miércoles, 24 de noviembre de 2021

LOS ÚLTIMOS DESEOS de Andrés Ortiz Tafur

 OPINIONES DE UN LECTOR. Por Custodio Tejada

LOS ÚLTIMOS DESEOS de Andrés Ortiz Tafur.




LOS ÚLTIMOS DESEOS de Andrés Ortiz Tafur. Editorial Sílex. Colección Cuentahilos. La imagen de la cubierta es también del autor: un tendedero con una colada tendida que desprende una paciencia infinita, donde un banco parece esperarte al atardecer o al amanecer. Todo un presagio de la silla cómplice que te espera dentro, una forma de ser y de estar en la vida y en las ideas, pero también en la literatura y en el mundo. 89 relatos/capítulos/artículos (muchos publicados en prensa), más un prólogo de Ernesto Calabuig y “Agradecimientos”. 200 páginas en total. El libro alterna las páginas escritas y en blanco, los textos en las páginas impares y las pares permanecen inmaculadas. La mayoría de los fragmentos/artefactos/ensiemplos solo tienen un párrafo, de unos 20 o 25 renglones en su mayoría, de unos 1100 caracteres aproximadamente  y sobre 280 palabras cada uno,  con un empaque posmoderno y a la vez costumbrista. Se balancea en un terreno fronterizo y movedizo, a caballo entre el diario, la crónica, la autoficción, lo poético, lo pictórico, lo filosófico, lo periodístico, lo autobiográfico, lo político, lo didáctico, lo moralizante… Este libro es un espacio yoísta que busca o pretende ser una voz colectiva o erigirse en opinión pública, una colada ecléctica (en sus dos acepciones: como ropa tendida, pero también como masa de lava que también expulsa bombas volcánicas) de 89 retazos/retales/prendas/vestidos que como un tendedero existencial pone el autor a secar al sol de los ojos lectores. Es su forma/código de entender el cuerpo ciudadano y la belleza ideal de estar/caminar en el mundo, en este caso en Santiago-Pontones, como paradigma de la España vacía-da y el mundo globalizado posmoderno. Ante todo, Los últimos deseos, es un territorio geográfico y literario, pero también un territorio intertextual y algorítmico, fundamentalmente con “La España vacía” de Sergio del Molino como late motiv que todo lo enmarca, pero a mi entender también con Pedro Antonio de Alarcón, Gerald Brenan y don Juan Manuel. En este libro el autor establece un pacto claro consigo mismo, pero también con el lector, como paradigma del otro, y en cierta medida, tienes la sensación de estar viviendo una inercia que te empuja a pensar que el conde Lucanor estuviera hablando con Patronio sobre sus reglas, sus valores, su pensamiento, su mirada, sus deseos de simetría y orden hasta convertirse en un relato catecismo de época. Escrito con una prosa brillante que engancha y seduce es un libro de ágil y amena lectura. 

En toda sociedad y en toda época siempre se le pretende buscar a cada cosa un patrón, un canon y una medida. Tanto para leer como para vivir hay que alejarse, cuanto más mejor, de las susceptibilidades y demás ñoñerías. Si algo mágico hace la lectura es que termina construyendo consciencias. La lectura profunda de un libro produce un trance telepático e hipnótico que genera hipervínculos entre el autor y el lector hasta empatizar o ecpatizar, según el momento y la causa. La lectura adecuada consigue que la biblioterapia se convierta en un modo de sanación o solución a nuestros problemas cotidianos, pero la lectura inadecuada puede provocar la enfermedad y hasta la muerte, entendida ésta como antesala de otro reinicio. Todo libro pretende transmitir un punto de vista, en definitiva, un modo de ser y de estar en el mundo y en las ideas. Quizá escribir o leer no sea una virtud como a veces lo pintamos, sino el mayor de los defectos, por lo que a veces encierra de vanagloria y supremacismo. Pero éste no es el caso, porque creo que he leído este libro al alimón de cómo ha sido escrito, observado y vivido. Unos fragmentos los he leído en el coche mientras esperaba, otros sentado en la terraza de un bar a la luz de un café o una cerveza, otros en el parque a la sombra de un árbol, algunos debajo del flexo, varios en la mesa camilla abrazado por el sofá o en la cama antes de irme a dormir, en la habitación de un hotel o en la parada del autobús rodeado de viajeros. Una forma de leer muy posmoderna. Es una intuición, claro, y como toda intuición tiene algo de fantasía y algo de premonición. Cuando uno emite una opinión lectora lo que menos quiere es meter la perra en las cebollas, pero hemos de saber que toda reseña o ensayo de un libro, por disparatada que sea, es una especie de fajana literaria de dicho texto. Y como bien dice Andrés Ortiz Tafur metalingüísticamente: “Malditas palabras, no solo se las lleva el viento, también se abren a infinidad de reinterpretaciones”. P.81

Nos aconseja el filósofo Gustavo Bueno en su ensayo “El mito de la cultura”: “Toma tu barco y huye, hombre feliz, a toda vela desplegada de cualquier forma de cultura”, y también nos previene que “el ideal de la cultura es como la forma actual del opio del pueblo”, o que “la cultura es la gran justificación de nuestro tiempo: los poderes… se legitiman ante los ciudadanos por la cultura”. La cultura, esa patente de corso, esa nueva diosa y esa nueva fe que nos hace fieles adeptos y devotos creyentes que se salvan por la mera fe en ella.

            ¿Ha muerto el espíritu crítico y el pensamiento aspersor ha ocupado su lugar? Wikipedia nos dice que “el término -corrección política- juega un papel importante en la guerra cultural de los Estados Unidos entre progresistas y conservadores”. “Se utiliza para descubrir el lenguaje, las políticas o las medidas destinadas a evitar ofender o poner en desventaja a personas de grupos particulares de la sociedad”. Aunque desde esta perspectiva también....SI QUIERES TERMINAR LA RESEÑA...


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Opiniones de un lector

Custodio Tejada

Noviembre de 2021

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viernes, 29 de octubre de 2021

EL TERCER REINO de Santos Domínguez

OPINIONES DE UN LECTOR. Por Custodio Tejada

EL TERCER REINO de Santos Domínguez



EL TERCER REINO de Santos Domínguez.  Editorial Pretextos, Poesía. Portada color azul cielomar con letras en azul oscuro y blancas. 77 páginas y 56 poemas, uno introductorio y los demás divididos en tres partes: la primera titulada “Híbrido mundo “con 20 poemas, la segunda titulada “El pájaro en la nieve” con 15 poemas y la tercera titulada “Punto de fuga” con otros 20. Primera edición Septiembre de 2021. Cuando lo lees parece que te está mirando El ojo de Dios (la Nebulosa Hélix) –como apunta el autor. Es como si estuvieras experimentando un despertar espiritual y nadaras en una galaxia de versos y sensaciones que se hacen rezo y oración, libro y laberinto. Un poemario cuántico, lleno de “resonancias”, sinestesias, sincronías, serendipias, sinergias, reminiscencias e intertextualidades que nos llevan a otros campos, a otras ideas, a otros libros-mundos paralelos, pero también es críptico, telúrico, surrealista en apariencia, metafísico, místico, metalingüístico…Aquí el lenguaje se hace materia mental transcendente e inductora.


La literatura actúa sobre la realidad, el efecto literatura podría entenderse como una reacción cuántica en la materia mental sincrónica que conduce a nuevas alternativas o posibilidades de pensamiento, a mundos paralelos de interpretación y por tanto de percepción lectora que transforman el resultado final observado. Dice James McCosh: “Un buen libro no es aquel que piensa por ti, sino aquel que te hace pensar”. Rafael Guillén expresa que “la poesía del siglo XXI no debe dar la espalda ni a la ciencia ni a la técnica”. Y Jimy Ruiz Vega sentencia que “El prólogo de todo libro lo pone la curiosidad del lector que lo toma entre sus manos”. Así que, quien se acerque a esta reseña le pido que la entienda como un prólogo que escribo para mí mismo y no necesario para la lectura de “El Tercer Reino”. También dice Jimy Ruiz Vega en El Frescambre: “Podríamos afirmar que los escritores oyen el silencio, descubren lo invisible y lo insólito y, después, lo cuentan… pero hay otros pocos… que tienen la cualidad de escuchar el pálpito del lenguaje.” Justo Sotelo confirma que el relato de J. L. Borges “El jardín de senderos que se bifurcan”  “es una mezcla entre la literatura y la Física cuántica, ya que Borges era un escritor atento y sabía que en sus textos se tenía que hablar de los últimos avances científicos”. Y dentro del relato de Borges podemos leer: “ Ts´ui Pên diría una vez: Me retiro a escribir un libro. Y otra: Me retiro a construir un laberinto. Todos imaginaron dos obras; nadie pensó que libro y laberinto eran un solo objeto”. ¿Será el lenguaje la máxima expresión cuántica de nuestro cerebro o el eslabón que manifiesta la unión mística con el resto del Universo? Según el principio de symploké no todo está conectado con todo; sin embargo, el mundo cuántico recurre al monismo del todo está conectado con todo para explicar su otra realidad globalizada. Por lo que podríamos aventurar que autor y lector, por entrelazamiento cuántico, estarían conectados irremediablemente desde siempre y para siempre. Desde el Principio de Incertidumbre cuando uno lee un libro, además de leer a otro, también está leyéndose a sí mismo en un proceso de individuación, porque en cierta medida la lectura y la escritura son también un “campo morfogenético”. Flora Lewis afirma que la Incertidumbre es “un principio que requiere respeto y cierta deferencia hacia las ideas y opiniones de los demás”...


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Opiniones de un lector.

Custodio Tejada




miércoles, 6 de octubre de 2021

MADRE LLUVIA de José Antonio Santano

OPINIONES DE UN LECTOR. Por Custodio Tejada

 MADRE LLUVIA de José Antonio Santano.

MADRE LLUVIA de José Antonio Santano. Olifante, Ediciones de Poesía. 70 páginas. Editado con la ayuda del Departamento de Educación, Cultura y Deporte del Gobierno de Aragón. Publicado el 29 de abril de 2021. El título, con dos sustantivos en aposición, configura una metáfora potente en relación a lo que nos espera dentro: una memoria que no quiere caer en el olvido sino formar parte de la historia. Madre lluvia, un título lleno de fuerza expresiva y cierto animismo concomitante. Una fotografía a página completa del autor nos mira con cordialidad en la página 7, está realizada por Ramón Torres Piernagorda. Después tres citas predisponen la lectura, una de José Ángel Valente, otra de Pablo García Baena y la última de Antonio Colinas. A continuación una introducción de Alfonso Berlanga Reyes coloca las primeras señales faro del sendero que vamos a transitar. El poemario está dedicado a su madre, in memoriam, con Iponuba-Baena al fondo, como geografía matriz. Después un poema largo partido en 23 fragmentos, más una plegaria y un epílogo a modo de epitafio reparador, y una nota biobliográfica del autor al final.  Y detrás, el colofón y cuatro páginas con todos los títulos y autores publicados en esta colección. La Guerra Civil y la memoria enmarcan la poética de este libro estanque que viene acompañado con un marcapáginas y una postal con la fotografía del autor en luz sepia. Texto y paratexto conforman un libro delicadamente escrito y editado donde contenido y continente se dan la mano.

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TODOLITERATURA.ES

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viernes, 13 de agosto de 2021

JUNGLE CRUISE. Un film dirigido por Jaume Collet-Serra

 OPINIONES DE UN ESPECTADOR. Por Custodio Tejada

JUNGLE CRUISE. Un film dirigido por Jaume Collet-Serra

JUNGLE CRUISE. País: Estados Unidos. Un film dirigido por Jaume Collet-Serra. Los guionistas son John Requa, Glenn Ficarra y Michael Green. Nos viene presentada con el sello Disney, Walt Disney Pictures. Un amplio elenco de actores y actrices encabezados por los protagonistas Emily Blunt y Dwayne Johnson. Estrenada en los cines españoles el 31 de julio de 2021. No es inocua.  Contiene una gran carga de hispanofobia y de leyenda negra, y también de mito del buen salvaje.




JUNGLE CRUISE. País: Estados Unidos. Un film dirigido por Jaume Collet-Serra. Los guionistas son John Requa, Glenn Ficarra y Michael Green. Nos viene presentada con el sello Disney, Walt Disney Pictures. Un amplio elenco de actores y actrices encabezados por los protagonistas Emily Blunt y Dwayne Johnson. Estrenada en los cines españoles el 31 de julio de 2021. No es inocua. Contiene una gran carga de hispanofobia y de leyenda negra, y también de mito del buen salvaje.

Otra película de aventuras Disney de 2021 con un relato de estereotipos adoctrinadores ya convertidos en tópicos negrolegendarios e hispanófobos que tanto interesan en Estados Unidos y en algunas otras latitudes tanto geográficas como ideológicas y que tanto perjudican a Hispanoamérica y España. Apoyados en el mito del buen salvaje, la doctrina Monroe y sucedáneas no descansan de imponernos su hegemonía cultural de la mano de los nuevos “Bolívares” del siglo XXI que siguen buscando su botín de guerra en la división y los complejos de la Hispanidad.

Desde el principio, a modo de bautismo, como si fuera un retablo barroco, el relato empieza a inocularnos sus doctrinas y dogmas confiando en hacer adeptos de su fe a los más pequeños de la casa y a cualquier espectador poco leído. Como película no es gran cosa, pronto podemos advertir que es una mala réplica de Tomb Raider o Indiana Jones, un tanto pesada y con algunos entretenidos efectos especiales.

Desde hace siglos nuestras élites disfrutan escupiendo hacia arriba, quizá porque es condición sine qua non para sentarse a la mesa de los vencedores que reparten las credenciales y las prebendas del “mundo civilizado y la corrección política” en cada época. De Fernando VII a Fernando Trueba pasando ahora por Jaume Collet-Serra podríamos decir irónicamente que estamos bien protegidos y representados por nuestras élites y no necesitamos enemigos externos. Todo sea por la posverdad, la libertad y la autoestima posmoderna. La leyenda negra, como un caballo de Troya regalado, no descansa en su intento de destruirnos en todos los frentes, y como una hidra, cuando crees que la estás venciendo se reproduce con más virulencia.

En un artículo publicado en El español, por Marcos Ondarra, podemos leer que, como señala Alberto Gil Ibañez, autor de La leyenda negra: Historia del odio a España, “el movimiento indigenista ha resurgido milagrosamente al mismo tiempo que se ha unido con movimientos izquierdistas”: “Una combinación absurda ante la que cabe preguntarse Qui prodest? -¿A quién beneficia?. Según Alberto Gil todo sucede con la intención de “ocultar las leyendas negras de los demás”, en referencia a Inglaterra y Estados Unidos. “Ellos sí que perpetraron un verdadero genocidio, con una filosofía de fondo que lo justificaba. Nada que ver con los españoles, que fueron ayudados en su labor por –indígenas esclavizados y sistemáticamente asesinados (y comidos) por aztecas e incas”. Y continúa diciendo: “El mito del paraíso prehispánico no se sostiene mientras se olvida el modelo más que exitoso que representó la América Virreinal. Con la independencia, los indios perdieron derechos, tierras y hasta la vida, pero de esto no se habla”. Y añado yo: No se hacen películas. “En lugar de apuntar a las élites criollas o a la intervención extractiva del mundo anglosajón en la américa hispana postindependencia se opta por la cantinela de utilizar a España como chivo expiatorio”.

También podemos leer en el ensayo Madre Patria de Marcelo Gullo Omodeo que “Es justamente esa intelligentzia (británica) la que introdujo en Hispanoamérica la leyenda negra para disolver al imperio español; el libre-comercio para hacer de cada república un apéndice de Gran Bretaña, y el nacionalismo de campanario para que nunca más se pudiese pensar en la reconstrucción de la unidad perdida”. O “la difusión entre las élites criollas hispanoamericanas de la leyenda negra de la conquista española de América constituyó la columna vertebral del imperialismo cultural anglosajón para derrotar al imperio –hispanocriollo-, ya que sembró en éste el germen de la secesión. Luego, curiosamente, la posta de la prédica de la leyenda negra recayó en las manos de EE.UU y de la Unión Soviética”. “Hasta el día de hoy, para la mayoría de los historiadores, politólogos, sociólogos y –opinólogos- norteamericanos, la conquista del Oeste realizada por EE.UU fue una grandiosa gesta, sin embargo, la conquista española de América fue un atroz genocidio”. En el ensayo Morderse la lengua Darío Villanueva nos dice: “El pensamiento –fuerte-, el metafísico, solo puede ser ejercido imperialistamente por los vencedores, perpetuadores del statu quo”. Y eso es precisamente lo que pretende este largometraje, Jungle Cruise. Y así podríamos seguir… preguntándonos ¿por qué no hay películas similares donde se pongan a británicos, estadounidenses, franceses, holandeses, belgas… en idénticos o peores guiones cinematográficos?

En ella encontrarás una página más de Hollywood y de Disney llena de leyenda negra e hispanofobia, amparándose en el mito del buen salvaje, con la clara intención de dirigir y manipular  las emociones y los pensamientos de los espectadores. Para ver este tipo de películas, que parecen inofensivas y no lo son, los espectadores deben acudir leídos, y antes y después de verla, deben hablar o practicar un cine fórum con sus hijos si no quieren ser devorados por la manipulación y la tergiversación de la historia y sus dañinas consecuencias.


Custodio Tejada

Opiniones de un espectador

Agosto de 2021

https://www.todoliteratura.es/noticia/55753/cartelera/jungle-cruise-del-cineasta-espanol-jaume-collet-serra.html


http://granadacostanacional.es/jungle-cruise/


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domingo, 13 de junio de 2021

CUERPOS DE CRISTO de Antonio Praena

 CUERPOS DE CRISTO de Antonio Praena. Por Custodio Tejada,

CUERPOS DE CRISTO de Antonio Praena. Editorial Visor.  XIX Premio Emilio Alarcos. 62 páginas. Aproximadamente unos 600 versos repartidos en 26 poemas. El libro tiene dos partes, la primera titulada VOSOTROS con 13 poemas y la segunda titulada ECCE HOMO, con otros 13 poemas. Una ilustración-autorretrato de Juan Praena Medina (padre del poeta) da color a la portada: Unos pies cruzados que nos invitan a imaginar la cruda realidad del camino. La gratitud es crucial para comprender la ofrenda que representa este poemario en cada parte y en su conjunto.




CUERPOS DE CRISTO de Antonio Praena. Editorial Visor.  XIX Premio Emilio Alarcos. 62 páginas. Aproximadamente unos 600 versos repartidos en 26 poemas. El libro tiene dos partes, la primera titulada VOSOTROS con 13 poemas y la segunda titulada ECCE HOMO, con otros 13 poemas. Una ilustración-autorretrato de Juan Praena Medina (padre del poeta) da color a la portada: Unos pies cruzados que nos invitan a imaginar la cruda realidad del camino. La gratitud es crucial para comprender la ofrenda que representa este poemario en cada parte y en su conjunto.


 


         Afirma Fray Luis de León en su libro De los nombres de Cristo que “La poesía… sin duda la inspiró Dios en los ánimos de los hombres, para, con el movimiento y espíritu de ella, levantarlos al cielo, de donde ella procede; porque poesía no es sino una comunicación del aliento celestial y divino…”. También que “…las Escrituras que llamamos sagradas las inspiró Dios a los profetas, que las escribieron para que nos fuesen, en los trabajos de esta vida, consuelo, y en las tinieblas y errores de ella, clara y fiel luz”. En muchas ocasiones las lecturas de los libros se entrecruzan por caprichos del destino y nos ayudan a comprender mejor lo que leemos, estableciéndose entre ellos una conversación mutua y un canal de vasos comunicantes. Mientras leía Biografía de la luz y Cuerpos de Cristo, ambos se iban abriendo paso a la luz compartida del mismo misterio celebratorio y gozoso. Ambos se retroalimentaban entre sí.

         Dice la flamante Premio Reina Sofía de Poesía, la poeta portuguesa Ana Luisa Amaral, que la poesía puede mejorar el mundo, pero que “la poesía no sirve para nada y por eso es absolutamente fundamental”. Pablo D´ors manifiesta en una entrevista para ABC Sevilla: “La palabra cuando nace del silencio actúa. Las palabras si nacen del silencio, pueden cambiar el mundo. Escribir o hablar es un ejercicio espiritual”. También dice Pablo D´ors en su libro Biografía de la luz que “leer desde el interior es lo que de verdad alimenta”. Y leer a Antonio Praena es adentrarse en la voz del alma a través de la poesía, porque eso es lo que pretende el poeta de Purullena: mejorar el mundo con sus versos, como un buen hermeneuta nos ayuda a comprender y nos eleva.

Antonio Praena con cada nuevo libro que publica se hace cada vez más grande. La poesía de Antonio se encarna en los nombres, los convierte en palabras mayores, son palabras llenas de vida y de fe. Sin lugar a dudas está llamado a ocupar un lugar destacado en el Parnaso. El propio poeta dice en la revista Secretolivo que “No veo llegar los libros hasta que ellos se van encarnando por sí mismos”, o, en una entrevista para Valenciaplaza.com: “Quiero cederme y ser medio para que la realidad llegue al poema”, “La poesía, que es palabra y, en una clave teológica, palabra en la Palabra, en el logos, en el Verbum, por supuesto que es una privilegiada en ese servicio, en esa diaconía, en esa servidumbre humilde de hacer no sólo llevadero, sino humanizador, el sufrimiento.”

El poeta afirma con un deje metaliterario en la página 14: “Y aunque yo sé que mis palabras poco importan/ al resto de poetas y de críticos,/ que nada legaré para la historia/ de la literatura…”. Pero en mi modesta aproximación y opinión estoy en absoluto desacuerdo con él, Antonio Praena sí que importa, y pasará (ya está) a la historia de la literatura española como un gran poeta, ya se puede comprobar la importancia de su obra y los éxitos cosechados, así como el corpus crítico que hay detrás de ella. Tenemos ante nosotros a uno de los grandes poetas españoles actuales llamado a perdurar, con un estilo tan singular y pulido como exquisito.

         El libro Cuerpos de Cristo marca un camino, sigue un itinerario: el de la belleza, el de la fe y la resurrección, el del amor al otro, el de la gratitud y la esperanza, el del homenaje y la amistad, el de la transcendencia. En este poemario se percibe a un autor ungido por la fe cristiana que pone su don mayúsculo (el de ser poeta) al servicio de Dios y su mensaje. Nos revela Pablo D´ors en Biografía de la luz que en Jesús se dan “Los tres carismas por excelencia: la palabra: escucharla y anunciarla; la visión: ver y enseñar a ver; y la sanación: atravesar el dolor y redimirlo”. Y esos tres carismas/itinerarios son los que también se pueden percibir de alguna manera en la lectura de este libro. El poeta resignificándolo todo nos aproxima a su poesía que es “palabra en la Palabra” para que la escuchemos y de paso nos anuncie la Buenanueva resucitada del mandamiento nuevo: el amor a Dios y el amor al prójimo, pero no se queda solo ahí. La visión del poeta, la forma en que su mirada genuina y particular nos presenta la realidad y los poemas, nos enseña también a ver lo que él ve y a guiarnos hacia lo sagrado (solo basta con leer entre otros muchos el primer poema del libro para comprobar lo que digo) compartiendo con nosotros su testimonio/magisterio y su don. Y además el poeta que atraviesa el dolor, a través de tantos nombres y experiencias, lo redime/transciende a través de sus versos, a través de una sanación que resucita con cada lectura que puede llegar a ser hasta salvífica, por lo que tiene de autoayuda y meditación inductora. Es, por tanto, desde esta perspectiva, desde esta poética del ascenso, un libro carismático, una guía espiritual.

         En este poemario en concreto su poesía establece una “union mística, una visión beatífica (que dentro de la concepción doctrinal de la mística cristiana es un privilegio divino que consiste en el conocimiento inmediato de Dios)”. La alteridad (esa poética del otro) funciona en este poemario como un campo magnético que ejerce su influencia conductora a través de los nombres, y es que la fórmula que halla el poeta para llevarnos a Cristo es la de transcender lo anecdótico a un rango superior de consciencia que por elevación nos seduce y guía. El libro se abre con esta dedicatoria “Cada poema de este libro está dedicado a alguien. Cada una de esas personas, vosotros, sois los Cuerpos de Cristo”, y además una cita bíblica (Mt 25, 40) que nos lleva directamente al prójimo. Porque Cuerpos de Cristo es un libro de amor y entrega que da gracias por lo recibido, lleno de guiños a la biografía del autor. Además, es, quizá, su libro más sacerdotal y catequético (funciona como un retablo, donde la identidad y el tono cristiano es más que evidente). En él se percibe la vocación de fraile dominico al servicio de su compromiso religioso. El propio jurado del Premio Alarcos afirma que es “un poemario elegiaco, producido por la muerte de un ser querido y mezclado con profundos y heterodoxos conocimientos teológicos”.

         Según la numerología, el número 13, presente en este poemario, lejos de la superstición, es un número sagrado y se relaciona con la muerte, no como algo malo o negativo, sino como signo de cambio o transformación, y aquí en este poemario, en concreto, como algo más positivo, la resurrección en Cristo Jesús. “También nos resucitan” dice el poeta en la página 45, o “Pero este es el sentido de la muerte:/ manifestar resurrección” –reza en la página 34 del poema Vosotras. O en el poema Jueves santo dice: “Vivo o muerto,/yo sé que estás resucitado”. Nada más abrir el libro, un magnífico y emotivo primer poema (Mujer con pastilla de jabón) nos zarandea, nos recibe a porta gayola y nos avisa de que hemos entrado en un territorio sagrado, en un poemario mayúsculo escrito con el corazón, pero también con la habilidad de un poeta que domina el oficio y el idioma con especial maestría.  

         ¿Qué es lo que nos encontramos aquí en este libro, cuál es su piedra angular? El poeta nos presenta una vida (la suya diluida en la de otros) entregada al prójimo y a la poesía, nos encontramos “un terreno sagrado” lleno de dolor agradecido que diría Oscar Wilde y que Antonio lo incluye en su poema Junto a la carretera como un verso-cita.  Unas pérdidas o un dolor que son fuentes de conversión, puertas que abren a la salvación por la fe y el testimonio, convertidos en poemas para gozo artístico, porque la belleza es también otro camino de salvación. Aquí nos encontramos un conjunto de ausencias que al nombrarlas el poeta las hace presencias compartidas, desde Santa Teresa, San Juan de la Cruz, 43 estudiantes desaparecidos en Méjico, Amy Winehouse, Federico, Francisco José Pujante, Pablo García Baena… todos Cuerpos de Cristo unidos por la muerte, pero también por la resurrección cristiana que el poeta proyecta sobre ellos, a través de la fe que profesa y del lenguaje que utiliza.

         Varios hilos entretejen la poética de este poemario. Y es su foco el que ilumina centrando la atención donde le conviene y convirtiendo su mirada microscópica o telescópica en un acto de revelación, según la necesidad de cada momento y aunándolas a veces en el mismo instante. “…fabricado/ con sodio palmitato, glicerina,/ evernia furfurácea y extracto de lavanda./” , “El más valioso don que he recibido,/ tan solo comparable al acto/ que crea el universo de la nada” (p. 13). O “y abraza en lo concreto lo intangible,/ lo eterno en el instante, el todo en parte alguna./ (p.57). Y así nos encontramos lo cotidiano y lo sagrado, la vida y la teología, el lenguaje y la mística, la poesía y el testimonio, lo existencial-autobiográfico y lo elegiaco, lo fugaz y lo eterno, lo meditativo y lo artístico, la alteridad y la voz singular del poeta. Pérdidas que son ganancias en esa otra escala de valores que el libro propone. Citas-referencias y dedicatorias establecen otro diálogo interno y paralelo que proyectan el poemario a otras esferas que van más allá del texto, del lenguaje y del poema, que nos llevan a la misma vida. “No sabe del amor quien sale indemne/ de la carne del otro” –exhorta en la página 18.

Cuerpos de Cristo es un acto de iluminación que ha sido escrito para ser compartido como la luz que se saca de debajo del celemín. Basta con leer el poema Las cinco llagas. Porque como diría Pablo D´ors: ¿Y qué sucede cuando se ve a Dios en alguien o en algo de este mundo? Que se reconoce que esa luz de la que se disfruta no puede ser solo para uno”. El propio autor de Purullena nos confiesa sobre Cuerpos de Cristo que espera “que cumpla el destino que Dios, que es quien ha movido este libro tenga para él. Aunque ello incluso a mí me cueste más de un disgusto”. Y es que como dice Pablo D´ors: “Al verdadero maestro se le identifica por esta triple misión: propicia el desasimiento y la experiencia del misterio (es un mistagogo); experto en la tradición, dibuja un sencillo y sugerente itinerario formativo (es un pedagogo); desaparece para que aparezca la vida (es un místico)”. Y eso es lo que ha hecho Antonio Praena en este poemario, actuar como un mistagogo, como un pedagogo y como un místico al mismo tiempo, en una especie de misterio trinitario: tres misiones en un solo poeta. El poeta consigue en Cuerpos de Cristo que Amado y Amada (Cristo y poesía) se unan en una relación íntima y espiritual más que en ningún otro de sus libros anteriores. Detrás de cada poema hay un “ángel” que actúa como un arquetipo, y los poemas convertidos en ofrendas líricas llegan a ser oraciones o templos donde la conciencia se redimensiona y se comparte.

         El propio Antonio nos dice en una entrevista que “Si un libro no da pistas él solo, es que algo falla”, y añade que “No es un libro neutral”, que “Cuerpos de Cristo, mejor o peor, habla clarito por sí mismo si no intentamos forzar, sobre interpretar, imponer expectativas…” Así que lo mejor que podemos hacer es leerlo y dejar que su poesía nos hable, porque como dice en el último renglón de su último poema: “Solo es cuestión de andar sobre las aguas”, en este caso, sobre sus versos.

        


Opiniones de un lector                                        

Custodio Tejada.

6 de junio de 2021

 


http://granadacostanacional.es/cuerpos-de-cristo/


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viernes, 30 de abril de 2021

DEVORALUCES de Ángel Olgoso

 DEVORALUCES de Ángel Olgoso. Por Custodio Tejada.


DEVORALUCES de Ángel Olgoso. Editorial Reino de Cordelia. 134 páginas y 14 textos/relatos/poemas/ensayos por sólo 14,95 euros. Primera edición de marzo de 2021. El libro aparece numerado en el lomo con el número 140 de la colección. Impreso en papel cien por cien libre de cloro y considerado como reciclable. De tapa blanda, está vestido con todos los ropajes que un libro puede llevar: cubierta, sobrecubierta y faja. Dos imágenes alegóricas ilustran el libro y nos invitan al desdoblamiento: una primera ilustración en la cubierta titulada “Elohim creando a Adán” (1975) de William Blake y otra en la sobrecubierta que es la que primero se ve, “Lámina 12 de América a Prophecy” (1795), también de William Blake. El colofón nos despide con otra imagen suponemos que también de William Blake. En la contraportada se nos avisa que el autor “se despide de un género que ha cultivado durante cuarenta años con fruición imaginativa y estilística”. La faja, en perfecto camuflaje con la sobrecubierta, nos pone sobre aviso: “El esperado regreso de un gran maestro del relato fantástico”. En la solapa una foto del autor/rector del Instituto Pataphysicum Granatensis, casi de perfil, con la barbilla levantada y una mirada hierática o holmesiana que se pierde en lontananza, y una nota bibliográfica. Cuatro páginas de cortesía de color tierra al principio y cuatro al final, las de en medio con el logotipo en blanco de la editorial. El libro es un collage de lecturas y de libros, de emociones y sentimientos, de homenajes y deferencias, de metáforas e intertextualidades. Un libro biblioteca, la de sus lecturas, quizá “una alegoría de la fertilidad”/felicidad lectora/vividora del autor, que desde el principio huele a despedida, a homenaje, a tributo y a regalo. Y aunque es un texto narrativo, poético, metaliterario, metafísico, ensayístico… ante todo, es un libro de amor correspondido: a su amada, a su oficio, a su vida, a los recuerdos, a los libros, a sí mismo, a sus lectores…




DEVORALUCES de Ángel Olgoso. Editorial Reino de Cordelia. 134 páginas y 14 textos/relatos/poemas/ensayos por sólo 14,95 euros. Primera edición de marzo de 2021. El libro aparece numerado en el lomo con el número 140 de la colección. Impreso en papel cien por cien libre de cloro y considerado como reciclable. De tapa blanda, está vestido con todos los ropajes que un libro puede llevar: cubierta, sobrecubierta y faja. Dos imágenes alegóricas ilustran el libro y nos invitan al desdoblamiento: una primera ilustración en la cubierta titulada “Elohim creando a Adán” (1975) de William Blake y otra en la sobrecubierta que es la que primero se ve, “Lámina 12 de América a Prophecy” (1795), también de William Blake. El colofón nos despide con otra imagen suponemos que también de William Blake. En la contraportada se nos avisa que el autor “se despide de un género que ha cultivado durante cuarenta años con fruición imaginativa y estilística”. La faja, en perfecto camuflaje con la sobrecubierta, nos pone sobre aviso: “El esperado regreso de un gran maestro del relato fantástico”. En la solapa una foto del autor/rector del Instituto Pataphysicum Granatensis, casi de perfil, con la barbilla levantada y una mirada hierática o holmesiana que se pierde en lontananza, y una nota bibliográfica. Cuatro páginas de cortesía de color tierra al principio y cuatro al final, las de en medio con el logotipo en blanco de la editorial. El libro es un collage de lecturas y de libros, de emociones y sentimientos, de homenajes y deferencias, de metáforas e intertextualidades. Un libro biblioteca, la de sus lecturas, quizá “una alegoría de la fertilidad”/felicidad lectora/vividora del autor, que desde el principio huele a despedida, a homenaje, a tributo y a regalo. Y aunque es un texto narrativo, poético, metaliterario, metafísico, ensayístico… ante todo, es un libro de amor correspondido: a su amada, a su oficio, a su vida, a los recuerdos, a los libros, a sí mismo, a sus lectores…

 

Para leer un libro hay que estar atento y tener ganas, buscar el momento propicio es importante, pero afrontarlo con la misma ilusión que un niño juega en un parque de atracciones resulta imprescindible. Situémonos por un momento en nuestra época, aquí y ahora, en abril de 2021. Imaginemos una “Nintendo”, un “Xbox” o una “PS4”.  El lector, como si fuera un jugador de videojuegos (ya sea Minecraft, Among Us, Fornite, Brawl Stars…) debe estar preparado para jugar en cualquier mapa (texto), para superar todas las dificultades y conseguir así todos los brawlers (legendario, épico, mítico, cromático, especial…). Solo haciéndose con las atrapagemas y las monedas (pistas de lectura), los puntos de fuerza, las megacajas y los gadgets necesarios podrá completar la misión: leer el libro como quiere el autor que lo hagamos y que no siempre coincide con lo que hace el lector/jugador. Todo libro tiene distintas jugadas y depende de cada lectura el modo en que sucede el fin de la partida.

A veces pienso que cuando escribo la reseña de un libro, de alguna manera, me estoy haciendo un “selfie” con el autor, una especie de miscelánea viva de palabras y emociones compartidas. Y es que cuando uno comparte una opinión lectora lo que realiza es un autorretrato literario en el que ya queda ligado permanentemente a la obra y al autor, de una forma ineludible, íntima y casi eucarística, osmótica y ectoplasmática.

Opinar de un libro es como saltar al vacío y dar un grito en medio de una montaña. El eco amplía la voz y el silencio que viene después se mimetiza con el paisaje y la mirada. ¿Qué es un autor sino un lector empedernido que necesita escribir para buscarle sitio y acomodo a las nuevas lecturas? ¿Y qué es un lector sino una especie de “Thermomix” que pretende hacer una cocina de autor con los ingredientes que tiene más a mano y que no son del todo suyos? Tengo la sensación de no haber sido un lector elegido al azar, los libros a veces eligen a los lectores, son ellos los que seducen. En cualquier caso, cruzar un libro es siempre como atravesar el Rubicón, ya que cada libro es una pequeña Semana Santa, el lector muere y resucita con cada nuevo libro, igual le pasa al autor. Hagámosle caso pues a Ángel Olgoso y como nos dice en la página 120 de “Devoraluces” “un título, vigoroso, indeleble”, inquietante, metafórico… “Situemos al lector ante… un libro etéreo y tan inefable que encierre en sí el mundo fenoménico sin guardar nada… y que vibrará para siempre en el alma del lector” o bien “Dejemos que el lector… encamine sus pasos… hacia su propia aventura”, como aconseja en la página 118, invocando el principio de incertidumbre donde lector y observador se funden en su devenir cuántico, y empecemos a leer a ritmo de can-can “la lectura de un libro de títulos”.

Si buscamos en el diccionario el significado del término “clásico”, en una de sus acepciones leemos: “(Autor, obra) Que se considera como modelo digno de imitación en el arte o la literatura”. Dice Rafael Narbona en el artículo “¿Qué es un clásico?” para el suplemento El cultural del diario El mundo (30 de marzo de 2021): “La mayoría de las obras quedan olvidadas en las cunetas de la historia, pero unas pocas adquieren el carácter de milagros imperecederos. No se las considera perfectas, sino necesarias”. “En la Odisea, lo individual acapara el protagonismo. Ulises no piensa en sus responsabilidades como rey de Ítaca, sino en su felicidad”. Según Italo Calvino, un clásico “es un libro que nunca termina de decir lo que tiene que decir, es un libro de relectura, de descubrimiento constante, cargado de huellas y señales, que suscita incesantemente…” Azorín manifestaba que “un clásico estático es un clásico muerto” y para Borges sería un acuerdo entre los lectores. O sea, que podríamos afirmar que una obra es un clásico cuando se convierte en un modelo de estilo a seguir, además de definir y atrapar la época en la que fue escrita, como diría T. S. Eliot. El mejicano Evodio Escalante dice en una entrevista realizada por Fidelia Caballero Cervantes para bajopalabra.com.mx (28 marzo 2021) que “el verdadero crítico es el tiempo. Hay obras que en cierto momento deslumbran, regocijan o apasionan a sus lectores y que luego van cayendo en el olvido, quizá son como bellas de unos momentos y luego desaparecen, y hay otras que van perdurando y solicitan nuevas lecturas y en esas nuevas lecturas siguen encontrando nuevos sentidos, se van actualizando”. Y aunque uno no puede ir de profeta, ni saber cuál será el juicio del tiempo, de la historia y de los lectores futuros, sí se puede aventurar y afirmar hoy que Ángel Olgoso es un firme candidato a proclamarse “Clásico” en la Gala de la Literatura Española.

Encontrar referencias del libro “Devoraluces” y de Ángel Olgoso, el autor de unos 700 relatos, no es difícil. En la misma contraportada de la sobrecubierta leemos que “Devoraluces es celebración y reconciliación, un breve catálogo de las raras dulzuras que puede otorgar la vida, una iluminación profana, un bálsamo para tiempos inciertos”. Juan Gaitán, en La Opinión de Málaga dice: “Ángel Olgoso es uno de los autores de referencia del cuento en español” “Devoraluces es… un inventario de las bondades de estar vivo”. “Todo en el lenguaje de este escritor tiene sentido, connotación, belleza.” Santos Domínguez Ramos, en su blog “santosdominguez.blogspot.com”, comparte que “…son algunos de los significativos títulos de unos textos luminosos de quien es sin duda uno de los mejores narradores actuales”. Miguel Arnas Coronado nos comenta en una reseña aparecida en el periódico ideal que “Este es un libro para saborear… La unidad de esas narraciones es característica y marca de la casa. Marca que consistía, hasta ahora, en la fantasía, la condensación y un horror suave, un ensueño inusual”. Y de Devoraluces añade: “En cuanto al estilo, indudablemente poético. Las metáforas, la elección del lenguaje, los adjetivos, la sorpresa de cada imagen…”  “El tema de los cuentos, si bien lo tienen, es lo de menos: son las palabras, las figuras e ilustraciones que se nos presentan como los cuadros de un museo donde todo estuviera mezclado al tiempo que en riguroso orden”. En el blog de Jimy Ruiz Vega leemos: “Los cuentos de Ángel Olgoso… Expresan la complejidad de la vida en unas pocas páginas, produciendo sorpresa y sensación de conocimiento y extrañeza… un efecto parecido al de un poema.” “Los catorce textos reunidos en Devoraluces sorprenden al lector por el giro acometido en su narrativa. Los relatos de ahora se apartan del lado turbador, extraño y sombrío acostumbrados para buscar otros ámbitos y escenarios más luminosos y contemplativos…” “Un libro de prosa cuidada y rica, con una voz narrativa cercana e íntima, bien atenta al detalle de lo que sucede.” También nos apunta Marina Tapia en Facebook que el “sello intelectual y un tanto hermético” de la obra de Ángel Olgoso, “de una forma casi mágica, nos hace ver el mundo bajo otro prisma. Tal cualidad tienen los libros que perduran en el tiempo y sobrepasan las modas”. El propio autor en una entrevista que le hizo José Antonio Muñoz (“Devoraluces es un mosaico de géneros, emociones y sueños que se mezclan con maestría”) para el periódico granadino Ideal (23 marzo 2021) nos dice: “Devoraluces traza un sendero de claridades. Quise componer un libro acogedor, benigno, abierto a los sentidos, una celebración de la existencia”, “En Devoraluces he intentado reflejar la luz habitable de la infancia y de la cal, la visitable de los libros y la esperanza, la acariciable del amor y la bondad, pero también la mercurial de los sueños y la crepuscular del pasado”. Y en esa entrevista Ángel Olgoso nos advierte que le gusta “turbar o emocionar al lector, de robarle bajo sus pies la tierra de las certezas”.

Irene Andrés-Suárez (en Wikipedia) destaca que la “narrativa de Ángel Olgoso constituye un verdadero despliegue de talento, originalidad y perfección y se sitúa en la línea de aquellos autores que no han necesitado cultivar la extensión para ser reconocidos como grandes escritores…”. Francisco Jiménez de Cisneros dice en Todoliteratura.es: “Cautiva al lector con su minimalismo barroco, con su carácter proteico, combinando lo ideal y lo terrenal, lo cotidiano y lo infinito”. Dice Daniel Monedero en una entrevista en The Objective.com acerca de su último libro “Volar a casa” editado en Páginas de Espuma que “Escribo jugando todo el tiempo con la credulidad y la incredulidad. Pero no es más que mi forma de ver el mundo: la vida se mueve en esos planos”. Y eso es quizá lo que ha decidido también Ángel Olgoso, cambiar de plano, cambiar su forma de ver el mundo con este libro, alcanzar el extrañamiento de lo fantástico en lo cotidiano. Y aunque su “Conjugación” nos plantee un viaje iniciático: “Yo grité. Tú torturabas. Él reía. Nosotros moriremos. Vosotros envejeceréis. Ellos olvidarán”, hay que manifestar que después de leído será difícil olvidar a este mago/maestro del relato que solo quiere “libertad para cambiar de género, para cruzar distintos soportes y permanecer en la encrucijada” p.131, y que es lo que hace de un relato a otro precisamente en este “Devoraluces”.

Al principio de la lectura de “Devoraluces” el jugador se puede “bugear” un poco, sobre todo si está acostumbrado al Ángel Olgoso más sombrío y fantástico. Pero antes de leerlo linealmente, hago unas catas aleatorias entre sus páginas y de repente descubro la “pulpa firme pero jugosa que se descubre cuando un melón es calado con brío por la navaja”. Cuando lees “Devoraluces” especialmente, pero también cuando lees cualquier otro libro suyo, sus palabras, como “amebas de luz”, te acercan al néfesch que las habita y actúan como sublimación/justificación o explicación de un temblor, el de Ángel Olgoso y su peculiar iconografía literaria. Sus relatos son iconos de una mente erudita, despierta y juguetona, de una imaginación privilegiada y un saber hacer casi alquímico.

El título sugerente de “Devoraluces”, como un ser quimérico a modo de destello de luciérnaga y “canto de alondra” que huele a despedida de Ave Fénix, nos señala la declaración de intenciones del autor: “No ser el primero en ensayar lo nuevo ni el último en abandonar lo viejo” –nos revela en la página 134. Y así, desde el principio, nos lleva a las lindes del misterio y la fantasía a lomos de una palabra compuesta. “Devoraluces” está escrito al trasluz, como un “espejo ustorio”. ¿Pero… y si el libro fuera “una alegoría de la fertilidad” y de la felicidad? El título, como una metáfora, me lleva por sinestesia o serendipia, no lo sé bien, a la mitología griega y sus monstruos con cabeza de león-vientre de cabra-y cola de dragón, pero también al Siglo de las Luces, a la Ilustración y sus fantasmas/mitos o al romanticismo de los seres góticos. Con todo lo que allí hubo de luz, pero también de sombra, como un cepo a la espera de la herida brutal que secciona. Incluso hasta cierto punto el título, esa palabra nueva compuesta de verbo más sustantivo, pudiera significar en lo más hondo de su significado el nombre de un monstruo bueno, que se alimenta de rayos de sol y destellos de vida, pero también de las migajas que desprenden nuestros sentidos. Olgoso, aquí, no busca cualquier luz, sino la luz de la nostalgia, la luz primigenia, la de la vida hecha sugerencia o recuerdo que proyecta delicadas sombras chinescas en la mente de los lectores.

El autor, para alcanzar la Ítaca que nos propone, juega en sus renglones al “geoescodite”, y nos presenta unas maniobras de “realidad/virtualidad aumentada” e interactiva. Y así frecuenta distintos géneros, diferentes registros, y va de lo narrativo a lo poético (encontramos el poemario Émula de la llama como una isla en medio). Y ya sea en prosa, prosa poética o en verso, algunos de sus relatos son otros libros dentro del mismo libro, ensamblados con un efecto matrioska marca de la casa. Formando un “paisaje como gélida ágata” (p. 47), que a veces incluso nos deja cierto sabor gongorino entre los oídos. Si en Olgoso cada palabra es una puerta giratoria que más que abrir o cerrar lo que hace es sugerir, con la adjetivación lo que consigue es delimitar o expandir la capacidad de asombro o la dosis de misterio, extender su magia, practicar la alquimia del lenguaje. Un mundo simbólico e iconográfico, casi onírico impregna su palabrario, que es mucho más que un acuario de palabras o un acantilado repleto de cantos de sirenas. El territorio “Olgoso” es amplio, tanto que daría para hacer una gran retrospectiva. Con una veintena de libros publicados nos damos cuenta que estamos ante un escritor de gran recorrido, con una trayectoria que lo avala como “uno de los autores de referencia del relato breve y fantástico en español”. Sus relatos, como iconos de una fe antigua o como retazos de un grimorio, perduran en la imaginación del lector, en ese mundo paralelo que va y viene de la realidad a la escritura, de la imaginación a los sueños. Ahí está Wikipedia y demás artículos de opinión para profundizar en la figura alargada del autor y su bibliografía. Ángel Olgoso escribe “paladeando cada sílaba como si fuera esponjoso pan de azúcar”. “Las palabras pronunciadas” por su pluma se convierten en puertas a otras dimensiones, y como si fuera Hajdú en su propio cuento, despierta el mundo del lenguaje para postrarlo a tus pies de lector incansable y paciente.

En Amazon, enlazado a su portada podemos escuchar y ver un vídeo del autor donde afirma que “Devoraluces es un libro de relatos cocinado a fuego lento… con él he dado un golpe de timón a mi narrativa”, si antes se fijó más en lo sombrío, ahora con Devoraluces entra en un “ámbito mucho más luminoso”.

            Varios itinerarios surcan el libro, nos marcan un rumbo. Uno es las dedicatorias. Abre el libro con una dedicatoria principal, casi como un aljibe o un parterre: “Para Marina, mi compañera, mi luz”. Todos los relatos están dedicados a alguien, marcando una ruta sentimental y de agradecimientos: (a Ángel Olgoso Morales, a Ismael Ramos, a Margarita Osborn, a Roberto Martínez Mancebo, a mi hija Laura, a mi hijo Ángel, a José Antonio Santano, a Juan Herrero Cecilia, a Rosana Herrera, a Francisco Javier Guerrero, a Iván T. Contardo, A Fernando Jaén, a Francisco Bravo). Otro itinerario son las citas y los nombres que menciona o invoca: Marco Aurelio, Leonardo Da Vinci, Xavier de Maistre, Conde de Lautréamont, Vincent Van Gogh, William Faulkner, Franz Kafka, Jorge Guillén, Claudio Rodríguez, Annie Dillard, Pere Gimferrer, Marina Tapia, Jesús Cotta, Petrarca, Paul Klee… Otro camino son los libros y los autores que campan por sus páginas, otro sería el hilo temporal o el orden de los textos… Nombres, dedicatorias y citas como “fanales de cuento de hadas” que proponen “un diálogo luciente de chiribitas” en el estómago lector.

Dentro del viaje general, cada relato es otro viaje dentro del mismo viaje, una especie de diario de a bordo de la mente fantástica del autor y de su travesía vital escritora/lectora, una sublimación íntima y apasionada de sí mismo y de su oficio para “ser amanecer y anochecer a un mismo tiempo” (p. 116). Los catorce textos son relatos proteicos, densos, que beben de todas las fuentes y que se convierten a su vez en fuente intertextual y biográfica, casi de telaraña o red. Las referencias al cine, como guiños de un cinéfilo, aparecen en sus relatos. “Hajdú… que tenía los ojillos maliciosos de Charles laughton, el elegante cinismo de George Sanders y la esnob pedantería de Clifton Webb” (p.19), donde lo que no dicen las palabras lo añaden la imagen de dichos actores. Como un Messi del relato, nos da un centenar de fintas y regates (de personajes y libros, de quiebros y requiebros, de nombres y aventuras…), en unos cuantos párrafos nos voltea tantas veces que quedamos a expensas de las exclamaciones y las interjecciones que tengamos más a mano, pero sin demorarnos mucho, que hay que tomar aire y seguir el recorrido de orientación que nos ha preparado.

            En el relato “Las luciérnagas” nos ofrece un viaje por la memoria, por los recuerdos del corazón, que nos acercan a una geografía ya perdida y a unos sentidos ya lejanos en el tiempo, pero próximos en las emociones y los sentimientos. Brilla la memoria íntima y el territorio, el homenaje a un tiempo ido, pero presente al nombrarlo. Una retahíla de lugares ofrecen el mapa de una nostalgia: la vega, Charca de la Viña, Cruz de los Cigarrones, Cerrillo del Tesoro, El Salado, Acequia Gorda... Y como “una puñalada de luz” “Hajdú” y el mundo de los sueños, que “Salvo ellos, todo es ficticio en el mundo”. Con “Fulgor” y “su dulce conversar” nos apunta el devenir de un senderista que es “una pleamar de inocencia y cosas menudas”, una pasión por la naturaleza y los caminos, de la mano de Matteo y El Pajarillo que es la literatura y la vida. En “La Rosa de los vientos”, su eje literario, nos hace un homenaje bibliográfico donde aflora el lector que lleva dentro. El relato, como si de unas cartas náuticas se tratase, nos guía por las aguas procelosas de la literatura, dejándote exhausto en su viaje. Es un itinerario lector conducido de la mano de su alter ego Ulises. Lleno de nombres, mitológicos o no, que resuenan como una letanía, (Polifemo, Cíclope, Crotón, Ligia –ya sea como sirena o como amada del general romano Vinicio- Laertes, Paris, Ítaca, vino de Maron, Homero, Nautilus Capitan Nemo Julio Verne, Pequod Mobi Dick Melville, Swann Vinteuil En busca del tiempo perdido Marcel Proust, Scrooge Cuento de navidad Charles Dickens, obra teatral de James M. Barrie y la tripulación pirata - Esmee y Starkey- de Peter Pan –el niño que volaba y no quería crecer, Alicia en el País de las Maravillas de Lewis Carroll, Bail Hallward y Retrato de Dorian Gray de Oscar Wilde, la Banda de Tom Sawyer y Mark Twain, Madame Bovary de Gustave Flaubert, Davy Byrne y James Joyce –personaje y autor de Ulises, Oskar Matzerath y el tambor de hojalata de Günter Grass,  Lázaro de Tormes, don Quijote y el Freeman´s Journal…). Con el relato “Pelikan” y su reguero “de ausencias y recuerdos” nos lleva hasta la metáfora de un campo de concentración y “A la ruina y el desamparo. A las amenazas. A un cielo de metrallas. A once horas de trabajo diario”. En el relato “Villa Diodati”, con un claro componente metaliterario, nos introduce (de la mano de Lord Byron, P. B. Shelley, M. W Godwin) en aquel palacio suizo y en el romanticismo. Y como si fuera un momento literario único y fundacional de un género literario, Ángel Olgoso le tributa su particular homenaje de testigo privilegiado en un tour de force. Allí nos esperan quince escenas visionarias con sus títulos respectivos, y otra vez sus letanías de perlas geocaches (“lecturas de Tasso y Coleridge, Phantasmagoriana, El paraíso perdido de Milton, Gibbon, F. Bonnivard, Voltaire, Rousseau, Madame de Staël, Goethe, Séneca, la Biblia, Nerón, Calígula, el Ángel Caído y Adán, “un poco de luz y un poco de sombra” p.55). En “La ilusión del horizonte” un recorrido/viaje de enumeraciones, frases cortas y simples, uso de puntos y ausencia de comas y un aluvión de imágenes en tropel en un solo párrafo nos espera, como si viajáramos en un tren hecho de palabras. En “Okitsu”, como un “festival de Kamo”, una ofrenda verbal nos transporta a los rituales de la infancia y sus palabras-milagro, donde rememora el momento en que aprendió “que el silencio es más elocuente que el sonido, pero las palabras de mi padre… removieron mi mente y mi corazón”. Aquí se usan oraciones largas y compuestas, y un uso más frecuente de comas que de puntos, dividido en dos párrafos. “La arena de las historias”, de la mano del sultán Schariar y Schahrasad, nos hace volar hasta “Las mil y una noches” y la oralidad de los cuentos, y a toda la intertextualidad que rezuma el fértil reloj/desierto/vergel de Devoraluces. En la página 73 nos dice metalingüísticamente: “las palabras eran todopoderosas y, como tales, de una gran persuasión a la hora de otorgar sus favores: enlazadas unas con otras se convertían en cuentos maravillosos; solas, en talismanes y fórmulas mágicas”. “El calendario quimérico de lo que podía haber sido”, como crisálida, nos engendra “en la hiedra del instante” y su néfesch, nos sumerge en la luz y en la oscuridad. Y otra vez la letanía de nombres e intertextualidades (Josué, Ormuz y Ahriman que nos puede teletransportar a Lucifer y Ahriman de Rudolf Steiner o al Zoroastrismo, Hitler, Gavrilo Princip, Newton, Alarico, reino de Ugarit, biblioteca de Alejandría, “Cronos no devora a sus hijos”). En el relato “Medio real” transmutado en Cide Hamete Benengeli, y por añadidura en don Quijote de la Mancha y en Miguel de Cervantes, nos catapulta a Toledo y sus calles. Y a los lectores nos convierte en la burra de Balaam y en Diego Torrearias, quizá para “librarse(librarnos) de recelos, de los inquisidores”. “Émula de la llama” no es un relato más. Dos citas abren sus estancias, una de Petrarca y otra de Paul klee, a modo de écfrasis. Es un poemario de amor dedicado a Marina Tapia donde va “su voz destilándose en el alambique sagrado de la poesía”. Un libro dentro de otro libro (efecto matrioska). 22 poemas, dos en verso y el resto en prosa. Los sentidos y las sinestesias nos encandilan e hipnotizan. Y al leerlo el autor nos convierte “ipso facto” en lectores voyeristas, como si Velázquez estuviera pintando “Las meninas”, en este caso, Ángel Olgoso y sus 22 espejos que nos meten dentro de la escena. Los títulos nos inician en otro viaje más, el del “erotismo a raudales”: Aljibe, Aspiración, Bocajarro, Calendario, Diapasón, Estrellamar, Gusto, Lactar, Lamer, Literatura, Maravilla, Nupcias, Oído, Olfato, Orbes, Parque, Patria, Puerta, Sudor, Tacto, Vista, Epílogo: Apelativo. Y es aquí donde sucede el milagro y el autor lo reconoce: “no acierto a definir la literatura; te has mezclado con ella” p.97. Ahí está la clave. Con esos dos hilos, fundamentalmente, Literatura y Marina (a partes iguales) (o con los hilos de biografía y de lecturas) ha ido entretejiendo todo el libro y su horizonte de sucesos, el paño dorado y luminiscente de su poética, en una perfecta simbiosis. En “Odres nuevos” nos lleva a la Guerra Civil con Társila y Elisio, con Águeda y Amador, donde “durante tres años, a los hombres se les había ido cayendo la ceniza del corazón”. Y en la Coda final, “Nomenclatura Boghini para los dedos de los pies”, con sus 30 estancias, elabora un ensayo/caminata de crítica literaria, reflexiones, deseos, explicaciones sobre la escritura, más homenajes/deudas/agradecimientos... Metaliteratura en estado puro, pero también metafísica. Nos habla de la página en blanco, de la sintaxis y la gramática. En él, el autor habla del lector, que él mismo ha sido y es, o sea, que se desdobla en un “constante principio de incertidumbre”.  Y más letanías de nombres en una intertextualidad de biblioteca (Borges, Leopardi, Nicanor Parra, Benjamin, Hannah Arendt, Gombrowicz, Thoreau, Blake, Chateaubriand, Savater, Aramburu, Flaubert, Raymond Roussel, García Máquez…) Solo le ha faltado a Ángel Olgoso que se transmutara en Alcuino de York y nos dijera como aquél: “Qué dulce fue la vida mientras nos sentábamos tranquilos entre los libros”, o a modo de epitafio nos dijera: “Ruega, lector, por mi alma”.

            Ángel Olgoso sabe que “el alma se puede curar por medio de los sentidos” y por el amor, pero también por la literatura. ¿Qué es lo que nos propone el autor en realidad? ¿Qué es “Devoraluces”? ¿Es el testamento vital y lector de Ángel Olgoso, su último juego fantástico, la herencia iconográfica de un autor clásico, o un deseo de compartirse en “el afecto de las almas afines”? ¿Es un mapa, una ofrenda, un itinerario sentimental y de pensamiento, un camino hacia la felicidad? ¿Es un quinqué, un incendio, un fuego que quiere alcanzar el fulgor de la luz y un estilo a seguir? ¿Es un sueño, y he ahí la paradoja y el acierto, que la realidad es sueño y que la escritura es la mejor realidad, entroncando así con nuestros clásicos? ¿Y si fuera solo un libro trampa, de poemas y relatos, un compendio del ser íntimo y juguetón de Ángel Olgoso o el final de una partida de Brawl Stars? Una de las herencias más preciadas que siempre deja la lectura de este autor es la gran fuerza “collage” de esas imágenes iconográficas que deja impresas en la mente del lector. Se nos dice en la página 70 que “el verdadero misterio, el verdadero encanto, reside(n) en la belleza de darse a los demás”, y eso es precisamente lo que hace “de manera fantástica” Ángel Olgoso en Devoraluces, entregarse a sus lectores y a su amada de una forma divertida y lúdica. Si tuviéramos que pintar de algún color este libro, ése sería el azul, no cualquier azul, sino el que se convierte en “un arroyo creciente de ausencias y recuerdos” de una época que termina “añilándolo” todo “para siempre”, y también de las grandes presencias que hay en su vida y en sus lecturas. Pero ésta es solo la opinión lectora de Custodio Tejada y quizá haya que “anticipar la ejecución de es(t)e pobre ser al que habían sorprendido leyendo un libro”, para erradicar de una vez por todas el “perecedero poder del último lector vivo”. Y perdonadme que me haya excitado con la oratoria, pero es un libro para excitarse y arder en la llama viva del verbo y de la pasión. El libro-sueño titulado Devoraluces “es suyo. Usted perdone”, amigo lector, yo solo le paso la vez del efecto matrioska que supone la lectura de un libro como éste, ya que queda espacio de sobra para recoger el testigo y seguir creciendo en su hoguera de palabras.

 

Opiniones de un lector

Abril de 2021

Custodio Tejada

http://custodiotejada.blogspot.com/

 



http://granadacostanacional.es/opiniones-de-un-lector-devoraluces/


jueves, 4 de marzo de 2021

CIUDAD MORI de Sergio Mayor

 OPINIONES DE UN LECTOR

CIUDAD MORI de Sergio Mayor. Por Custodio Tejada.




OPINIONES DE UN LECTOR (Por Custodio Tejada)

 

CIUDAD MORI de Sergio Mayor. Karima Editora. 256 páginas. Prólogo de Miguel Dalmau. Su edición ha estado al cuidado de Sara Castelar y Ana Palmero. La nota biográfica del autor que hay en la solapa (con fotografía en blanco y negro del autor incluida) añade más misterio y curiosidad si cabe al libro. Dividido en 9 partes, como los nueve círculos del infierno de Dante, y 143 fragmentos-capítulos de una o dos páginas, uno solo de tres. Todos con título. La primera con 9 fragmentos-capítulos, la segunda con 27. la tercera con 16, la cuarta con 7, la quinta con 22, la sexta con 25, la séptima con otros 9, la octava con 25 y la novena con 4. La fotografía deshabitada que ilustra la portada es de José Luís López Bretones. ¡Atención!, entras en un territorio alucinógeno lleno de conectomas que impregnan la lectura con un óleo cuántico. Un libro repleto de páginas movedizas que tienen mucho de biblioterapia. Su lectura provoca un electrochoque, pronto deduces que el libro está escrito por un gran lector. La mística recorre sus páginas, quizá una mística laica y maldita a imagen y semejanza del yo protagonista que cuenta la historia, como si fuera un ejercicio de conversión, una forma de hacerse texto eterno. Su trama te llevará a un gran “memento lectorem”. Es como si fuera una guía lectora o una tertulia del autor-protagonista consigo mismo, con la historia de la literatura-del pensamiento-del arte y con nosotros sus lectores.  Al leerlo es como si tu mente gritara ¡Fiat lux!, en medio de la noche más oscura y de la niebla más espesa. El libro termina con el colofón y la imagen de unos crisantemos, a modo de ofrenda funeraria.

 

Si tuviéramos en cuenta a Roland Barthes y el estructuralismo y aceptáramos como premisa “la muerte del autor” y el nacimiento del lector, tendríamos que asumir el protagonismo de la lectura en la configuración de una obra en igualdad de condiciones que la autoría, por lo que ambos tienen de sujetos operatorios. R. Barthes “consideraba que la intención del autor no es el único anclaje de sentido a partir del cual se puede interpretar una obra, sino que este debe ser creado activamente por el lector”. Wittgenstein nos advierte que “Los límites de mi lenguaje son los límites de mi mundo”. Por lo que podemos aventurar que el lenguaje-la literatura-la lectura crea de alguna manera el mundo, la realidad. Dice el Eclesiastés (1, 17-18): “Me dediqué a conocer la sabiduría, la ciencia, la locura y la necedad, y advertí que también eso es correr tras el viento. Porque mucha sabiduría trae mucha aflicción, y el que acumula ciencia, acumula dolor”. Uno, que es un lector diletante, abre las páginas de Ciudad Mori, y rápidamente cae del caballo, como Pablo, sufriendo una conversión categorial ipso facto, cerrada, aunque no clausurada. Porque “Nadie es lo que lee, salvo si uno es joven, lee a Dante (o a S.M.), vive en Granada y sufre alucinaciones de Beatrice” –se nos inocula con hisopo en la página 24. Así que Intentar estar a la altura lectora que merece este libro no es tarea fácil, ya que sus claves dependen de cada uno, pero también de los geocaches que el autor caprichosamente ha ido dejando esparcidos a lo largo del texto, como átomos cuánticos. “Veinte hombres que leen este texto leen veinte textos” –nos previene en la página 244.

Si cualquier autor es la suma de todas sus lecturas, aquí, más que en ninguna otra parte, lo podemos corroborar. El autor de Ciudad Mori no es un prestidigitador, no es un alquimista de la palabra, no es un faquir de la noche y la calle, no es un farero de los pensamientos y las emociones, no es un encantador de renglones, no es un exorcista, no es un derviche de la contemplación, no es un chamán de los circunloquios, no es un eremita gorafeño que irradia sentimientos encontrados, es todo eso y mucho más, es Sergio Mayor. Es un escritor, un poeta, un intelectual, un erudito, un mago del lenguaje, un pintor de atmósferas, un constructor de la memoria y del futuro… que nos lleva a “todos los mundos, los hermosos y los viles, los antiguos y los que vendrán después de los muertos”, porque con sus páginas ensancha la vida, aunque el autor afirme que somos “una forma complicada de ignorancia” (171). No lo conozco personalmente, pero me imagino sus ojos como dos dólmenes que atesoran el brillo funerario de varias bibliotecas, incluida la “Biblioteca-Madre” de Alejandría. Sergio Mayor es un Zenódoto de Éfeso, un teósofo-topógrafo de la calle Tablas, un anacoreta posmoderno, un místico “underground” que vive bajo tierra en una cueva de Gorafe, quizá porque “en los rostros de los grandes borrachos (ha) visto los rostros de los grandes ascetas” (99). Un autor-personaje que habita el gran teatro del mundo y que pide “perdón al diablo por (sus) magníficas virtudes y a Dios por sus magníficos pecados” (18), y, además, se pone “homérico en las redes sociales” –como él mismo proclama en la página 159, en esa tierra prometida de Facebook donde sus incondicionales esperan las publicaciones como agua de mayo. ¿Qué más se le puede pedir? Que nos siga deleitando con su pluma que es un borbotón de lujuria lectora.

 

Otros han dicho de su libro: Ramón Rodríguez Pérez en derevariablogintermitente.bogspot.com que “No está claro si el que nos habla es el autor, su alter ego, o hay eso de aquellos fingimientos de los que hablaba Pessoa; tampoco qué lugar debe ocupar este libro en una estantería: ¿Novela? ¿dietario? ¿autoficción?”, “Como fantástico nos parece este libro que no me atrevo a clasificar”. En Facebook también podemos encontrar más opiniones. Hilario Barrero en Cuadernos de Humo (cdehumo.com) dice: “Ciudad Mori, del yo al nosotros pasando por el ustede de la muerte y el tú de la vida. Algo más que un libro: un prodigio, un resplandor, un milagro. Imprescindible”. Pedro Andreu añade: “Sergio Mayor es una suerte de Borges fornicando con Alvite en el confesionario de una iglesia granadina. Pura teología del mal, literatura de la buena a bocajarro. Una de las voces más particulares y potentes que he descubierto gracias a Facebook. Ironía punzante que entremezcla lo aberrante y lo sublime. Único en su estirpe.” Milagros Gonzalvo Luesma nos confiesa que con la lectura de Ciudad Mori “ha habido momentos en los que he levitado. Creo que me voy a quedar a vivir una temporada en este libro.” Jordi C.H. también dice que “Hace tiempo no encontraba a un escritor tan puro. Sergio Mayor es el nombre de la literatura misma, de la palabra que surge de la visión que transfigura las cosas, que las eleva al cielo y las revuelve en el fango, en un mismo movimiento.” Francisco Sotomayor comenta: “Lo de este libro prodigioso, único, fundamental, memorable, como escrito sobre la piel del ser…” Samuel Milán Corral alumbra que “conoce el oficio y trabaja las palabras como un artesano. Un escritor necesario… y huidizo.” Gabriel Berlotti sentencia: “Es injusto analizar Ciudad Mori como si fuera solo un libro. En Ciudad Mori las repeticiones no son repeticiones… Porque lo que se lee no está en las palabras… fue escrita por un ángel caído que dejó de ser un hombre cuando escuchó la voz de Dios dictándole las palabras que sirven como moneda de tránsito”. Sergi Bellver denuncia que “hay más literatura, verdad, talento, fuerza, grieta, luz y vida que en la mayoría de listas…” Javier Quevedo va más allá y dice que es “la gran esperanza rusa de las letras españolas” Javier Quevedo profetiza que “hay un tipo en Facebook, Sergio Mayor, que suelta unos soliloquios dementes, apabullantes. Breathtaaking dirían los ingleses. Parecen escritos por un estilista” Y Luis Trapiello nos lo recomienda encarecidamente: “Os lo vuelvo a decir. Leed a Sergio Mayor, el primer escritor de España”. En Cuadernos Hispanoamericanos dice Eloy Tizón hablando de Miguel Ángel Ortiz Albero y su libro “Un andar sosegado. Paseos con Peter Handke” que “La relación de Handke con el espacio, cómo no, determina su relación con la narrativa”. Y esa misma apreciación podría servirnos para afrontar la lectura de Ciudad Mori y Sergio Mayor.

El título, por ósmosis intertextual, nos lleva hasta la expresión latina “memento mori”. Por lo que, de alguna manera, en su paralelismo, nos enfrenta a la fragilidad de la memoria, a la mortalidad del ser humano y la fugacidad de la vida. Así nos recibe Sergio Mayor en estas páginas, a porta gayola, como un cicerone-general que desfila victorioso por las calles de Granada (como arquetipo de todas las calles o ciudades del mundo), calles-páginas donde su vasta formación y sus lecturas te revelan que estás frente a un erudito que es capaz de conducirte al paroxismo y la hipnosis si resistes sus primeras embestidas.

Desde el límite de la realidad-ficción que nos propone el autor, desde su unidad fragmentada, (a lo Rimbaud) nos confiesa en su primer capítulo “Yo es otro” que, es “un filósofo del lenguaje en primera línea de fuego”, una especie de francotirador, diría yo. El autor se ha convertido en su propio personaje o al revés, es a la vez memoria y acción, olvido y silencio, exuberancia y exotismo, regreso y fuga. Sergio Mayor, siempre en primera persona, pero desde un yo múltiple (por lo que tiene de yoes lectores), nos relata un viaje único, contado en fascículos, a modo de un diario autobiográfico que escarcea con la autoficción y la autoayuda. Ciudad mori es un libro que “debe ser meditado a la manera de un místico frente a una talla” (p. 39), como un cartógrafo que recorre una geografía o una geología bibliográfica, como un hierofante o un alquimista que convierte al lector en su piedra filosofal. Me parece oportuno traer hasta aquí lo que dice Andrés Neuman sobre la cita “Ye est un autre” y Rimbaud, por lo que pudiera tener de vaso comunicante: “Sus textos plantean combates entre un modelo sagrado y su parodia salvaje”, palabras estas que de alguna manera podríamos aplicar también a esta Ciudad Mori de Sergio Mayor.  Añade Neuman sobre Rimbaud “su desdoblamiento se convierte en recurso absoluto. Su desdoblamiento es temporal, espiritual y espacial: el poeta era y sigue siendo, cree y descree, está, pero se ha ido. Rimbaud siempre fue otro porque su discurso se basa en la negación interna, la autocontradicción permanente. Su obra entera es de ida y vuelta”. Espejo y reflejo. El primer fragmento-relato-capítulo de Ciudad Mori se titula Yo es otro, una especie de homenaje o brújula con el que ya nos señala/profetiza el trayecto que va a recorrer su mapa libro.

En la sinopsis que aparece en la red se nos advierte que “Es un viaje apasionante por los entresijos de una ciudad que se convierte en vida, o en muchas, o incluso en muchas ciudades a la vez que van confluyendo ante los ojos y haciendo patria en el corazón. No falta nada en esta historia porque a esta historia no le falta lo esencial, lo que hace camino, lo que nos duele y lo que nos bendice. Cada capítulo es un triunfo de la buena escritura”. Ciudad Mori podemos leerlo como una elegía, como una carta de amor, como un libro de relatos, como una novela, o como una tumba abandonada en un camposanto literario donde dan “ganas de morir” y al que alguien desconocido lleva unos crisantemos, en forma de palabras, de vez en cuando. Es un libro que podemos verlo como una fortaleza militar, un palacio, un templo-monasterio, una madraza, una biblioteca, un monumento, un callejero terráqueo y granadino, una puerta, un puente o una bodega de clausura, pero es solo un libro, un hermoso y sugerente libro, escrito con reflejos de espejismos. Es un camino metafísico y existencial escrito desde un romanticismo underground, desde una posmodernidad líquida, desde un trance iniciático de ayahuasca literaria que puede entroncar con el psicoanálisis y la psicodelia.

La portada, una fotografía de José Luís López Bretones, de un bar cutre, con pinta de colmado desabastecido que recuerda (por cierta comunión de las reminiscencias) a las cartillas de racionamiento, nos apunta al desamparo, a las carencias, a la soledad y al abandono. “La felicidad es esto que se parece bastante a la desolación” –nos dice en la página 28.

Además de muchas cosas, es también, como he dicho, un texto metaliterario, metalingüístico y metafísico que ejerce la crítica con la elegancia del que sabe y no teme dar su opinión: “no sé si es posible la poesía dentro de la poesía” (p.51), “no es posible la poesía después de Stevens” (p.50), “(¿Thoreau? Me interesó Desobediencia civil. Walden, no. Nunca acabaré ese libro)” (p.118) “No puedo con el -Finnegan Wake-, la prosa de la señora Woolf o los poemas de Dickinson, salvo algunos de sus versos. No entiendo de Truffaut, Godard o Tarkovski. Me pierdo con Derrida y, sobre todo, con Walter Benjamin, que ustedes elogian tanto” –sentencia en la página 107, e interpela al lector. “Fue por unos cuentos de Poe, prologados por Baudelaire… Dostoievski me llevó a la fascinación de los asesinos… Y la lectura de Dante… “ –confiesa inculpándose en la 106.

Ciudad Mori es el éxtasis alucinógeno de una ciudad metaliteraria que sucede en la mente del autor-protagonista, donde se reúnen todas las lecturas-vivencias y todas las experiencias de viajes astrales, pero con la dosis justa de una realidad sublimada. Ciudad mori es por encima de todo un viaje, una odisea, y Sergio Mayor es un Ulises de la noche y de la madrugada, un vagabundo de la vida y la lectura, el patrón de una embarcación que va directa hacia el arrecife y su canto de sirenas. Un viaje hacia afuera y hacia adentro, una Alhambra hecha escritura. Los lugares favoritos y esenciales del trayecto, por encima de todos, son los bares o las bodegas, pero también los libros. El saber experimentado como un espacio mágico y ancestral. Ciudad mori es un agujero de gusano entre palabras y nombres, entre lecturas y libros, entre emociones y pensamientos, entre luces y sombras, entre citas ajenas y aforismos propios, entre tertulias y meditaciones. El propio autor-personaje dice en la página 103 “Yo era una sinestesia”.

Sergio Mayor, a veces trasmutado en un Bartleby literario nos muestra las contradicciones de la vida, el malditismo, la mística cotidiana del desengaño o la claridad hermética del sabio que pasa desapercibido, quizá porque como “un buen maldito” reconoce que “todos somos personajes literarios” (p.101), y al mismo tiempo, todo lo contrario. Sergio Mayor es como un dios en sus textos, es lo uno y lo otro, lo escrito y lo no escrito, lo leído y lo imaginado, está en todas partes y en ninguna. Con su lenguaje nos embruja, que diría Wittgenstein. ¿Y si Ciudad Mori fuera nada más y nada menos que un libro de amor? Es un libro de amor a la literatura y al pensamiento. ¿Un amor platónico-petrarquista, un libro de amor transfigurado que trasmuta a la bella Granada (personificación de una diosa) en la bella Beatrice de Dante como excusa para desplegar todo ese artificio de fuegos verbales que nos hipnotizan conforme vamos leyendo? Unas memorias lectoras que señalan el rastro de una mente inquieta que ha sucumbido a los encantos de la tinta, el papel y la imprenta para gozo de todos nosotros y alabanza de nuestra literatura. Todo un itinerario lector. Literatura total, escrita por un Johan Cruyff de la narrativa. Es la suya una poética del asombro y la curiosidad. “Una sesión de espiritismo” parecen sus páginas, sus fragmentos-relatos-capítulos, repletos de nombres y datos, y él es el médium. “Recita(n) los nombres de las calles… como si fueran epitafios” manifiesta en la página 30. Es como si el autor actuara de sepulturero, pero en vez de enterrar desenterrara para mostrarnos la decrepitud y la decadencia, y paradójicamente, también la excelsitud del paso del tiempo y su deterioro.

Cada página, cada renglón, cada nombre es una puerta que abre a otros mundos, a otras páginas, a otros renglones. Una letanía de nombres y de citas asaltarán tu trayecto. Su intertextualidad es superlativa, como las puertas de Doraemon, que conectan con otras dimiensiones.  Las citas en francés, latín, inglés, los nombres de autores/artistas, las citas y las referencias continuas tienen mucho de fetiches, y por tanto nos apuntan otra habilidad del autor, la de “voyeur”. Ciudad mori es una especie de teatro o kamishibai donde aparece toda la “comedia literaria” que ha ido amasando en su peregrinaje vital y lector. Eliot, Madame Bovary, Bela III de Hungría, Swedenborg, Artaud, Julius Evola, René Guénon, Terelu y Parménides en el mismo renglón, René Girard, Habacuc, Kurt Vonnegut, Holbein, Ibn Arabi, Steiner, Huxley, Baudelaire, Nietzsche, Plotino, Rembrandt, Caravaggio, Celin, Ezra Pound, Heidegger, Lovecrfaft, Dante, Hölderlin, Egea y “Troppo Mare”, Cezanne, Shakespeare, Weber, Rimbaud, Gamoneda, Cortázar… y un largo etcétera. A la par, una banda sonora irá deleitando tu recorrido y así sonará en el silencio de las pisadas nocturnas “la música de las ciudades que se marchan de nosotros” (p. 60), The Smiths, Lou Reed, Rimsky Korsakov, The Cure, Nina Simone, Sid Vicious, Paul Weller y su “A town like Alice”, porque “se puede amar una ciudad como si fuera una mujer” (p. 60), Leonard Cohen, “los motetes de Willian Byrd” o “las sonatas de Bach”, saxofones y cubitos de hielo y el chorro de ginebra, Schubert… Es un texto “dendrita” que relaciona de forma arborescente todo el saber acumulado del autor-personaje, textos que “extremadamente bellos: dejan de ser estéticos para ser meta-estéticos, epifánicos” –nos refleja en la página 39. Es un texto esotérico, místico, escatológico, enciclopédico, bíblico, exuberante, exótico, inteligente, infinito… Lleno de términos, de nombres, de ideas, Zawiya, ragnarok, incubatio, darshan, dejá vú, genius loci…, aforismos lapidarios con sinestesias mágicas (sensoriales y conceptuales) hasta llevarte al trance y al arrebato, incluso al vómito. Sergio Mayor con solo nombrar, por ósmosis, como si fuera un pintor impresionista, consigue crear una atmósfera, establecer un decorado mental y demencial en el lector. Podríamos definir la espiritualidad rebelde del libro usando alguno de sus deslumbrantes renglones como que es “La membrana que separa el mundo sensible del mundo de las realidades espirituales…” p. 14. Su lectura es una especie de teletransportación lingüística, te produce un viaje telepático, va de un dejá vú a un dejá sentí. La arquitectura que sustenta este libro-biblioteca está llena de inercias, sinergias, líneas de fuerza, bosones cuánticos, cimientos, lecturas, una mezcla de sensación de eterno retorno y el síndrome de Louis.

La geografía que lo recorre es de mapamundi. Lo mismo está en el Castillo de Duíno que baja hasta la siempre simbólica calle Tablas de Granada (arquetipo donde confluyen todos los lugares y calles del mundo). Igual está en la Alhambra o el Albaicín que en el bar de Antonio, o en el Sacromonte. O da un salto del Monte Athos y se va a Florencia, Palitana, a la catedral de Milán o a Damasco y Egipto, que vuelve de sopetón a las bodegas Castañeda y al Paseo de los Tristes. Y en ese vaivén constante, va a Escocia, Liverpool, Hong Kong, Islas Cook, Mozambique o viene de Babilonia, Chernobyl, Moscú, Tánger. O bien corre de Broadway a la catedral de Chartres o a la “erupción del Vesubio”. Como Heráclito y el río, fluye desde la estación de autobuses Alsina de Granada al Puerto de la Mora o a los Badlands. Lo mismo navega por los mares del sur o el desierto del Gobi que lo hace por el Tíbet o el Valle del Nilo. Lo mismo entras en una comisaría que sales de un quirófano, o subes la Cuesta de Gor que entras en Facebook o en un dolmen de Gorafe. Nada más que con mencionar/sugerir te lleva y te trae, te mece en la cuna de su sonaja verbal o te atrapa en la telaraña de su mapa conceptual. Te coloca en una Visio Batifica y en Bácor, Purullena y Cenascuras y Nueva York en un ¡zas!, casi al mismo tiempo y en el mismo sorbo. Te conduce con naturalidad de la Biblia al Corán, del Talmud al Upanishad. Te guía de Ruanda a la India, de Oxford al Monte Tabor; de la calle Tablas, Navas, la Cuesta de los Chinos a Salinetas; o de Transmitria a Valaquia. Todo en un viacrucis o letanía lingüística, en un peregrinaje semántico y existencial. Pero en todas partes está Granada, como una diosa, como una especie de Espíritu Santo. “Me fui para salvarme, pero la ciudad me ha seguido por toda la tierra” –confiesa víctima de su manía persecutoria en la página 28.

La temporalidad que cruza sus páginas, como un río helado, lo mismo pasa del siglo VI d.c. a 1987, que parte de nuestros días rumbo al siglo XVI, que va del siglo XII al final de la historia. Igualmente te lleva de la Teoría de las cuerdas a la antimateria o la energía oscura, que del paraíso al infierno. En sus párrafos se funden tiempo y espacio como si fueran materia oscura, agujeros negros o de gusano.

Sus fragmentos parecen teselas de un gran mosaico romano, una sinergia ontológica y gnoseológica para iniciados. En cuanto al estilo, aunque el propio Sergio Mayor lo describe: “mi pobre estilo, artificioso, tan liposuccionable…” (p. 155), la suya, es una escritura brillante, de una factura elaborada e impresionista, exageradamente delicada y onírica, espesa y nutriente. Consigue que el monólogo y su yo poético den la unidad suficiente para que sus fragmentos se conviertan en el pegamento de una aventura narrativa sublime. Y a pesar de que afirme que “Desde que los dioses se fueron, no quedan escritores en el mundo” (p.156), en su caso, podemos afirmar que él sí es un escritor de fuste, con oficio de narrador-poeta y de fino pensador. Y dice en la página 31 que “Granada es demasiado hermosa para ser saludable. El lugar afecta como la luna a los hombres nerviosos. No sé si es una ciudad triste o la ciudad más triste de todas las ciudades… Alguien me dijo que aquí se ganaron la inmortalidad los mejores, solo los mejores, y que todos los demás murieron”. Él, como el Sean Connery de Gorafe, con su espada literaria desenfundada en busca de la inmortalidad, va camino de la victoria editorial más que de la derrota eléctrica del relámpago último antes de la desaparición total y eterna del mercado insaciable.

¿Pero cómo es la escritura de Sergio Mayor? Podría decirse que su escritura es un diálogo profundamente literario, una conversación monólogo consigo mismo, pero a la vez una conversación con todo lo que sabe, con todas sus lecturas y con todos sus lectores. En realidad, lo que hace el autor-personaje a través de sus fragmentos es dialogar con los grandes pensadores de los últimos tiempos y también de los más lejanos, desde Lacan a Derrida, desde Barthes a Wittgenstein pasando por Benjamin… Ciudad Mori es un descenso al interior de la conciencia, de la memoria y de toda la experiencia acumulada que acaba por elevarnos y sublimarnos cuasi salvíficamente a través de la literatura, paradójicamente descendiendo a sus infiernos. El propio autor piensa “como Bachelard, en una poética del espacio”, un espacio físico y metafísico a la vez, onírico, visionario, epistemológico y ontológico, humano y divino, donde la realidad y la ficción crean una nueva dimensión literaria, una alegoría-una alucinación: Ciudad Mori, como una recreación de la Divina Comedia de Dante, sui géneris y a su manera. Es un libro con una prosa que podría afirmarse que posee un ARN mensajero que inocula en nuestras células la pasión por la buena literatura y el trance místico-lector. Fragmentaria, pero a la vez exquisitamente aglutinadora, paradójicamente.

Dividido en nueve partes, como si fueran los nueve círculos del infierno de la Divina Comedia de Dante, el autor nos presenta su libro como un descenso liberador, un alegato lleno de guiños. A pesar de su índice y de la estructura del libro, a mi parecer, el orden de su lectura no altera el producto; ya que podemos empezar y acabar por donde nos plazca sin dejar por ello que nos hechice su poder mágico. Tiene una lectura lineal, sí, pero también podemos experimentar cualquier otra. Escrito a modo de dietario, desde una unidad fragmentada puede leerse como una larga carta de amor escrita a golpe de latidos, de fogonazos, de párrafos “luzagua” o “aguaspejo” (palabras que no sé por qué me recuerdan a Fernando de Villena), donde “Ella”, Granada, adquiere el rostro de Beatrice, una ciudad entera personalizada en un sentimiento sublimado, el amor reeditado de Sergio Mayor-Dante Alighieri. Pero también como una novela, y como un libro de autoficción, de autoayuda, y como un catecismo maldito… Una lectura llena de “principios psicoactivos”, literarios, artísticos, musicales, culturales, que coloca, excita, incluso secuestra la voluntad como si sufrieras el síndrome de stendhal, es una verdadera experiencia adictiva y psicotrópica, capaz de envolverte en un viaje a través de los neurotransmisores invisibles del lenguaje, hasta rozar la alegoría y la cosmovisión de la “soga de los espíritus”. Sus páginas son lugares que “estimulan la producción de ondas alfa en el cerebro” (p. 33), alumbran con la “luz de la reminiscencia” (p. 34) y con la luz del lenguaje mesías.  Porque el yo lírico del libro (entremedias de todos los yoes lectores que tiene) nos confiesa en la página 121 que “aquel sufrimiento estético y moral tan raro que me traje de Granada” o que “los bares de mala muerte me salvaron”, y es que quizá lo que hace Sergio Mayor cuando escribe es establecer comparaciones-paralelismos-conexiones-sincronías… para predisponer nuestro ánimo, configurar una forma de sanación, vislumbrar la transcendencia, o incluso más aún, contribuye a construir su transcendencia particular a través del lenguaje y la lectura como la única realidad posible a la que nos deja acceder la vida. Mientras leemos no hay otra realidad que la que él nos cuenta, que la que nosotros imaginamos mientras leemos sus fragmentos.

El autor-protagonista, “como el que ha encontrado su paisaje” (p.68), se hace lugar.  Su escritura es “el lugar” en el que encuentra sus coordenadas espacio-temporales, su ser, y desde ahí proyecta su ficción diarística de “genius loci”, como punto de apoyo sobre el que mover su noosfera, el pensamiento, la vida, su erudición místico-lingüística. Después de tantos regates y fintas, al final no sabes quién es rehén de quién, si Sergio Mayor de Granada, o Granada de los ojos y la pluma de Sergio Mayor, o los lectores del autor o viceversa. En cualquier caso, ambos se han fusionado en una nueva realidad transfigurada, que en cierta medida pretende ser “una madrasa, una Torah, una Upanishad” posmoderna y suburbial, alternativa y revelada, una experiencia mística underground, la transmutación alquímica de una sabiduría ancestral, un viaje iniciático al abismo del lenguaje y la lectura. Autor y lector se fusionan en él, formando una unidad indisoluble.

Sergio Mayor tiene la habilidad de unir/desunir-conectar/desconectar por monismo o symploké toda la enjundia de sus renglones y fragmentos, de nombres e ideas, “todo con todo, el espacio con el tiempo, el espíritu con la materia” (p.201), de libros con autores y de recuerdos con lecturas, a veces como ida o como vuelta. Y así los hilos de Granada, Beatrice, la calle Tablas, Salinetas, sus lecturas y su teodicea y la reverenda Hogan enhebran su arquitectura argumental, su edificio rascacielos. Simplemente “con la cualidad ontológica de un nombre” o de una referencia es capaz de evocar las mil una apoteosis, de provocar las más grandes sinestesias, de conseguir “el azoth” de la escritura y la lectura a la vez. Aunque “Escribiendo no se va a ninguna parte” –nos interpela en la página 245, Ciudad Mori es un viaje fantástico, que vive en un eterno retorno al mismo trance. Un viaje lleno de suspense, como si algo estuviera a punto de suceder, aunque nunca suceda.

Nos dice el autor-personaje que “la realidad es un problema de escala”, y es ahí donde él se sitúa como observador, con una narrativa cardiaca e hiperactiva, en ese nivel donde la física cuántica se hace literatura, donde el principio de incertidumbre se convierte en posibilidad mágica. Cuando terminas la última página y has recibido su “impregnatio”, una especie de “melancolía mística” te sobrecoge y acompaña. Y es que, como lector, siempre le queda a uno la duda de, “si leí libros que nadie escribió” y es solo fruto de mi imaginación. ¿Y si lo que nos propone Sergio Mayor es “gnosis de un solo golpe”, “doctrina de la belleza por la gracia de unos ojos”, una nueva iluminación, un rito iniciático? Que cada cual piense como quiera, pero a mi parecer lo que nos propone es habitar una casa construida con palabras, la suya, que desde ahora también es la nuestra. El libro termina con el colofón y la imagen de unos crisantemos, que deja un aroma a cementerio y a tumba abierta; que suena a réquiem de una tierra fresca y esponjosa a la espera de recibir tu cadáver lector para darle sagrada sepultura en la materia oscura de lo escrito. Así es Ciudad Mori. Así es Sergio Mayor. Simplemente sublime. Me aventuraría a decir que es uno de los grandes libros escritos en estos últimos tiempos. Un placer lector que no debes escatimar. Pero para gustos, colores. Creo.

 

 

Opiniones de un lector

Custodio Tejada

3 de marzo de 2021

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