LAS
ÓRDENES de Pilar Adón. Editorial La Bella Varsovia. Poesía. Dividido en tres
partes, con tres enfoques de la dependencia. 68 páginas y 35 poemas (las
primeras palabras de la mayoría de los poemas asumen el papel de títulos).
Tercera edición en noviembre de 2018. Y un verso para abrir boca: “Volver a
casa es el miedo”.
LAS
ÓRDENES de Pilar Adón. Editorial La Bella Varsovia. Poesía. Dividido en tres
partes, con tres enfoques de la dependencia. 68 páginas y 35 poemas (las
primeras palabras de la mayoría de los poemas asumen el papel de títulos).
Tercera edición en noviembre de 2018. Y un verso para abrir boca: “Volver a
casa es el miedo”.
Cuando
entro en una librería me dan muchas ganas de leer y ninguna de publicar. Lo que
nos pasa a los escritores con la letra impresa es algo enfermizo, muy parecido
a lo que vive una polilla con la llama de una vela. Nos gusta quemar nuestras
alas en las imprentas. Al elegir los autores, cada editorial tiene su tijera y
su forma de recortar la realidad, e incluso de recrear el mundo a su antojo,
como no puede ser de otra manera. Buscar una cuota de mercado o un prototipo de
lector, encontrar un espacio vital donde hacer cada uno su revolución y su
guerra, esa es la máxima aspiración de cualquier proyecto intelectual.
Encontrar cada uno su Dorado, en suma. Y
mientras tanto, el lector sobrevive como puede entremedias de las grandes
publicidades demostrando que no solo vive de ellas. Lo que demuestra “La Bella
Varsovia” es que hay poesía más allá de los paraísos editoriales, de que hay
vida literaria más allá de Tusquets y sus Textos Sagrados, Visor, Hiperión…
Como todo pacto con los lectores, “La Bella Varsovia” está repleta de una
nostalgia utópica, como lo demuestra su catálogo de títulos y autoras como Ana
Rossetti, Fruela Fernández, Berta García…, en una apuesta clara por una nueva
poesía social y un orden lírico nuevo. Ya sabemos que el individuo es más
vulnerable cuando va solo que cuando marcha en grupo. Desde que nacemos
proyectan roles (expectativas) sobre todos nosotros, en casa, en el cole, entre
los amigos, en el trabajo, en Facebook… que muchas veces tenemos que asumir el
trágala para ser aceptados, o rebelarnos, y entonces caer en el ostracismo o el
desprecio, cuanto menos.
Dice
Archie Randolph Ammons que “las palabras son un modo de defenderse/ en el/
mundo”. La portada de “Las órdenes” de Pilar Adón, en una presentación
exquisita, con aspecto vintage y un
color crema de fondo, nos deja una imagen onírica que anuncia, quizá, la
extrema incertidumbre que produce el miedo. Una edición cuidada y elegante cuya
cubierta, un collage de Francisa Pageo, profetiza el surrealismo que impregna
en alguna medida todo el poemario. Una faja, como una tela de araña para
atrapar al lector, en color tierra, abraza y apadrina el libro con una frase de
Fernando Aramburu que dice con todo el peso de su nombre: “Provista de un fino
ingenio para extraer mil y una sutilezas psicológicas de los barros interiores
de que están hechos los seres humanos”. En la contraportada se apunta que
“Pilar Adón ha escrito un libro incómodo por su cuestionamiento de aquellos
dictados –crecer, cuidar, reproducirse, seguir cuidando- que habíamos asumido,
y contra los que Las órdenes se rebela”. Carmen Sigüenza dice en “Tribuna
Feminista. elplural.com” que “Pilar Adón mete el bisturí en las relaciones de
dependencia” y que “se ha convertido en una de las escritoras más reconocidas y
valoradas por su profundo amor a la palabra y su intensidad temática” sobre
“una verdad que adquiere verdad literaria porque Adón escribe sin disfraz”.
Diego Doncel completa en ABC Cultural que “Las órdenes está construido por
medio de dicotomías tanto existenciales como morales. Por eso a la vez que
expresa ese malestar, es un libro sobre la posibilidad de la ternura… y del
sufrimiento familiar y social”, “es un libro de lenguaje, de imágenes y de
pensamiento, es decir, de vida”. Y ya para rematar concluye Francisco Javier
Irazoki en el Cultural.com que “Adón sacude los mitos femeninos: la maternidad,
un fardo de expectativas, las sumisiones”, o que “su escritura nítida y
refinada no se agota en la superficie de los hechos y paisajes. Ahonda. Sus
páginas contra la resignación o la culpa desvelan nuestras contradicciones.” Y
así es como he leído el libro, con la música de Vanesa Martín y de “Todas las
mujeres que habitan en mí”.
Las dos primeras palabras del primer poema: “Regalarlo
todo”, nos anuncian lo que es este libro, un regalo de Pilar Adón a todas las
madres y las hijas, especialmente con una clara intención: huir del
sometimiento de los roles, de las órdenes y de las imposiciones sociales. El
libro sigue una trayectoria que transita los márgenes del orden establecido y busca
otra perspectiva, un orden nuevo al que aspira con lucidez. En este poemario
“Las órdenes” van unidas a la palabra culpa y la palabra miedo, pero también a “la
palabra ficción y a la palabra verdad”.
Lo que nos cuenta Pilar Adón es otro sentir, nos muestra
una mirada distinta, otra forma de ver los hechos y sus consecuencias. Refundar
la feminidad, reconducir “Cada mirada de hembra. Cada preñez” para liberarnos
del miedo porque “el cuerpo… lejos de aumentar/ reduce su tamaño y se parte en
dos”. La maternidad se expone como un yugo, una opresión o una condena. Algunos
tintes surrealistas se esparcen por el libro, quizá con la intención de crear
un clima onírico, para desvelar el lenguaje que hay “a través del sueño”, como
el poema “Un perro en el barreño del bebé” que bien podría parecer el conjuro
de una bruja.
Poemas
largos y poemas cortos, algunos de un par de versos que emparentan con el
aforismo, se suceden y marcan un ritmo roto donde el matiz de los significados
son señales certeras que ayudan a interpretar el conjunto, a poner en tela de
juicio toda certeza. Su lírica narrativa avanza por nuestros oídos con
“silencioso impulso” de serpiente que se arrastra por los renglones de hierba
“en una interminable tentación del malestar”. Sus poemas, la mayoría sin título,
dibujan escenas, atesoran momentos íntimos de valor incalculable. El texto, eminentemente
enunciativo, crea una atmósfera onírica con tintes de pesadilla que pretende
instalarse en una voz rebelde con la intención no solo de denunciar las cosas,
las actitudes, los roles, sino también de cambiarlos. Poemas, con una clara vocación
descriptiva, que parecen secuencias cinematográficas de una memoria con cargas
de profundidad que conducen a un cuestionamiento metafísico y moral de la
realidad. Un poemario que en su conjunto pareciera una serie televisiva, y cada
poema uno de sus capítulos. Los versos de “Las órdenes”, de una visualidad
extrema, avanzan a cámara lenta, como si fueran un mar detenido lleno de puntos
y comas que dan al texto una fluidez lenta y sugerente, por lo que tienen de
fotogramas, da alud de imágenes y percepciones.
Los ojos de Pilar Adón se convierten en los focos que apuntan al
escenario para resaltar a los actores principales de su poética social, sus
latidos. Los poemas cortos de uno o dos versos actúan como una claqueta que
prepara la toma siguiente.
También
hay nombres que acompañan su camino y el nuestro, itinerarios vitales que
confluyen en su poesía y su pensamiento. Alice Oswald, Jane Kenyon, Percy
Bysshe Shelley, Ingeborg Bachmann, Thoreau Katherine Mansfield… Numerosas
figuras literarias embellecen el texto, anáforas, epanadiplosis,
concatenaciones, polisíndeton... Un poemario que, confeccionado en tres partes,
nos presenta tres enfoques de la dependencia, como madre, como hija-cuidadora y
como poeta. “No queremos ser madres./ Seguir siempre hijas” –nos confiesa en la
página 30.
Sí,
hay que reconocer que Pilar Adón escribe “Las órdenes” como si hubiera hecho un
inventario de su vida y de sus ideas, un arqueo de sus verdaderas posesiones en
pos de la razón de su existencia y del sentido de la poesía, la suya. Una
poesía social comprometida con la causa: la transformación de la sociedad. Con
este libro contribuye a la creación de una nueva conciencia y a la constatación
de una consciencia distinta. Eso es “Las órdenes”, una expedición a su yo más
íntimo, “a la vida de siempre”, a la esencia de su ser femenino cansado de
tantos atropellos. “Ellos no lo advierten/ pero arrastramos un rencor en los
genes/ heredado de cada mujer” -exclama Pilar Adón en la página 34 como una
amazona del verso, “Acusando un odio que no se cura”. ¿Pero qué quiere
conseguir o a qué aspira en última instancia Pilar Adón con este libro? A
“corregir cada palabra, cada voz./ Cada movimiento y cada gesto”. Busca una
nueva fe, despertar a la serpiente y encontrar otro camino para escapar de
cualquier intento de sumisión, partir de cero para darle una nueva utilidad a
las palabras y a los hechos. Una “resistencia eterna…/ mejor no dejar/ nada./
Ni hojas ni muebles./ Ni cosas ni hijos” –apunta en la página 27, no le
preocupa “recoger lo que se ha sembrado”, quiere ser en la plenitud de sí misma,
nunca “una hembra delicada ni pusilánime”. Una llamada a rebelarse, un canto a
la desobediencia, porque sin obediencia las órdenes no son nada, y todos, sin
excepción, somos el resultado de las mujeres que nos habitan.
Opiniones de un lector.
Custodio Tejada
Enero de 2019