viernes, 6 de diciembre de 2019

LA PALABRA MUDA de Antonio Enrique

LA PALABRA MUDA de Antonio Enrique
Opiniones de un lector. Por Custodio Tejada


LA PALABRA MUDA de Antonio Enrique. Ediciones El Gallo de Oro. 57 páginas y 22 poemas-triunfos más 1. Una Nota a la edición aclaratoria y un poema-epílogo final. Dos citas guardan la entrada, como dos esfinges antes de llegar a la sala hipóstila, una de Félix Grande y la otra de Carlos Aurtenetxe, que vinculan e intertextualizan, abrochan y abrazan. Como colofón se nos manifiesta que “Se terminó de imprimir en Kadmosel 19 de enero de 2018, 65 aniversario del autor”. Algunas hojas de cortesía en negro actúan a modo de paréntesis o telón, quizá hasta de premonición, cuatro páginas al comienzo y cuatro para cerrar el libro, como un sudario que cubre una fosa común. Una especie de Tarot lírico cuyo significado primero, el Holocausto, es transcendido o acompañado por lo esotérico y lo cabalístico. No es “La palabra muda” de Jacques Ranciere, sino la de Antonio Enrique, la que nos ocupa. Un libro iconográfico, casi santuario. El propio autor recomienda que sea leído de un tirón, sin interrupciones, quizá porque así su lectura se convierte en una especie de viaje a Auschwitz, reparador y claustrofóbico al mismo tiempo. “La palabra muda” no es una vía muerta que acaba en el desastre, sino una vía salvífica que conduce a la liberación del amor y el recuerdo, hacia el homenaje.


LA PALABRA MUDA de Antonio Enrique. Ediciones El Gallo de Oro. 57 páginas y 22 poemas-triunfos más 1. Una Nota a la edición aclaratoria y un poema-epílogo final. Dos citas guardan la entrada, como dos esfinges antes de llegar a la sala hipóstila, una de Félix Grande y la otra de Carlos Aurtenetxe, que vinculan e intertextualizan, abrochan y abrazan. Como colofón se nos manifiesta que “Se terminó de imprimir en Kadmosel 19 de enero de 2018, 65 aniversario del autor”. Algunas hojas de cortesía en negro actúan a modo de paréntesis o telón, quizá hasta de premonición, cuatro páginas al comienzo y cuatro para cerrar el libro, como un sudario que cubre una fosa común. Una especie de Tarot lírico cuyo significado primero, el Holocausto, es transcendido o acompañado por lo esotérico y lo cabalístico. No es “La palabra muda” de Jacques Ranciere, sino la de Antonio Enrique, la que nos ocupa. Un libro iconográfico, casi santuario. El propio autor recomienda que sea leído de un tirón, sin interrupciones, quizá porque así su lectura se convierte en una especie de viaje a Auschwitz, reparador y claustrofóbico al mismo tiempo. “La palabra muda” no es una vía muerta que acaba en el desastre, sino una vía salvífica que conduce a la liberación del amor y el recuerdo, hacia el homenaje.

            Cuando uno da una opinión lectora y penetra en la hermenéutica de un texto lo más importante es el otro, en sus dos versiones, libro y autor, por este orden. El que opina debe permanecer dignamente en un segundo plano, cualquier otra cosa podría interpretarse como un rasgo de pedantería o usurpación de funciones, cuanto menos.

            Hay obsequios que no son tales si no salen del corazón, lo mismo que hay halagos llenos de ironía, y cuesta discernir unos de otros, por la buena fe que siempre habita en uno y le presupone al otro. La vida es compleja por lo mucho que tiene de incógnita, y en muchas ocasiones despejarla no depende de nosotros ni de nuestras circunstancias. Si las palabras son el agua del pensamiento un libro es un manantial de ideas, y cada cual está en su derecho de pensar libremente desde el acierto o el error. Lo bueno de la literatura es que ofrece citas para reforzar cualquier discurso, cualquier hipótesis de trabajo, por peregrina que ésta sea. Cuando uno opina y emite un juicio se pone a los pies de los caballos, ya que muestra todo lo que intuye y sabe, pero también todo lo que ignora y yerra. Es verdad que dependiendo de quiénes lo digan le damos un valor u otro, porque los nombres de quienes dicen también visten, ensalzan y acompañan el discurso. Dice José Ángel Valente que en poesía “tienes que entrar justamente en el mundo de lo que no entiendes”. Aquilino Duque manifiesta que “No siempre los críticos o los lectores aciertan con lo que el escritor quiso decir”. Y Robert Penn Warren apostilla que “En el fondo un poema no es algo que se ve, sino la luz que nos permite ver, y lo que vemos es la vida”.

            Mauricio Gil Cano opina que Antonio Enrique “Con La palabra muda viene a replicar en el doble sentido de responder y repetir –aquella cuestión propiciada por el filósofo Adorno de si es posible escribir poesía después de Auswichtz”, o, “El lenguaje directo, desgarrado, para nominar lo innombrable sacude el corazón del lector”. José Antonio Santano dice: “Casi transfigurado, mudado de su yo y convertido en otredad, el poeta socava en la naturaleza humana”. La palabra muda es un libro “estremecedor, verdaderamente de una conmoción inusitada, de principio a fin”, “capaz de conmover y perturbar”. José Sarria comenta en República de las Letras que “La palabra muda se erige como vía de conocimiento, comprensión de la existencia”, “El sufrimiento y el miedo, con toda su gama de matices (dolor, devastación, angustia, tristeza, desesperación) acampan en el texto”, “nos habla del horror, nos describe su abisal iniquidad, su desproporcionada infamia, pero también abre la puerta al adviento”. Añade Pedro López Ávila: “Antonio Enrique nos pone delante de nuestros ojos la crueldad, el horror y el espanto del exterminio nazi a través de un poemario”. Y completa Ada Soriano: “Considero que es un libro espiritual, y también arriesgado, no solo por la carga social y emocional que conlleva sino por la manera en la que está escrito”. También Alejandro López Andrada dice que la poesía de este poemario es “Poesía lacerante, bífida, afilada, que rebasa el amor levísimo del cielo”, o, Antonio Rodríguez Jiménez va más allá incluso y lo canoniza directamente: “Antonio Enrique es una especie de Jorge Luís Borges sabio, pero no de Argentina sino de la vieja y mítica Granada de Boabdil… que merece el Cervantes o el Nobel”. El propio Antonio Enrique afirma que La palabra muda es “El único libro que le hace justicia a los sefardíes españoles que fueron gaseados, torturados y asesinados por los nazis”.

Afirma Oswald Wirth que “Nadie está obligado a creer que los adivinos pueden decir la verdad, y proporcionar una prueba experimental no es el fin de la adivinación”. Dice Octavio Aceves refiriéndose al Tarot: “según sea el enfoque, así será lo que él nos brinde”, y aclara Arthur Edward Waite que “el verdadero Tarot es puro simbolismo”. El Tarot sedujo a Freud, a Yeats, a Henry Miller, a Lawrence Durrell, a Elliot. Incluso Alphonse Louis Constant (Eliphas Levi) estableció una relación entre el Tarot y la Cábala.

            La palabra muda, poemario escrito en veintiún días de peregrinación por el desierto (6-26 del 7 del 17), como por inspiración divina, a través de su profeta Antonio Enrique (que llora cuando lo lee igual que lloró al escribirlo), nos muestra un itinerario múltiple, una revisión poética del horror nazi y una aproximación cabalística a la divinidad a través del alfabeto hebreo. Más aún, si “Cábala” significa recibir, en este caso el poeta ha hecho las funciones de un Moisés lírico que recoge las Tablas, o sea, los veintidós poemas más uno que nos ocupan. El significado de cada título se completa con el lenguaje oculto de cada letra hebrea y un número. Alejado de cualquier tipo de adulación hay que reconocerle al autor el mérito de saber moverse como pocos por las tierras movedizas de lo críptico, de lo simbólico… estableciendo una para-realidad literaria que transciende la época concreta para convertirse en una cosmovisión iconográfica de las entrañas del pasado, pero también del futuro. Este es un poemario hermético, apocalíptico y visionario, una especie de oráculo. Distintos hilos tejen la poética de este libro: el alfabeto hebreo y la Cábala, la historia y el horror del genocidio nazi, el bien y el mal, el tarot, la religión, las matemáticas y los números… que como círculos concéntricos viajan “Adentro y más adentro” del autor. Cada poema es un camino, una vasija que contiene una fuerza espiritual que recibe y otorga, y es esa fuerza cósmica (por inspiración inductiva o deductiva) la que proyecta una mística que completa el significado del conjunto, que reinterpreta el valor de cada significante, en búsqueda constante de la verdad colectiva, pero también individual.

            Entre la variada imaginería que utiliza el libro para sus fines, aparece la Virgen de las Angustias que seguramente tantas veces habrá visto el autor en Guadix o en Granada, como la hermosa escultura (réplica-reconstrucción) de La Piedad de Miguel Ángel obra de Mariángeles Lázaro Guil, que hay en la Catedral de Guadix, convirtiendo su poética en un crisol alquímico con una rica iconografía religiosa, histórica, esotérica… Una poética que vuela a la vez en distintos cielos y en múltiples percepciones, en una simbiosis si no por parasitismo, al menos por comensalismo. “Una mujer y un hombre, una mujer/ que tiene a su hombre atravesado en el regazo,/ ¿qué es sino la viva imagen de la Puerta del Cielo?/ La Madre y el Hijo en éxtasis.” –escribe en la página 50.

            El poeta, siempre tan adicto a lo hermético y a lo heterodoxo, nos presenta un poemario multisignificativo, como un halcón que vuela por la historia en busca de otra verdad, de la sabiduría y el conocimiento, y trasciende la escritura y la poesía social para ir más allá de lo evidente, para penetrar en lo ancestral y profundo del saber más metafísico y mágico, para convertir los poemas de este libro en vehículos de aprendizaje o en metáforas que navegan en procesos inconscientes. Antonio Enrique, refugiado en la meditación y el recogimiento, se transmuta en un hierofante o sumo sacerdote lírico, por lo que tiene el poemario de ritual e iniciación en asuntos más ocultos y simbólicos, y además se erige como mediador entre lo manifiesto y lo más reservado, presentándonos un poemario que por su singularidad y belleza roza lo extravagante y lo complejo, debido a las variadas lecturas o tiradas de cartas-poemas que puede ofrecer al lector.

            Este libro de poesía social y metafísica, lleno de sentidos recónditos y resonancias vehiculares que rezuma múltiples paralelismos con la cábala, busca un crecimiento espiritual, la revelación, la iluminación, conocer la realidad más profunda del alma humana. La exégesis que sustenta el libro, de acuerdo con el “Zohar”, también puede interpretarse de cuatro maneras, desde la Peshat (interpretación directa del contenido), Remez (significado alegórico), Derash (comparación con otras palabras o textos) y Sod (significado secreto y esotérico). O sea, tiene cuatro lecturas: la literal, la simbólica, la comparativa y la oculta. Está presentado como un libro sagrado y en algún sentido talmúdico, por tanto, escrito por revelación, en apariencia, aquí es donde entra el personaje y su puesta en escena con la que tanto disfruta el juego sutil del erudito. Antonio Enrique actúa en este libro como un teósofo que interpreta, como un ser que escribe para erigirse en la voz de todas las conciencias y, por tanto, también en maestro de ceremonias y en nigromante mayor o en genio agazapado tras su lámpara.

            La ideología de un escritor es su propia obra completa, pero en este caso concreto, podría decirse que es la obra más ideologizada de su cosecha. La voz del poeta, que escribe en primera persona pero que pretende serlo de la humanidad entera, se hace testimonio del juicio final, asume el papel de testigo presencial para levantar un acta lírica de todos los “Condenado(s) a la pena capital/ de nunca haber vivido” –reza en la pag 43. Entrar en el libro es penetrar en el abismo más atroz del siglo XX. Sobre tu cabeza, como una guillotina, se desploma un letrero que dice “Arbeit Macht Frei”, que resuena como aquel mantra de “la letra con sangre entra”. Los poemas de este libro, como trenes, conducen al lector por la vía de los versos a modo de un deportado que ha sido marcado como una res dispuesta para el sacrificio.

            No es un libro más de poesía, no es un libro para leer con prisas y a la ligera. En “La palabra muda” la numerología es otra mística, un ingrediente más a tener en cuenta. Hace el número 22 de sus libros de poesía. Contiene 22 poemas-esferas, como las veintidós letras del alfabeto hebreo, los 22 arcanos del Tarot o los veintidós capítulos del apocalipsis. El 22 es el número de la lucha y la fuerza que guía por el bien común, es un número maestro que tiene la luz espiritual para transformar el mundo, que “expresa la evolución del hombre”, su pasado y su destino. Es un número ambicioso que “vuelve realidad los sueños imposibles”. Pero el libro también está bajo la protección del 23, que pertenece a los cabalísticos, es un número místico, relacionado con los cambios, el movimiento y la libertad. El título, “La palabra muda”, que hace de alguna manera referencia al Tetragrámaton, tiene 3 palabras, y también 13 letras. Maimónides sintetizó en 13 principios de fe lo esencial del judaísmo. El 3 es un número espiritualmente perfecto y está presente en todos los libros sagrados. El número 13 es un número sagrado que hace referencia a un renacimiento tras la muerte, a una transformación, a una nueva existencia (quizá sea esta la intención última que persigue el autor después de que se lea su obra ininterrumpidamente, como si fuera una peregrinación por el desierto). Pero también aparecen el 7, el 6, el 420.875… Y curiosamente hay quienes buscan coincidencias interesadas, y así unen dos fechas que bailan sus números, la expulsión de los sefardíes en 1492 y la solución final en 1942, “anacrónicamente y desenfocadamente se comparan… Querer ver aquí, como quieren muchos, un precedente del Holocausto es desenfocar, tergiversar y, confundir totalmente ambos problemas” –dice Pedro Insua, sin dejar de manifestar que en Europa (Francia, Alemania, Inglaterra…) ha habido también expulsiones de los judíos, y más crueles que en España y, sin embargo, nadie se acuerda de ellas ni se buscan equivalencias similares, quizá porque se siguen buscando relaciones negrolegendarias contra España, aunque sea de manera inconsciente.

El índice, intencionadamente desnudo, también se hace partícipe del juego-ritual hermético que tiene el libro (para ser leído con los ojos cerrados), muestra solo “La palabra muda”, sin más referencias a las que atenerse, quizá para conseguir el efecto del caminante que se hace camino al leer, quizá buscando un paralelismo con la incertidumbre de las vías que llevaban a Auswitzch, salvo por la “Nota a la edición” que le añade más suspense al trayecto iniciático. Sus 22 poemas actúan como si fueran un retablo barroco, a lo Valdés Leal, retablo que retuerce sus palabras-tallas, sus sonidos, sus significados, su dorada madera lírica para cumplir una función catequética. Son arcanos de un tarot literario que se comunican con el lector a través de un lenguaje oculto y esotérico, a través de la magia de la metonimia y la transmigración. El libro es un campo de concentración de versos y emociones, una tragedia que huele a holocausto, a carne quemada y a trenzas húmedas, a estética barroca (casi de calavera), pero que conduce a la luz, ya que deja un resquicio al optimismo y la esperanza, como no podía ser de otra manera en un libro tan místico. Entrar en él, en La palabra muda, es como penetrar en Austwichz reconstruido con palabras, palabras que se vuelven cámaras de gas o trenes que nos llevan al horror, pero también a la gloria. Su escritura pretende dar voz y homenajear a los más de un millón de judíos asesinados en ese campo de exterminio y por extensión a todo el Holocausto, como paradigma. Pero el libro no se queda ahí, y esa es precisamente la gran estratagema-juego que el autor hace para elevar el resultado lírico a un rango superior de percepción, de significación. El autor ha sido atrapado en un túnel espaciotemporal y a la vez en un estado de con(s)ciencia superior, según el juego trazado. El libro funciona como un tarot lírico, como una ruta cabalística que transita de lo semítico a lo semiótico en un centelleo donde se entremezclan literalidad y hermetismo. Onírico y casi surrealista a veces, podemos leer en él: “Cristo en una cruz torcida,/ la cruz doblada y rota/ de la esvástica”. O “Medio kilo de ceniza/ en media hora era/ todo lo preciso/ para achicharrar el alma”-versos que resuenan como un clamor contra el genocidio y la crueldad del hombre.

            En su texto se respira la influencia de nuestros clásicos como San Juan de la Cruz, Jorque Manrique… La música del libro suena a réquiem, a toque de campana que llama a funeral, a cuerpo cayendo en una zanja chocando uno contra otro, desnudos. “El réquiem del mundo/ es una fosa común” –revela en la página 24.

Las tres últimas palabras de los tres últimos poemas son: perdón, paz y cisne, respectivamente. Y funcionan como una tríada cuyo simbolismo busca la iluminación, la purificación y la metamorfosis del corazón humano, la salvación, en definitiva. “La palabra muda” busca la metafísica de la plenitud, un camino hacia la sabiduría y el poder de la luz, alcanzar la paz y hacer justicia, y de forma entrelazada en ese trayecto interactuar con la tradición y la historia. Libro pues alegórico, lleno de simbolismos, profético, claustrofóbico y tenebroso por el horror que encierra, casi epitafio o panegírico de una época no tan lejana, “de un tiempo otro” donde se produce una simbiosis por ósmosis entre autor-lenguaje-Auswitzch-Humanidad-Cábala-Tarot-religión-etcétera, ética y conciencia, entre los distintos pliegues del texto... Libro que oprime como un campo de exterminio y rezuma resignación por la impotencia que contiene, como la hora misma de la expiración, pero que salva por la puerta abierta que deja al amor como única fuerza divina capaz de transformar el mundo y cambiar el destino. Eso es precisamente lo que ha conseguido el autor con este libro, vivir un proceso de individuación que profundiza en los temas y saberes universales. No es un poemario más, es iconográficamente cartomántico, un libro esotérico colmado de sabiduría oculta, un libro iniciático que funciona como una mancia, una gran alegoría del “árbol de la vida”. 22 poemas arcanos listos para ser barajados como una gran cabellera de arquetipos, ahí radica el otro gran juego creador, en hacer del poemario un camino espiritual que, como la Cábala, explique la vida, o una especie de tarot lírico abierto al conocimiento y crecimiento personal, además.


Opiniones de un lector

Custodio Tejada

Octubre de 2019




Nº 489 GRANADA COSTA. 21/10/2019. Pags. 38 y 39


LA PALABRA MUDA de Antonio Enrique. Ediciones El Gallo de Oro. 57 páginas y 22 poemas-triunfos más 1. Una Nota a la edición aclaratoria y un poema-epílogo final. Dos citas guardan la entrada, como dos esfinges antes de llegar a la sala hipóstila, una de Félix Grande y la otra de Carlos Aurtenetxe, que vinculan e intertextualizan, abrochan y abrazan. Como colofón se nos manifiesta que “Se terminó de imprimir en Kadmosel 19 de enero de 2018, 65 aniversario del autor”. Algunas hojas de cortesía en negro actúan a modo de paréntesis o telón, quizá hasta de premonición, cuatro páginas al comienzo y cuatro para cerrar el libro, como un sudario que cubre una fosa común. Una especie de Tarot lírico cuyo significado primero, el Holocausto, es transcendido o acompañado por lo esotérico y lo cabalístico. No es “La palabra muda” de Jacques Ranciere, sino la de Antonio Enrique, la que nos ocupa. Un libro iconográfico, casi santuario. El propio autor recomienda que sea leído de un tirón, sin interrupciones, quizá porque así su lectura se convierte en una especie de viaje a Auschwitz, reparador y claustrofóbico al mismo tiempo. “La palabra muda” no es una vía muerta que acaba en el desastre, sino una vía salvífica que conduce a la liberación del amor y el recuerdo, hacia el homenaje.





jueves, 19 de septiembre de 2019

HERIDO LEVE de Eloy Tizón

Opiniones de un lector

HERIDO LEVE de Eloy Tizón. Por Custodio Tejada


HERIDO LEVE - Treinta años de memoria lectora, de Eloy Tizón. Editorial Páginas de Espuma. Ilustrador Iker Ayestarán. Editor Juan Casamayor. Una portada con aspecto de cómic que nos recuerda el mundo de los detectives. Mucho más que un ensayo, “una autobiografía intelectual”. 651 páginas, con un prefacio, ocho partes y 114 escenas caleidoscópico-lectoras (que se convierten en un laberinto de espejos por la intertextualidad en estampida que encierra cada una), un agradezco final, referencias bibliográficas, nombres y obras. El libro está dedicado a sus padres, con todo lo que eso supone de conexión umbilical. Aunque en las lecturas de Eloy Tizón no hay paridad, según el rastro de nombres que surcan sus páginas, una gran cantidad de mujeres escritoras compiten en igualdad de méritos con los hombres y dejan constancia de las influencias del autor. “La lectura como arte”. Cuando cierras las páginas de Herido leve consigues que la memoria quede “prendida como polvo de mariposa entre los dedos de un lector conmovido”.


HERIDO LEVE - Treinta años de memoria lectora, de Eloy Tizón. Editorial Páginas de Espuma. Ilustrador Iker Ayestarán. Editor Juan Casamayor. Una portada con aspecto de cómic que nos recuerda el mundo de los detectives. Mucho más que un ensayo, “una autobiografía intelectual”. 651 páginas, con un prefacio, ocho partes y 114 escenas caleidoscópico-lectoras (que se convierten en un laberinto de espejos por la intertextualidad en estampida que encierra cada una), un agradezco final, referencias bibliográficas, nombres y obras. El libro está dedicado a sus padres, con todo lo que eso supone de conexión umbilical. Aunque en las lecturas de Eloy Tizón no hay paridad, según el rastro de nombres que surcan sus páginas, una gran cantidad de mujeres escritoras compiten en igualdad de méritos con los hombres y dejan constancia de las influencias del autor. “La lectura como arte”. Cuando cierras las páginas de Herido leve consigues que la memoria quede “prendida como polvo de mariposa entre los dedos de un lector conmovido”.

Un lector es más peligroso si está herido, especialmente letraherido. Pero conste que a nadie le gustaría estar enfermo de literatosis (que diría Juan Carlos Onetti) y mucho menos morir por ello. Si “la primera frase de un libro es su cubierta”, ésta de Iker Ayestarán, la de Herido leve, es un gran poema visual que está a la altura del texto que nos aguarda dentro, una lluvia de letras que hacen del lector una especie de superhéroe con paraguas, gabardina y bufanda entregado al poder “inútil” que da la lectura. Su autor, Eloy Tizón, uno de los grandes de nuestra prosa actual que escribe para permanecer en las estanterías más asequibles, amante de la literatura, es un escritor de casta que escribe con maestría, elegancia, generosidad y señorío. Cerca de la playa y debajo del agua, sobre el fondo de arena, una red de sol atrapa el vaivén de las olas y el jugueteo de los peces, quien bucee un poquito sabrá la imagen metáfora que proyectan estas páginas en la mente de los lectores. Si “La literatura es una cadena de entusiasmos (que) se transmite por contagio de una generación a la siguiente”, cuando uno da su opinión siempre tiene miedo a “equivocar(se) o a quedar en ridículo”, aunque siempre consuela que “la literatura es ese lugar extraño en el que la luz puede estar apagada y encendida al mismo tiempo”.

            Nos recuerda el mastodóntico Harold Bloom que “El estudio de la literatura, por mucho que alguien lo dirija, no salvará a nadie ni mejorará a la sociedad” o “Leer al servicio de cualquier ideología, a mi juicio, es lo mismo que no leer nada… Leer a fondo el canon no nos hará mejores o peores personas, ciudadanos más útiles o dañinos”. Italo Calvino nos advierte que “un clásico es un libro que nunca termina de decir lo que tiene que decir”, siempre lo leemos como si fuera la primera vez, idea que aquí viene como anillo al dedo. Dice Carlos Gamerro: “Si el canon literario es una barca que conduce a las tierras de la inmortalidad, no hay lugar para todos en ella: los más fuertes echan a los más débiles por la borda.” Olalla Castro afirma que “En realidad, todo texto es intertexto de muchos otros, ya que todo proceso de escritura se sirve de un lenguaje entrecruzado desde siempre por la alteridad” o “La intertextualidad es siempre un intento por parte del autor o la autora de elaborar una genealogía, de sacar una foto de familia...” Y si para Bloom los que hacen el canon son los otros escritores, quizá sea desde estos presupuestos de donde parte Eloy Tizón, como una especie de Giorgio Vasari, para guiarnos por su río de lecturas y preferencias críticas. Y es que “El modo en que varía el canon de la literatura, en que cambia la percepción de los autores, es una lección de humildad” –sentencia el propio Tizón.

            Podemos leer en El cultural del día 15-03-2019 que “Autor de culto para los amantes del cuento en español, Eloy Tizón es también un lector atento y un crítico certero, entusiasta y sabio”. Antonio Lucas en El mundo nos apunta que “Este repertorio de reseñas o ensayos portátiles, tan bien armado para esta edición, da cuerpo a un libro extraordinario” o “un turbador magnetismo se aúpa en este libro, porque la ansiedad de quedarse en él es fuerte”, “Su músculo crítico no pretende hacer palanca en la jurisdicción de Connolly, de Elliot, de Borges, de Bloom, de Auden, de Brodsky, de Pound”. Ricardo Lladosa ha dicho de Herido leve (en Zenda, XL Semanal) que “el libro es un gigantesco mapa, donde cada lector puede escoger ir hacia el norte o hacia el sur… El mapa de Tizón es, por ello, una cartografía del infinito que abarca ingentes regiones, todas ellas en proceso de cambio”, “su singladura lo lleva de la literatura española a la europea, de la estadounidense a la latinoamericana, con incursiones en la narrativa africana o japonesa”. Mónica Crespo nos alumbra que “La escritura de Eloy Tizón es vibrante y caleidoscópica, llena de música y de referencias sinfónicas… Escribe con palabras dúctiles, palpables, que te acarician o arañan…”. Pedro Pujante (en Culturamas.es) sigue aclarándonos que “No existe más acertada autobiografía intelectual de un escritor que un catálogo de sus lecturas, recorrer su biblioteca (anotada y comentada) y descubrir su filias literarias… no hay mejor forma de acceder al corazón de la literatura que a través de un lector omnímodo como Eloy Tizón”, un autor que “escribe con gracia, dotando al ensayo literario una densidad que oscila entre la objetividad comedida y la subjetiva mirada del lector”. El propio editor Juan Casamayor también nos anunció en su momento que “El cuentista, incluso el novelista que es Eloy Tizón, le debe casi todo al lector que ha sido y que es. Quizá lo que somos se lo debamos en parte a lo que leemos. Este libro resulta de vivir la lectura como pasión.” Incluso en la contraportada se nos interpela con una retahíla de interrogantes: “¿Cómo lee un escritor? ¿En qué aspectos se fija? ¿A qué abismos se asoma? ¿De qué manera las ficciones atrapan y modifican nuestra mirada? Todas esas cuestiones, y muchas otras, comparecen en este ensayo literario… -Diamante corta Diamante-”

            Herido leve, con todo su poder ventrílocuo, habla de autores, traductores, de lectores, de críticos, de tirios y troyanos. Es un paseo-odisea por la Teoría de la literatura y por la Literatura comparada en un mismo sorbo de té, no desde un planteamiento académico sino tizoniano, sin un afán didáctico, más bien como una confesión terapéutica. Eloy Tizón, batuta en mano, dirige su canon desde una musicalidad sinestésica atiborrada de vasos comunicantes. El ensayo-libro es, ante todo, un viaje, un viaje por obras y por autores, de “salidas iniciáticas a tumba abierta”, pero también por el cine, el arte, la música, la pintura, la época y la historia (“El paso de las palabras es el paso del tiempo” –dice en la página 74), por lugares y geografías, por ideas… es un viaje a través de sí mismo, o sea, a través del propio Eloy Tizón, y por añadidura dialógica, a través de nosotros sus lectores, que con efecto boomerang, consigue llevarnos a su canon particular que se convierte en una especie de medida de todas las artes, en una confluencia de todas las opiniones válidas formando un coro existencial y polifónico. Un estado de ánimo lector que recorre el libro para conseguir que “al término del viaje desemboquemos en una verdad posible o incluso en la verdad total”.

            El libro está dedicado a sus padres, con todo lo que eso supone de conexión umbilical, convirtiendo “Herido leve” en la mejor metáfora de una célula madre universal y literaria, esa que lo redime y lo protege y lo une a su yo más íntimo, a su origen, pero también a su destino: La literatura, su otra madre. Este libro está lleno de instantes, de consejos, de detalles, de reflexiones, de intrahistoria lectora… En la página 167 nos indica, por ejemplo, la manera metaliteraria y metalectora de afrontar una opinión-una elección: “La primera frase de un libro es su cubierta. Las historias comienzan –y terminan- por la imagen. Uno empieza a leer el libro mucho antes de abrirlo, de pie en la librería…”

            Eloy Tizón, como un pintor impresionista no solo habla de libros, con unos cuantos renglones-pinceladas nos retrata la época y el contexto de quien lo escribió. Son muchos los “puntos de referencia y cartas de navegación con que orientarse”. Eloy Tizón nos muestra un camino que no tiene por qué ser el nuestro, ya que cada lector se hace camino al leer…, pero ayuda a interpretar el globo-terráqueo-lector de la literatura y del pensamiento. Nos desvela las líneas de fuerza de muchos autores, nos da las claves para profundizar en sus laberintos, nos habla de recursos literarios y méritos, de sobrevaloraciones y justicias literarias más allá de las épocas, de los aplausos y los silencios, del presente pomposo y del futuro que juega malas pasadas a obras y autores, en definitiva, nos arroja luz a través de una prosa única que no desmerece (sino que se iguala) si la comparamos con el mapa de nombres que nos propone su red-canon.

            Eloy Tizón, a la vez que esboza su opinión va más allá de la literatura, adereza el texto con instantes biográficos que le dan un ritmo más intenso y ameno si cabe, y que nos recuerdan los vericuetos y las anécdotas que le llevaron a otros autores y sus libros, hermosa conjunción que le sirve de guarnición a su apetito gourmet, en la que se entrecruzan otras realidades paralelas en un ritmo dialógico e intertextual, vital y literario como cuando ojea “un ejemplar de segunda mano El bosque de la noche de Djuna Barnes y su dedicatoria” –p. 40. Eloy Tizón no teme mojarse, ni tampoco le importa jugar a ser profeta o notario, al anunciar la importancia de muchos autores y obras o constatar en numerosas ocasiones el saqueo (a veces para bien y otras no tanto) que el cine o la TV han hecho de la literatura. Aquí el Eloy lector y el Eloy cinéfilo se dan la mano y caminan juntos por la misma herida que escribe.

            Herido leve nos pone de relieve la importancia (muchas veces delicada) de los vasos comunicantes y los paralelismos que abundan en la literatura de una manera transversal. Así, la pluma de Eloy Tizón, como una piedra que salta por la superficie del agua, nos lleva de Anna de Chéjov a Molly Bloom de Joyce o a Clarisa Dalloway de Woolf, las tres hijas Bursanov de Gerhardie “como muchachas de Balthus o como las tres hermanas de Chéjov, o entre Dostoievsky-Nabokov-Kundera que los enfrenta en un solo renglón, como también a Platónov y Sartre, o Tsvietáieva-Dickinson, Jean B de Patrick Modiano con El Extranjero de Camús y El chino del dolor de Peter Handke. O cuando compara a Edgar Allan Poe con Henry Jamaes y con Antón Chéjov en “la hazaña del relato moderno”, Paul Theroux-Ernest Hemingway, W.G. Sebald - Claudio Magris - Peter Handke - Cees Nooteboom y las crónicas viajeras… porque “aquí lo que importa es la mirada”. Un mundo de intertextualidades e interrelaciones lectoras en un desdoble permanente de secuencias fractales. Ya que “De este modo ibas entendiendo que tener cultura no consistía en acumular información enciclopédica, nada de eso, sino en afilar tu capacidad para establecer conexiones entre dos puntas distantes” –confiesa en la página 28.

            Las palabras nos demuestran que los umbrales son distintos para cada lector y para cada escritor. La lucidez de Eloy Tizón parece inagotable, máxima tras máxima, renglones tras renglones convertidos en aforismos brillantes que consiguen entretejer un texto cuyo tino no parece tener fin y que echas de menos en cuanto lo acabas, hasta que se vaporiza en ese vaho lector que impregna cada una de sus páginas y nuestro pensamiento. Un lector, como es lógico, tiene lecturas diversas que lo llevan y lo traen de su zona de confort a su zona de riesgo. Así, Eloy Tizón ha ido de lecturas “incómodas, perturbadoras” a otras “agobiantes y enfebrecidas” pasando por “lecturas absorventes y plenas”, difíciles, estremecidas, apasionantes, “inteligentes y decantadas” … y nosotros con él de la mano.

            Afirma Eloy Tizón en la página 190 que “Ser un clásico significa algo distinto que ser académico. Clásico es aquel artista que sigue empeñado en importunarnos, espolearnos, invadir nuestra intimidad y colonizar desde la tumba nuestros sueños hasta que logra imponerse y corregir nuestra mirada”, y hacia ese territorio camina Eloy Tizón. Si no lo es ya está cerca de convertirse en un clásico vivo, y para comprobarlo sólo tenemos que asomarnos a Herido leve o al resto de sus libros (Técnicas de iluminación, Velocidad de los jardines, La voz cantante, Seda salvaje, Parpadeos…). Una labor, la suya, que demuestra que es un escritor tocado por la magia inagotable de la literatura. Con pinceladas de historiador, de biógrafo, de cinéfilo, de crítico, de testigo lector… así va tejiendo la “naturaleza viva” de Herido leve.
“Entiendo por relato moderno aquel en que el texto no solo cuenta, sino que también se cuenta. No solo muestra, sino que también se muestra…” –revela en la página 456. Mientras nos expone sus lecturas él mismo se cuenta, mezclando notas biográficas de los autores con su propia biografía hasta hacer un tapiz existencial que va más allá de la mera enumeración (como cuando nos cuenta la forma en que se enteró de la muerte de Cortázar –p.88). Son muchos los párrafos en los que Eloy se autorretrata hasta hacerse una radiografía no solo literaria (cosa que se agradece en un tiempo tan propicio a la autocensura como éste), como cuando opina sobre “la lógica militar”, o cuando lo hace sobre Lenin-Stalin-canibalismo-La Perestroika y sus nostálgicos, el nazismo, Vietnam, o sobre África y el Apartheid…, por poner algunos ejemplos.

La lectura no nos hace mejores ni nos redime, por supuesto, y máxime cuando sabemos que “Stalin leía libros. Muchos. Igual que Hitler o Pinochet y que otros tiranos” –p. 287. Pero sí, la lectura es subversiva y por ello se han quemado bibliotecas a lo largo de la historia en un intento por controlar el pensamiento humano (desde Almanzor pasando por Alejandría hasta nuestros días, con los incendios y cortafuegos más virtuales de internet), ese es el gran poder de la lectura, que es capaz de cambiarnos, por eso hay quienes temen tanto a los libros que están dispuestos a prohibirlos o esconderlos. Herido leve nos demuestra que la herida de la literatura sí puede ser mortal, propiciatoria, revolucionaria, liberadora… casi una inmolación personal que todo escritor-lector vive en algún momento de su existencia, como “El acomodador” que busca y sigue la luz, la luz comensal de la palabra.

            A estas alturas que más se puede decir de este libro, que Herido leve está lleno de “ternura herida” y “de conciencia herida”, que es un libro nutriente que regenera, un libro útero que nos atrapa en su líquido amniótico y nos contiene como seres humanos y como lectores. Un libro que hace de la reencarnación lectora un hogar y un refugio, ya que “la literatura nos convierte en otros. Todos tenemos la necesidad de ser otros, bien sea leyendo o escribiendo o ambas cosas” –afirma en la página 75. El mérito de Eloy Tizón en Herido leve (un autor, cuya prosa es capaz de provocarnos un “segundo nacimiento” “esquivando el riesgo del narcisismo”) radica en que hablando de la “estatura literaria” de los grandes él mismo consigue hacerse otro gigante más, a la misma altura de la memoria lectora que propone. Y es que para bien o para mal, pero siempre por suerte “el tiempo también lee, y nos lee, a favor o en contra”. Herido leve: Un libro referente, de atril y mesita de noche, para tener siempre a mano como un vademécum o un libro de horas.


Custodio Tejada

Opiniones de un lector

Septiembre 2019


Nº 487 GRANADA COSTA. 31/08/2019. Pgs. 38 y 39





miércoles, 12 de junio de 2019

LOS OJOS DESEADOS de José Antonio Sáez

Opiniones de un lector

LOS OJOS DESEADOS DE José Antonio Sáez.


LOS OJOS DESEADOS de José Antonio Sáez. Editorial Alhulia. Colección Crisálida de prosa poética. Un subtítulo bastante rococó en el interior: “Jardín de muy preciosas perlas”. Un preámbulo, 76 perlas y 91 páginas. Dedicado a su familia y a Dios, porque nuestro poeta es creyente, cada perla tiene de 8 a 15 renglones aproximadamente. En el colofón se nos informa que “se acabó de imprimir el 23 de abril de 2019 en los talleres de Quares. Laus Deo”. Y para ambientar nuestra lectura os dejo como aperitivo una cita de la página 87: “Descálzate, porque la tierra que pisas es sagrada”.




LOS OJOS DESEADOS de José Antonio Sáez. Editorial Alhulia. Colección Crisálida de prosa poética. Un subtítulo bastante rococó en el interior: “Jardín de muy preciosas perlas”. Un preámbulo, 76 perlas y 91 páginas. Dedicado a su familia y a Dios, porque nuestro poeta es creyente, cada perla tiene de 8 a 15 renglones aproximadamente. En el colofón se nos informa que “se acabó de imprimir el 23 de abril de 2019 en los talleres de Quares. Laus Deo”. Y para ambientar nuestra lectura os dejo como aperitivo una cita de la página 87: “Descálzate, porque la tierra que pisas es sagrada”.

El aprendizaje del hombre es autodidacta por necesidad y por naturaleza, brota de la capacidad de percepción e introspección que tiene el ser humano, pero también tiende a regular y compartir ese saber de una forma académica. Lo mismo pasa con la fe, es una experiencia íntima e intransferible que encuentra su razón de ser cuando se vive en comunidad, como la lectura. Por lo que fe y lectura tienen una parte racional y constatable y otra que no lo es tanto, sino que tiene que ver más con la intuición y la confianza en las emociones de cada cual. Así pues, en este mundo tan académico en el que vivimos ser autodidacta no está bien visto. Pero lo importante es que cada mañana amanece un nuevo día digno de veneración que es capaz de refundar el mundo, y eso es lo más sagrado que tiene la vida, que podemos convertirnos en un sagrario de instantes únicos y absolutos donde la gracia divina se reparte sin miramientos. Dice San Agustín que “el hombre no reza para dar a Dios una orientación, sino para orientarse debidamente a sí mismo.”

            Por quienes opinan de nuestros libros o quienes nos hacen un vacío, a veces, podemos averiguar si somos francotiradores solitarios, de los otros, o miembros de alguna tribu literaria a quien debemos cuidar con esmerada pleitesía. Muchas son las opiniones que se han vertido ya sobre “Los ojos deseados” y aquí quiero reflejar unas cuantas que me parecen complementarias, pertinentes y lúcidas. Dice Ángel Olgoso: “Los ojos deseados me ha parecido un librito subyugante… Porque es cierto que se experimenta una especie de embriaguez deleitosa, de ascenso místico.” Emilio Ballesteros también opina: “prosa poética de una delicadeza poco común, inspirados en místicos tanto cristianos… como sufíes islámicos”. O “Leer sus textos, de un lirismo intimista y recogido, pero que mira la realidad cotidiana con ternura y simpatía, nos permite acercarnos a los rincones más preciados de nuestro propio corazón”. Miguel Argaya continúa con los merecidos halagos y reconocimientos: “Fantástica lección de prosa meditativa con la justa carga poética… Es un libro que me habría gustado escribir y que me ha gustado leer.”  El prolífico Fernando de Villena añade: “En Los ojos deseados hallamos toda la belleza y sensorialidad que caracterizan al lenguaje místico y en consecuencia todos los recursos que le son propios: antítesis, paradojas, paralelismos, símiles, metáforas, subjuntivos verbales…” Mauricio Gil Cano en Diario de Jerez dice: “Hay libros que son un regalo espiritual, cuyas palabras acarician el alma del lector y lo elevan a esferas de música armoniosa… Es el caso de Los ojos deseados.” En diario Córdoba Pedro M. Domene agudiza el oído para decir: “Una sucesión de textos breves… que semánticamente otorgan a su prosa la búsqueda de una cadencia a través de calculadas pausas y una equilibrada distribución del ritmo lector.” Nos confiesa Efi Cubero que “Es un libro de amor donde regresa el tiempo del asombro en el murmullo fresco, en el desnudamiento y la pureza, en lo incorpóreo de la transparencia. Libro profundo de un poeta que escarba en su interior y nos llega en su verso destilado.” Y para concluir una referencia antigua de Remedios Sánchez: “Posee el poeta José Antonio Sáez una de las voces más definidas de la poesía andaluza actual.”

            Parafraseando al autor: “Sobra la vanidad y sobran todas las humanas ataduras cuando corres al encuentro” de José Antonio Sáez y Los ojos deseados. Para penetrar en estas páginas de prosa poética “debes ir con la inocencia y la ingenuidad del niño que se deja llevar por la mano” del poeta transcendido aquí en un ser místico. También podría decir que los renglones de Los ojos deseados “más que descifrar yo su código, fueron ellos quienes se me revelaron” –como nos confiesa el autor en la página 39 Perla 27. El poeta se hace “cognoscible” en nosotros, sus lectores. “Esperaba escuchar la melodía de tu voz y que tus palabras fueran vida de mi vida; mas luego entendí que tú no hablas, sino que te revelas a quien eliges” –desvela José Antonio Sáez en la página 40 Perla 28.

La sinopsis, en la contraportada del libro, nos aclara que “Los ojos deseados son aquellos sin los que no es posible vivir y que persigue el enamorado… Los ojos de la sabiduría interior, esa que aporta lucidez al conocimiento y lo aproxima a la transcendencia, a lo sagrado, sin llegar a alcanzarlo”. El propio autor lo recomienda así: “prosas líricas de místico aliento (que guardan) muchos instantes de feliz y gozosa lectura”. La portada no dice mucho salvo si entendemos su abstracción como una visualización cósmica del lenguaje simbólico que nos espera dentro.

Una dedicatoria a su sagrada familia, como arco de triunfo en la entrada, nos da la bienvenida. Después dos citas, una de Jalal Al-Din Muhammad Rumi: “Transforma tu cuerpo entero/en visión, hazte mirada”, y otra de San Juan de la Cruz (Cántico Espiritual) donde aparece por primera vez una referencia al título “Los ojos deseados”. Dos místicos para intertextualizar su prosa poética y nuestra lectura, y para dejar claro desde el principio el territorio sagrado que pisamos. El autor, en su preámbulo, pareciera que subido en una Torre de Babel se desgañita para hacerse entender sin resultados satisfactorios, pero nada más lejos de la realidad, ya que luego sus 76 perlas muestran, como 76 cuentas de un rosario, los misterios sagrados de un corazón que late, el suyo propio. “No consigo hacerme entender por más que me esfuerce. Pareciera que hubiésemos adoptado lenguas distintas o que hayamos confundido las lenguas” –dice en la página 11, y que ya te predispone para que cambies el chip y empieces a percibir la sutil alegoría, la delicada perla metaliteraria.

José Antonio Sáez, como un “jinete que cabalga en la luz hasta difuminarse en lo etéreo” (pág 18), ubicado “en los límites del lenguaje” (pág 16) y como “destinatario de la revelación” (pág 13) teje esta “urdimbre” de perlas para compartir consigo mismo y con sus lectores una experiencia, una vida, una sabiduría que levita y la lucidez de su límpida escritura que suena con una musicalidad exquisita. Y es que estos párrafos, como si fueran un Via Crucis, nos llevan estación tras estación hasta la luz salvífica. “Caído a tierra, recibirá la sacudida” –revela en la página 14 Perla 2. Es por tanto Los ojos deseados un camino, una vía de salvación, mística y lírica al mismo tiempo.

El poeta, como Moisés, también nos guía por el desierto de los significados y los paralelismos. “Ya ves que la lengua se me traba, que tartamudeo y apenas puedo balbucir la luz de tus palabras” –dice en la página 35 Perla 23, pero, aun así, el poeta se pone al servicio de la poesía y conduce al pueblo elegido (los lectores) desde sus perlas hacia la luz. Los sentidos están a flor de piel y nos acompañan durante todo el recorrido, y las sinestesias sensoriales y semánticas se convierten en agujeros de gusano, renglones que son vasos comunicantes entre significantes y significados.

Qué es lo que hacemos los poetas sino reescribir el mundo constantemente, reiterar lo ya escrito diciéndolo de otro modo, en oleajes de nuevas espumas, de nuevos reflejos. La intertextualidad del libro es fundamental para su comprensión. Teresa de Jesús, San Juan de la Cruz, Muhammad Rumi, el Cantar de los Cantares, la Biblia… Algunas perlas comienzan con una referencia a los Evangelios página 78 Perla 66 (“Mirarán al que atravesaron” –Jn 19,31), o algún verso de Luis de Góngora (“Vendado que me has vendido”) –quizá porque como aquél., aquí el autor también juega con las palabras y quizá porque quiere homenajear y advertir cierto paralelismo de lo que él hace con lo que Góngora significó para la amplitud cognitiva de nuestra lengua-, o bien terminan con unos versos de San Juan de la Cruz como la Perla 51 página 63 y que nuevamente coincide con el título: “Los ojos deseados que porto en mis entrañas”.

Libro lleno de recursos literarios y creatividad desbordante. “La ausencia de presencia es el vacío” –nos dice en la página 72. El poeta se crucifica para salvar a sus lectores. Cargando con su cruz “nos redime del lodazal del mundo” –reza en la página 67. O “Dame de beber hiel mezclada en vinagre. Atraviesa con tu lanza mi costado. Coróname de espinas y laurel” –ordena en la página 54. Palabras que parecen vasos mágicos, poeta y poesía, amor y fe, Dios y creyente, esposo y esposa, “amado con amada,/ amada en el amado transformada” que diría San Juan de la Cruz. Y justo ahí, igual que hace el Cantar de los Cantares, sucede la alegoría, otra gran metonimia. “Pues los dos (son) uno en el férreo espacio en que (se) anudan (sus) brazos poderosos… batiéndose juntos” –concluye en la página 88 Perla 76.

El escritor persigue la sabiduría a través de la escritura. “Ah, este conocer que quema mi lengua y mis entrañas… ¿Cómo hacer expedita su salida si me abrasa por dentro?” –interpela en la página 18 Perla 6. Y es ella, “la Literatura”, la que nos elige, no nosotros a ella. “Te preguntarás que por qué tú: el más feble, el más débil… y no hallarás respuesta” –lees en la página 19. El autor pareciera dirigirse en muchas ocasiones a su relación con la literatura, la amada y esposa, y por extensión, a los lectores nos hace iglesia de su metonimia, celebrando así una boda lingüística. Si en la exégesis del “Cantar de los Cantares” se canta la relación mística de Dios con su pueblo, en Los ojos deseados aparte de la literalidad espiritual también nos encontramos otro paralelismo, donde, cual otro Salomón u otro San Juan de la Cruz, éste, José Antonio Sáez nos convierte a los lectores en un pueblo elegido unidos a él, y la Literatura hace el papel de esposa. Los ojos deseados son los ojos que han visto la luz, y la luz que buscan estos versos es “la sabiduría de lo revelado”, la unión con la amada, la Poesía, una mística metaliteraria que utiliza al poeta como si fuera un “perrillo faldero”. Porque eso es el conjunto, una poética que abrocha una trayectoria, la de José Antonio Sáez, un poeta “que vive entregado a la soledad y a la voz del espíritu” –confiesa en la página 21. Porque su “única locura es por Aquél de quien and(a) en amor”, el Poema, que se hace creencia y sacrificio. “Escribiré sólo de lo que me inspire Aquél de quien ando enamorado” –advierte en la página 22. Las perlas se suceden “una tras otra y otra tras una”, como un collar. El lenguaje es el vínculo divino, la palabra se convierte en pan eucarístico, en acto de amor que redime, en “carne” o “materia amasada en el barro” que ha sido transcendida. El poeta se hace Cristo y el Cristo se hace poeta, ambos unidos por ósmosis en la fe de los “Enamorados”. Porque esa es la misión del escritor poeta, estar agazapado en el escritorio y en la vida “a la espera, siempre aguardando a que se obre el milagro” de la Poesía, de la inspiración y del trabajo. “Digo sólo las palabras que él pone en mis labios” –revela en la página 22 Perla 10.

¿Qué es, entonces, lo que hace nuevo José Antonio Sáez con Los ojos deseados? Escribir como un enamorado de la palabra que ansía inmolarse en su mirada, en un lenguaje secreto, “oculto y deleitoso”, lírico y cognitivo, desnudamente místico, sutilmente metaliterario. Fe y Poesía unidas en su destino. “Ay, avecilla desconsolada, que traes alivio a mi corazón atormentado: ¿acaso no se asemeja tu canto a la voz de Aquél por quien suspiro y muero? –teje en la página 73 en fervorosa simbiosis, en delicada trasnominación y metáfora, de esposo y esposa, como amante-creyente y como escritor, unido en su vaivén semántico al dios amor divino y también humano y al dios amor literario, a Dios y a la Literatura en extasiado trance, al mismo tiempo y con las mismas palabras. Yo Creo.


Custodio Tejada

Opiniones de un lector.

Junio de 2019       
          


LOS OJOS DESEADOS de José Antonio Sáez. Editorial Alhulia. Colección Crisálida de prosa poética. Un subtítulo bastante rococó en el interior: “Jardín de muy preciosas perlas”. Un preámbulo, 76 perlas y 91 páginas. Dedicado a su familia y a Dios, porque nuestro poeta es creyente, cada perla tiene de 8 a 15 renglones aproximadamente. En el colofón se nos informa que “se acabó de imprimir el 23 de abril de 2019 en los talleres de Quares. Laus Deo”. Y para ambientar nuestra lectura os dejo como aperitivo una cita de la página 87: “Descálzate, porque la tierra que pisas es sagrada”.









miércoles, 29 de mayo de 2019

LO QUE CUESTA NACER de Antonio Morillas Jiménez


Opiniones de un lector

LO QUE CUESTA NACER de Antonio Morillas Jiménez.


LO QUE CUESTA NACER de Antonio Morillas Jiménez. Editorial Nazarí (Colección Cadi). Dedicado a su madre “que da vida a cada página de este libro” y a su padre “que se fue demasiado pronto”. 30 capítulos y 364 páginas repartidas en tres partes. La primera, “La siega en el llano”, con diez capítulos y una cita de Adam Zagajewski que abre el conjunto: “En la niñez, algunos árboles susurraban incluso en los días sin viento”; la segunda, “Más allá de los cerros”, con cinco capítulos y otra cita de Héctor Abad Faciolince: “La cronología de la infancia no está hecha de líneas sino de sobresaltos” y la tercera, “El Madrid de mi pasado”, con quince capítulos y otra cita de John Gray que alumbra como candil en una cueva: “La paz y la prosperidad de una generación descansan sobre las injusticias de generaciones anteriores”. Cierra el libro los Agradecimientos y el Índice.




LO QUE CUESTA NACER de Antonio Morillas Jiménez. Editorial Nazarí (Colección Cadi). Dedicado a su madre “que da vida a cada página de este libro” y a su padre “que se fue demasiado pronto”. 30 capítulos y 364 páginas repartidas en tres partes. La primera, “La siega en el llano”, con diez capítulos y una cita de Adam Zagajewski que abre el conjunto: “En la niñez, algunos árboles susurraban incluso en los días sin viento”; la segunda, “Más allá de los cerros”, con cinco capítulos y otra cita de Héctor Abad Faciolince: “La cronología de la infancia no está hecha de líneas sino de sobresaltos” y la tercera, “El Madrid de mi pasado”, con quince capítulos y otra cita de John Gray que alumbra como candil en una cueva: “La paz y la prosperidad de una generación descansan sobre las injusticias de generaciones anteriores”. Cierra el libro los Agradecimientos y el Índice.


            Los libros apilados en algún rincón de la casa demuestran que nuestro tiempo es limitado y que las obligaciones de la vida no se pueden demorar. Y si algo he aprendido como lector es a buscar el momento idóneo para abrir cada libro y darle la suerte intransferible y singular que merece. Los libros son caprichosos y cada uno, como la música, buscan la mejor luz, la hora más propicia y la disposición más oportuna del lector-oyente, y eso exige una paciencia a prueba de prisa y desidia, exige una deferencia lectora en cuerpo y alma. Un libro no es mejor que otro porque esté en esa o aquella editorial o se venda más o menos, porque sea una autoedición o porque reciba o no un premio, porque tenga mejores críticas o esté mejor o peor apadrinado. Lo que cuenta y lo que importa de un libro es que emocione al lector, que lo saque de su zona de confort y le haga ver lo invisible, lo que hay en el otro y dentro de uno mismo, ya sea por ósmosis o por su inversa. Lo que realmente cuenta es que el lector “levite” y le sea útil esa lectura única. Otra cosa será la justicia que haga la literatura en el tiempo, pero eso no depende de nosotros, los simples mortales.

            Dice Luis Rojas Marcos en una entrevista: “Desde la infancia, el miedo moldea nuestras vidas… Poner el miedo en palabras nos permite transformar los temores en pensamientos coherentes y manejables”. El propio Jorge Luis Borges afirma que “El presente no es más que una partícula fugaz del pasado. Estamos hechos de olvido”. Pedro Ugarte también nos alumbra con su particular hacer: “Es una forma clásica de maternidad: todos somos hijos de nuestro tiempo, sí, y también víctimas de él”. Recordamos unas cosas y olvidamos otras, la memoria es siempre una incógnita, porque no se sabe qué mecanismos caprichosos la regulan y la moldean. Curiosa y paradójicamente, en muchas ocasiones, es a través de las pérdidas y las derrotas cómo nos encontramos mejor a nosotros mismos y recuperamos la esencia de nuestro ser en el mundo. Y es la lejanía del horizonte y la distancia la que nos hace valorar con mayor precisión lo que está más cercano, lo que nos aguarda más adentro, justo allí donde el azar del destino nos define con la voz del corazón. Afirma Henry Thoreau que “Haber nacido heredero de una fortuna y nada más, no es nacer sino nacer muerto”, porque la verdadera fortuna no es material, sino la que nos ensancha la mente y enriquece el espíritu, claro está, toda vez que estén cubiertas las necesidades del cuerpo. Y eso es lo que nos ofrece este libro, valores y sentimientos, un testimonio de lucha, una lucha que defiende a capa y a espada las ganas de vivir, de recordar, de no olvidar las raíces y el origen de nuestros ojos y su mirada, para mantener un sagrado vínculo consigo mismo y la intrahistoria familiar, convirtiendo la huella de la memoria en un nuevo mito y en un nuevo logos.

            En la contraportada de “Lo que cuesta nacer” la sinopsis nos advierte que “Antonio recuerda los primeros años de su vida al mismo tiempo que escucha a sus mayores para llenar los huecos de la historia familiar que no conoció. El resultado es una especie de diario…” Ángel Gabilondo dijo en su presentación madrileña que “No es un libro solipsista ni ensimismado… suyo. Al contrario, es un libro que se dirige a nosotros, que nos cuenta, hasta tal punto que lo suyo es nuestro”.

            Antonio Jiménez Morillas en vez de venir al mundo con un pan debajo del brazo nació con un libro que se va haciendo hogaza en las entrañas y que ha tardado casi sesenta años en parir. Ya desde el título: “Lo que cuesta nacer”, el texto predispone al lector para el parto, en su doble vertiente, la de celebración alegre y la del dolor que supone el tránsito, pero también nos habla del precio que todos debemos pagar nada más que por existir. Una fotografía de su infancia le sirve a la portada para ponerle un rostro pillín y angelical, al mismo tiempo, a la voz protagonista de este relato. El título nos invita a plantearnos un proceso vital que deja un sabor a trilogía. No sabemos si continuará o no, pero revolotean en la cabeza del lector las otras dos partes que estarían por venir: Lo que cuesta vivir y Lo que cuesta morir, ya que en alguna medida están implícitas en esta primera.

            Todo recuerdo, por muy verídico que sea, siempre es una recreación del pasado, con lo que eso conlleva de invención. Esto no quiere decir que lo que se cuenta no sea cierto, sino que está sujeto a la niebla de las percepciones y las subjetividades de cada cual. Como todo relato memorístico y este lo es, tiene algo de verdad revelada (o sea, que ha sido transmitida y vivida por vía oral, de unos a otros) y esto conlleva que a pesar de los ángulos muertos que haya, la realidad de aquí en adelante será así, como se ha escrito, y no de otra manera. Este libro (como si fuera un cuadro costumbrista, un retrato histórico o un bodegón) describe una época con la exactitud de un testigo directo y privilegiado, alguien que la vivió en primera persona y lo cuenta, “sin intermediarios” salvo los estrictamente necesarios, lo que la hace más valiosa e interesante. Pero también nos muestra su alma, la de un ser que evoluciona en el tiempo y que al contarse a sí mismo termina por contarnos a todos, en una especie de inmolación individual y a la vez colectiva y casi mesiánica por lo que de transcendente tiene. En la narración, persona y personaje se van superponiendo en una mutación constante, y auto-diseccionándose consigue radiografiarnos a todos. Así, los recuerdos van más allá y cruzan la realidad mágica, aproximándose a un Macondo particular, el de Antonio Morillas y su “Lo que cuesta nacer”.

            La expresión “Lo que cuesta nacer” aparece dos veces en el texto, una primera en la página 18 que cuenta el momento en que nació el autor de este libro, y la segunda en la página 347 que hace referencia al segundo y definitivo nacimiento de su padre, lo que constata cierto paralelismo que se establece entre la figura paterna y la filial, y que es muy evidente (como esa sombra alargada…) a lo largo de todo el argumento. Dice Horacio Castilla que “Todos llevamos, como Eneas, a nuestro padre sobre los hombros”. Y es así como Antonio Morillas Jiménez se transmuta y recorre estas páginas, como un “Pius Aeneas” literario, que lleva la figura del padre a cuestas por todos los renglones de su vida, y a la vez también transporta el sagrado fuego del hogar que es y representa su pueblo natal de Purullena, en representación de toda esa España vacía, aquella que por culpa de la emigración perdió mucho más que una “otra” memoria y que él aquí se empeña en restituir, o al menos, en homenajear. “Lo que cuesta nacer” podría leerse como un “cuéntame cómo pasó”, como el testimonio de una persona que ha sido víctima de lo que ahora se ha puesto de moda en llamar “La España vaciada o despoblada”, y que es reflejo de los traumas y cicatrices que esa etapa de nuestra historia reciente ha dejado en la piel de muchos de nosotros, y que demuestra la gran transformación y desigual destino que han vivido todos los pueblos de España para bien y para mal, bueno, unos más que otros, ciertamente.

            Al final descubres que lo que nos cuenta Antonio Jiménez Morillas es la narración de un viaje (uno principal y otros muchos secundarios), un viaje geográfico y temporal por las palabras y por los conceptos, pero también un recorrido emocional que va del pundonor al coraje. “En mis viajes entre el lugar donde resido y el que nací, las palabras ida y vuelta no tienen el significado que habitualmente se les da” –aclara en la página 287. Y es que estas páginas van mucho más allá del lenguaje y sus coordenadas, ya que sus palabras están llenas de connotaciones y geocaches que brotan de lo más íntimo. Es un viaje existencial e ideológico (“de neófito que intenta penetrar en su alma” para encontrarse a sí mismo a través de los otros, un viaje por su “experiencia vital” y familiar, por la música, la política, la literatura, la religión, el amor… Dice Antonio en la página 317 que “se había instalado (en) una concepción maniquea del mundo en la que convivían en continua lucha los buenos y los malos, con poco espacio para los neutrales, pues estos, al no tomar partido por lo justo, que era lo mío, pertenecían a los malos”, pero sea él o seamos todos de los buenos o de los malos, en su haz o en su envés y en los múltiples viceversas habidos y por haber, Antonio Jiménez Morillas sí es de los míos, es un poeta y un paisano, y parafraseándolo a él mismo digo que “Desde ningún punto de vista (es) mi enemigo”, al contrario.

            Concluyendo, “Lo que cuesta nacer” es un diario autobiográfico, a modo de memorias, que va de una autoficción peculiar a la novela psicológica, según mi percepción, ya que nos describe con todo lujo de detalles y matices el interior de un personaje principal, sus deseos y sus conflictos, sus pensamientos y sus sentimientos, principalmente a través de monólogos y flujos de conciencia, pero también con grandes diálogos que ambientan y ayudan a visualizar su “Macondo” particular, el de sus ojos y el de su mente. Con notas de humor y fina ironía enhebra el relato de varias generaciones y de muchas conciencias. Ya que el texto habla de un contexto y por tanto de una época que a todos nos concierne de una u otra forma y que se erige, en cierta medida, en arquetipo de la emigración reciente de nuestra España rural, despoblada y tantas veces expoliada. Una gran historia narrada ágilmente y lista para ser leída con paciencia y no olvidarla jamás.

Custodio Tejada

Opiniones de un lector

mayo de 2019


LO QUE CUESTA NACER de Antonio Morillas Jiménez. Editorial Nazarí (Colección Cadi). Dedicado a su madre “que da vida a cada página de este libro” y a su padre “que se fue demasiado pronto”. 30 capítulos y 364 páginas repartidas en tres partes. La primera, “La siega en el llano”, con diez capítulos y una cita de Adam Zagajewski que abre el conjunto: “En la niñez, algunos árboles susurraban incluso en los días sin viento”; la segunda, “Más allá de los cerros”, con cinco capítulos y otra cita de Héctor Abad Faciolince: “La cronología de la infancia no está hecha de líneas sino de sobresaltos” y la tercera, “El Madrid de mi pasado”, con quince capítulos y otra cita de John Gray que alumbra como candil en una cueva: “La paz y la prosperidad de una generación descansan sobre las injusticias de generaciones anteriores”. Cierra el libro los Agradecimientos y el Índice.