martes, 5 de diciembre de 2017

1ª.- LA CIUDAD (Antología poética 1985-2014) Editorial Renacimiento 2ª.- PEQUEÑOS INCIDENTES (Antología poética) de Karmelo C. Iribarren. Editorial Visor.

1ª.- LA CIUDAD (Antología poética 1985-2014) de Karmelo C. Iribarren. Editorial Renacimiento. 274 páginas, un prólogo “Cuando la ciudad duerme”, un epílogo y 204 poemas.

2ª.- PEQUEÑOS INCIDENTES (Antología poética) de Karmelo C. Iribarren. Editorial Visor.  240 páginas. 177 poemas, con un prólogo “Poética de un paseante con paraguas”.


1ª.- LA CIUDAD (Antología poética 1985-2014) de Karmelo C. Iribarren. Editorial Renacimiento. 274 páginas, un prólogo “Cuando la ciudad duerme”, un epílogo y 204 poemas.


2ª.- PEQUEÑOS INCIDENTES (Antología poética) de Karmelo C. Iribarren. Editorial Visor.  240 páginas. 177 poemas, con un prólogo “Poética de un paseante con paraguas”.

            Que vayas a una librería y en sus estantes encuentres no una sino dos antologías (de distintas editoriales) de un autor vivo es algo poco frecuente y llama la atención. Cuando a un autor se le acumulan las antologías es porque ha llegado al culmen de la excelencia y porque ya amontona obra a sus espaldas y años en su cuerpo. Y si además está “apadrinado” en prólogos y críticas por los mejores “popes” de nuestra literatura reciente, eso lo sitúa al autor en un lugar casi sagrado o privilegiado dentro del panorama poético nacional.  La primera de ellas, la antología de Renacimiento, va ya por la tercera edición (ampliada y revisada) y llega hasta 2014, con una selección de inéditos incluida. La primera edición es de mayo de 2002, cuyo prólogo estuvo a cargo de Vicente Tortajada, en la segunda (en abril de 2008) quien se encargó de las consideraciones introductorias fue Joaquín Juan Penalva  y en la tercera (de mayo de 2014) el prólogo “Cuando la ciudad duerme” está firmado por José Luis Morante, donde también aparece una introducción en la solapa del libro de Abelardo Linares. De la segunda antología, la de Visor, aparecida en 2016, que ya va por la segunda edición (marzo de 2017), tiene un estudio introductorio titulado “Poética de un paseante con paraguas” del mismísimo Luis García Montero, que mide las palabras y tiende la mano, y en la que aparece su penúltimo libro “Haciendo planes” (2016), porque en 2017 ha aparecido el último hasta ahora, “Mientras me alejo”, y que es el único que no aparece en dicha antología.

            Cuando uno comienza la lectura de un libro “Hay que estar preparado para lo peor/ y disfrutar de lo bueno. Esa es la fórmula” –nos dice en la página 48. Así que seguí el consejo y continué mi viaje lector entre sus páginas como quien busca un camino que no tiene por qué coincidir con el del autor, solamente; para buscar “una pizca de luz” o la mejor interpretación y cuidándome mucho “de los que siempre/están detrás.” –como nos advierte el propio Karmelo.

            Toda antología, además de un conjunto de poemas seleccionados, son también un compendio de vivencias y de momentos, que así ordenados y sacados fuera de su contexto natural “adquieren/ otros matices” y otros significados al interrelacionarse de otra manera, al establecer nuevos vínculos entre los mismos poemas; al penetrar en ellos  sientes que hay “momentos que no tienen precio” –podemos leer en la página 71.

            Dice Luis García Montero: “La obra de Karmelo contiene uno de los mundos más ricos de la poesía española de hoy”. “El pensamiento de Karmelo es escéptico y está definido por el pesimismo”. José Luis Morante dice sobre la poética de Karmelo que “El poema entonces se hace crónica, apunte costumbrista en el que la sorpresa encuentra un hueco”, la suya es “una poesía vigorosa y precisa para captar la esencia, emotiva y sin adornos verbales, oportuna y cercana”. Abelardo Linares afirma que “es un poeta que no condesciende con la vacuidad ni la palabrería, quizás porque ha aprendido a creer en la poesía con minúscula y a descreer de las poéticas con mayúscula”. Mientras que Luis Alberto de Cuenca dice del último libro de karmelo C. Iribarren “Mientras me alejo” que “es tan sabio, sencillo, efectivo y emocionante como los anteriores.

            Si abres la antología  La ciudad, de Renacimiento, lo primero que te vas a encontrar es una fotografía del autor con un letrero sobre su cabeza que pone hotel; sinestesia que, de repente te hará sentir como una especie de turista-lector que durante algún tiempo (lo que dure la lectura o más, porque sus poemas tienen la persistencia de los buenos vinos) se va a hospedar entre sus páginas/habitaciones para callejear por sus poemas en un viaje que ya veremos adonde conduce.

 Como un gato, Karmelo “mira, observa, escruta” “las ciudades, sus plazas,/sus calles, sus esquinas/”, sus bares, sus pequeños incidentes que se hacen cataclismos de la cotidianeidad. La vocación urbana del autor pronto queda de manifiesto. Con San Sebastián-Donosti al fondo de cada palabra que “está hecha de barro y luz” y que ha recorrido de punta a punta durante más de 30 años (nos dice en las páginas 130 y 174) Karmelo viaja de la contemplación de lo que le rodea a la introspección de sí mismo, de la mirada inhóspita del exterior a la reflexión sagaz, irónica y crítica de su yo poético. Karmelo está dotado especialmente para la observación de la que exprime su poesía, a veces más épica que lírica y como poeta se plantea el sentido de su vida, cuya medida exacta la encontramos más cerca de la incertidumbre que de la certeza porque sabe lo que es una “racha de viento helado” que lo “reconcilia con (su) pequeñez” –apunta en la página 124.

Karmelo, con su característico sentido del humor, se autodefine como “un tipo sólido, sobrio, serio/ de los que ya no se ven”, como vasco que es: “Tanta hostia y tanto colorín”… nos dice en la página 134. A Karmelo me lo imagino, con ese aspecto de personaje de novela negra, envuelto en una espiral de humo, ceniceros y paquetes de cigarrillos mientras vive, escribe y atrapa el lado más sórdido de la existencia, transformando lo prosaico en excelente poesía que surge de sus “resacas” líricas o reales. Karmelo es un testigo, un poeta fedatario de la condición humana y urbana. Un poeta cosmopolita que, ya sea desde calles y plazas, desde los bares, subido en un autobús o asomado a la ventana de su casa da fe de la existencia que le ha tocado vivir. Karmelo es un poeta distinto, que situado en algún lugar entre medias de Bukowski  y Baudelaire afronta su poética con idéntico descaro, incluso con dejes pictóricos y cartelistas sus princesas le seducen en sus poemas-estampas a lo Tolouse-Lautrec. Irónico y con cierta mordacidad, sabe que la verdadera función de la poesía para que no haya “heridos de importancia” pasa por ser fiel a sí mismo y a su poética, alejado de modas-escuelas-tendencias y demás ambientes viciados (literariamente hablando).

Con maestría cuenta lo justo para convertir un suceso cotidiano o estampa costumbrista (sin aparente importancia) en un alegato de principios y posiciones, de coherencia existencial.  Utiliza los versos justos y necesarios para construir el poema, sin rodeos ni divagaciones, él va al grano y prescinde de lo superfluo. Escribe preferentemente versos cortos y poemas breves y escuetos (casi cabales), sin rima, donde prima más la melodía del significado que la del significante, versos que te cogen “por el cuello” y te llevan “al límite” de la reflexión y de la contemplación. Es un maestro en “el manejo de la lengua”, su lenguaje sencillo así lo corrobora. Y es que “parafraseando de alguna manera” unos versos del propio Karmelo “La poesía/ de cada poeta/ debería importarle a alguien”, y más si es un poeta de la talla y coraje como Karmelo C. Iribarren, ya que su poética es “Nada, sólo eso, la vida, la poesía de un miércoles cualquiera” –nos dice en la página 114.

Nuestro poeta, descreído y desengañado, recuerda con nostalgia su inocencia perdida, aquellas ganas “de cambiar/ el mundo” y que ahora se conforma “con dejar de fumar” simplemente –nos confiesa en la página 68. El va por su camino con su poesía a cuestas, no le interesan  los aplausos ni las “demás zarandajas”, como nos apunta en La función de la poesía de la página 29. Lo que de verdad le gusta a este poeta cazador de momentos es sentarse en plazas-calles-bares… “a verlas pasar” las horas, los coches, las gentes, la vida… -nos dice en la página 31. En sus poemas nos encontramos, a modo de hitos, un reguero de intertextualidades que complementan la lectura y la enmarcan en una interpretación más rica. Aparecen Durruti, Jesucristo, James Dean, Raquel Welch, Roger Wolfe, de copas con Cioran, Harry Whittington, Chandler, Baroja, Abelardo Linares, Johne Wayne, Francisco Diaz de Castro etcétera.

En el poema “Tu padre se ha ido de viaje” (página 36) nos abre su alma de par en par y nos deja entrever el vacío que le quedó, y que en cierta medida le persigue a lo largo del libro, y que le enseñó “que la vida iba en serio” (página 159). Karmelo, que lleva con honra el sambenito de poeta, sin alharacas ni postureos, pero sí con la seguridad de quien escribe con el alma y el aliento está especialmente sensibilizado para darse cuenta “de la trampa, del fraude” que supone la vida y sus fracasos especialmente. Como un escultor de palabras cincela el tiempo con letras/espejo en las que también nos reflejamos nosotros, como lo podemos comprobar en el poema Vidas de la página 83, entre otros.

Su epicentro vital es Donosti, pero (como buen cicerone) a veces nos hace viajar a otros lugares como Barcelona, Sevilla, Lisboa, Paris, Madrid, Pekin, Bayona, Peñiscola, Zaragoza… lo que nos confirma también que es un poeta viajero. Su lírica/testimonio es un viaje/péndulo que va desde la felicidad de un cigarro y una “cerveza: en su punto/” al… “pobre viejo/ hurgando en las papeleras” dejando en evidencia la ambigüedad en la que vivimos. La noche y los bares le seducen por igual, y es la noche, quizá, su mejor refugio y también su mejor derrota, los bares son su paraíso aquí en la tierra; porque leer a Karmelo C. Iribarren es atravesar un páramo ebrio de lirismo atribulado “… sin ningún/ remordimiento de conciencia” que te asombra con cada poema-escena, y es que sus versos te dejan la sensación de que “esto es la vida”, un espejismo, y él lo cuenta (con su desparpajo sencillo y directo) para deleite y disfrute de todos, para testimoniar la cotidianidad del tiempo, “no hay más”, “así de cómico,/ y así de trágico” es Karmelo y su poesía –se dice en la página 68. Siempre escribe al borde o en la frontera de la intemperie y del abrigo, justo en el límite de la derrota o del momento feliz y fugaz, de lo habitual y lo deslumbrante. Sus poemas son estampas costumbristas de naturaleza urbana que funcionan como si fueran bodegones publicitarios o simples carteles pegados en marquesinas.

Nuestro poeta antes que “el nobel, el cervantes/ el príncipe de Asturias” prefiere la mirada de un lector que le solicita unos poemas para una revista –nos dice en la página 90-, lo que nos retrata su carácter. Algunos poemas podrían leerse como magníficos microrrelatos (ya que se mueve en un terreno polivalente y fronterizo muchas veces), por ejemplo “La estampa nocturna” de la página 86, “La cháchara” o “Bar Etxekalte” en la página 137. Encontrarás versos memorables como los de la página 98 o 102: “solo ella es capaz/ de sacarle esa música al cemento” o “ser libre/ no es lo mismo que ser feliz”, “la soledad es eso,/ ahora lo sé:/ lo que hay/ antes y después de tu nombre” –dice en la página 173.

El tema que enmarca toda su poética es la ciudad, retratos de la vida urbana (trenes, coches, autobuses, calles, bares, ventanas, balcones, plazas… hasta un simple periódico puede protagonizar uno de sus poemas); pero también la memoria y su nostalgia: postales de la infancia, la historia, el amor pasajero o no, las mujeres, los paraguas, los vagabundos… para él todo es y todos somos poesía.

Con estas antologías de Karmelo C. Iribarren, La ciudad o Pequeñas incidencias, realizarás una multitud de viajes, todos ellos llenos de itinerarios sumergidos e íntimos; porque Karmelo (dentro de estas páginas) es una especie de Ulises/Robinson Crusoe urbano. En ellas autor y lector se funden, ya que brillan como una Ítaca Donostiarra, singular y costumbrista al más puro estilo Barojiano, y donde Karmelo aguarda seguro de sí mismo: “¿Que te pone verde algún crítico? El tiempo le pondrá amarillo a él.” –advierte en la página 122. Nuestro autor también aborda la metaliteratura en sus poemas “que sirven para ir/ y para volver/ de ninguna parte a ti mismo,/ o al revés” –apunta en la página 124.Y como él mismo le dice a la poesía y lo reconoce en la página 221: “Si no te hubiese conocido/ mi vida sería otra”, pero por suerte para todos tropezaron la una con el otro, y hoy tenemos para nuestro deleite los frutos de su romance: una vida azarosa que se ha hecho literatura de la buena. Lo mismo que le pasará a cualquier lector si abre alguno de sus libros y pasea por ellos.

Opiniones de lector

Custodio Tejada

5 de diciembre de 2017