OPINIONES DE UN LECTOR
VERSOS
DEL EQUILIBRISTA de Carlos Vaquerizo. Editorial Verbum. 54 poemas y 68 páginas.
Incluye en las primeras páginas el fallo del premio conseguido (El “Juan
Alcaide de poesía 2018)) y el índice. Cierra el libro el poema que da título al
conjunto.
VERSOS
DEL EQUILIBRISTA de Carlos Vaquerizo. Editorial Verbum. 54 poemas y 68 páginas.
Incluye en las primeras páginas el fallo del premio conseguido (El “Juan
Alcaide de poesía 2018)) y el índice. Cierra el libro el poema que da título al
conjunto.
Atravesamos tiempos en los que hay que hacer un verdadero
equilibrio existencial para sobrevivir en un territorio cada vez más hostil,
que nos ataca por todos los frentes, en los que siempre se le echa la culpa a
otro y nadie asume sus propios errores, el insulto y la descalificación como
antesala de la muerte. En medio de este panorama, casi desolador, yo doy mi
humilde opinión acerca de un libro de poesía como si no hubiera otra cosa más
importante que hacer en el universo. Hay libros que aparecen por todas partes,
pero otros hay que ir a buscarlos a caso hecho, asumiendo riesgos y sin derecho
a devolución una vez enviados a la librería. No por eso son mejores unos que
otros. Éste, “Versos del equilibrista” es uno de ellos. La imagen de la
portada, como una sombra chinesca, nos recibe insuflando una extrema
flexibilidad y equilibrio a la luz y a la sombra. De una simple hoja que está a
punto de desprenderse pende la vida del equilibrista, o sea, Carlos Vaquerizo,
su autor.
Al comienzo, en letra pequeña, está el fallo del premio
conseguido por este libro y donde podemos leer que se le otorga por: “la
naturalidad de su tono lírico, su clasicismo y belleza contenida. Este libro,
partiendo de la experiencia del yo personal quiere abarcar al mundo, con un
fuerte contenido de la presencia del tiempo, del límite inexplorado que se abre
en lo cotidiano.” En la contraportada se añade que “indaga sobre cuestiones
universales e inherentes al ser humano, tales como la infancia, el amor, la
índole temporal del hombre y el oficio de escribir.” Rubén Martín Díaz dice en
Facebook: “Buen libro de Carlos Vaquerizo Torres, poeta de una profunda
honestidad que se maneja en el verso largo y en la prosa poética como pez en el
agua. Imágenes potentes y fuerza contenida en unos poemas que beben de la mejor
tradición poética española.” El propio Carlos Vaquerizo nos cuenta en Facebook
que “A veces un perfume, un son, una imagen… nos enlaza con aspectos que
estaban arrumbados en la memoria”, convirtiendo al lector en un “Diván” (título
de uno de sus poemas) de psicoanalista donde, el paralelismo de los versos, nos
ofrece el descanso y el llanto.
Versos del equilibrista, poemario que se debate entre la
decepción y la euforia con cierta tendencia al desengaño, es un libro que te
hace pensar que está escrito al revés, con el índice al principio. Pareciera
que su orden interno está construido para que se pueda leer tanto de delante
hacia atrás como viceversa, quizá por la estructura circular que lo abrocha.
Ambos recorridos comparten idéntico final y sentido. Incluso los títulos de los
poemas que resuenan con voz de anacoreta que clama en el desierto, leídos todos
a la vez y seguidos, en ambas direcciones, adquieren rango de poema, que en apariencia
puede parecernos autómata, pero que no lo es. Los títulos de los poemas cumplen
con una misión secreta, mostrados en el índice, son muy elocuentes y
esclarecedores, en este caso más que en otros. Funcionan como una letanía del
alma y del ser del poeta y del propio libro, una letanía que adquiere rango de
voz salmodia (casi de oración a su diosa: la Poesía) como todo el libro rezuma.
Quizá por eso ha colocado el índice al principio, para que nos sirva de
plano-guía, de primeras impresiones y para dejar clara su voluntad. En él nos
muestra el itinerario a seguir a través de un puñado de palabras que funcionan
como mantras de la poética que todo lo envuelve, y que luego la lectura nos
confirma y amplía. “Como tantos hombres,/ como tantos nombres”, “que aguarda/
su restitución” en el lector atento. Un índice “in order of appearance” que
traza las coordenadas de una lucha interior, a caballo entre la conciencia y la
metapoesía.
Que ciencia y poesía van de la mano y se retroalimentan
es algo evidente tanto en éste como en muchos otros casos. La ciencia es la
poesía de los hechos verificables. La poesía es la con-ciencia de las palabras.
El primer poema “Arquímedes lector” nos introduce en un contexto y proyecta sin
contemplaciones el rol que el autor espera de nosotros. Lo asumes o lo dejas,
pero el autor te lo plantea a bocajarro. En su “Principio lector” y desde su
cuerpo flotante, puesto que toda lectura experimenta un empuje de dentro hacia
afuera igual a la opinión manifestada, aflora la técnica del “tornillo de
Arquímedes” (la lectura) que comunica dos realidades que se retroalimentan, la
del autor-emisor y la del lector-receptor. Es así como consigue que flotes en
el líquido amniótico de su poética. Sus versos, convertidos en vasos canopes de
la emoción, guardan las entrañas de un autor convertido en “sacerdote
funerario” que rescata del inframundo recuerdos y reflexiones. “La muerte
momificada del mundo que se encuentra en los libros” –proclama en la página 20.
Las palabras son un “sanctasanctórum”, y
así es como las trata y las adora, en una especie de ritual de momificación
contra el tiempo que su quehacer de poeta tiene. A los lectores nos deja el
papel de “pontífices de Ra”, para que le demos nuevamente vida a estos versos
momificados en sagrada “Metempsicosis”. El segundo poema titulado “Job” nos
alienta en la perseverancia y en la paciencia, dejándonos claro desde el
principio el marcado componente metaliterario que el libro ofrece. “Quiero,
lector, que concluyas las miras de estos versos, que ahondes la expresión que
se proclama…”, para que lo hagamos “llanto de (nuestro) llanto, en savia de
(nuestra) savia” –exhorta en la página 11. O “Mucho mejor una certera frase que
nerviosas y efímeras páginas”, quizá porque este libro tiene mucho de
fragmentario y aforístico.
El poemario, que nos introduce “en la diáspora/ del
tiempo y sus demonios”, es un laberinto encriptado que convierte al lector en
verdadero protagonista del juego que el autor ha preparado, y del que resulta
difícil salir indemne, de esos “criptopoemas en los que verti(ó)
jeroglíficamente (su) vida”. El autor equilibrista encuentra en el trapecio la
línea de sujeción para no caer al vacío sin red que hay debajo de los renglones.
Los versos son una maroma por la que desliza sus pies descalzos, el punto de
palanca que busca para mover lo imposible y descifrar un enigma, el suyo.
“Dadme un fragmento…Voy a mover el mundo, las conciencias” –dice de forma
pretenciosa. Y aunque se respira cierto escepticismo y desencanto, su sed de
equilibrio le lleva a compensarlo con algunos atisbos de lo contrario, en ese
vaivén existencial que sus versos tienen. Un libro que conforme vas leyendo, el
simple hecho de pasar sus páginas, ya te provoca una extremada hiperestesia
hasta que te convierte en parte de su laberinto. “Mi verso se ha hecho hombre.
Quiere cargar la cruz de humilde cirineo hasta que todo acabe” –recalca a modo
de penitencia, porque “Versos del equilibrista” está impregnado de un éter
religioso, donde el autor erigido en una especie de sacerdote dirige la
ceremonia lírica en la que convoca a su iglesia metaliteraria, los lectores, a
la espera de la resurrección o la reencarnación que la lectura supone. Un
poemario, surtidor de melancolía y tristeza que sangra siempre casi al borde de
la extinción, como una especie de epitafio “que nos nace intramuros”. Un libro
denso y enigmático, por lo que tiene de hermético, de calavera y barroco (a lo
Valdés Leal), pero con palabras-fuente “que conservan del hombre todas las
cenizas, todos los sueños de grandeza”, ya que “(somos mortecina oquedad de
tiempo y humo)” –revela en la página 35. Poesía que danza como una santa compaña
de versos “de modo esquizofrénico y lírico y la lluvia/ de hiperestesia que
todo lo asume en el abierto laberinto”.
En el libro suenan muchos ecos, una retahíla de nombres
señalan otro itinerario dentro del libro y del propio autor. Como una especie
de reencarnación sinestésico-intertextual, su aliño creativo (de influencias
clásicas, científicas, lectoras, existenciales…) dota al libro de un espíritu
connotativo particular y de unos vasos comunicantes que riegan la lectura a
veces a manta y otras por goteo. Arquímedes, Cicerón, Job, Jacques Lacán, Rilke,
Juan Ramón, Rubén Darío, Gardel, J.N. Cassavetes, Pandora, Eva, Lugones, Luis
Cernuda, Prometeo, José Asunción Silva, Ingma Bergman, Tarkovski, Lugosi,
Browning, y también resuenan Nicanor Parra y Pablo Neruda…
El círculo representa la unidad y la perfección, lo
espiritual, a Dios, al disco solar, un encuentro entre lo divino y lo humano,
la forma que contiene a las otras formas… “Hacia el final del círculo viajamos
entre anécdotas” –decía al comienzo, en la página 19. Y con el último poema,
que da título al conjunto, cierra el círculo de pensamiento que pretende su
poesía y el libro en su conjunto, como ese espacio perfecto que es el “sagrado
círculo” “de no estar solo”, porque ya está refugiado en los lectores a los que
tanto necesita para completar su periplo metaliterario y existencial. Y ya que
todos los lectores somos “los despojos de lo que otros fueron” –aclara en la
página 59, y a los que nos deja, en cierta medida, un papel de sarcófagos bibliográficos
que descansan en esta cámara mortuoria que es la literatura, ¿qué busca
entonces el poeta Carlos Vaquerizo, “amante arrojado de la prosa del mundo”,
aunque en él hay mucho de prosa poética? Psicoanalizarse como vía para comprender
el mundo, “Vivir lo que (leyó) en los libros” -dice. ¿Qué quiere conseguir
entonces con “Versos del equilibrista”? Una “dicción redentora” y casi mística
“que soporte la densa voracidad del tiempo”, lanzar su yo “hacia el lector: la
fama o el olvido”. “Conformar un canto/ fundacional y mítico, indeleble”,
consumirse eucarísticamente “para volver a ser en otros hombres”, para ser la
voz limpia de una conciencia que espera conseguir el éxito de la eternidad que
da la palabra, por los méritos alcanzados en la vida y en los versos. Busca
hacerse poesía “de numen trascendido”, perpetuarse en la palabra equilibrio y
su ablución bautismal. Encontrarse a sí mismo, en suma, a través de la poesía y
de nosotros sus lectores.
Custodio Tejada
Opiniones de un lector
14 de diciembre de 2018
VERSOS
DEL EQUILIBRISTA de Carlos Vaquerizo. Editorial Verbum. 54 poemas y 68 páginas.
Incluye en las primeras páginas el fallo del premio conseguido (El “Juan
Alcaide de poesía 2018)) y el índice. Cierra el libro el poema que da título al
conjunto.