miércoles, 23 de enero de 2019

LAS ÓRDENES de Pilar Adón


LAS ÓRDENES de Pilar Adón. Editorial La Bella Varsovia. Poesía. Dividido en tres partes, con tres enfoques de la dependencia. 68 páginas y 35 poemas (las primeras palabras de la mayoría de los poemas asumen el papel de títulos). Tercera edición en noviembre de 2018. Y un verso para abrir boca: “Volver a casa es el miedo”.



LAS ÓRDENES de Pilar Adón. Editorial La Bella Varsovia. Poesía. Dividido en tres partes, con tres enfoques de la dependencia. 68 páginas y 35 poemas (las primeras palabras de la mayoría de los poemas asumen el papel de títulos). Tercera edición en noviembre de 2018. Y un verso para abrir boca: “Volver a casa es el miedo”.

Cuando entro en una librería me dan muchas ganas de leer y ninguna de publicar. Lo que nos pasa a los escritores con la letra impresa es algo enfermizo, muy parecido a lo que vive una polilla con la llama de una vela. Nos gusta quemar nuestras alas en las imprentas. Al elegir los autores, cada editorial tiene su tijera y su forma de recortar la realidad, e incluso de recrear el mundo a su antojo, como no puede ser de otra manera. Buscar una cuota de mercado o un prototipo de lector, encontrar un espacio vital donde hacer cada uno su revolución y su guerra, esa es la máxima aspiración de cualquier proyecto intelectual. Encontrar cada uno su Dorado, en suma.  Y mientras tanto, el lector sobrevive como puede entremedias de las grandes publicidades demostrando que no solo vive de ellas. Lo que demuestra “La Bella Varsovia” es que hay poesía más allá de los paraísos editoriales, de que hay vida literaria más allá de Tusquets y sus Textos Sagrados, Visor, Hiperión… Como todo pacto con los lectores, “La Bella Varsovia” está repleta de una nostalgia utópica, como lo demuestra su catálogo de títulos y autoras como Ana Rossetti, Fruela Fernández, Berta García…, en una apuesta clara por una nueva poesía social y un orden lírico nuevo. Ya sabemos que el individuo es más vulnerable cuando va solo que cuando marcha en grupo. Desde que nacemos proyectan roles (expectativas) sobre todos nosotros, en casa, en el cole, entre los amigos, en el trabajo, en Facebook… que muchas veces tenemos que asumir el trágala para ser aceptados, o rebelarnos, y entonces caer en el ostracismo o el desprecio, cuanto menos.

Dice Archie Randolph Ammons que “las palabras son un modo de defenderse/ en el/ mundo”. La portada de “Las órdenes” de Pilar Adón, en una presentación exquisita, con aspecto vintage y un color crema de fondo, nos deja una imagen onírica que anuncia, quizá, la extrema incertidumbre que produce el miedo. Una edición cuidada y elegante cuya cubierta, un collage de Francisa Pageo, profetiza el surrealismo que impregna en alguna medida todo el poemario. Una faja, como una tela de araña para atrapar al lector, en color tierra, abraza y apadrina el libro con una frase de Fernando Aramburu que dice con todo el peso de su nombre: “Provista de un fino ingenio para extraer mil y una sutilezas psicológicas de los barros interiores de que están hechos los seres humanos”. En la contraportada se apunta que “Pilar Adón ha escrito un libro incómodo por su cuestionamiento de aquellos dictados –crecer, cuidar, reproducirse, seguir cuidando- que habíamos asumido, y contra los que Las órdenes se rebela”. Carmen Sigüenza dice en “Tribuna Feminista. elplural.com” que “Pilar Adón mete el bisturí en las relaciones de dependencia” y que “se ha convertido en una de las escritoras más reconocidas y valoradas por su profundo amor a la palabra y su intensidad temática” sobre “una verdad que adquiere verdad literaria porque Adón escribe sin disfraz”. Diego Doncel completa en ABC Cultural que “Las órdenes está construido por medio de dicotomías tanto existenciales como morales. Por eso a la vez que expresa ese malestar, es un libro sobre la posibilidad de la ternura… y del sufrimiento familiar y social”, “es un libro de lenguaje, de imágenes y de pensamiento, es decir, de vida”. Y ya para rematar concluye Francisco Javier Irazoki en el Cultural.com que “Adón sacude los mitos femeninos: la maternidad, un fardo de expectativas, las sumisiones”, o que “su escritura nítida y refinada no se agota en la superficie de los hechos y paisajes. Ahonda. Sus páginas contra la resignación o la culpa desvelan nuestras contradicciones.” Y así es como he leído el libro, con la música de Vanesa Martín y de “Todas las mujeres que habitan en mí”.

            Las dos primeras palabras del primer poema: “Regalarlo todo”, nos anuncian lo que es este libro, un regalo de Pilar Adón a todas las madres y las hijas, especialmente con una clara intención: huir del sometimiento de los roles, de las órdenes y de las imposiciones sociales. El libro sigue una trayectoria que transita los márgenes del orden establecido y busca otra perspectiva, un orden nuevo al que aspira con lucidez. En este poemario “Las órdenes” van unidas a la palabra culpa y la palabra miedo, pero también a “la palabra ficción y a la palabra verdad”.

            Lo que nos cuenta Pilar Adón es otro sentir, nos muestra una mirada distinta, otra forma de ver los hechos y sus consecuencias. Refundar la feminidad, reconducir “Cada mirada de hembra. Cada preñez” para liberarnos del miedo porque “el cuerpo… lejos de aumentar/ reduce su tamaño y se parte en dos”. La maternidad se expone como un yugo, una opresión o una condena. Algunos tintes surrealistas se esparcen por el libro, quizá con la intención de crear un clima onírico, para desvelar el lenguaje que hay “a través del sueño”, como el poema “Un perro en el barreño del bebé” que bien podría parecer el conjuro de una bruja.

Poemas largos y poemas cortos, algunos de un par de versos que emparentan con el aforismo, se suceden y marcan un ritmo roto donde el matiz de los significados son señales certeras que ayudan a interpretar el conjunto, a poner en tela de juicio toda certeza. Su lírica narrativa avanza por nuestros oídos con “silencioso impulso” de serpiente que se arrastra por los renglones de hierba “en una interminable tentación del malestar”. Sus poemas, la mayoría sin título, dibujan escenas, atesoran momentos íntimos de valor incalculable. El texto, eminentemente enunciativo, crea una atmósfera onírica con tintes de pesadilla que pretende instalarse en una voz rebelde con la intención no solo de denunciar las cosas, las actitudes, los roles, sino también de cambiarlos. Poemas, con una clara vocación descriptiva, que parecen secuencias cinematográficas de una memoria con cargas de profundidad que conducen a un cuestionamiento metafísico y moral de la realidad. Un poemario que en su conjunto pareciera una serie televisiva, y cada poema uno de sus capítulos. Los versos de “Las órdenes”, de una visualidad extrema, avanzan a cámara lenta, como si fueran un mar detenido lleno de puntos y comas que dan al texto una fluidez lenta y sugerente, por lo que tienen de fotogramas, da alud de imágenes y percepciones.  Los ojos de Pilar Adón se convierten en los focos que apuntan al escenario para resaltar a los actores principales de su poética social, sus latidos. Los poemas cortos de uno o dos versos actúan como una claqueta que prepara la toma siguiente.

También hay nombres que acompañan su camino y el nuestro, itinerarios vitales que confluyen en su poesía y su pensamiento. Alice Oswald, Jane Kenyon, Percy Bysshe Shelley, Ingeborg Bachmann, Thoreau Katherine Mansfield… Numerosas figuras literarias embellecen el texto, anáforas, epanadiplosis, concatenaciones, polisíndeton... Un poemario que, confeccionado en tres partes, nos presenta tres enfoques de la dependencia, como madre, como hija-cuidadora y como poeta. “No queremos ser madres./ Seguir siempre hijas” –nos confiesa en la página 30.

Sí, hay que reconocer que Pilar Adón escribe “Las órdenes” como si hubiera hecho un inventario de su vida y de sus ideas, un arqueo de sus verdaderas posesiones en pos de la razón de su existencia y del sentido de la poesía, la suya. Una poesía social comprometida con la causa: la transformación de la sociedad. Con este libro contribuye a la creación de una nueva conciencia y a la constatación de una consciencia distinta. Eso es “Las órdenes”, una expedición a su yo más íntimo, “a la vida de siempre”, a la esencia de su ser femenino cansado de tantos atropellos. “Ellos no lo advierten/ pero arrastramos un rencor en los genes/ heredado de cada mujer” -exclama Pilar Adón en la página 34 como una amazona del verso, “Acusando un odio que no se cura”. ¿Pero qué quiere conseguir o a qué aspira en última instancia Pilar Adón con este libro? A “corregir cada palabra, cada voz./ Cada movimiento y cada gesto”. Busca una nueva fe, despertar a la serpiente y encontrar otro camino para escapar de cualquier intento de sumisión, partir de cero para darle una nueva utilidad a las palabras y a los hechos. Una “resistencia eterna…/ mejor no dejar/ nada./ Ni hojas ni muebles./ Ni cosas ni hijos” –apunta en la página 27, no le preocupa “recoger lo que se ha sembrado”, quiere ser en la plenitud de sí misma, nunca “una hembra delicada ni pusilánime”. Una llamada a rebelarse, un canto a la desobediencia, porque sin obediencia las órdenes no son nada, y todos, sin excepción, somos el resultado de las mujeres que nos habitan.




Opiniones de un lector.
Custodio Tejada
Enero de 2019






jueves, 3 de enero de 2019

VERSOS DEL EQUILIBRISTA de Carlos Vaquerizo.

OPINIONES DE UN LECTOR


VERSOS DEL EQUILIBRISTA de Carlos Vaquerizo. Editorial Verbum. 54 poemas y 68 páginas. Incluye en las primeras páginas el fallo del premio conseguido (El “Juan Alcaide de poesía 2018)) y el índice. Cierra el libro el poema que da título al conjunto.



VERSOS DEL EQUILIBRISTA de Carlos Vaquerizo. Editorial Verbum. 54 poemas y 68 páginas. Incluye en las primeras páginas el fallo del premio conseguido (El “Juan Alcaide de poesía 2018)) y el índice. Cierra el libro el poema que da título al conjunto.

            Atravesamos tiempos en los que hay que hacer un verdadero equilibrio existencial para sobrevivir en un territorio cada vez más hostil, que nos ataca por todos los frentes, en los que siempre se le echa la culpa a otro y nadie asume sus propios errores, el insulto y la descalificación como antesala de la muerte. En medio de este panorama, casi desolador, yo doy mi humilde opinión acerca de un libro de poesía como si no hubiera otra cosa más importante que hacer en el universo. Hay libros que aparecen por todas partes, pero otros hay que ir a buscarlos a caso hecho, asumiendo riesgos y sin derecho a devolución una vez enviados a la librería. No por eso son mejores unos que otros. Éste, “Versos del equilibrista” es uno de ellos. La imagen de la portada, como una sombra chinesca, nos recibe insuflando una extrema flexibilidad y equilibrio a la luz y a la sombra. De una simple hoja que está a punto de desprenderse pende la vida del equilibrista, o sea, Carlos Vaquerizo, su autor.
            Al comienzo, en letra pequeña, está el fallo del premio conseguido por este libro y donde podemos leer que se le otorga por: “la naturalidad de su tono lírico, su clasicismo y belleza contenida. Este libro, partiendo de la experiencia del yo personal quiere abarcar al mundo, con un fuerte contenido de la presencia del tiempo, del límite inexplorado que se abre en lo cotidiano.” En la contraportada se añade que “indaga sobre cuestiones universales e inherentes al ser humano, tales como la infancia, el amor, la índole temporal del hombre y el oficio de escribir.” Rubén Martín Díaz dice en Facebook: “Buen libro de Carlos Vaquerizo Torres, poeta de una profunda honestidad que se maneja en el verso largo y en la prosa poética como pez en el agua. Imágenes potentes y fuerza contenida en unos poemas que beben de la mejor tradición poética española.” El propio Carlos Vaquerizo nos cuenta en Facebook que “A veces un perfume, un son, una imagen… nos enlaza con aspectos que estaban arrumbados en la memoria”, convirtiendo al lector en un “Diván” (título de uno de sus poemas) de psicoanalista donde, el paralelismo de los versos, nos ofrece el descanso y el llanto.
            Versos del equilibrista, poemario que se debate entre la decepción y la euforia con cierta tendencia al desengaño, es un libro que te hace pensar que está escrito al revés, con el índice al principio. Pareciera que su orden interno está construido para que se pueda leer tanto de delante hacia atrás como viceversa, quizá por la estructura circular que lo abrocha. Ambos recorridos comparten idéntico final y sentido. Incluso los títulos de los poemas que resuenan con voz de anacoreta que clama en el desierto, leídos todos a la vez y seguidos, en ambas direcciones, adquieren rango de poema, que en apariencia puede parecernos autómata, pero que no lo es. Los títulos de los poemas cumplen con una misión secreta, mostrados en el índice, son muy elocuentes y esclarecedores, en este caso más que en otros. Funcionan como una letanía del alma y del ser del poeta y del propio libro, una letanía que adquiere rango de voz salmodia (casi de oración a su diosa: la Poesía) como todo el libro rezuma. Quizá por eso ha colocado el índice al principio, para que nos sirva de plano-guía, de primeras impresiones y para dejar clara su voluntad. En él nos muestra el itinerario a seguir a través de un puñado de palabras que funcionan como mantras de la poética que todo lo envuelve, y que luego la lectura nos confirma y amplía. “Como tantos hombres,/ como tantos nombres”, “que aguarda/ su restitución” en el lector atento. Un índice “in order of appearance” que traza las coordenadas de una lucha interior, a caballo entre la conciencia y la metapoesía.

            Que ciencia y poesía van de la mano y se retroalimentan es algo evidente tanto en éste como en muchos otros casos. La ciencia es la poesía de los hechos verificables. La poesía es la con-ciencia de las palabras. El primer poema “Arquímedes lector” nos introduce en un contexto y proyecta sin contemplaciones el rol que el autor espera de nosotros. Lo asumes o lo dejas, pero el autor te lo plantea a bocajarro. En su “Principio lector” y desde su cuerpo flotante, puesto que toda lectura experimenta un empuje de dentro hacia afuera igual a la opinión manifestada, aflora la técnica del “tornillo de Arquímedes” (la lectura) que comunica dos realidades que se retroalimentan, la del autor-emisor y la del lector-receptor. Es así como consigue que flotes en el líquido amniótico de su poética. Sus versos, convertidos en vasos canopes de la emoción, guardan las entrañas de un autor convertido en “sacerdote funerario” que rescata del inframundo recuerdos y reflexiones. “La muerte momificada del mundo que se encuentra en los libros” –proclama en la página 20.  Las palabras son un “sanctasanctórum”, y así es como las trata y las adora, en una especie de ritual de momificación contra el tiempo que su quehacer de poeta tiene. A los lectores nos deja el papel de “pontífices de Ra”, para que le demos nuevamente vida a estos versos momificados en sagrada “Metempsicosis”. El segundo poema titulado “Job” nos alienta en la perseverancia y en la paciencia, dejándonos claro desde el principio el marcado componente metaliterario que el libro ofrece. “Quiero, lector, que concluyas las miras de estos versos, que ahondes la expresión que se proclama…”, para que lo hagamos “llanto de (nuestro) llanto, en savia de (nuestra) savia” –exhorta en la página 11. O “Mucho mejor una certera frase que nerviosas y efímeras páginas”, quizá porque este libro tiene mucho de fragmentario y aforístico.

            El poemario, que nos introduce “en la diáspora/ del tiempo y sus demonios”, es un laberinto encriptado que convierte al lector en verdadero protagonista del juego que el autor ha preparado, y del que resulta difícil salir indemne, de esos “criptopoemas en los que verti(ó) jeroglíficamente (su) vida”. El autor equilibrista encuentra en el trapecio la línea de sujeción para no caer al vacío sin red que hay debajo de los renglones. Los versos son una maroma por la que desliza sus pies descalzos, el punto de palanca que busca para mover lo imposible y descifrar un enigma, el suyo. “Dadme un fragmento…Voy a mover el mundo, las conciencias” –dice de forma pretenciosa. Y aunque se respira cierto escepticismo y desencanto, su sed de equilibrio le lleva a compensarlo con algunos atisbos de lo contrario, en ese vaivén existencial que sus versos tienen. Un libro que conforme vas leyendo, el simple hecho de pasar sus páginas, ya te provoca una extremada hiperestesia hasta que te convierte en parte de su laberinto. “Mi verso se ha hecho hombre. Quiere cargar la cruz de humilde cirineo hasta que todo acabe” –recalca a modo de penitencia, porque “Versos del equilibrista” está impregnado de un éter religioso, donde el autor erigido en una especie de sacerdote dirige la ceremonia lírica en la que convoca a su iglesia metaliteraria, los lectores, a la espera de la resurrección o la reencarnación que la lectura supone. Un poemario, surtidor de melancolía y tristeza que sangra siempre casi al borde de la extinción, como una especie de epitafio “que nos nace intramuros”. Un libro denso y enigmático, por lo que tiene de hermético, de calavera y barroco (a lo Valdés Leal), pero con palabras-fuente “que conservan del hombre todas las cenizas, todos los sueños de grandeza”, ya que “(somos mortecina oquedad de tiempo y humo)” –revela en la página 35. Poesía que danza como una santa compaña de versos “de modo esquizofrénico y lírico y la lluvia/ de hiperestesia que todo lo asume en el abierto laberinto”.

            En el libro suenan muchos ecos, una retahíla de nombres señalan otro itinerario dentro del libro y del propio autor. Como una especie de reencarnación sinestésico-intertextual, su aliño creativo (de influencias clásicas, científicas, lectoras, existenciales…) dota al libro de un espíritu connotativo particular y de unos vasos comunicantes que riegan la lectura a veces a manta y otras por goteo. Arquímedes, Cicerón, Job, Jacques Lacán, Rilke, Juan Ramón, Rubén Darío, Gardel, J.N. Cassavetes, Pandora, Eva, Lugones, Luis Cernuda, Prometeo, José Asunción Silva, Ingma Bergman, Tarkovski, Lugosi, Browning, y también resuenan Nicanor Parra y Pablo Neruda…

            El círculo representa la unidad y la perfección, lo espiritual, a Dios, al disco solar, un encuentro entre lo divino y lo humano, la forma que contiene a las otras formas… “Hacia el final del círculo viajamos entre anécdotas” –decía al comienzo, en la página 19. Y con el último poema, que da título al conjunto, cierra el círculo de pensamiento que pretende su poesía y el libro en su conjunto, como ese espacio perfecto que es el “sagrado círculo” “de no estar solo”, porque ya está refugiado en los lectores a los que tanto necesita para completar su periplo metaliterario y existencial. Y ya que todos los lectores somos “los despojos de lo que otros fueron” –aclara en la página 59, y a los que nos deja, en cierta medida, un papel de sarcófagos bibliográficos que descansan en esta cámara mortuoria que es la literatura, ¿qué busca entonces el poeta Carlos Vaquerizo, “amante arrojado de la prosa del mundo”, aunque en él hay mucho de prosa poética? Psicoanalizarse como vía para comprender el mundo, “Vivir lo que (leyó) en los libros” -dice. ¿Qué quiere conseguir entonces con “Versos del equilibrista”? Una “dicción redentora” y casi mística “que soporte la densa voracidad del tiempo”, lanzar su yo “hacia el lector: la fama o el olvido”. “Conformar un canto/ fundacional y mítico, indeleble”, consumirse eucarísticamente “para volver a ser en otros hombres”, para ser la voz limpia de una conciencia que espera conseguir el éxito de la eternidad que da la palabra, por los méritos alcanzados en la vida y en los versos. Busca hacerse poesía “de numen trascendido”, perpetuarse en la palabra equilibrio y su ablución bautismal. Encontrarse a sí mismo, en suma, a través de la poesía y de nosotros sus lectores.

           
Custodio Tejada
Opiniones de un lector
14 de diciembre de 2018





VERSOS DEL EQUILIBRISTA de Carlos Vaquerizo. Editorial Verbum. 54 poemas y 68 páginas. Incluye en las primeras páginas el fallo del premio conseguido (El “Juan Alcaide de poesía 2018)) y el índice. Cierra el libro el poema que da título al conjunto.