domingo, 26 de noviembre de 2017

EL HORIZONTE HUNDIDO de Alejandro López Andrada. Editorial Hiperión

EL HORIZONTE HUNDIDO de Alejandro López Andrada. Editorial Hiperión. 122 páginas, 87 poemas, un prólogo y una nota final.


EL HORIZONTE HUNDIDO de Alejandro López Andrada. Editorial Hiperión. 122 páginas, 87 poemas, un prólogo y una nota final.

En la primera página, como saludándote, una foto del autor situado en el porche de su casa (suponemos) te recibe en bermudas y te da la bienvenida como buen anfitrión que es, para que te sientas acogido y a gusto en su libro-casa “El horizonte hundido (poesía desreunida)”.

Hablar de “El horizonte hundido” de Alejandro López Andrada es hablar de una trayectoria poética o de un camino recorrido, como lo demuestra esta antología, ya que “reúne los poemas más esenciales e imprescindibles del autor”, como se nos dice en la contraportada del libro.

Cuando leemos una antología estamos leyendo una selección, o sea, el extracto de una obra mucho más amplia  y compleja, que sale de su contexto para interrelacionarse con otras piezas distintas, de otros libros y otros momentos poéticos-vitales del autor, y que a partir de ahí también conforman una nueva realidad interconectada e intertextual; ya que dota a los poemas “desreunidos” de una nueva capacidad de asombro y nuevas acepciones líricas. Cuando abres la antología de un autor como Alejandro te embarga la emoción de tener un “códice” entre las manos, una especie de mapa secreto, un mapa que te orienta por los senderos de un alma que se hace palabra como una forma de inmolación en pro de los lectores y de la literatura, una especie de transubstanciación del dolor y la alegría del poeta en lenguaje liberador. Cuando un autor se hace antología termina siendo otro desgajado de sí mismo, igual pero distinto; ya que su poesía “desreunida” y junta (de otra manera) interactúa entre sí formando nuevos códigos y ecos más largos, se metamorfosea más aún si cabe para aportar otra frescura “personal y auténtica” reconstruida con los mismos versos.

Ya desde el título “El horizonte hundido” nos predispone para un viaje aciago y duro. Desde “el perfil de la nada” intenta explicarse a través de las palabras y los silencios, y por contacto, también comprender el mundo y sus circunstancias, las de todos y las suyas propias.

Nos dice Antonio Colinas (en su clarividente prólogo) sobre la poesía del autor: “López Andrada trabaja con el lenguaje de la sencillez, con unas palabras limpias y claras…” o “Ha sido… fiel a su voz. (Ha ido) a contracorriente de los gustos o de las estéticas”, alejado “de las derivaciones culturalistas como de las realistas” y del “mundo literario”. Su poética rezuma una “naturalidad lírica”. También nos dice sobre él que escribe “una poesía que salva al que la lee”.

La suya es una poesía que mana de la experiencia y de la cotidianidad filtrada por el cristal de la memoria, donde como postigos “los olvidos también tienen su hueco junto a los silencios”. “Un haz de lejanía” es su nostalgia y son sus versos, que traen la voz de sus recuerdos, con un pecho enorme en el que cabe el mundo entero y todas las ausencias, las pérdidas, las derrotas y las tristezas; ya que la memoria es uno de sus grandes temas, la añoranza de un pasado arrebatado. Su poesía está llena de imágenes que detienen el tiempo y buscan el cobijo de las letras y nuestra complicidad. Como fotografías o estampas, a veces van en movimiento y otras están quietas; porque “sus ojos van como lentas nubes” oteando el azogue de las cosas y del tiempo, de los silencios y las heridas, de los paisajes y de “la verdad que nos vigila desde siempre” –nos dice en la página 34. Sus versos son ventanucos, puentes o desvanes donde el autor reverbera cada vez que los lees, y por donde entra el viento con sus fauces y sus garras derramando el olor de la naturaleza y el campo. Pareciera que escribe para dejar testimonio de una existencia perdida que se fue y a la que regresa asiduamente el poeta para beber de sus fuentes: “cadáveres suaves del ayer/ reliquias/de un pasado que aún regresa./ -nos confiesa en la página 43.

Alejandro López Andrada es un apátrida y un cazador de luciérnagas que transforma la sombra en luz, el olvido en palabras que dan fe de “la emoción abriendo la honda luna del sendero” que señaliza su lenguaje y su poesía (una poesía desreunida, la de este volumen, que no desunida) existencial y de testimonio que pasea por el campo y el hogar como universo creativo que lo enmarca todo.

El libro entero parece actuar como un solo poema, como una secuencia cinematográfica llena de matices y precisiones. El horizonte hundido nos muestra un estilo coherente “que recorre la blanca lentitud de la penumbra”, con una poética que rompe “los límites del tiempo” y sus costuras. Paisaje y tiempo son sus temas preferidos, pero como andamios para sujetar otros más íntimos como el amor, los recuerdos, la nostalgia, la vida rural y su trajín de sentidos y emociones, la libertad y la justicia y la historia filtrada a través de los ojos del poeta.

Intuyes, cuando lees, esa mirada del poeta y del padre juntos “que iba abriéndose/ como una mano blanca en la espesura” –nos dice en la página 69, como una voz derrotada que se resiste a desaparecer sin más y que busca la resistencia pacífica. Los títulos de los poemas, en algunas ocasiones son letreros-guías o cunetas que funcionan a modo de foco, unas veces conducen al texto que le sigue pero otras llevan  a  lugares situados fuera, al alma del poeta y sus silencios. Y es que nuestro autor cuando escribe “vuelve resucitado… del infinito, envuelto en una sábana de paz” –apunta en la página 75, porque de alguna manera, escribir para él es un acto purificador y reconstituyente, un acto de justicia, de remembranza y homenaje hacia atrás y de esperanza hacia delante, en un compás de ida y vuelta.

Alejandro López Andrada que “vive en la humanidad de las palabras” y en cuyo hálito “no arde el odio,/ ni el rencor” consigue que la poesía que escribe “entre sus rojos brazos” marche “en comitiva hacia la dignidad” de un alma limpia y un horizonte hundido “hacia el que se dirigen (siempre sus) pisadas” y sus versos para dejar huella.

Opiniones de lector
Custodio Tejada
25-11-2017



domingo, 19 de noviembre de 2017

EL MAR Y LOS SIGLOS de Josefina Martos Peregrín. Esdrújula Ediciones

EL MAR Y LOS SIGLOS de Josefina Martos Peregrín. Esdrújula Ediciones. 252 páginas, 38 relatos, un prólogo y un “Complemento Colofónico”.


EL MAR Y LOS SIGLOS de Josefina Martos Peregrín. Esdrújula Ediciones. 252 páginas, 38 relatos, un prólogo y un “Complemento Colofónico”.




No sé yo si conseguiré llevar esta opinión de lector al otro lado del espejo, “puesto que aquí, en este lado de la vida donde predominan los hablantes descuidados e imprecisos, miles de palabras bellísimas se mueren de aburrimiento y de abandono” –nos dice la autora en la página 244,  y es que ella es una enamorada del lenguaje, al que mima y cuida con devoción. Así que haré caso a su último consejo, el de la página 247 y comenzaré “el dulce expulgo”, examinando con cuidado y por partes.

Una nueva obra nos convoca esta vez, EL MAR Y LOS SIGLOS, de Josefina Martos Peregrín, autora con un bagaje literario muy respetable a sus espaldas. Josefina es poeta, escritora, pintora, fotógrafa… artista en el más amplio sentido de la palabra. Lo que nos ayuda a verla como es, una mujer formada con una sensibilidad especial y con un saber erudito. Madrileña de nacimiento, accitana durante algún tiempo y por tanto de corazón y granadina de residencia en la actualidad. Ha escrito varios libros de relatos, una novela, un poemario y ha sido incluida en numerosas antologías de poesía o relato.

Decía Friedrich Hegel: “El escritor no solo ignora quién es, sino que no es nada. Solo existe a partir de la obra, pero, entonces, ¿cómo puede la obra existir?” Por tanto hay que tener cuidado con el ego… para no morir de arrogancia o de éxito. Pero éste no es el caso, porque Josefina, con un talento literario preclaro y brillante, es agua humilde que juega. Con cada nueva publicación nos demuestra que agranda su sombra-faro ya que es una escritora de reflejos, sin estridencias, y esa es la mejor carta de presentación que un escritor puede tener, su obra, la excelente obra de Josefina.

El cuento y los cuentistas, actualmente en España viven un “boom”, un momento dulce, si no tanto por las ventas sí por las preferencias de muchos lectores y siguen en aumento, y Josefina está dentro de ese almíbar irresistible de los buenos cuentistas.

En el libro que nos atañe, El mar y los siglos, ya el título, a priori, nos inocula el germen del espacio y el tiempo, la aventura y la sorpresa del infinito y la eternidad de los relojes transmutados en renglones de arena que se vacían lentamente en el lector. La simbología del mar y su significado polisémico nos lleva a la vida, al subconsciente y a los miedos, a lo desconocido, a los peligros, al sacrificio y su abismo, a la contemplación, a la inspiración y a los sueños. “El mar que se traga la vida” nos apunta Josefina en la página 239, en sus notas o “Complemento Colofónico”. “El sujeto principal de este libro es el yo y el tiempo, manifestados de múltiples formas” –añade en la página 242. Nos dice también “de esta decepción ante el comportamiento humano, surge mi deseo de reencarnarme en árbol, aunque para tal menester prefiero el roble al laurel”, con lo que nos deja claro que la autora prefiere la fortaleza y la resistencia de su yo al éxito lisonjero de los halagos y de las prebendas.

Recurriendo a la mitología y a la antigüedad que tanto le atrae, Josefina/Dafne no se transforma en árbol, como le gusta tanto el juego y la transmutación, lo hace en libro, en un logrado y victorioso libro de cuentos, y aunque ella no es tanto de laurel como de robles duros y resistentes, Josefina pretende convertirse en una gran fortaleza espiritual y literaria, y así de paso en un testimonio replicante.

El libro no tiene desperdicio alguno, y para colmo viene avalado con un prólogo de Ángel Olgoso que dice cosas como: “La belleza de un libro como El mar  y los siglos reside en su condición de animado tapiz boscoso, rebosante de portentos”… “de escritura sacrificial que merodea sobre sí misma, transfigurando la lengua”. “Alterna con soltura estilizados pero potentes microrrelatos y cuentos extensos pero majestuosos”, “El lector sediento de sensación de maravilla y exigencia estilística reconocerá en este libro su Grial”, “creación rigurosa, llevado de la mano de un lenguaje increíblemente sabroso, plástico, vívido”.

Todo libro encierra unas claves, que no siempre son imprescindibles para su lectura. Por muchas claves que tenga un libro, cada lector debe buscarle las suyas propias, que son al fin y al cabo las que satisfacen a cada uno. Esa es la gran virtud de la literatura, que a cada uno le da su ración de magia.

Literariamente hablando podríamos decir de Josefina que Grecia (y el mundo antiguo en general) es su madre, porque “la ama por encima de todas las cosas”, en ningún otro lugar la autora se siente tan a gusto, quizá porque le da la cobertura y la inspiración necesarias. Su canto resulta “diferente, nuevo y original, pero dentro de los límites naturales (del relato)” y deja “una huella imborrable en (los) oyentes” –nos apunta en la página 32, porque Josefina interpreta “bien su papel de virtuosa, aunque nunca se adaptó del todo a esa represión constante del impulso, de la pasión, de la desmesura dramática que (habita) en su garganta”. Josefina, una Dafne feliz que se estira en sus renglones, con este libro asume el rol de Ulises, sus relatos son el mar proceloso por el que navega, y nuestra mente es la Ítaca a la que espera volver para quedarse y para “jugar a inventar respuestas” –página 38, que siempre nos conducirán al Monte viejo de la literatura.

Ya sea con apariencia de animal fantástico o con apariencia de lugar exótico nuestra autora nos cautiva con su lenguaje exquisito, y aunque todo lo tiene calculado, como debe ser, deja siempre abierto un resquicio al lector. Y es que la vida, en sus manos de escritora/sirena la hace: “Metamorfosis del dolor en melodía, de los sollozos en trinos… en un adagio lento, una salmodia infinita y enervante… creando un amanecer de resonancias” –dice en la página 46.

En sus relatos, unos más largos y otros más breves, construidos con maña y con arte, nos tropezamos con olores y sabores, sonidos y caricias, al fin y al cabo, con sentidos varios que esparcen su percepción en las palabras, convertidas en puertas o ventanas que abren o cierran a otras dimensiones de la realidad, del tiempo y del espacio, que se expande como un bandoneón de círculos concéntricos conectando pasado con presente, imaginación con realidad, pensamiento y corazón. Y es que Josefina, ilusionista, dominadora de la eterna metamorfosis del relato, telépata y homeópta de las palabras infinitas “no (conoce) mejor oración que un poema. Y no puede (hacernos) regalo más íntimo que este (libro de) cuentos” al que “no le falta jalea de reina y nata de luna” –como nos dice en las páginas 57 y 64.

Josefina construye sólidamente sus relatos. Un libro, por tanto, lleno de exquisiteces que te harán sentir emociones encontradas, ya sea desde el espíritu goloso de esa letanía de pasteles inventados en la tienda de ultraterrenos… ya sea desde la sátira repartida por doquier, algunos con dejes de ensayo y mucho humor, unos más divertidos y otros más bizarros y reflexivos o metaliterarios, donde se ríe del oficio y de los oficiantes, o con pinceladas autobiográficas sabiamente disimuladas... Y a quien no le gusten estos cuentos está condenado “al Averno cotidiano de una existencia prosaica”  -dice en la página 95, porque este libro rezuma buen gusto, gran oficio y poesía; ya que nuestra autora “Eligió el español como vehículo idóneo para transportar los más cálidos e íntimos efluvios de (su) alma” –nos dice en la página 96. Sucesos reales e imaginarios se entrelazan como si una rueca mágica tejiese una pieza única bordada con hilos de oro y también de cáñamo. Así es Josefina, una hilandera de las palabras y de las triquiñuelas literarias como técnicas del despiste y distracción para que funcione el truco; puesto que a veces resulta difícil “asimilar que en tanta brutalidad (haya) tanta belleza.” –página 144. Josefina, escribe y sobreescribe, y nos lleva adonde quiere como una cuerda india, desde una sonrisa a una corrida de toros, y a través de ellos (de la geografía de sus cuentos) confirmamos la dosis viajera que atesora nuestra autora, que le gusta “tornarse puerta de luz” o “mano-e-santa” narrativa; porque sus cuentos, nada clásicos, como si fueran vasijas llenas de formol conservan la información de una autopsia realizada por una escritora que convierte las palabras en vestigios de una civilización nueva y actual llena de reminiscencias y visiones, todo aderezado con un estilismo singular.

El “cerebro (de Josefina está) saturado de literatura, de historias, (su) mente erudita, (su) alma intoxicada de leyendas” “paladea las palabras” y las reinventa –páginas 191 y 245. Casi siempre en 1ª persona nos asalta y nos atraca como lectores desprevenidos, con relatos sugerentes que sobrecogen, inquietan y sorprenden (como el de Baba-Yaga entre otros). Con sus renglones lo mismo viajamos de Guadix o Las Alpujarras a Japón, que de Grecia a Turquía, que de Socram a Juan Carlos Friebe o a Lord Byron, o de Egipto a las fiestas de los toros o a la malafollá trágica y genial del relato patafísico de La libertad definitiva (página 212)… un sinvivir viajero, que en su fondo, siempre permanece en el mismo sitio, o sea, en los ojos escudriñadores de Josefina; que son los vértices geodésicos donde lo lejano y lo cercano se funden en una misma argamasa, en una misma cuestión de amor propio.

            Leer este libro de relatos, en cierta medida es como dejarse llevar por el vaivén de un oleaje y su tic-tac, y así es como he ido escribiendo esta presentación, como un oleaje de ideas que van y vienen, que llevan y traen, que susurran y callan. Y cuando llegué al final de la lectura, o sea, del libro descubrí “que cuando (se) acaba el viaje (uno) se encuentra en el mismo sitio y, sin embargo, (ha) viajado muy lejos” agarrado del puño y letra de Josefina que, si no nos hace “sentir curados al despertar” nos dejará al menos “conformes con (nuestro) sino”. No os dejará indiferentes porque sus cuentos son “llamas que lloran letras, palabras enteras que crepitan en la noche”
           
Custodio Tejada
12-11-2017

Opiniones de lector





EL MAR Y LOS SIGLOS de Josefina Martos Peregrín. Esdrújula Ediciones. 252 páginas, 38 relatos, un prólogo y un “Complemento Colofónico”.