miércoles, 29 de mayo de 2019

LO QUE CUESTA NACER de Antonio Morillas Jiménez


Opiniones de un lector

LO QUE CUESTA NACER de Antonio Morillas Jiménez.


LO QUE CUESTA NACER de Antonio Morillas Jiménez. Editorial Nazarí (Colección Cadi). Dedicado a su madre “que da vida a cada página de este libro” y a su padre “que se fue demasiado pronto”. 30 capítulos y 364 páginas repartidas en tres partes. La primera, “La siega en el llano”, con diez capítulos y una cita de Adam Zagajewski que abre el conjunto: “En la niñez, algunos árboles susurraban incluso en los días sin viento”; la segunda, “Más allá de los cerros”, con cinco capítulos y otra cita de Héctor Abad Faciolince: “La cronología de la infancia no está hecha de líneas sino de sobresaltos” y la tercera, “El Madrid de mi pasado”, con quince capítulos y otra cita de John Gray que alumbra como candil en una cueva: “La paz y la prosperidad de una generación descansan sobre las injusticias de generaciones anteriores”. Cierra el libro los Agradecimientos y el Índice.




LO QUE CUESTA NACER de Antonio Morillas Jiménez. Editorial Nazarí (Colección Cadi). Dedicado a su madre “que da vida a cada página de este libro” y a su padre “que se fue demasiado pronto”. 30 capítulos y 364 páginas repartidas en tres partes. La primera, “La siega en el llano”, con diez capítulos y una cita de Adam Zagajewski que abre el conjunto: “En la niñez, algunos árboles susurraban incluso en los días sin viento”; la segunda, “Más allá de los cerros”, con cinco capítulos y otra cita de Héctor Abad Faciolince: “La cronología de la infancia no está hecha de líneas sino de sobresaltos” y la tercera, “El Madrid de mi pasado”, con quince capítulos y otra cita de John Gray que alumbra como candil en una cueva: “La paz y la prosperidad de una generación descansan sobre las injusticias de generaciones anteriores”. Cierra el libro los Agradecimientos y el Índice.


            Los libros apilados en algún rincón de la casa demuestran que nuestro tiempo es limitado y que las obligaciones de la vida no se pueden demorar. Y si algo he aprendido como lector es a buscar el momento idóneo para abrir cada libro y darle la suerte intransferible y singular que merece. Los libros son caprichosos y cada uno, como la música, buscan la mejor luz, la hora más propicia y la disposición más oportuna del lector-oyente, y eso exige una paciencia a prueba de prisa y desidia, exige una deferencia lectora en cuerpo y alma. Un libro no es mejor que otro porque esté en esa o aquella editorial o se venda más o menos, porque sea una autoedición o porque reciba o no un premio, porque tenga mejores críticas o esté mejor o peor apadrinado. Lo que cuenta y lo que importa de un libro es que emocione al lector, que lo saque de su zona de confort y le haga ver lo invisible, lo que hay en el otro y dentro de uno mismo, ya sea por ósmosis o por su inversa. Lo que realmente cuenta es que el lector “levite” y le sea útil esa lectura única. Otra cosa será la justicia que haga la literatura en el tiempo, pero eso no depende de nosotros, los simples mortales.

            Dice Luis Rojas Marcos en una entrevista: “Desde la infancia, el miedo moldea nuestras vidas… Poner el miedo en palabras nos permite transformar los temores en pensamientos coherentes y manejables”. El propio Jorge Luis Borges afirma que “El presente no es más que una partícula fugaz del pasado. Estamos hechos de olvido”. Pedro Ugarte también nos alumbra con su particular hacer: “Es una forma clásica de maternidad: todos somos hijos de nuestro tiempo, sí, y también víctimas de él”. Recordamos unas cosas y olvidamos otras, la memoria es siempre una incógnita, porque no se sabe qué mecanismos caprichosos la regulan y la moldean. Curiosa y paradójicamente, en muchas ocasiones, es a través de las pérdidas y las derrotas cómo nos encontramos mejor a nosotros mismos y recuperamos la esencia de nuestro ser en el mundo. Y es la lejanía del horizonte y la distancia la que nos hace valorar con mayor precisión lo que está más cercano, lo que nos aguarda más adentro, justo allí donde el azar del destino nos define con la voz del corazón. Afirma Henry Thoreau que “Haber nacido heredero de una fortuna y nada más, no es nacer sino nacer muerto”, porque la verdadera fortuna no es material, sino la que nos ensancha la mente y enriquece el espíritu, claro está, toda vez que estén cubiertas las necesidades del cuerpo. Y eso es lo que nos ofrece este libro, valores y sentimientos, un testimonio de lucha, una lucha que defiende a capa y a espada las ganas de vivir, de recordar, de no olvidar las raíces y el origen de nuestros ojos y su mirada, para mantener un sagrado vínculo consigo mismo y la intrahistoria familiar, convirtiendo la huella de la memoria en un nuevo mito y en un nuevo logos.

            En la contraportada de “Lo que cuesta nacer” la sinopsis nos advierte que “Antonio recuerda los primeros años de su vida al mismo tiempo que escucha a sus mayores para llenar los huecos de la historia familiar que no conoció. El resultado es una especie de diario…” Ángel Gabilondo dijo en su presentación madrileña que “No es un libro solipsista ni ensimismado… suyo. Al contrario, es un libro que se dirige a nosotros, que nos cuenta, hasta tal punto que lo suyo es nuestro”.

            Antonio Jiménez Morillas en vez de venir al mundo con un pan debajo del brazo nació con un libro que se va haciendo hogaza en las entrañas y que ha tardado casi sesenta años en parir. Ya desde el título: “Lo que cuesta nacer”, el texto predispone al lector para el parto, en su doble vertiente, la de celebración alegre y la del dolor que supone el tránsito, pero también nos habla del precio que todos debemos pagar nada más que por existir. Una fotografía de su infancia le sirve a la portada para ponerle un rostro pillín y angelical, al mismo tiempo, a la voz protagonista de este relato. El título nos invita a plantearnos un proceso vital que deja un sabor a trilogía. No sabemos si continuará o no, pero revolotean en la cabeza del lector las otras dos partes que estarían por venir: Lo que cuesta vivir y Lo que cuesta morir, ya que en alguna medida están implícitas en esta primera.

            Todo recuerdo, por muy verídico que sea, siempre es una recreación del pasado, con lo que eso conlleva de invención. Esto no quiere decir que lo que se cuenta no sea cierto, sino que está sujeto a la niebla de las percepciones y las subjetividades de cada cual. Como todo relato memorístico y este lo es, tiene algo de verdad revelada (o sea, que ha sido transmitida y vivida por vía oral, de unos a otros) y esto conlleva que a pesar de los ángulos muertos que haya, la realidad de aquí en adelante será así, como se ha escrito, y no de otra manera. Este libro (como si fuera un cuadro costumbrista, un retrato histórico o un bodegón) describe una época con la exactitud de un testigo directo y privilegiado, alguien que la vivió en primera persona y lo cuenta, “sin intermediarios” salvo los estrictamente necesarios, lo que la hace más valiosa e interesante. Pero también nos muestra su alma, la de un ser que evoluciona en el tiempo y que al contarse a sí mismo termina por contarnos a todos, en una especie de inmolación individual y a la vez colectiva y casi mesiánica por lo que de transcendente tiene. En la narración, persona y personaje se van superponiendo en una mutación constante, y auto-diseccionándose consigue radiografiarnos a todos. Así, los recuerdos van más allá y cruzan la realidad mágica, aproximándose a un Macondo particular, el de Antonio Morillas y su “Lo que cuesta nacer”.

            La expresión “Lo que cuesta nacer” aparece dos veces en el texto, una primera en la página 18 que cuenta el momento en que nació el autor de este libro, y la segunda en la página 347 que hace referencia al segundo y definitivo nacimiento de su padre, lo que constata cierto paralelismo que se establece entre la figura paterna y la filial, y que es muy evidente (como esa sombra alargada…) a lo largo de todo el argumento. Dice Horacio Castilla que “Todos llevamos, como Eneas, a nuestro padre sobre los hombros”. Y es así como Antonio Morillas Jiménez se transmuta y recorre estas páginas, como un “Pius Aeneas” literario, que lleva la figura del padre a cuestas por todos los renglones de su vida, y a la vez también transporta el sagrado fuego del hogar que es y representa su pueblo natal de Purullena, en representación de toda esa España vacía, aquella que por culpa de la emigración perdió mucho más que una “otra” memoria y que él aquí se empeña en restituir, o al menos, en homenajear. “Lo que cuesta nacer” podría leerse como un “cuéntame cómo pasó”, como el testimonio de una persona que ha sido víctima de lo que ahora se ha puesto de moda en llamar “La España vaciada o despoblada”, y que es reflejo de los traumas y cicatrices que esa etapa de nuestra historia reciente ha dejado en la piel de muchos de nosotros, y que demuestra la gran transformación y desigual destino que han vivido todos los pueblos de España para bien y para mal, bueno, unos más que otros, ciertamente.

            Al final descubres que lo que nos cuenta Antonio Jiménez Morillas es la narración de un viaje (uno principal y otros muchos secundarios), un viaje geográfico y temporal por las palabras y por los conceptos, pero también un recorrido emocional que va del pundonor al coraje. “En mis viajes entre el lugar donde resido y el que nací, las palabras ida y vuelta no tienen el significado que habitualmente se les da” –aclara en la página 287. Y es que estas páginas van mucho más allá del lenguaje y sus coordenadas, ya que sus palabras están llenas de connotaciones y geocaches que brotan de lo más íntimo. Es un viaje existencial e ideológico (“de neófito que intenta penetrar en su alma” para encontrarse a sí mismo a través de los otros, un viaje por su “experiencia vital” y familiar, por la música, la política, la literatura, la religión, el amor… Dice Antonio en la página 317 que “se había instalado (en) una concepción maniquea del mundo en la que convivían en continua lucha los buenos y los malos, con poco espacio para los neutrales, pues estos, al no tomar partido por lo justo, que era lo mío, pertenecían a los malos”, pero sea él o seamos todos de los buenos o de los malos, en su haz o en su envés y en los múltiples viceversas habidos y por haber, Antonio Jiménez Morillas sí es de los míos, es un poeta y un paisano, y parafraseándolo a él mismo digo que “Desde ningún punto de vista (es) mi enemigo”, al contrario.

            Concluyendo, “Lo que cuesta nacer” es un diario autobiográfico, a modo de memorias, que va de una autoficción peculiar a la novela psicológica, según mi percepción, ya que nos describe con todo lujo de detalles y matices el interior de un personaje principal, sus deseos y sus conflictos, sus pensamientos y sus sentimientos, principalmente a través de monólogos y flujos de conciencia, pero también con grandes diálogos que ambientan y ayudan a visualizar su “Macondo” particular, el de sus ojos y el de su mente. Con notas de humor y fina ironía enhebra el relato de varias generaciones y de muchas conciencias. Ya que el texto habla de un contexto y por tanto de una época que a todos nos concierne de una u otra forma y que se erige, en cierta medida, en arquetipo de la emigración reciente de nuestra España rural, despoblada y tantas veces expoliada. Una gran historia narrada ágilmente y lista para ser leída con paciencia y no olvidarla jamás.

Custodio Tejada

Opiniones de un lector

mayo de 2019


LO QUE CUESTA NACER de Antonio Morillas Jiménez. Editorial Nazarí (Colección Cadi). Dedicado a su madre “que da vida a cada página de este libro” y a su padre “que se fue demasiado pronto”. 30 capítulos y 364 páginas repartidas en tres partes. La primera, “La siega en el llano”, con diez capítulos y una cita de Adam Zagajewski que abre el conjunto: “En la niñez, algunos árboles susurraban incluso en los días sin viento”; la segunda, “Más allá de los cerros”, con cinco capítulos y otra cita de Héctor Abad Faciolince: “La cronología de la infancia no está hecha de líneas sino de sobresaltos” y la tercera, “El Madrid de mi pasado”, con quince capítulos y otra cita de John Gray que alumbra como candil en una cueva: “La paz y la prosperidad de una generación descansan sobre las injusticias de generaciones anteriores”. Cierra el libro los Agradecimientos y el Índice.


martes, 14 de mayo de 2019

LECTURAS PENDIENTES de Pedro Ugarte


LECTURAS PENDIENTE  de Pedro Ugarte.

LECTURAS PENDIENTES (Anotaciones sobre literatura) de Pedro Ugarte. Ediciones Nobel, número 49 de la Colección Jovellanos de Ensayo. 169 páginas en prosa sin ninguna división salvo los párrafos, a modo de cuaderno de bitácora. Dedicado a su “aita”. Y una cita para reflexionar y abrir boca: “Millones de nuevos libros se escriben y se publican cada año… y crecientemente limitado… el tiempo que se dedica a la lectura”-página 106.




LECTURAS PENDIENTES (Anotaciones sobre literatura) de Pedro Ugarte. Ediciones Nobel, número 49 de la Colección Jovellanos de Ensayo. 169 páginas en prosa sin ninguna división salvo los párrafos, a modo de cuaderno de bitácora. Dedicado a su “aita”. Y una cita para reflexionar y abrir boca: “Millones de nuevos libros se escriben y se publican cada año… y crecientemente limitado… el tiempo que se dedica a la lectura”-página 106.

Opinar de algo es asumir un estado de con(s)ciencia. Si leer es llenar, escribir es una forma de drenarnos, de practicar una sangría purificadora. Yo, que no soy ningún ratón de biblioteca, alguna vez he pensado que, entre otras cosas, temo morirme por la cantidad de libros que dejaré sin leer, y modestia aparte, alguno supongo también sin escribir.

         Un libro es una arquitectura lingüística y como tal, tiene unos planos que nos orientan al transitar por sus dependencias. El índice, los títulos y las palabras elegidas ejercen de guías, túneles o ascensores. Más que un puñado de libros leídos, somos una suma de lecturas pendientes, ya que las ausencias a veces nos definen más que las presencias. Dice Olalla Castro: “El discurso crítico, que explora los textos tratando de cartografiarlos, ha de asumir eso: que el mapa que dibuja siempre queda abierto, siempre está inacabado, esperando a que otras lecturas intervengan en él y lo transformen, lo amplíen, lo completen, encuentren nuevas encrucijadas, intersecciones o confluencias”. Y Óscar Wilde manifiesta que “No existen más que dos reglas para escribir: tener algo que decir y decirlo”, y eso es lo que hace Pedro Ugarte con este libro. Confieso que lo he leído con paciencia, “buscando algún vínculo…” “algún hilo secreto que pueda unir(me) a él”, que es como hay que leer cualquier libro, porque me gustaría ser como él, un “lector que ha sabido descifrar e interpretar las claves” de muchos libros, o al menos intentarlo. El propio autor confiesa que “En literatura, no me cuesta reconocer los méritos ajenos”, a mí tampoco, en cualquier materia.

Una cita de Seguei Dovlatov y una premonición de perogrullo del propio Ugarte abren el libro como si fueran las agujas de una brújula que intentan marcar un rumbo, o al menos, definir unos límites: “Lástima que la literatura no tenga ningún fin” (Serguei Dovlatov) y “Te irás con un montón de lecturas pendientes”. Cuando “alguien escribe un libro, … solo el lector puede salvarlo”-dice Pedro Ugarte en la página 106 y añade en la página 86 “Escribir, sin molestar a nadie. Me pregunto cómo se consigue hacer eso”. Sirvan estas dos citas para aproximarnos al carácter literario de Pedro Ugarte y para enmarcar el sendero que nos espera con esta lectura.

El texto, sin índice y sin ninguna división intermedia, es un todo magmático que fluye a borbotones de párrafos. La lectura del libro es una especie de “scape room” en la que el autor se encarga de distraer y a la vez de orientar al lector. Los párrafos de este libro, con cierto tono de confesión y como un torrente fragmentario, se suceden uno tras otro, con una clara voluntad metaliteraria, dando un “repaso” general al mundo desde el acto creativo a las ferias del libro, desde los lectores hasta los autores… como si fueran impresiones de un viaje a través de las palabras y la conciencia (y por tanto tiene algo de impresionista, sus pinceladas, ya que exigen distanciamiento para advertir bien el resultado). Incluso llega uno a pensar que ha nacido un subgénero nuevo, la autobiografía metaliteraria, ya que están publicándose otros títulos con la misma o parecida inercia. Pedro Ugarte es un escritor y un crítico, pero ante todo es un gran lector, y el eclecticismo de aluvión envuelve a este libro. “El escritor nada sabe a ciencia cierta sobre esa experiencia (la lectura de sus libros) que se desarrolla muy lejos de él” –advierte en la página 29. Toda lectura tiene algo de comunión, común unión entre emisor y receptor, que, si se comparte, a veces, retroalimenta.

El sentido del humor y la ironía es una nota a tener en cuenta, especialmente para atinar con el sentido y significado de algunos renglones. El autor confiesa que “emprende muchas lecturas, apenas continúo algunas y recomiendo solo las mejores”. Y para dejar constancia  por lo que de paralelismo tiene, yo también tengo un amigo que cansado de que a los andaluces nos echen encima muchos tópicos peyorativos y se nos infravalore en muchas latitudes, decir que, igual que “los vascos, entre ordeño y ordeño” fundaban una ciudad (se apunta en la página 117), nosotros los andaluces entre siesta y siesta por aquello del chiste y demás chanzas, uno de Guadix que pasaba por allí, un poquillo antes que los vascos, como Pedro de Mendoza y Luján, hizo la primera fundación de Buenos Aires, al menos por aquello de… “yo lo vi primero y lo hice antes”, que algún mérito también tendrá, digo yo, especialmente en este momento histórico en que nadie piensa en lo nuestro y cada cual antepone lo suyo.

Metaliteratura y crítica literaria se dan aquí la mano. Pedro Ugarte, con una prosa acentuadamente aforística, pronto consigue captar nuestra atención y ya no nos deja huir hasta el final, como si estuviéramos abrazados fuertemente a él, por el talle, en un baile de salón mientras nos expone su verdad y nos lanza confidencias y pareceres al oído; a modo de confesionario literario o más bien púlpito, ético, existencial, de diario íntimo, para exponernos su sentir y su camino. Nos dice en la página 60 que muchas anotaciones de sus “cuadernos de oficina”, como él los llama, cuadernos de ida y vuelta, “no acaban en poemas ni en relatos, ni en artículos, ni en novelas, y engrosan un archivo como éste, lleno de anotaciones, la mayoría de ellas referidas al trabajo literario o a la vida de un escritor”. Escribe como si a cada traspiés de párrafo y al albur de una lluvia de ideas estuviera revelando verdades como templos y sentando cátedra, ya que Pedro es un hombre temperamental “de ideología liberal” y también se desprende que religioso. “No importa tanto la verdadera opinión que tengas sobre cierto asunto como la impresión que des con ella. Este es el criterio que determina los pronunciamientos públicos de la mayoría de la gente” –escribe en la página 62.

Pedro Ugarte nos habla de libros, de las presentaciones (“Me pregunto por qué sigo presentando libros de autores que no conozco y cuya obra me es igual de desconocida” –confiesa en la página 27), de los lapsus y las pérdidas del escritor, de su biblioteca, del paso del tiempo transmutado en polvo, de las temáticas literarias, de la humanidad, de política (“Me irritan las conversaciones y los prejuicios del mundillo literario, ese mundillo donde por ejemplo, resulta casi obligatorio ser de izquierdas” –suelta en la página 50), de los vascos, “sobre la condición humana”, “de la moralidad o la inmoralidad del mundo literario”, de su intrahistoria como escritor (léase el párrafo de la página 35 donde nos cuenta su forma de teclear), de las fotografías de escritores, del proceso creativo (“en la novela el proyecto precede a la ejecución, mientras que en el cuento y en la poesía suele ocurrir al revés”), de la vida y la muerte, de la relación entre escritores, y entremedias, como islotes, se cuelan otros párrafos de índole más personal que aluden a su vida cotidiana como padre, amigo… Mezcla opiniones filosóficas, éticas, literarias, políticas… con otras de ámbito doméstico, de su hijo, del frigorífico y la comida… lo que le da al texto un resultado más distendido, más creíble en cuanto a la humanidad y cotidianidad que hay detrás del escritor, al demostrar que quien ha escrito estas páginas es un hombre normal y corriente que pisa la calle y no alguien subido en su torre de marfil literaria. Ugarte pretende dejarnos su canon vital, ese que como lector a él le ha servido y le ha salvado. Y toda la escenografía textual y literaria que monta es para ofrecernos un viaje exclusivo por sus ideas, sus lecturas, sus experiencias, recuerdos y paseos, por su vida y su “conciencia ética”. Sus párrafos, como escaques de un tablero de ajedrez, le sirven para jugar una partida con el lector, y de camino materializar algún ajuste de cuentas también pendiente como la anécdota del señor Quesada preguntando por las novelas a Don Pedro de la página 125, entre otras.

            Si en cualquier libro los nombres se vuelven “hilos de Ariadna” o de albañil, en éste se hace más patente, ya que Ugarte va tejiendo el texto unas veces con hilos metaliterarios y otras con hilos más biográficos a modo de dietario, con reflexiones y recuerdos, con opiniones y sentimientos. Ugarte, con un tono confesional como si de una confidencia se tratara, juzga, analiza, recuerda, expone, escribe, opina, interpreta, explica, justifica, denuncia, destapa, esconde…. Cuando un lector opina, de alguna manera, lo hace pensando en los lectores que vienen detrás, con el fin de hacerle más fácil el camino, o sea, la lectura, o por lo menos de dar fe, la suya propia. Ofrecer un listado de nombres sin más no tiene ninguna utilidad salvo si es para hacernos una idea del autor y sus lecturas, o sea, de las fuentes en las que bebe para bien o para mal. Para un escritor sus lecturas son la tradición que le ampara y socorre o le condenan. Y esa intertextualidad es la que nos sirve para localizar sus coordenadas lectoras y de alguna manera su canon literario y existencial. Así, en Lecturas pendientes Pedro Ugarte se refiere de una u otra forma a: Albert Camus, Iñaki Uriarte, José Fernández de la Sota, Borges y Bioy, Íñigo García-Ureta, Juan Bas, Fernando Marías, Toti Martínez de Lezea, Sartre, Fernando Palazuelos, Miguel Sánchez-Ostiz, Elías Canetti, Franz Kafka, Jesús de Nazaret, Adolf Hitler, Miguel Torga, Bengoechea, Stephen Craen, George Orwell, Michael Herr, Ingacio Aldecoa, Julio Cortázar, Sándor Marai, , Chateaubriand, Hanif Kureishi, John Cheever, Vladimir Nabokov, Medardo Fraile, Jon Bilbao, Anjel Lertxundi, Peter MOen, Margo Glantz, Frida Khalo, Chesterton, Michael Houellebecq, Ambroise Pare, Poe, Fernando Iwasaki, David Hume, John Stuart Mill, Oscar Wilde, Joris-Karl Hoysmnans, Guadalupe Nettel, Anatole France, Eduardo Haro Tecglen, Manuel Alcántara, Miguel Delibes, Juan Casamayor, Homero, Montaigne, Philip Larkin, Antonio Machado, Manuel Machado, Julio Camba, Julio Ramón Ribeyro, Juan García Armendáriz, Gustave Herling-Grudzinsky, Roberto Bolaño, Jaume Vallcoba, Paul Valéry, Rudyard Kipling, Anton Chéjov, Augusto Monterroso, Bryce Echenique, Enrique Mochales, Los Panero, Louis-Ferdinand Céline, Valentí Puig…  También hace referencia de forma expresa a obras como Moby Dick, Cartas a un amigo alemán (de Camus), La Biblia y los Evangelios, La autopista del sur de Julio Cortázar, Casi inocentes o El mundo de los cabezas vacías del propio Ugarte, Vidas y otras dudas de Anjel Lertxumendi, Diario de Petter Moen, Los cuentos de Poe, Monstruos y prodigios de Abroise Pare, Diarios de Iñaki Uriarte, Nueve cuentos de Salinger, Decline and Fall de Edward Gibbon, En busca del tiempo perdido de Marcel Proust, Los años de Downing Street- Memorias de Margaret Thatcher, libro de los pasajes de Walter Benjamin, Esclavo de la luz o Mermelada amarga de Enrique Mochales, La voz a ti debida de Pedro Salinas, Juego de tronos de George R. Martin, Ana Karenina de Leon Tolstoi, Estrella distante de Roberto Bolaño, De vita de Séneca, El Criterio de Jaime Balmes…  Los lugares también cartografían el texto y nos llevan a la geografía Ugartiana, esa que ha modelado su mirada y sus paseos, en vivo o de oídas: Bilbao, Londres, Francia, Alemania, Europa, Gran Bretaña, País Vasco, Vitoria, Palestina, Coimbra, Gïor (Hungría), Logroño, La Rioja, Perth (Australia), Barranquilla (Colombia), Chile, Barcelona, Zarauz, Paris, Guipuzcoa… Y pongo todos estos nombres juntos aquí porque pienso que facilitan una visión global y directa de la biblioteca-mente que posee Pedro Ugarte, del “globo terráqueo literario” que orientan y seducen sus pasos lectores.

            Monólogo y diálogo sazonan este ensayo que cabalga como caballo desbocado en lo ecléctico, dando saltos de la filosofía a la política, de la crítica o la literatura a la anécdota, yendo del dato o el aforismo a la lírica y a la prosa de una narración chispeante, rozando lo novelesco, indagando en el dietario y la autobiografía, convirtiendo lo fragmentario en un recurso mágico donde todo cabe, y ensalzando el párrafo como unidad de medida de toda la literatura. O sea, que tenemos al alcance de la mano la “mundoliteratología” de Pedro Ugarte, que de un párrafo a otro va de la persona al personaje, de la intra-biografía a la intrahistoria (como la narración de “el falso shaolín” de la página 130). Párrafos que parecen inconexos, quizá porque fueron escritos en momentos de inspiración y luego elaborados en la tranquilidad del escritorio-alambique, y que convierten al autor en su único pegamento. Y quizá sea por eso, que mientras leemos siempre estamos en vilo a la espera-sorpresa de lo que va a decir en el párrafo siguiente, puesto que cada párrafo adquiere rango cuanto menos de capítulo, si no de castillo.

            “Todo diario es un íntimo diálogo del autor consigo mismo” – nos dice en la página 42. Con una sinceridad casi absoluta nos dice cosas como: “Antes leías a los grandes autores de la literatura universal, para experimentar una sacudida en el alma. Ahora lees a tus contemporáneos para algo tan feo y tan triste como ver de qué van” –nos confiesa en la página 56, quizá porque los lectores también con el tiempo se vuelven algo elitistas cuanto menos. “Hay algo mucho peor que ser un escritor completamente olvidado: ser un escritor cuyo nombre se recuerda pero a quien ya nunca nadie lee” –manifiesta en la página 68.

Hay que reconocer que Pedro Ugarte se convierte en personaje de su ensayo para llevarnos por su pensamiento y quizá más aún, por su alma siempre inquieta. Para concluir, en “Lecturas pendientes” nos encontramos escritores, lecturas, anécdotas, vivencias, recuerdos y opiniones… que le sirven al propio Pedro Ugarte para conocerse a sí mismo y para trazar una aproximación al mundo que le ha tocado leer/vivir, para reflexionar sobre la existencia a través de la literatura y sobre la literatura misma, para avanzar en el argumento del libro y para dejar constancia de una etapa de su vida dedicada a “la suerte redentora de la palabra” –dice en la pág 43, o sea, para dejarnos en herencia su verdad literaria como si fuera un evangelio revelado. Y parafraseando al propio Ugarte, ojalá la vida nos trate como escribimos, aunque preferiblemente mejor si cabe, en mi caso, digo. Y como “Realmente los libros no existen al margen de la lectura: sin ella son solo objetos”, una vez leído éste, lo deposito en el estante de mi biblioteca, donde permanecen las lecturas no pendientes, pero donde aguardan, pacientes, las relecturas de los libros que me han dejado huella.


CITA-POSDATA (que suena como un aviso para navegantes): “La suerte de una obra literaria se resuelve tarde, más tarde, mucho más tarde, cuando no hay ni amigos ni enemigos, cuando solo queden los libros, aparcados en las baldas de la historia cuarteándose, haciendo tiempo, cogiendo polvo, a la espera de alguien. Ese alguien los mirará de otra manera. Frente a ese alguien de nada valdrá que tú, escritor, hayas sido una buena persona, un bribón o un miserable. Solo quedarán las palabras y su destino impreciso” –reza en la página 127.

Custodio Tejada

Opiniones de un lector

Mayo de 2019





LECTURAS PENDIENTES (Anotaciones sobre literatura) de Pedro Ugarte. Ediciones Nobel, número 49 de la Colección Jovellanos de Ensayo. 169 páginas en prosa sin ninguna división salvo los párrafos, a modo de cuaderno de bitácora. Dedicado a su “aita”. Y una cita para reflexionar y abrir boca: “Millones de nuevos libros se escriben y se publican cada año… y crecientemente limitado… el tiempo que se dedica a la lectura”-página 106.


Granada Costa. Nº 484. 31/05/2019