miércoles, 29 de mayo de 2019

LO QUE CUESTA NACER de Antonio Morillas Jiménez


Opiniones de un lector

LO QUE CUESTA NACER de Antonio Morillas Jiménez.


LO QUE CUESTA NACER de Antonio Morillas Jiménez. Editorial Nazarí (Colección Cadi). Dedicado a su madre “que da vida a cada página de este libro” y a su padre “que se fue demasiado pronto”. 30 capítulos y 364 páginas repartidas en tres partes. La primera, “La siega en el llano”, con diez capítulos y una cita de Adam Zagajewski que abre el conjunto: “En la niñez, algunos árboles susurraban incluso en los días sin viento”; la segunda, “Más allá de los cerros”, con cinco capítulos y otra cita de Héctor Abad Faciolince: “La cronología de la infancia no está hecha de líneas sino de sobresaltos” y la tercera, “El Madrid de mi pasado”, con quince capítulos y otra cita de John Gray que alumbra como candil en una cueva: “La paz y la prosperidad de una generación descansan sobre las injusticias de generaciones anteriores”. Cierra el libro los Agradecimientos y el Índice.




LO QUE CUESTA NACER de Antonio Morillas Jiménez. Editorial Nazarí (Colección Cadi). Dedicado a su madre “que da vida a cada página de este libro” y a su padre “que se fue demasiado pronto”. 30 capítulos y 364 páginas repartidas en tres partes. La primera, “La siega en el llano”, con diez capítulos y una cita de Adam Zagajewski que abre el conjunto: “En la niñez, algunos árboles susurraban incluso en los días sin viento”; la segunda, “Más allá de los cerros”, con cinco capítulos y otra cita de Héctor Abad Faciolince: “La cronología de la infancia no está hecha de líneas sino de sobresaltos” y la tercera, “El Madrid de mi pasado”, con quince capítulos y otra cita de John Gray que alumbra como candil en una cueva: “La paz y la prosperidad de una generación descansan sobre las injusticias de generaciones anteriores”. Cierra el libro los Agradecimientos y el Índice.


            Los libros apilados en algún rincón de la casa demuestran que nuestro tiempo es limitado y que las obligaciones de la vida no se pueden demorar. Y si algo he aprendido como lector es a buscar el momento idóneo para abrir cada libro y darle la suerte intransferible y singular que merece. Los libros son caprichosos y cada uno, como la música, buscan la mejor luz, la hora más propicia y la disposición más oportuna del lector-oyente, y eso exige una paciencia a prueba de prisa y desidia, exige una deferencia lectora en cuerpo y alma. Un libro no es mejor que otro porque esté en esa o aquella editorial o se venda más o menos, porque sea una autoedición o porque reciba o no un premio, porque tenga mejores críticas o esté mejor o peor apadrinado. Lo que cuenta y lo que importa de un libro es que emocione al lector, que lo saque de su zona de confort y le haga ver lo invisible, lo que hay en el otro y dentro de uno mismo, ya sea por ósmosis o por su inversa. Lo que realmente cuenta es que el lector “levite” y le sea útil esa lectura única. Otra cosa será la justicia que haga la literatura en el tiempo, pero eso no depende de nosotros, los simples mortales.

            Dice Luis Rojas Marcos en una entrevista: “Desde la infancia, el miedo moldea nuestras vidas… Poner el miedo en palabras nos permite transformar los temores en pensamientos coherentes y manejables”. El propio Jorge Luis Borges afirma que “El presente no es más que una partícula fugaz del pasado. Estamos hechos de olvido”. Pedro Ugarte también nos alumbra con su particular hacer: “Es una forma clásica de maternidad: todos somos hijos de nuestro tiempo, sí, y también víctimas de él”. Recordamos unas cosas y olvidamos otras, la memoria es siempre una incógnita, porque no se sabe qué mecanismos caprichosos la regulan y la moldean. Curiosa y paradójicamente, en muchas ocasiones, es a través de las pérdidas y las derrotas cómo nos encontramos mejor a nosotros mismos y recuperamos la esencia de nuestro ser en el mundo. Y es la lejanía del horizonte y la distancia la que nos hace valorar con mayor precisión lo que está más cercano, lo que nos aguarda más adentro, justo allí donde el azar del destino nos define con la voz del corazón. Afirma Henry Thoreau que “Haber nacido heredero de una fortuna y nada más, no es nacer sino nacer muerto”, porque la verdadera fortuna no es material, sino la que nos ensancha la mente y enriquece el espíritu, claro está, toda vez que estén cubiertas las necesidades del cuerpo. Y eso es lo que nos ofrece este libro, valores y sentimientos, un testimonio de lucha, una lucha que defiende a capa y a espada las ganas de vivir, de recordar, de no olvidar las raíces y el origen de nuestros ojos y su mirada, para mantener un sagrado vínculo consigo mismo y la intrahistoria familiar, convirtiendo la huella de la memoria en un nuevo mito y en un nuevo logos.

            En la contraportada de “Lo que cuesta nacer” la sinopsis nos advierte que “Antonio recuerda los primeros años de su vida al mismo tiempo que escucha a sus mayores para llenar los huecos de la historia familiar que no conoció. El resultado es una especie de diario…” Ángel Gabilondo dijo en su presentación madrileña que “No es un libro solipsista ni ensimismado… suyo. Al contrario, es un libro que se dirige a nosotros, que nos cuenta, hasta tal punto que lo suyo es nuestro”.

            Antonio Jiménez Morillas en vez de venir al mundo con un pan debajo del brazo nació con un libro que se va haciendo hogaza en las entrañas y que ha tardado casi sesenta años en parir. Ya desde el título: “Lo que cuesta nacer”, el texto predispone al lector para el parto, en su doble vertiente, la de celebración alegre y la del dolor que supone el tránsito, pero también nos habla del precio que todos debemos pagar nada más que por existir. Una fotografía de su infancia le sirve a la portada para ponerle un rostro pillín y angelical, al mismo tiempo, a la voz protagonista de este relato. El título nos invita a plantearnos un proceso vital que deja un sabor a trilogía. No sabemos si continuará o no, pero revolotean en la cabeza del lector las otras dos partes que estarían por venir: Lo que cuesta vivir y Lo que cuesta morir, ya que en alguna medida están implícitas en esta primera.

            Todo recuerdo, por muy verídico que sea, siempre es una recreación del pasado, con lo que eso conlleva de invención. Esto no quiere decir que lo que se cuenta no sea cierto, sino que está sujeto a la niebla de las percepciones y las subjetividades de cada cual. Como todo relato memorístico y este lo es, tiene algo de verdad revelada (o sea, que ha sido transmitida y vivida por vía oral, de unos a otros) y esto conlleva que a pesar de los ángulos muertos que haya, la realidad de aquí en adelante será así, como se ha escrito, y no de otra manera. Este libro (como si fuera un cuadro costumbrista, un retrato histórico o un bodegón) describe una época con la exactitud de un testigo directo y privilegiado, alguien que la vivió en primera persona y lo cuenta, “sin intermediarios” salvo los estrictamente necesarios, lo que la hace más valiosa e interesante. Pero también nos muestra su alma, la de un ser que evoluciona en el tiempo y que al contarse a sí mismo termina por contarnos a todos, en una especie de inmolación individual y a la vez colectiva y casi mesiánica por lo que de transcendente tiene. En la narración, persona y personaje se van superponiendo en una mutación constante, y auto-diseccionándose consigue radiografiarnos a todos. Así, los recuerdos van más allá y cruzan la realidad mágica, aproximándose a un Macondo particular, el de Antonio Morillas y su “Lo que cuesta nacer”.

            La expresión “Lo que cuesta nacer” aparece dos veces en el texto, una primera en la página 18 que cuenta el momento en que nació el autor de este libro, y la segunda en la página 347 que hace referencia al segundo y definitivo nacimiento de su padre, lo que constata cierto paralelismo que se establece entre la figura paterna y la filial, y que es muy evidente (como esa sombra alargada…) a lo largo de todo el argumento. Dice Horacio Castilla que “Todos llevamos, como Eneas, a nuestro padre sobre los hombros”. Y es así como Antonio Morillas Jiménez se transmuta y recorre estas páginas, como un “Pius Aeneas” literario, que lleva la figura del padre a cuestas por todos los renglones de su vida, y a la vez también transporta el sagrado fuego del hogar que es y representa su pueblo natal de Purullena, en representación de toda esa España vacía, aquella que por culpa de la emigración perdió mucho más que una “otra” memoria y que él aquí se empeña en restituir, o al menos, en homenajear. “Lo que cuesta nacer” podría leerse como un “cuéntame cómo pasó”, como el testimonio de una persona que ha sido víctima de lo que ahora se ha puesto de moda en llamar “La España vaciada o despoblada”, y que es reflejo de los traumas y cicatrices que esa etapa de nuestra historia reciente ha dejado en la piel de muchos de nosotros, y que demuestra la gran transformación y desigual destino que han vivido todos los pueblos de España para bien y para mal, bueno, unos más que otros, ciertamente.

            Al final descubres que lo que nos cuenta Antonio Jiménez Morillas es la narración de un viaje (uno principal y otros muchos secundarios), un viaje geográfico y temporal por las palabras y por los conceptos, pero también un recorrido emocional que va del pundonor al coraje. “En mis viajes entre el lugar donde resido y el que nací, las palabras ida y vuelta no tienen el significado que habitualmente se les da” –aclara en la página 287. Y es que estas páginas van mucho más allá del lenguaje y sus coordenadas, ya que sus palabras están llenas de connotaciones y geocaches que brotan de lo más íntimo. Es un viaje existencial e ideológico (“de neófito que intenta penetrar en su alma” para encontrarse a sí mismo a través de los otros, un viaje por su “experiencia vital” y familiar, por la música, la política, la literatura, la religión, el amor… Dice Antonio en la página 317 que “se había instalado (en) una concepción maniquea del mundo en la que convivían en continua lucha los buenos y los malos, con poco espacio para los neutrales, pues estos, al no tomar partido por lo justo, que era lo mío, pertenecían a los malos”, pero sea él o seamos todos de los buenos o de los malos, en su haz o en su envés y en los múltiples viceversas habidos y por haber, Antonio Jiménez Morillas sí es de los míos, es un poeta y un paisano, y parafraseándolo a él mismo digo que “Desde ningún punto de vista (es) mi enemigo”, al contrario.

            Concluyendo, “Lo que cuesta nacer” es un diario autobiográfico, a modo de memorias, que va de una autoficción peculiar a la novela psicológica, según mi percepción, ya que nos describe con todo lujo de detalles y matices el interior de un personaje principal, sus deseos y sus conflictos, sus pensamientos y sus sentimientos, principalmente a través de monólogos y flujos de conciencia, pero también con grandes diálogos que ambientan y ayudan a visualizar su “Macondo” particular, el de sus ojos y el de su mente. Con notas de humor y fina ironía enhebra el relato de varias generaciones y de muchas conciencias. Ya que el texto habla de un contexto y por tanto de una época que a todos nos concierne de una u otra forma y que se erige, en cierta medida, en arquetipo de la emigración reciente de nuestra España rural, despoblada y tantas veces expoliada. Una gran historia narrada ágilmente y lista para ser leída con paciencia y no olvidarla jamás.

Custodio Tejada

Opiniones de un lector

mayo de 2019


LO QUE CUESTA NACER de Antonio Morillas Jiménez. Editorial Nazarí (Colección Cadi). Dedicado a su madre “que da vida a cada página de este libro” y a su padre “que se fue demasiado pronto”. 30 capítulos y 364 páginas repartidas en tres partes. La primera, “La siega en el llano”, con diez capítulos y una cita de Adam Zagajewski que abre el conjunto: “En la niñez, algunos árboles susurraban incluso en los días sin viento”; la segunda, “Más allá de los cerros”, con cinco capítulos y otra cita de Héctor Abad Faciolince: “La cronología de la infancia no está hecha de líneas sino de sobresaltos” y la tercera, “El Madrid de mi pasado”, con quince capítulos y otra cita de John Gray que alumbra como candil en una cueva: “La paz y la prosperidad de una generación descansan sobre las injusticias de generaciones anteriores”. Cierra el libro los Agradecimientos y el Índice.