. “Es la Belleza… Es el Amor… Es la muerte. He aquí una arcana trinidad a la que accedemos a través del discurso poético de Altar de luz y luna, un acto depurado que transforma la fe religiosa en una abrumadora rosa poética”.

Cuando abro el libro me ilumina una dedicatoria escrita con fervor y con una caligrafía para enmarcar que confirma la sensibilidad extrema del poeta Antonio Agudelo. Una página después emerge a todo color una pintura de Tiziano: “La Bacanal de los Adrios”, que está en el Museo del Prado, y de la que podemos leer en su página web que “la escena transcurre en la isla de Andros, tan favorecida por Baco que el vino manaba de un arroyo. Dioses, hombres y niños se unen en la celebración de los efectos del vino…”

Cuando lees a Antonio Agudelo, con su particular mirada romántica de la realidad, sucede “algo misterioso como la magia de los gusanos de seda”. Antonio Agudelo pertenece a la Generación X o a la Generación de Peter Pan, la que va de 1965 a 1982. En la Ecoaula del diario “El Economista” leemos que “la generación X aporta a las empresas experiencia, estrategia, capacidad de sacrificio, perseverancia y dedicación”. Según dice Luis Casal en Businessinsider.es, los que somos de esta Generación X (hijos de los Babyboomers y padres de los Millenials) tenemos “vidas activas, equilibradas y felices en las que dedicamos gran parte del tiempo libre a la lectura”, también añade que nos hemos convertido “en esa clase media conformista y con un nivel de comodidad medianamente duradero”, aunque blablablá… La cultura y la lectura son dos facetas esenciales para la Generación X. También para Antonio Agudelo es importante, tanto como el aire que respira. “Ya solo me interesa… que me lean después de mi muerte” –confiesa en la página 125. Y como diría el filólogo húngaro Béla Hamvas: “La verdadera obra es póstuma”. Sabiendo que eso dependerá no solo de la obra de cada uno (que debería ser la parte fundamental), sino también del canon imperante y de las fundaciones/lobbies/capillas-grupos/hermandades/modas de época/intereses/ideología… que haya detrás de cada autor o escuela. Álvaro Romero nos plantea en un artículo del diario El Correo: “¿Quién lee hoy a Jacinto Benavente?”. Un siglo de su premio Nobel y “parece mentira que el autor de Los intereses creados haya caído tan en el olvido después de haber escrito 180 obras de teatro...”. Pero esto es otro tema.

Todo el libro de Agudelo es una caja de ecos y resonancias, una conjunción de rituales que funcionan como una especie de hechizo o liturgia: “Donde crece la salvia contra las cosas malas y el orificio de la infelicidad, para alcanzar el equilibrio” –explica en la página 155. El libro cabalga entre una poesía social y una poética existencialista con el que contribuye a la construcción de una identidad literaria y mítica. Como ya hemos apuntado con anterioridad, aquí la palabra es entendida como parte de un ritual mágico, como un Altar de luz y luna, una especie de ofrenda/sacrificio, pero también como una verdad revelada. El texto nos va adentrando en la voz del alma de Antonio Agudelo como si fuera una oración laica, convertida ésta en la voz de una conciencia entregada y comprometida con la literatura y con la vida. “Oh Dios del viaje inevitable, Dios del destino” –implora en la página 78. Su forma de escribir pareciera que es una escritura automática, un aluvión de ideas, imágenes, nombres, recuerdos, confesiones, referencias, intertextualidades… “Piérdete en la inmovilidad del lenguaje, olvida los significados. Vive en la luz de las palabras” –refiere en la página 100. Y es que el texto que nos regala Agudelo a veces embriaga con su poderoso perfume surrealista: “Los  pesados relojes pendían de las torres como las calabazas de los huertos otoñales… El alba es una nube púrpura que sangra con el cuchillo de los gallos…”, o “el endecasílabo se levantará cuando se pudra el mármol”, mientras otras nos seduce con un toque metapoético: “La poesía es el infierno o la nada,/ la poesía es un gran enigma  y sin enigma no hay poesía”, “sin encarnación del verbo no hay salvación posible, para que la salvación se extendiera al dios y al hombre la palabra se hizo carne”, “La poesía es un manual de supervivencia…es la conciencia ética de la otredad, lo que da consuelo y es esperanza, lo que nos salva de la muerte”. Su poética también tiene algo de écfrasis sinestésica: “Un pintor dominico… una capilla ardiente dibujada con pan de oro… descienden las palabras.”. O con pinceladas costumbristas: “Una calle bastante larga por desgracia, con una farmacia de guardia, una peluquería de señores y caballeros, un carnicero que disfrutaba descuartizando carne, dos miserables restaurantes…”. O pinceladas más metafísicas: “¿Cuánto tiempo cabe en los ojos de un niño?/ ¿Cuánto tiempo cabe en los ojos de Dios?” Y otras pinceladas más  metaliterarias y políticas: “Antaño, un poeta clásico como Dante…/Ahora,/ lo que triunfa es la poesía vulgar y chabacana/ de los superventas como Marwan y Defreds.”. O “Será porque en España los premios son un cachondeo… Rafael Cabaliere”. “Lo dijo Rosa Luxemburgo. No leas a los poetas alemanes, a los partidarios del sufrimiento y de la purgación. No leas a los poetas comunistas, a los carniceros sonrientes que disfrutan descuartizando la carne, todos están locos… No al nuevo fascismo… No al analfabetismo político cuya retórica es el engaño… No es no”. O “viene Lutero hablando de la libertad y de los derechos humanos”. Algunos de sus renglones (tan contundentes que suponen chispazos que alumbran toda la página a modo de un nuevo mito de la caverna de la que él quisiera expulsarnos) podrían aparecer en una antología de aforismos: “Las palabras es el único refugio ético y moral que tiene la vida”, “…porque nada se pierde si vive en las palabras”, “los amores que matan nunca mueren”, “El cementerio es zona wifi” , “En la sala de espera, vivir es un sueño vacío”,  “Los cementerios están llenos de salvavidas y de poetas inmortales”, “Un cementerio es el mejor lugar para pensar en un curriculm vitae”.

Conforme vamos leyendo comprobamos que una letanía de nombres agita el texto como si fuera un cóctel intertextual. Palabras antena que emiten y reciben radiofrecuencias lectoras. Solo con mencionarlos ya se convoca su presencia y se crea un clima de diálogo o exorcismo, una estancia encantada o una música de aromas y estímulos. Así nos encontramos  con Wallace Stevens, Rimbaud, Michel Focault,  María Zambrano, Matshuo Basho, Dante, Shakespeare, San Juan de la Cruz, Manolete, Unamuno, Séneca, Góngora, Sócrates, Rilke, Kafka, Cervantes, Cernuda, Homero, Freud, Keats, Heidegger, Voltaire, Whitman, Mayakovski, Oscar Wilde, Hölderlin, Eliot, Vallejo, Lord Byron, Moliere, Quevedo, Hegel, Fichte, Leibniz, Lutero, Fray Luis de León, Ghandi, Heráclito, Cristo, Abraham, Job, Tarzán, Franco, Orfeo, Ulises, Capitán Trueno, Hitler, Caronte, Rosa Luxemburgo, Blas Infante, Greta Garbo… Pero también hay nombres que resuenan como una banda sonora: Chopin, Vivaldi, Paco Montalvo, Paco Alborán, Wagner, Beethoven, Vicente Amigo, Louis Amstrong. Y otros que hacen una écfrasis semántica como Leonardo da Vinci, Goya, Botticelli, Julio Romero de Torres, o referencias a Pablo Picasso y a sus cuadros “Las señoritas de Avignon” y “Guernica”… Nombres que señalan un itinerario de pensamientos y experiencias que el autor deja esparcidos por el texto a modo de hitos y señales, de puertas y ventanas. También nos encontramos un recorrido geográfico de lugares que nos hacen viajar dentro del viaje que ya de por sí es la lectura de “Altar de luz y luna” y que nos asaltan como un viacrucis crucigrama: Córdoba, Andalucía, Madrid, Viena, Venecia, Múnich, Senegal, Reino Unido, Villaviciosa, París, El Nilo, Las orillas del Tigris, Los Campos Elíseos, Canal de la Mancha, Jerusalén la Dorada, Troya, Marruecos, España, Nueva York, Egipto, León, Irak, Galilea… Porque “Altar de luz y luna” tiene algo de atlas y psicoanálisis, pero es sobre todo un viaje interior por el pensamiento y las emociones del poeta. Un viaje semántico que traza un itinerario de pensamiento a seguir. Y es que el autor viaja a través de las palabras, del lenguaje y su experiencia, “viaja de lo visible a lo invisible” o “de la existencia a la inexistencia” para encontrarse a sí mismo –revela en la página 82, o viaja “al centro del miedo” “para que nadie se muera de hambre, ni se quede sin luz, sin belleza y sin palabras” –advierte en la 64.

“Altar de luz y luna” es, por tanto, un espacio sensorial, una arquitectura hecha de lenguaje, como una atmósfera que va mutando página a página hasta hacerse estructura de un edificio en llamas. Tiene un sesgo de canto hímnico o de texto sagrado. Agudelo nos muestra el mundo que percibe con sus cinco sentidos a modo de lámpara y a modo de espejo. Y lo mismo te lleva en un par de renglones del presente y su sentir biográfico al mundo de las emociones y los homenajes, que de la luz a la luna. Así podemos leer: “regreso a la plaza del huerto hundido donde brilla maravillosamente el violín de Paco Montalvo triunfando en la sala Cargegie Hall de Nueva York”, “la banda municipal de mi pueblo cantaba Julio Romero de Torres pintó a la mujer morena…” O “¿Para qué viene el Circo del Sol a un pueblo perdido?”. “La palabra cuando se pronuncia crea un nuevo mundo, y también nosotros nos recreamos en una mágica metamorfosis. Así es tu viaje al gran misterio…” –relata en página 48.

Utiliza todos los recursos a su alcance para dotar al texto de efectos mágicos, desde la supresión o exceso de puntuación, abundancia de puntos y seguido, supresión de mayúsculas… Desde una escritura fragmentaria, a modo de puzle, lo mismo usa la prosa poética que el verso libre. Y la musicalidad del misterio es la atmósfera que todo lo envuelve en un aluvión de imágenes. Antonio Agudelo cuando escribe lo que hace es encarnarse en la Palabra, se hace lenguaje inmolado y sacramental, casi eucarístico por lo que tiene de sacrificio ritual. “La poesía es la encarnación de nuestra propia vida, lo que salva” –expele en la página 181. El poeta no solo escribe para ser feliz y encontrarle un sentido a la vida, sino esencialmente para compartir su luz y luna “que no cesa”, y para huir. “Hoy es un buen día para viajar a una isla en medio del océano y ser feliz”, o, “El poeta escribe para vivir, para escapar de su destino” –canta en la página 183 y 186 respectivamente. El poeta como un “Prometeo liberado” o un titán lírico “utiliza el conocimiento para vencer el mal y guiar a la humanidad desde el estado de inocencia ignorante hasta el estado de virtud mediante la sabiduría” –que diría Percy B. Shelley. Y es que la poética de “Altar de luz y luna” es un tanto mesiánica, un ritual donde las imágenes se convierten en iconos salvíficos. “Lucha por tus sueños porque se pueden cumplir” –confiesa en la página 202. Su escritura es una forma de hacerse testimonio y testamento, de reflejar una época, otra forma de ser herencia y querencia. “Este Altar de luz y luna era un buen lugar para vivir y morir. Realmente era un buen lugar para la muerte y la salvación” –sentencia en la página 63. También nos dice que “la poesía es una metáfora que contiene el mundo”, o, “lograré infundiros mi esperanza, mi fe en la luz de la Palabra”. Aunque sabe que “El poeta no elige el futuro, prefiere cambiar de zapatos en el umbral del desierto” y que “lo importante es alcanzar el equilibrio”.

El neurocientífico Juan Lerma afirma que “El cerebro es esclavo de las emociones… La literatura, la música, la pintura… son expresiones de una emoción que tienen como objeto provocar otras emociones”. El poeta cordobés contempla, medita, indaga, interpela, exorciza… y con esos hilos va tejiendo el texto hasta convertirlo en un acto/traje revolucionario hecho a imagen y semejanza suya, como una estancia que se construye a medida de su alma. Lo que hace es poetizar las emociones, especialmente el dolor, hasta ensalzar y sublimar la vida y la poesía. Y esa es la revolución/metamorfosis a la que aspira el poeta con su escritura, la gran revolución de provocar/compartir otras emociones en el lector. Antonio Agudelo que sabe que “En el sur no se puede ser desgraciado” porque “aquí estalla la alegría”, pide “un poco de respeto a la lengua, un poco de justicia poética”, y nos confiesa a lo Keats que “La luz se hizo Palabra. El mundo sólo puede ser salvado/ por la Belleza”, y esa es la máxima aspiración que tiene, hacerse Palabra, inmolarse en la Belleza de la Literatura como fórmula de alcanzar la inmortalidad, con la única intención de salvar al mundo con su poética y su utopía literaria, nada más y nada menos. Si mi consejo os sirve de algo, Antonio Agudelo merece muchas lecturas y ocupar un sitio en las estanterías de vuestra biblioteca.

 

Opiniones de un lector

Custodio Tejada.

Marzo de 2022


https://www.todoliteratura.es/noticia/56250/poesia/altar-de-luz-y-luna-de-antonio-agudelo.html


http://granadacostanacional.es/altar-de-luz-y-luna-de-antonio-agudelo/


lunes, 7 de marzo de 2022

BIGBUG de Jean-Pierre Jeunet

 OPINIONES DE UN ESPECTADOR. POR Custodio Tejada

BIGBUG Una película de Jean-Pierre Jeunet



BIGBUG de Jean-Pierre Jeunet. BIGBUG (“El gran error”: un título premonitorio). Un film de Jean-Pierre Jeunet, el director de la inolvidable y entrañable “Amélie” y de “Delicatessen”. Estreno el 11 de febrero de 2022 en la plataforma Netflix. Duración una hora y cincuenta minutos. Género: Ciencia Ficción, comedia, robots, Thriller futurista. Guionistas: Jean-Pierre Jeunet y Guillaume Laurant. Música: Raphaël Beau. Fotografía: Thomas Hardmeier. Producción francesa. Productora: Eskwad, Gaumont (Distribuidora Netflix). Reparto: Elsa Zylberstein, Isabelle Nanty, Claude Perron, Stéphane de Groodt, Youssef Hajdi, Claire Chust, François Levantal, Alban Lenoir, Marysole Fertard, Helie Thonnat, Juliette Wiatr, André Dussollier, Julie Ferrier, Nicolar Marié, Jean-Pierre Becker, Dominique Pinon, Cyril Casméze y Patrice Boisfer. La película nos plantea, de una manera equidistante y superficial, el pensamiento transhumano y las incertidumbres de un futuro posthumano que parece cada vez más cerca, aderezado todo con pinceladas de otros temas como las relaciones de pareja, pinceladas animalistas… La eliges porque al leer la sinopsis te crea muchas expectativas, pero el resultado final que ofrece no está a la altura esperada. Una película que quiere ser satírica y cómica, pero que se queda varada en los estereotipos y el tedio.

Las cosas no suceden por casualidad, tienen una correlación. Nuestro pensamiento y nuestra conciencia es fruto de muchas inercias que no siempre están decididas por nosotros mismos. ¿Cuánto hay de deconstrucción y re-construcción en nuestro día a día, estaremos viviendo un gran reinicio? El cine y la televisión en general, y las películas en particular, siempre han jugado un papel catequizador y adoctrinador importante en el siglo XX, y parece ser que mucho más lo va a seguir siendo en este siglo XXI. Y si no que se lo pregunten a Hollywood. Nada más catequista que los Western. Miremos la programación de sobremesa de Antena 3 en los fines de semana para comprobar cómo el “cine europeo” (con sus producciones alemanas, francesas…compradas por kilos) pretende dejarnos su impronta de “Arcadia Común” a la que aspiramos. A la vez que aparecen películas con un enfoque determinado y sibilino, los suplementos culturales de los periódicos se llenan de artículos y debates (como guías de conciencia) para reforzar con ahínco el matiz que nos lleva al terreno movedizo que siempre les interesa a los que deciden de veras y marcan nuestro destino.

Yuval Noah Harari nos advierte en “Homo Deus” que la inteligencia ya se está separando de la conciencia mediante los algoritmos. Elon Musk quiere conectar cerebros con los ordenadores. Klaus Shwab y otros economistas asocian transhumanismo y cuarta revolución industrial, y hablan del Gran Reinicio. Y otros nombres como los científicos Kevin Warwick o Neil Harbisson nos ponen de manifiesto que ese futuro transhumano ya forma parte del presente. Y el cine, que no se quiere quedar a la zaga, nos presenta películas como BigBug para estar a la “¿altura?” de su época.

            Sin intención de hacer un destripe de la película, en su sinopsis/resumen podemos leer: “En 2045, los robot se encargan de casi todo tipo de trabajo y dan a los humanos una vida muy cómoda. Los habitantes de un barrio tranquilo disfrutan de esta paz hasta que las máquinas se rebelan e intentan tomar el control del mundo. Un grupo de robots domésticos encierran a los humanos en su propia casa para protegerlos mientras la rebelión de los androides Yonix amenazan su existencia”.

El director, Jean-Pierre Jeunet, desde las primeras escenas filosófico animalistas, donde los androides Yonix con sus risas sarcásticas sacan a pasear a los humanos como si fueran perros o se ponen a torearlos, intenta captar nuestra atención a través de la provocación, a través de un enfoque satírico (cómico-burlesco), para provocar en nosotros una reacción, una toma de posición autocrítica o autoculpabilizadora, en ese refrito de planteamientos y suma de “chistes-bromas” que al final resulta ser BigBug (con la intención quizá de advertirnos que el Humanismo ha muerto). Con los estereotipos de siempre (como el planteamiento sobre la tauromaquia, el consumo de carne o las pinceladas animalistas) busca caricaturizar en la misma dirección tópica típica de siempre. Podría haber elegido alguna escena de los Yonix a los pies de “Madame Guillotine” cortando cuellos humanos a lo Robespierre (que hubiera sido más adecuada y sugerente para el argumento propuesto), pero eso habría sido demasiada autocrítica para el chovinismo galo, especialmente a la hora de afrontar su historia. Lo que no sabemos con seguridad es si esta película también forma parte de la agenda 2030-2050.

            El sello de Jeunet con su estética peculiar, ese toque juguetón de huella dactilar [diverguay]­ que el director le da a sus películas se percibe también en BigBug, pero no con el resultado y el éxito que consiguió en Amélie o en Delicatessen. Al mantener el mismo escenario durante todo el tiempo nos hace partícipes de esa claustrofobia que de alguna forma  pretendía transmitir el director al espectador, aunque al final la verdadera claustrofobia está en el aburrimiento que provoca, aderezado con una histeria de emociones y sentimientos que como dice Luis de la Iglesia en Mondosonoro.com resulta ser “una extravagancia visual y narrativa” que “ni divierte ni emociona”. Haciéndole honor al título, podríamos construir el símil de que “errar es cinematográfico”. BigBug, aunque con atisbos de entretenida, no cuaja, es lenta y cansa, y por tanto decepciona las expectativas creadas. Incluso David Pérez en “noescinetodoloquereluce.com” afirma que “la espera no ha valido la pena”. Oscar Cabrera en el artículo titulado: “Bigbug: el chiste sin gracia del creador de Amélie” dice: “Y lo peor llega porque la acción del regreso a la ciencia ficción de Jeunet se reduce prácticamente a los decorados multicolor de una casa, con todos los personajes gritándose entre ellos y cuatro robots domésticos intentando poner algo de cordura cibernética. Robots marcados por una misoginia que esperábamos extinta en 2045: la cocinera sigue siendo la mujer y la vecina cotilla tiene un robot macho que la consuela”. En contraposición, Mariano González, en cinemagavia.es nos cuenta que “BigBug es como una película coral. Hay una buena cantidad de personajes, cuya caracterización no es muy profunda, pero sí distintiva… Jeunet ha vuelto con una notable y burlona película, que se sirve de un humor heterodoxo para censurar a una humanidad cada vez más fascinada y dependiente de la tecnología”. Y es que aunque Jeunet ha pretendido hacer un film ameno y divertido rociando su obra con gotitas de erotismo, de suspense, de terror, de humor, de ciencia ficción, de crítica social… al final el perfume conseguido es una implosión pop art de olores sin matices.

            Sin llegar a ser apocalíptica, con una posición reflexiva equidistante sobre el fenómeno que ya estamos empezando a vislumbrar y a caballo de ser el ojo de un Gran Hermano que todo lo ve, la película con múltiples pinceladas temáticas pretende plantear un debate en las conciencias sobre la humanidad, el futuro de la ciencia y el progreso tecnológico que parece imparable en su llegada y quizá también en sus consecuencias. En el trasfondo último planea la relación sempiterna del poder y la cultura. Con una puesta en escena saturada de un colorido chillón que a veces roza la estridencia, igual que la caracterización de los personajes tan frikis que nos recuerdan al cómic, Jeunet nos pretende introducir en una aventura “cómico-filosófica” de un futurismo cada vez más de moda: El Transhumanismo y el Posthumanismo, aparte de otros temas como el animalismo, la Inteligencia Artificial... Con un argumento donde los robots del hogar actúan bien y desean ser como los humanos, mientras los rebeldes y revolucionarios androides Yonix planean exterminar a la humanidad, el director pretende plantear un debate en tierra de nadie, sin mojarse demasiado, políticamente correcto salvo en sus típicos chistes tópicos, quizá para no enfurecer a las élites que controlan y dirigen de forma absolutista, más allá de la democracia, nuestro futuro. La tecnología y la ciencia no entienden de democracia, sino de posibilidades, patentes y privilegios. Todo lo que la investigación nos permita será, independientemente de la conciencia y del tandem beneficios-perjuicios; los poderosos y los que deciden de verdad cambiarán una conciencia por otra si es necesario para sus intereses, de hecho ya ha comenzado la función.

            Hay diferentes corrientes: Transhumanismo versus Posthumanismo. Aunque ya, cada día más, ambos conceptos confluyen. El catedrático de filosofía Alfredo Marcos define el transhumanismo como “una ideología que aboga por la transformación profunda de lo humano por medios tecnológicos”. Marcel Gaullet afirma que se está produciendo una “mutación antropológica”. Para el teólogo Eloy Bueno de la Fuente (en su artículo “la Teología dialoga con el transhumanismo y posthumanismo” publicado en el confidencialdigital.com): “Estamos inmersos en una revolución antropológica y en un cambio de civilización”. “El Transhumanismo aspira a potenciar al ser humano pero sin superar el nivel de lo humano. El segundo, (el Posthumanismo) busca superar el estadio actual de la evolución para generar una especie distinta y superior al homo sapiens”. También afirma que “es probable que la pandemia tenga algo que ver con esto”.

            Robert Peperell, Hans Moravec y Marvin Minsky fundaron el movimiento intelectual transhumanista. Dice Peperell: “Los posthumanos serán personas de habilidades físicas, intelectuales y psicológicas sin precedentes, autoprogramados, autodefinidos y potencialmente inmortales” o que el humano “no estaría concebido como superior o singular y conviviría horizontalmente con robots y sería cíborg”. Solo hay que leer el “Manifiesto Transhumanista” para darse cuenta que estamos inmersos en un proceso que cambiará nuestra conciencia de una manera radical para poder dejar atrás el humanismo ¿lastre? y trivializar la identidad humana con la intención de poder hacer y deshacer a su antojo en el campo de la ingeniería genética, la inteligencia artificial… Sin plantearse siquiera si ¿lo que vamos a ganar compensa lo que vamos a perder? Solo nos atrae el “superpoder” jamás visto que ello nos otorgará en un planteamiento absolutista del futuro: Todo para la Humanidad, pero sin la Humanidad.

            En el artículo “Posthumanismo y los cambios en la identidad humana” de Gabriela Chavarri Alfaro, publicado en la revista Reflexiones (scielo.sa.cr) podemos leer: “Para los transhumanistas, el hombre posthumano sería ya una persona de unas capacidades físicas, intelectuales y psicológicas sin precedentes, porque ya habrían sobrepasado los límites biológicos, neurológicos y psicológicos”. “Los defensores del posthumanismo como los representantes del transhumanismo no creen que exista ninguna esencia espiritual o alma en el ser humano y reafirman la idea que… la identidad humana es una identidad concebida como pura materialidad”. ¿Podría entenderse toda la ideología de género como una antesala o campo de experimentación para lo que nos espera en esa posrealidad posthumana? –pregunto. Gabriela Chavarri continua diciendo: “El pensamiento posthumanista debería ser parte del debate público y del debate académico porque sus ideas sobre el futuro de la humanidad promueven cambios radicales en las bases sobre las que está construido nuestro mundo, y porque es el pensamiento que se encuentra muchas veces sustentando la acción de compañías transnacionales, farmacéuticas, institutos de investigación avanzada, laboratorios, asociaciones médicas… Además, es parte también del imaginario del futuro de la humanidad que se propaga a través del cine y los grupos mediáticos”. “En este sentido, el posthumanismo pareciera encarnar más bien los deseos de una élite mundial postindustrializada y millonaria que tiene cubiertas sus necesidades humanas tan completamente que ahora puede ponerse a pensar en las diferentes formas para extender su existencia… Podría también ser el instrumento para crear otro tipo de discriminación, la discriminación genética”. Y ahí tenemos otras películas de androides que apuntan por ahí como “Vice” de Brian A. Miller estrenada allá por 2015, y otras que apuntan en dirección de las modificaciones genéticas como puede ser “Clifford, el gran perro rojo” de Walt Becker, estrenada en 2021 para el público más pequeño…

Dice Nietzsche en “La gaya ciencia” que “…guardémonos de afirmar que hay leyes en la naturaleza. No hay más que necesidades”, o “la humanidad es un prejuicio, de la que los animales no adolecen”. Incluso los políticos se permiten “bromear”  haciendo declaraciones como la del primer ministro británico Boris Johnson: “Podríamos alimentar a los animales con seres humanos”, planteándola como una medida para atajar el cambio climático. Virtudes Azpitarte García autora del ensayo “Nietzsche y los animales” plantea que el animalismo es el nuevo humanismo, y que “la pregunta por el hombre es la pregunta por el animal”. Pero el posthumanismo va más allá, y es también “la gran cuestión en la filosofía de Nietzsche”. Javier de Lucas manifiesta que [Sin duda, Nietzsche ofrece una lectura corrosiva, debeladora de lo jurídico y aun de la noción de derechos humanos… A juicio de alguno de nosotros, creo que también de Virtudes Azpitarte, es una crítica certera, no tanto contra lo que entendemos por la igual garantía de necesidades básicas por las que no debemos dejar de luchar, sino frente a esa superchería que es la religión de los derechos humanos, con sus iglesias, sacerdotes y dogmas, con su antropocentrismo y también su patriarcalismo y eurocentrismo, una religión que se revela como un instrumento particularmente eficaz de domesticación, mediante esa falacia que consiste en proporcionar la buena conciencia propia de “hombres mejorados”] Y planteo yo: ¿No estaremos con el Transhumanismo/Posthumanismo justo en el mismo sitio cuántico que nos plantea la anterior cita, o en algo similar? Caminamos por una época en la que parafraseando la frase que nunca dijo Groucho Marx podemos creer: Esta es mi conciencia, pero si no le gusta tengo otra. Todo esto nos demuestra que el ser humano y la Humanidad misma están mutando, Nietzsche y su superhombre están cada vez más cerca (a pesar de que la experiencia nazi no nos vislumbre nada bueno), y aunque para ello tengamos que dejar de ser humanos, he ahí la paradoja, con permiso de Peter Sloterdijk mediante, ese filósofo posthumano continuador del sueño de Nietzsche, eugenesia de por medio. Para que el poshumanismo triunfe es necesario un mecanismo/proyecto eugenésico, una estrategia de ingeniería social que quizá ya haya comenzado y no seamos conscientes de sus efectos. Las élites no consultarán a la mayoría para seguir con sus planes, simplemente nos “convencerán con inmunidades de rebaño” de sus ventajas sin detenerse en los inconvenientes, apartando al disidente y al discrepante con pasaportes o cuarentenas si es preciso. Francis Fukuyama dice: “La amenaza más significativa planteada por la biotecnología es la posibilidad de que ella alterará la naturaleza humana y nos llevará a un estado poshumano de la historia. Esto es importante, yo diría, porque la naturaleza humana nos ha proporcionado una continuidad estable a nuestra experiencia como especie”. Y añade: “Es la idea más peligrosa del mundo”. En contraposición, Ronald Bailey comenta que el transhumanismo es un “movimiento que personifica las más audaces, valientes, imaginativas e idealistas aspiraciones de la humanidad”. El mercado está abierto, entren y compren su mercancía, el pensamiento que mejor les vaya en cada momento y según apetezca a cada conciencia.

            Como por arte de sincronía, justo ahora, también se publica el ensayo “Breve historia de la especie humana. Hacia un nuevo modelo.” De María Zabay y Antonio Casado, en la editorial Berenice. Nos cuentan que “es ahora cuando vivimos el verdadero salto que está modificando nuestras vidas y nos transformará a nosotros como especie”. La ciencia en estado puro: Robótica, genética, inteligencia artificial, nanotecnología… “Los avances como la robotización, la automatización, el 5G, el 6G, el 7G y el transhumanismo van a cambiar el mundo en los próximos años. Por ello, debemos mirar a nuestro interior, analizarnos como colectivo y definir las fronteras de lo moral e inmoral para que científicos y tecnólogos sepan hasta dónde llegar y a dónde no acercarse…” En un artículo publicado en el suplemento ABC XLSemanal y firmado por Carlos Manuel Sánchez se dice que el transhumanismo además de una ideología es también un mercado y tiene un valor. Se estima que moverá 56.000 millones de euros en 2028 según el índice Global Biohacking Market. Y en ese interés de transformación de lo humano por la tecnología, ya aparecen nuevos términos como Cíborgs, biohackers, grinders… un laberinto de nuevas tribus “urbanas” que ya empiezan a estar aquí, y otras inimaginables que están por llegar.

La filósofa Francesca Ferrando dice en la revista Conecta: “El mensaje más importante del Posthumanismo es entender una coexistencia que no solo engloba al ser humano como múltiple, sino también la ecología con los animales, el aire, las plantas y el cosmos. La tecnología ayuda a entender quiénes somos”. “Debemos darnos cuenta del impacto de la tecnología que no puede entenderse como algo que estamos usando; ya no es solo un medio, es algo con un poder ontológico, que explica lo que significa el ser, la existencia”. Está claro, añado yo, que lo que nos plantea el Posthumanismo es un cambio de conciencia, un nuevo paradigma ético y moral con el que borrar nuestro pasado antropocéntrico para siempre. Para el Transhumanismo el hombre actual ha transcendido sus límites, como dice Ferrando es “interesente porque abraza la ciencia y la tecnología conocida y la que está por emerger; se habla de nanotecnología, biotecnología, inteligencia artificial y transferencia de la mente en la máquina; posibilidades radicales que cambiarán la genealogía de lo que se entiende por ser humano”. Y añade: “La especie humana necesita sentirse escuchada, necesita entender lo que está pasando y para ello no podemos solo poner millones de referencias, tenemos que explicarlo en un lenguaje que se entienda”. Y eso es lo que quizá  ha pretendido Jean-Pierre Jeunet con BigBug, poner sobre el tapete un debate no muy bien urdido ni planteado y que pretendía ser inteligible. Así que como un aperitivo del tema que aquí planteamos no está mal ver BigBug, sabiendo que es decepcionante en muchos sentidos.

 Si el posthumanismo nos plantea que animales, humanos y máquinas compartimos el mismo estatus ontológico, por tanto, el principio de Protágoras: “El hombre como medida de todas las cosas” ya no nos sirve, o al menos, eso es lo que nos están planteando y nos pretenden imponer desde todos los frentes. Juan José Millas también declara que “La Transferencia de identidad a la máquina me parece posible… ya no me parece irreal que nuestra conciencia pueda trasladarse a una inteligencia artificial. No es inverosímil y es una cosa deseable”. Y el físico Freeman Dyson dice que “la humanidad me parece un comienzo magnífico, pero no la palabra final”. Yendo por donde vamos ¿dónde quedará el materialismo científico o el cierre categorial de Bueno en la era posthumana? El ser humano siempre ha perseguido la inmortalidad o la fuente de la eterna juventud, pero ¿dejará a un lado la obsolescencia programada de frigoríficos, lavadoras… que tantos beneficios produce o la convertirá en una especie de control remoto o en una futurista versión eutanasia 2.0 de androides y posthumanos para seguir con la ganancia? Para terminar os voy a contar una anécdota que me ocurrió el otro día. Entro en un bar, pido una cerveza y oigo la conversación de unos jóvenes de no más de veinte años donde uno dice: “En algunas cosas vamos para atrás, pero nos venden la película como si fuéramos palante”.Y a lo mejor, digo yo, es que ha llegado el momento en la Humanidad de plantearnos La Gran Renuncia y no El Gran Reinicio. A los que habéis sido capaces de leer toda esta larga disertación os doy las gracias y os dejo una pregunta casi apocalíptica que retumba en mi mente y no espera respuesta, al menos de momento: ¿Nos llevará nuestra inteligencia a la extinción como especie? Confiemos en que la curiosidad no mate al gato. Pero mientras todo esto fragua Rusia invade Ucrania.

 

Opiniones de un espectador

Custodio Tejada

25 de febrero de 2022



https://www.todoliteratura.es/noticia/56131/bigbug-de-jean-pierre-jeunet.html

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