miércoles, 14 de octubre de 2020

PÁJAROS EXTRAVIADOS de José Ángel Cilleruelo

 Opiniones de un lector.


PÁJAROS EXTRAVIADOS de José Ángel Cilleruelo. Prensas de la Universidad de Zaragoza. Colección La gruta de las palabras, nº 110. 42 poemas y 72 páginas. Pastas en color salmón. Una nota a la edición nos apunta confidencias temporales del poemario y la bibliografía del autor, además de algún “Agradezco”. “Se terminó de imprimir en febrero de 2019”. Unos meses antes de que el mundo temblara ante la plaga-pandemia Covid 19/Coronavirus/Neumonía-gripe de Wuhan/SARS-CoV-2…




 PÁJAROS EXTRAVIADOS de José Ángel Cilleruelo. Prensas de la Universidad de Zaragoza. Colección La gruta de las palabras, nº 110. 42 poemas y 72 páginas. Pastas en color salmón. Una nota a la edición nos apunta confidencias temporales del poemario y la bibliografía del autor, además de algún “Agradezco”. “Se terminó de imprimir en febrero de 2019”. Unos meses antes de que el mundo temblara ante la plaga-pandemia Covid 19/Coronavirus/Neumonía-gripe de Wuhan/SARS-CoV-2…

 

            Uno tiene derecho a volar y equivocarse como la paloma, a poner negro sobre blanco en medio de este mar proceloso que es la Literatura convertida en caballo de Troya. Una época no deja de ser una editorial de contenidos, incluso un conjunto de líneas editoriales, en suma; una estrategia para ganar la guerra del pensamiento y la voluntad de los lectores. Opinar sobre un libro es como hacerse un “selfie” escrito, una forma de ver la otredad a través del yo o viceversa, hasta convertir el lenguaje en el verdadero “Mare Nostrum”, que une o separa, según se lea.

            En algunas ocasiones, cuando uno entra en una librería no sabe a ciencia cierta qué libro elegirá ni por qué, es la sombra alargada del azar quien nos sorprende con su capricho. Por eso es importante que todos los libros lleguen en igualdad de condiciones a las estanterías (“lectocracia” ilusa y utópica la mía), pero ya sabemos que hay otros intereses más prosaicos en el mercado y en la construcción del pensamiento oficial de una época, que hacen que no haya espacio material para todos, físico o intencionado, por lo que el padrinazgo de los intereses es quien decide siempre las presencias y las ausencias, con lo que ello conlleva de invisibilidad y censura para muchos autores y muchos libros. Como diría Álvaro Valverde: “Ahora nos toca a nosotros, los lectores, salvarlos o no del olvido”. Aquí está realmente el futuro y la justicia de la Literatura, en la voluntad de sus lectores, y en la honestidad de libreros y editores.

El orden de los libros que leemos y el momento en el que lo hacemos influye en nuestras percepciones y nos construye como uno u otro tipo de lectores, de pensadores y hasta de personas. El propio autor de este poemario afirma en Facebook, respecto a cómo elige sus lecturas: “Revelación que se convirtió en un lema de lector. Antes leer un libro que nadie esté leyendo ahora que cualquier novedad que ande en manos de muchos”. Éste es su retrato robot como ávido lector.

Escuchar a Emilio Lledó es como darse un baño de sales, siempre resulta reparador y reconfortante. “Hay una diferencia importante en el lenguaje. Efectivamente se habla siempre con esa palabra tan preciosa, tan llena de poesía, de lengua materna. La lengua materna es la lengua que nos acoge, es como una cuna en la que nacemos. Uno no ha nacido en una lengua por casualidad. Yo no elegí mi lengua materna, el castellano-el español, pero lo importante es la lengua matriz, la lengua que tú eres capaz de crear, la lengua que tú eres, esa lengua que los griegos decían – habla para que te conozca-. Es lo que yo hago con la herencia maravillosa de las palabras en las que he nacido” –dice en una entrevista para televisión. O: “Los seres humanos estamos atravesados, al mismo tiempo, por la flecha maravillosa del lenguaje de las palabras que por la flecha de los sentimientos.” – añade. Y eso es lo que hace el autor, José Ángel Cilleruelo, con sus “Pájaros extraviados”.

Carlos Alcorta dice en su blog (reseña también aparecida en El diario montañés del día 31-05-19): “Cilleruelo tiene perfectamente planificado su itinerario poético”; Pájaros extraviados “es un libro unitario, está dividido en tres secciones de catorce poemas cada una de ellas encabezadas por los poemas Nocturno 1, Nocturno 2 y Nocurno 3”; “La desubicación de una identidad disgregada, la ausencia de un lugar concreto en el que reconocerse, y la travesía existencial en la que esa identidad asume su propia disparidad son asuntos tratados con mucha frecuencia en la poesía de Cilleruelo”; “En el primero de estos nocturnos la noche concede…-la pérdida de las identidades-… con paradojas transformadas en versos”; “En el segundo nocturno encabeza una serie de poemas que tienen nombre y apellidos” y “El tercer nocturno da paso a unos poemas en los que la presencia del yo se hace más evidente”. Federico Abad afirma en Cuadernos del sur del Diario Córdoba que “la poesía de José Ángel Cilleruelo constituye una lectura inagotable”; “En los poemas centrales del poemario Cilleruelo realiza un tour de forcé…”. Jesús Aguado añade en “El ciervo nº 775”: “José Ángel Cilleruelo escucha lo que pocos pueden oír y lo escribe con humildad, desde dentro de eso que escucha, respetando su sonido propio. Y ve lo que se escapa a los demás porque la suya es una poética fundada en lo visible”. Jordi Doce manifiesta en “Nayagua 30” que en Pájaros extraviados “El instante se detiene y el poema bucea en él, ensanchándolo con su braceo. Es como si la escritura tomara el cabo suelto de un suceso, una percepción, un simple caer en la cuenta de algo, y tirara de él hasta desovillarlo”; “Así este libro, que es un semillero de aforismos reticentes y enigmas luminosos que no cabe leer fuera de contexto, pues el contexto lo es todo, un proceso en el que la vida y escritura se retroalimentan”. Y Fermín Herrero expone en la revista “Epicuro” que “la de José Ángel Cilleruelo es una de las trayectorias más solventes de la poesía española última”; su poemario “es, en suma, un libro de poemas serenos, reflexivos, que van de la contemplación a la meditación, muy sólido”.

Leonardo da Vinci dice que “la pintura es poesía muda; la poesía pintura ciega”. Este quizá sea uno de los vértices sobre el que se sustentan parte de las distintas líneas de fuerza que tiene el poemario “Pájaros extraviados” de José Ángel Cilleruelo. Y en cierta medida el poeta pinta la realidad con palabras, transforma el lenguaje en una paleta metáfora y establece una especie de sinestesia creativa y artística entre lenguaje y pintura “paspartú entre marco/ y dibujo” (66), como ejemplo podemos ver el poema Morandi (45), o música y lenguaje (como en los tres Nocturnos y sus adagios), sentidos e intuición o contemplación y pensamiento. El tiempo, los recuerdos y las vivencias son otros puntales del poemario: “Siempre se está yendo el tiempo” (52). Hay algo de desencanto y desengaño, de pérdida y derrota (“Lección de extravíos” -p.10). En el poemario hay momentos que irradian una mirada muy terrenal: “un pavimento irregular, de losas/ de barro…”, “Una alfombra de trazos…”, “recojo ramas… Piñas por el suelo”, “Que cae al suelo y tras un círculo/ en la hojarasca” (22). En otros momentos pareciera que quiere escapar de esa mirada a una percepción más platónica. Y aunque quiere escapar y elevarse, a veces la realidad no le deja: “El techo deja/ a la vista las vigas de madera/ y los ladrillos sin pintar” pg19, o “Una nube que jamás/ ha amenazado lluvia” (15), “Ha quedado en el sofá/ una manta y un libro abierto bocabajo” (19). Las palabras se tornan en una cosmovisión íntima, que se hacen por elevación una experiencia sublimada. La identidad del autor no está en un lugar concreto, he ahí la prestidigitación de su poética, donde Cilleruelo se reconoce es en el lenguaje y en su reino de luces y sombras, del que está siempre aprendiendo. Las palabras son su verdadera residencia, el lugar que lo acoge sin reservas, más allá del tiempo y del espacio, de la pertenencia y la fuga, del cuerpo y el espíritu.

El título “Pájaros extraviados” suena a una metáfora que se pierde para encontrarse en la dinámica del vuelo, en la estética del aire. “Se equivocó el alumno,/ quería ir al sur,/ pero el camino siempre mira al norte” –dice en la página 10. O: “Frente al calor/ de realidades que no existen/ más allá de su inexistencia” –en la página 18. El poeta quiere reencontrarse consigo mismo y con sus huellas, quizá porque se siente perdido y busca refugio en nosotros, sus lectores, que, al fin y al cabo, somos sus raíces y sus hojas, a la vez.

Comienza con una cita de Novalis: “Puedo ofrecer el cielo oculto en un poema,/ pero nadie rezará nunca por mí.” Con ella nos advierte del camino oculto de salvación “sin mapa” que nos espera, un camino de salvación excepto para el poeta y su soledad, y que lo impregna todo con un sutil matiz místico, casi de oración panteísta. Su primer poema se titula “Nocturno (1)”. José Ángel Cilleruelo, “El Grafómano caminante” (20), que se hace río en los ojos de sus lectores, en este poemario es un poeta senderista cuya mirada se vuelve “la lámpara (que) ilumina/ las páginas del libro, el resto queda/ en penumbra” (26), y cuya poesía se vuelve espejo: “No me muestra lo que estoy viendo/ sino aquello que soy” – dice en la página 64. Como cuando leemos.

Podríamos pensar que el poemario es un barco laberinto y que cada poema es un camarote o una cubierta de esa embarcación, y que, nosotros, los lectores, somos sus marineros, que levan anclas y arrían las velas a su antojo. Pero “Pájaros extraviados” tiene mucho de naufragio: “la perdida de las identidades,/ la abolición de líneas” –nos dice en la página 9, como “El verso que se busca a sí/ mismo donde no está” (12), y que parece premonitorio de lo que nos está sucediendo a todos en este comienzo de siglo y de milenio, especialmente aquí. No es un naufragio cualquiera, es un naufragio del ser del poeta que se derrama en el mundo que le rodea, en la cotidianeidad que le impregnan sus paseos físicos y mentales: “Los gorriones de copa en copa, vuelan/ sobre el curso del río./ La luz llega a su casa…” 17).

La verdadera intención del autor es detener el tiempo, atrapar el instante para alargar la conciencia y saborear la fugacidad de la vida. “Dicen que así/ los instantes no huyen/ como aguas de un rápido./ Tal vez por eso escriba” –nos confiesa en la página 13. Desde la ventana de su habitación, una mirada fotógrafa nos sorprende en poemas como “Díptico de la sala de escritura” (15), donde los versos parecen fotogramas de una realidad caprichosamente fragmentada, que se vuelve un todo con sentido cuando el poeta engarza las partes del puzle en el poema-en el libro. No nos equivocaríamos si pensáramos que José Ángel Cilleruelo, cuando escribe un poema, lo que hace es tomar conciencia, porque ese “Es el instante que abr(e) la puerta” de su ser para compartir con nosotros y consigo mismo la sabiduría de la existencia, porque cuando lo leemos “Salir es también entrar” (17). Eso son sus poemas, la antítesis de una travesía de agujero de gusano, puertas de ida y vuelta. José Ángel Cilleruelo es uno de esos poetas caminantes que hacen del paseo una forma de poética, o al menos, una vía de inspiración que consagra su voz lírica en una sutil inmolación. “Camino por el bosque. Eso lo sé./ Me guían las palabras” –manifiesta en la página 18.

La escritura, la literatura es un tema recurrente en sus poemas, hay un poso metaliterario que envuelven sus versos como si fuera un papel de regalo. Y en esa intertextualidad revolotea desde la paloma equivocada de Alberti hasta Virgilio, Hércules, Ovidio, Manrique, Hölderlin, Monet, Emily Dickinson, Bergson, Machado, Morandi, María Gabriela Llansol, José María Fonollosa, María Zambrano… A todos les une una luz íntima, una mirada que se vierte al interior, un mapa de nombres que d-escriben al poeta, que lo configuran y guían por el viaje de su intelecto y su experiencia erudita hasta confluir en la palabra como cauce de todos los ríos. Los sentidos son el andamiaje que sujetan la poética del libro, fundamentalmente la vista y el oído, pero también el olfato y el tacto. Tiempo y espacio van por el poemario en un duelo permanente, intentando atrapar las mariposas y el movimiento menudo del instante, como si todo fuera “un tránsito interior” milimétricamente calculado por el asombro y la sorpresa.

Los ojos del poeta (en su écfrasis de “Nocturnos”) se realizan/se completan “en el cuadro que la mirada elige/ para pensar” (30). “La luz conserva, sin embargo,/ la noticia de lo que ha iluminado/ en un lenguaje indescifrable” (32).  Un poemario que nos anima a mirar de otro modo, “a mirar lo que no se muestra,/ pero estoy viendo” –alumbra en la página 62. Ya que eso hace la lectura, que es otra forma de paseo: “No me muestra lo que estoy viendo,/ sino aquello que soy” –dice en la página 64. Y lo que pretende a través de su mirada es encontrar su identidad, que nace del lenguaje, pero va más allá del lenguaje para refugiarse en los sentimientos.

¿Qué late en el poemario? ¿Cuál es su fuerza motriz, la materia que lo une, su pegamento? La incertidumbre, una conciencia del instante seguro como antídoto contra el futuro incierto, y la luz (su presencia o su ausencia y todos los matices intermedios). Pero esa luz que fusiona de una forma transversal todo el poemario hay que entenderla como una forma de amor, un amor que define su esencia y brota de una contemplación en dos direcciones, una hacia fuera y otra hacia dentro, hacia lo alto y hacia lo bajo, y que suceden al unísono. Lo podemos comprobar en los poemas “Barroco”, “Manet”. También en los versos: “bajo un sol de verano. Solo falta la luz” (37). “La luz conserva, sin embargo, la noticia de lo que ha iluminado/ en un lenguaje indescifrable” (32), “Algunas ráfagas/ de aire oscuro” (34). Porque con sus palabras (que son luciérnagas de luces y sombras) eso es lo que realmente busca, su identidad, una identidad redentora: “Proporciona la identidad/ a las sombras/ y el sentido del reflejo” –canta en la página 32. Qué es la realidad para el poeta sino un conjunto de palabras-luz “que vuelan nada más/ pronunciarlas…” –revela en la página 34. Eso es José Ángel Cilleruelo, un pintor de palabras y de atmósferas significantes, de matices que proporcionan los sentidos para transcender la significación de los conceptos a través de una estética que se hace identidad étnica de sí mismo. La luz que busca su identidad plena. “En los cuadros nocturnos los pintores/ sustituyen la luz por luces” (30), “El sol/ contempla distraído” pg 28, “la habitación a oscuras… resplandor de la luna” (27), “a la luz de una vela”, “la lámpara ilumina/ las páginas de un libro, el resto queda en penumbra” (26), “el mechero enciende/ una hoguera” (18), “se ha desvestido la luz”, “la luz llega a su casa”, “Entra por la ventana y deja/ la noche/ sus pertenencias en la cómoda:/ oscuridad, destellos, el silencio.” (9), “En la pared las sombras/ bailan” (39), “Evoca, vuela, dice. Una luz visionaria” (40), “La lámpara y su esfuerzo/ por añadir matices/ a la penumbra” (42) (quizá late ahí el viejo mito de la caverna), “Mira la luz y ve los signos” (46), “Hay épocas en que la luz/ solo anhela las transparencias” (62), “Lo dibuja la luz con pulso firme” (64)…

¿Y qué es lo que ocurre en la vida del autor que la hace distinta? “ocurren las palabras” –canta en la página 42. Cuando lees “Pájaros extraviados” descubres que el rango o índice de esfuerzo percibido (RPE) en la lírica es directamente proporcional a la lengua “motriz” que nos define a cada uno, en este caso, especialmente a José Ángel Cilleruelo, que quiere asir la realidad con sus palabras y así poder ser huella en movimiento. Porque sus palabras “Son palomas/ y también son metáforas” (47), “su hablar. La voz./ Mejor,  su exacto decir/…/ la música que acoge el tiempo,/ esa canción.” (58). Pero no de cualquier manera, “Las palabras, actrices en escena/ interpretan y cantan…” (26). Y es que José Ángel Cilleruelo, “como Hércules” juega “a mover el mundo” con sus palabras, a través de su lengua matriz como señal de identidad y de pertenencia, al menos el mundo de sus percepciones, que, por un momento, lo que dura la lectura de “Pájaros extraviados”, es también el nuestro.

Custodio Tejada

 Octubre 2020

http://custodiotejada.blogspot.com/

 

 http://granadacostanacional.es/pajaros-extraviados-de-jose-angel-cilleruelo/

 



miércoles, 24 de junio de 2020

MEMORIAS DE LA CAUTIVA de Carmen Hernández Montalbán.


OPINIONES DE UN LECTOR. Por Custodio Tejada.

MEMORIAS DE LA CAUTIVA de Carmen Hernández Montalbán. Ediciones Alféizar. Novela. Premio Alféizar 2019. Tamaño 15 x 23. 241 páginas y 29 capítulos. Cuerpo de letra tamaño grande, interlineado a doble espacio, márgenes de la página 2 y 1,5 cm., y 22 renglones por página, aproximadamente. En cuanto a su composición tipográfica, unas páginas en cursiva para la voz de los documentos, y otras, en Times New Roman normal para el resto. La portada, una fotografía que parece en relieve, es el retrato de una anciana que centra su atención en la mitad derecha del rostro, realizada por Enrico Pitton, donde los colores fríos del fondo se equilibran con los cálidos de la piel arrugada que la mujer exhibe en un primer plano.  Abre con dedicatoria y agradecimientos, luego, un atinado y lúcido prólogo de Jorge Rafael Marruecos. Después del prólogo aparecen once reproducciones de las firmas originales de algunos de los personajes que aparecen en la trama. Una novela histórica (“en la que se mezclan historia y ficción”) que habla, con la fuerza de un archivo, de una Accitania tan remota en el tiempo como cercana en el afecto, sobre don Antonio Mira de Amescua y el Siglo de Oro como decorado, y con Guadix siempre al fondo. El final que abrocha la historia nos recuerda aquella muletilla de cuento que dice: “Fueron felices y comieron perdices”.



MEMORIAS DE LA CAUTIVA de Carmen Hernández Montalbán. Ediciones Alféizar. Novela. Premio Alféizar 2019. Tamaño 15 x 23. 241 páginas y 29 capítulos. Cuerpo de letra tamaño grande, interlineado a doble espacio, márgenes de la página 2 y 1,5 cm., y 22 renglones por página, aproximadamente. En cuanto a su composición tipográfica, unas páginas en cursiva para la voz de los documentos, y otras, en Times New Roman normal para el resto. La portada, una fotografía que parece en relieve, es el retrato de una anciana que centra su atención en la mitad derecha del rostro, realizada por Enrico Pitton, donde los colores fríos del fondo se equilibran con los cálidos de la piel arrugada que la mujer exhibe en un primer plano.  Abre con dedicatoria y agradecimientos, luego, un atinado y lúcido prólogo de Jorge Rafael Marruecos. Después del prólogo aparecen once reproducciones de las firmas originales de algunos de los personajes que aparecen en la trama. Una novela histórica (“en la que se mezclan historia y ficción”) que habla, con la fuerza de un archivo, de una Accitania tan remota en el tiempo como cercana en el afecto, sobre don Antonio Mira de Amescua y el Siglo de Oro como decorado, y con Guadix siempre al fondo. El final que abrocha la historia nos recuerda aquella muletilla de cuento que dice: “Fueron felices y comieron perdices”.



                Juzgar el pasado desde el presente siempre supone un gran riesgo, y especialmente si es para construir o justificar un futuro. En la actualidad, según la retrotopía posmoderna, buscamos la solución del futuro en pasados supuestamente más ideales. Manifiesta Walter Benjamin, cuando coge como metáfora la obra de Paul Klee “Angelus novus” que, la Historia es el vendaval que empuja hacia el futuro. Y Zygmunt Bauman expresa que nuestro mundo está aquejado de “una epidemia de nostalgia” que retorna a la mitología del pasado como reconstrucción de un mundo ideal, pudiendo recordar aquello de que cualquier tiempo pasado fue mejor, aunque no sea del todo cierto. Nos advierte de cómo se reescribe y modifica la Historia para idealizarla o condenarla, a conveniencia. Según Zygmunt Bauman, de la negación de la utopía surgen las “retrotopias, que son mundos ideales ubicados en un pasado perdido… que, se ha resistido a morir”, o también nos dice que “los hombres hacen su propia historia, pero no la hacen a su libre arbitrio, bajo circunstancias elegidas por ellos mismos, sino bajo aquellas circunstancias con que se encuentran directamente, que existen y les han sido legadas por el pasado”, porque “El futuro es, en principio al menos, moldeable, pero el pasado es sólido, macizo e inapelablemente fijo”. Nos aclara Pedro Insua en su ensayo “1492. España contra sus fantasmas” (página 42): “al-Ándalus, a medida que se transformaba en categoría histórica, se iba convirtiendo también en mito negrolegendario anticatólico (e incluso anticristiano), y después antiespañol –el mito de al-Ándalus contra España-, en el que la -civilización andalusí-  aparece como ideal político, como sociedad política dotada de los atributos característicos del buen gobierno, en contraste con la decadencia en la que se presupone… del gobierno despótico de la monarquía católica”. O como diría el mismísimo Fray Luis de León (1527-1591) en una de sus poesías: “Porque te ha salteado/ en medio de la paz la cruda guerra,/ que ahora el Marte airado/ despierta en la alta sierra/ lanzando rabia y sañas/ en las infieles bárbaras entrañas./ Do mete a sangre y fuego/ mil pueblos el morisco descreído,/ a quien ya perdón ciego/ hubimos concedido,/ a quien en santo baño/ teñimos para nuestro mayor daño.” En la página 44 de Memorias de la cautiva podemos leer en puño y letra de Angélica de Molina, que es Carmen transmutada: “En los ancianos, la memoria es como un túnel con dos bocas diferentes. Una la del presente, muy angosta, pues olvidamos lo que hemos hecho apenas unos segundos antes. La otra, la del pasado, anchurosa y clara como si las experiencias más lejanas regresaran a nosotros en un viaje por el tiempo”, o en la 47: “Nunca habíamos ofendido a Dios, ni siquiera al rey, a pesar de las tropelías que contra nosotros se cometían en su nombre.”

Nos comenta Umberto Eco que “Entrar en una novela es como hacer una excursión a la montaña: hay que aprender a respirar, coger un ritmo de marcha, si no todo acaba enseguida.” Así es como también hay que leer, porque cada libro tiene su propio mapa, un itinerario que hay que transitar con el paso adecuado para no perderse en el bosque del desaliento y la fatiga. Y el Papa Francisco dice que “No existe identidad plena sin pertenencia a un pueblo.” Por tanto, cuando se escribe una novela histórica (de alguna manera) siempre conlleva una parte identitaria que busca una razón de ser y estar en el tiempo, un posicionarse en una redención. La figura de Antonio Mira de Amescua, sombra que todo lo envuelve, aunque aparece poco en el relato, en realidad es la excusa perfecta para poner el foco en Guadix y en el tema central que no es otro que el de los conversos y la “pureza” de sangre y de honra, y donde queda muy bien reflejado el papel de la mujer junto al aspecto moral y religioso de aquella época, a mi parecer. Un hecho revolucionario para la época es que Ana se casa con quien quiere, y con él, con Rodrigo, tiene dos hijos: Antonio y Angélica, que corroboran nuestra rica historia tan marcada por el mestizaje tanto a este lado como al otro del océano, y por la que tanto nos han criticado en el resto de Europa por degeneración de la raza, en el pasado y en lo contemporáneo.

Sobre Memorias de la Cautiva de Carmen Hernández Montalbán se han manifestado muchas cosas. Tomás Sanchez Rubio dijo en La Carbonería (Sevilla) que “es una obra realmente rica, llena de detalles y referencias interesantísimas, de personajes intemporales y perfectamente delineados y caracterizados”, o, “Las características que deben prevalecer en la auténtica novela histórica y que están presentes…: la rigurosidad del estudioso junto a la sensibilidad del poeta, de esa poética de lo cotidiano que es capaz de recrear quien verdaderamente conoce la historia –o más bien intrahistoria- de un tiempo preciso”. En la novela “tienen lugar continuos saltos atrás en el tiempo, pero tan bien hilvanados que… en ella no hay lugar para la pérdida del hilo conductor de la trama”. Es “una novela coral narrada en tercera persona y enriquecida con las variopintas voces…  de Guadix…”  Y “una acción perfectamente contextualizada por sus continuas alusiones al arte, la gastronomía o la medicina”, y las costumbres. “Son tres historias resueltas con inusitada sencillez, en suma, que esconden un laborioso proceso de investigación y reflexión”. José Luis Raya Pérez manifiesta que “Memorias de la Cautiva es un libro que se lee en un suspiro y se bebe en un instante”, “de cuidado y esmerado lenguaje”.  Y Roberto Castilla Pérez añade que “se presenta como una obra que puede denominarse como una novela histórica… Pero, a la vez, presenta una segunda faceta de novela realista por la presentación en las páginas de la misma del Guadix del siglo XVI y XVII, en el que vivió Mira de Amescua.” O, “Se trata… de una novela histórica que consigue mantener el hilo argumental a través de una serie de mecanismos que contribuyen al principio de la verosimilitud, sin que se note en ningún momento hasta donde llega la Historia y donde comienza la ficción.” Fernando de Villena añade que “se trata de un libro impregnado de principio a fin por una gran sensibilidad femenina… Es una obra llena de sensaciones olfativas, del gusto, del tacto…”, o, “Carmen… consigue en las páginas de Memorias de la Cautiva atrapar el alma de esta ciudad cargada de historia y misterio”, Guadix. “La novela se lee casi de corrido, con interés creciente… sabe mantener el pulso narrativo.” El propio Jorge Rafael Marruecos nos dice en el prólogo que la novela “es Carmen”, que estamos “ante la que será, por muchos años, de Guadix, la novela amada”, “una lustrosa, laboriosamente ilustrada novelilla… una historia inventada”, “rebosante de apellidos, estirpes, familias y sangres largamente enraizadas en el Guadix eterno, en el Guadix constante”, “novela de fino encaje” que “va a suscitar en los accitanos un saber mirar Guadix con más anchura y más hondura, un mirar más nuevo y más intenso, para saber quererlo más”. Ya en un plano más próximo y familiar, un amigo común (Juan Carlos García de los Reyes) dice que “alaba su manera de escribir, que traza una prosa tan cercana y cotidiana que hace que te adentres en la historia y que la vivas”. Incluso su hermana Dori Hernández Montalbán destaca y realza con pasión de fiel admiradora que “Carmen es capaz de llegar a la médula de los personajes con dos simples trazos. Los envuelve en el ambiente, les hace respirar el aire.”

La temporalidad que modula el relato principal de “Memorias de la cautiva” transcurre y se cuenta en tres meses, pero los que se cruzan abarcan casi un siglo de acontecimientos y vicisitudes. Cada capítulo de la novela comienza con una cita de un clásico del siglo de oro y lleva una fecha (1644, 1576, 1574, 1582, 1593,1601,1575, 1645,1648…) Citas de Lope de Vega, Francisco de Quevedo y Villegas, Luisa Sigea de Velasco, Cristobalina Fernández de Alarcón, Garcilaso de la Vega, Juan de Ovando y Santarén, Antonio Mira de Amescua, Luis de Góngora, Santa Teresa de Jesús, Pedro de Padilla, Cancionero Popular, Sor Juana Inés de la Cruz, Calderón de la Barca, y Velázquez al fondo (con Baco, la Fragua de Vulcano…) Nombres todos que por sí solos dimensionan la intertextualidad de toda una época que se proyecta en la narración como decorado general de la trama, como lazos de sangre y palabras.

Las cuevas y las plazas del paisaje de Guadix nos seducen porque ponen música al texto y a las emociones. Hay anécdotas que te arrancan una tierna sonrisa, como la escena de la vieja y el martinico escondido en el cántaro de la página 100. El argumento acontece fundamentalmente entre Guadix y comarca (Dólar, El Bejarín, Paulenca, Villa Real de Purullena y Madrid, pero también aparece Italia, Almagro, Iznalloz... La novela, cocinada a fuego lento, como una “olla de San Antón”, desprende finos aromas y ricos sabores. Un libro muy propicio para degustar con los cinco sentidos el siglo de oro accitano. “Me crié en una de las numerosas cuevas situadas extramuros de la ciudad de Guadix; un arrabal apartado donde los más humildes picaron sus viviendas en los cerros de arcilla” – dice Angélica en la página 44. El libro entero parece un bodegón histórico o un cuadro costumbrista, que encandila con su écfrasis literaria, una prosa refinada acorde con la historia y con la época, y cuyo poder pictórico hace de las escenas un retrato bastante realista. “Extendimos sobre las tablas los arambeles, colocamos aguamaniles, servicios para más de cincuenta comensales, aprovisionamos las jarras de vino y los tabaques con el pan y la fruta” –se puede leer en la página 176.  O: “Casilda en la cocina, cortando verduras; y Leonarda, aprovechando el rescoldo del fogón, calentando la plancha sobre las trébedes con objeto de alisar los manteles” –en la página 207. “Las hogueras en honor de San Antón: Guadix era un incendio… La danza de la vida y de la muerte se exhibía una vez más ante sus ojos” –expresa en la página 191. También nos cuenta en la 181 cómo se averigua si una mujer está embarazada con orina y unas gotas de aceite y si es niño o niña dependiendo del movimiento de una aguja e hilo, según oscile de forma lateral o en círculo; o “prácticas de hechicería” como la cura de la culebrina “usando ungüentos sospechosos y sirviéndose de oraciones supersticiosas…” -página 223; o el mal de ojo, que tal como lo cuenta pareciera que la autora ha sido testigo reciente de tales supercherías, entroncando así nuestro presente inmediato con el pasado más remoto, como si el tiempo no hubiese transcurrido. Por sus páginas fluye la sangre de los apellidos y los linajes: “representantes de las familias nobles de Guadix y del cabildo civil y eclesiástico (los Santacruz, los Benavides, De la cueva, Pacheco, Bocanegra, Fernández de Córdoba o los Amezcua” –enumera en la página 174, y los Dávalos…

El libro es un coro de voces narradoras, además de las voces de los propios personajes en los diálogos, está la voz de doña Angélica de Molina en su manuscrito, o la del propio don Antonio Mira de Amescua en el testamento, y la carta de don Rodrigo Caracciolo dirigida a Ana; o la de la tía de don Antonio, María de Mira, a Lorenzo Ferrer … De lectura amena, la lectura es parte importante en esta historia, ya que forma parte de la trama y ha sido elegida como fórmula para administrar la información correspondiente y para ser parte de la arquitectura que sustenta la estructura organizadora del libro. La lectura dentro de la lectura, como un juego de espejos. Los ojos del lector se funden con los de las protagonistas (y a la vez con los de la autora) y todos a una (como la mirada de una muñeca matrioska) se hacen testigos privilegiados al presenciar la verosimilitud de los documentos que se nos presentan como parte de la “verdad” histórica que propone.

Hay distintos niveles narrativos. Hay un narrador principal que al principio te parece extradiegético y luego no lo es, puesto que descubres posteriormente que es la voz de la protagonista principal la que lo cuenta, y varios intradiegéticos. Contada en capítulos alterna diálogos, cartas, testamentos, memoriales, poesía… En los documentos del cofre, donde habla Angélica de Molina, la narradora es autodiegética. El narrador testigo (Ana de Arce) cuenta la historia en tercera persona y practica una omnisciencia neutral-selectiva, usando un estilo indirecto para describir y narrar, y uno directo para los diálogos que tan bien repartidos están en el texto, y que contribuyen a dotar de mayor credibilidad al conjunto. En el capítulo XIX lo hace en primera persona. También aparecen documentos que son parte importante de la novela (testamentos, manuscritos-memorias, cartas…) y que dan un ritmo de archivo histórico-notarial al argumento. Historias dentro de la historia (como las referencias contadas por Angélica sobre los acontecimientos que ocurrieron en el Cenete, con monfíes incluidos… (p.43-54) Fundamentalmente dos historias contadas en paralelo que al final confluyen; la de la cautiva Angélica de Molina –doña Beatriz- y la de Ana de Arce, con el nexo común de Antonio Mira de Amescua y su “limpieza de sangre”, que se deja entrever que no era tanta. Un paralelismo planea esas dos historias principales que se entrecruzan hasta confluir, la de Ana de Arce y la de Angélica de Molina, las dos viajan a Guadix como algo iniciático (cada una a lo suyo, pero es un hecho que les cambia la vida) para encontrarse con su pasado y su destino, y reescribir así su consciencia y la historia, nada más y nada menos. Otra historia que se cruza es la del romance de María de Mira (tía de don Antonio) que viste los hábitos de las clarisas (capitulo IV) con Lorenzo Ferrer y que nos recuerda, salvando la distancia, a Romeo y Julieta…  Pero por encima de narradores y personajes está la autora, dirigiendo la orquesta con batuta firme y sabia destreza. Carmen refleja, con pinceladas velazqueñas, la veleidad de los siglos y el fluir del espacio. “Los lugares sagrados no emigran nunca, pensó. Bajo las iglesias, las mezquitas. Bajo las mezquitas, otros templos cristianos y, bajo estos, los paganos. Bajo la tierra todos quedan parejos: los humildes con los ricos, los jóvenes con los ancianos, los piadosos con los impíos…” –leemos en la página 212, y que nos recuerda en algún sentido a Jorge Manrique. Y aunque la novela cuenta también la historia de una cautiva morisca  y conversa, por el mismo efecto matrioska, unas cuantas décadas antes, seguramente los hogares linajudos nazaríes harían lo propio con las cautivas cristianas que sin lugar a dudas habría, en un modus operandi también superpuesto en aquellos tiempos de toma y daca, de aceifas o razias, de las yizias a las parias; donde el turco y el francés también luchaban por su plan geoestratégico en el mediterráneo en busca de la hegemonía que surgió tras la batalla de Lepanto y la conquista de Constantinopla.

 Con Memorias de la Cautiva, siguiendo a Kurt Spang, estaríamos hablando de un tipo de novela histórica: la ilusionista, porque busca la verosimilitud mediante recursos como manuscritos, cartas, testamentos…, por sus descripciones de personajes, paisajes y lugares y por tener un final cerrado, lógico y coherente.

En la historia que nos presenta hay amor, traición, pecado, instintos, emociones, sentimientos, recompensas, violencia, crímenes, vida y muerte, bien y mal… es un viaje por el corazón de una época y una ciudad, pero a su vez, también por la visión y la conjura de la autora en sus planteamientos. Dice Philip K. Dick que “El verdadero protagonista de un relato o de una novela es una idea y no una persona”. Por tanto, cabría preguntarnos: ¿Cuál es el leit motiv o la idea principal que justifica la novela, la que realmente mueve a la autora a escribir y a justificar su punto de vista? La identidad, sin lugar a dudas. “Él tomó mi mano… y depositó en ella la llave de mi casa. Siempre la llevé conmigo como un tesoro, único testimonio de mi identidad” –leemos en el memorial de Angélica de Molina página 49, o, “Sus memorias ahora enriquecen mi identidad, modifican el prisma de mis apreciaciones. Somos un crisol de culturas imposibles de soslayar” –nos refiere la autora con la voz de Ana de Arce en la página 241, y quizá donde el paralelismo y la fusión de ambas voces (Angélica, Ana y Carmen) se hace más evidente y aleccionadora. La novela es un homenaje a los conversos en general y a los moriscos en particular, y a nuestra sangre mezclada de españoles, que con el pasado de limpieza de sangre y honra de la que se nutre la historia y por la que tanto nos acusaron con la leyenda negra (los humanistas italianos primero, y luego franceses y protestantes -de marranos o impuros o de degeneración de la raza) siempre usada en nuestra contra como forma de desprestigio y decadencia. Fue una de las razones de las que se sirvió el supremacismo del norte de Europa contra España en esa otra guerra de propaganda siempre mutante y camaleónica, y que a fuerza de intereses y complejos nuestras élites interiorizaron no como un haber con el que sacar pecho sino como un debe vergonzante, del que hoy todavía bebemos para humillación y escarnio de nuestra autoestima y aprecio, siempre cuestionado ya, paradójicamente, por nosotros mismos, para usarlo en contra y nunca a favor.

La novela, in media res, comienza con una muerte y una herencia y acaba con otra muerte, una boda y un parto donde todo confluye. Su itinerario narrativo y temporal va del presente al pasado para construir un futuro, de la libertad a la esclavitud y viceversa, de una mentira a una verdad, del arcediano de la catedral a las vicisitudes de los cristianos nuevos, en un compás de ida y vuelta constante. Tiene una arquitectura narrativa de reflejo, de imágenes superpuestas, como si estuviéramos contemplando el Palacio de Comares o El partal, y al contemplar a Ana de Arce viéramos reflejado, en el cristalino de sus ojos, a Angélica de Molina o Beatriz de Torres y a Antonio Mira de Amescua, y por extensión, a Carmen, que les presta todo su ser, incluida su consciencia que es la batuta de esta orquesta. Lo morisco, por un lado, y por otro, la limpieza de sangre con su complejo de culpa heredado hasta nuestros días, que dan como resultado un relato de viejo demiurgo en su intención reparadora.

La autora nos hace un retrato de época con sutiles pinceladas, enmarcando el argumento de la novela con los grandes acontecimientos de la época en la que transcurre: la expulsión de los moriscos, la guerra de Granada, de las Indias donde “había mucho por descubrir”, la inquisición en Granada, las guerras de Flandes. La autora toma románticamente partido desde nuestro presente lejano, así podemos leer en la página 102: “La media luna… Ella es tu madre, pero la cruz es tu refugio”. Idea que condensa la historia con su mensaje secreto: ahondar en la culpa como fórmula de expiación para el presente. “Un vínculo de sangre” o nostalgia dirige la trama hacia el complejo histórico negrolengendariamente asumido en su totalidad, sin ningún reparo o alternativa.

Para concluir diré que, Memorias de la cautiva, es una novela muy bien urdida y trabada, que termina con un final en alto, casi de cuento, con un feliz desenlace que cautiva por su escritura amena y sencilla. Y es que, como la abuela Mamabina, Sabina de Peñuela, la autora cura un vacío literario sobre don Antonio Mira de Amescua de forma excelente, con “sortilegios, santiguaciones y prácticas hechiceras” de buena novelista y accitana de pro. Os recomiendo encarecidamente su lectura como fórmula de hacer un viaje cautivo por la historia y su legado, por el poder que tiene la literatura para reflejar el pasado a nuestra imagen y semejanza.

Opiniones de un lector                      Custodio Tejada





viernes, 6 de marzo de 2020

ABRIL EN LOS INVIERNOS de Nicolás Corraliza Tejeda

ABRIL EN LOS INVIERNOS  de Nicolás Corraliza Tejeda

Opiniones de un lector. Por Custodio Tejada.


ABRIL EN LOS INVIERNOS DE Nicolás Corraliza Tejeda. Chamán Ediciones. Colección Chamán ante el fuego. Es un autor bastante activo en las redes sociales. 120 páginas. Cien poemas breves sin títulos y enumerados con números romanos. Cuidada edición cuya portada nos recuerda la pintura japonesa. Dedicado a Sabas Corraliza empieza con una cita de Claudio Rodríguez. Desprende un grato perfume a versoterapia. Versos que eliminan lo accesorio para poner en valor lo esencial de las pulsiones. Un poemario laberinto cuya llave para entrar y salir está en la mente del poeta. Una poesía mínima que alcanza el máximo lirismo. El poeta, como un Guillermo Tell, lanza sus poemas-flechas contra la diana de sus interrogantes vitales, que también son los nuestros.




ABRIL EN LOS INVIERNOS DE Nicolás Corraliza Tejeda. Chamán Ediciones. Colección Chamán ante el fuego. Es un autor bastante activo en las redes sociales. 120 páginas. Cien poemas breves sin títulos y enumerados con números romanos. Cuidada edición cuya portada nos recuerda la pintura japonesa. Dedicado a Sabas Corraliza empieza con una cita de Claudio Rodríguez. Desprende un grato perfume a versoterapia. Versos que eliminan lo accesorio para poner en valor lo esencial de las pulsiones. Un poemario laberinto cuya llave para entrar y salir está en la mente del poeta. Una poesía mínima que alcanza el máximo lirismo. El poeta, como un Guillermo Tell, lanza sus poemas-flechas contra la diana de sus interrogantes vitales, que también son los nuestros.

          Al final, la vida es, como los archivos informáticos, una cuestión de formato. A veces somos o actuamos como un PDF o un DOC, otras somos una imagen GIF o JPG, algunas nos encogemos en un ZIP o nos expandimos en la movilidad rítmica de un MP4. Y así podríamos seguir por HTML, ODT, MKV… De igual manera sucede con la creación literaria y artística, a través de sus corrientes y escuelas. El producto nos llega envasado en su formato, unos con manual de instrucciones o manifiesto incluido, y otros, hemos de averiguar su código de programación si queremos desentrañar su lenguaje y su mensaje. El formato elegido por Nicolás Corraliza ha sido el de una poesía breve y sucinta en un mundo cada día más prosaico y fragmentado. Decía William Shakespeare que la brevedad es el alma del ingenio. Yo debo tener poco, porque mis opiniones de lector son cada vez más largas. Y cuando se escribe desde la concisión hay que ser certero y eficaz en el decir para conseguir los efectos-dones deseados. El poeta José Iniesta escribe que “Ahora, que lo escribo, lo comprendo”, y es por ello por lo que pienso que escribimos para entendernos. La lectura es otra cosa, una aventura más sublime si cabe, se lee para aprender o disfrutar, para llegar a uno mismo a través de la voz de otro, pero también para tocar el cielo de las palabras convertidas en bálsamo. Dice Pablo Acevedo que “toda mirada (en donde reside la fuerza óptica del poema) desprende un aroma característico. El poema gana cuando conjuga revelación y ocultación, desvelamiento y máscara”, cuando “deja resquicio o fisura por donde la ironía pudiera actuar”.

            La primera edición de “Abril en los inviernos” de Nicolás Corraliza fue, por coherencia, en abril de 2019, el mismo día que nació el poeta José Ángel Valente. La imagen de cubierta es de María José López Cerro, cuyo paisaje nos recuerda la pintura japonesa (Kaiga) que, con aspecto de acuarela, parece más bien realizada al estilo Yamato-e, y por la que podemos imaginar cómo pasea el “Haijin” en busca de los versos que atrapan el instante. De hecho, algunos haikus nos esperan dentro. Parafraseando al propio Nicolás afirmaremos que la portada “siempre es una longitud:/ un tiempo inexacto que toma distancia en el paisaje” –dibuja con palabras en la página 50.   
      
            Si buscamos -Ecos y reseñas sobre “Abril en los inviernos”- de Nicolás Corraliza encontramos buenos ejemplos a tener en cuenta. Javier Gallego Dueñas nos dice: “Grandes poemas en los que predomina el pequeño formato, continuando la senda de la destilación en la que lleva inmerso el autor y perfecciona con cada nueva entrega. La pureza de conceptos no impide que se juegue con los sonidos y las resonancias, con las sugerencias y connotaciones”. José Luis Morante añade que: “En Abril en los inviernos, los versos abren una estela en el agua para ser testigos de la soledad y la intemperie, para protagonizar una contemplación… del tiempo, … para dar la mano a la emoción…” o “El poemario propone una intensa indagación del yo poético en un marco de soledad y espera… Vestidos con una lacónica desnudez los poemas adquieren un decir aforístico que esencializa el pensar”. También Efi Cubero confirma que “sus poemas, breves, concisos, nos dicen mucho con las palabras justas”. Antonio Rivero Taravillo matiza que “se trata de una colección de cien poemas breves sin título, algunos de gran, rotunda expresividad” y Miguel Veyrat reitera que es “un libro de alta intensidad emotiva”. Jesús Cárdenas nos advierte que “Nicolás Corraliza cultiva una poesía que busca la precisión sin ser hermético”. Y Beatriz Pérez Sánchez dice en Letralia.com que “En Abril en los inviernos también aparecen algunos recuerdos infantiles que destacan por su lirismo. Multitud de imágenes evocadoras, tristes y entrañables…” Y se podría seguir con un largo etcétera (Santos Domínguez Ramos, Miguel Ángel Real, Mari Carmen Torres, Carlos Alcorta, Esther Peñas, Álvaro Hernando… Con lo que podemos afirmar que Nicolás Corraliza es profeta en la tierra de la crítica y sus congéneres los poetas. El propio autor manifiesta en Facebook que “Escribo poesía desde hace tiempo, aunque fue en 2012 cuando editaron mi primer libro. Como dice el gran poeta Antonio Gamoneda, la poesía es un género para leerlo con un lenguaje apartado de la lógica. Como expresión artística, la poesía para mí tiene un poder balsámico, ya que al escribirla el mundo se entiende en toda su dimensión”.

            Libro que se mueve con soltura en el terreno movedizo de lo breve, tan fugaz como el suspiro, pero tan intenso como la queja. Metafísico y epigramático, existencialmente íntimo y aforístico en muchas ocasiones. Así es “Abril en los inviernos”, un poemario reflexivo que intenta hacer visible lo indescifrable. Con la sátira de la antigua Roma de por medio, o con la ironía romántica dispersa como gotas de perfume, los vasos comunicantes del asombro y la emoción también nos llevan a la poética del haiku y la poesía japonesa. Todo un aluvión de influencias, un atlas de caminos que van y vienen y que confirman la importancia de las huellas. Sus poemas, llenos de metáforas, al leerlos, unos desprenden ecos surrealistas o más simbólicos (v.g. XCVIII –P.116), otros podrían leerse como una poética con matices metalingüisticos (v.g. C- p.118, o el LXIV-p.82), algunos son más contemplativos o más filosóficos, o más posmodernistas en sus planteamientos (L_p.68), o con destellos de la experiencia (XLIII-P.61), con alguna tendencia al jeroglífico o el acertijo, tan juguetona como en la página 92 (LXXIV) donde se plantea escribir un ensayo al huevo, o con una vena de ironía (XV-p.21). A veces como un pos-teósofo o al menos como un poeta filósofo con vocación de asceta se adentra en las grandes preguntas existenciales o en las contradicciones religiosas con esa pizca de crítica que podemos leer en el poema XXIX-p. 57, en el XCVII-p.115 o el haiku V-p.23… Hay versos que resuenan en la mente del lector como epitafios: “Todos vivos./Los supervivientes y los resucitados./El mar se acaba/ ante el espejismo de los ojos/ para no entender la muerte” –p.21. Otros relampaguean con su chispa metafísica en busca de la luz: “El peso iluminado./ El espacio que ocupa lo visible” –p. 24. En “Abril en los inviernos” un remanso de luz alumbra lo cotidiano en busca de lo más sencillo y lo más intenso, enfoca lo importante que él quiere destacar, haciendo de las metáforas un camino de reflexión y encuentro. De un humor inteligente, con juegos de ideas y asociación de palabras nos deja destellos, que parecen grafitis, como éste: “Sin besos en la lengua,/ la vida es un pelo en la sopa fría” –p. 31., o “Doctor:/ hoy me duele el mundo/ a la altura del Hombre” p-95. Su libro es una calle por la que transitamos.

                        Algunos temas que sobrevuelan el poemario son la vida y la muerte, la realidad que se cuela por las rendijas, el amor, la poesía, el lenguaje, el paso del tiempo y la memoria-recuerdos (infancia, juventud…), la política, la religión… De cualquier lugar o cosa brota una de sus visiones: “De un bar cerrado” (p.46), “de la antigua Unión Soviética” (p.41), Albaicín, Roma, acuarios, laberinto, del mar, de un pensamiento, de una emoción, de la nieve sucia, juguetes, la escuela, un recuerdo, los ascensores, la lluvia, semáforos, los lunes, las estatuas… También los nombres y las citas que aparecen en sus páginas abren nuevas estancias: Nina Simone, Claudio Rodríguez, León Felipe, Gil de Biedma, El doctor Malo, Eduardo Moga, Antonio Martínez Sarrión, Félix Francisco Casanova, Adriano y Eva, Gabriel Celaya (“la poesía es una bala/ de un calibre excepcional” –dice Nicolás en la p. 56 y que apunta a la poesía social, aroma que también desprenden sus versos.

            Nicolás es un poeta de latidos, de pulsiones, de instantes sublimados, de fotógrafo verbal que transforma el lenguaje en un documento visual. “Y todo se manifiesta multiplicado/ como si en el interior/ las palabras tuvieran pulso” –aclara. Sus versos son el camino que “nos anda y nos desanda/ el cuerpo y el viaje” (p.22), el pensamiento y las emociones, una mirada al interior de las palabras, un encuentro con la contemplación como vía de aprendizaje. Nicolás insufla vida a las palabras, la suya propia, que, al compartirla, por impregnación, se hace otra y se injerta por esquejes en quien la lee, recetándonos “un verso en defensa propia” (p.69), y confirmando el poder sanador de la poesía, al menos, para el autor.

            Conforme leemos nos encontramos varias líneas de fuerza que, como sutiles cimientos, sustentan todo el edificio lírico. La primera es la dualidad de imágenes y conceptos, lo que le da un vaivén de ola o péndulo. La vida y la muerte, la primavera y el invierno, la calentura y el frío, la luz y la sombra, el recuerdo y el olvido, el día y la noche, lo fértil y lo yermo, agua y fuego, “el jaleo de la felicidad” y “el silencio del dolor” P.62… Y es desde esa percepción dual desde donde emerge la fuerza heroica y testimonial de Nicolás Corraliza, una poética bastante filosófica y terapéutica, casi notarial, puesto que levanta acta del instante concreto que el poeta-testigo vive y experimenta en sus ojos y en su mente, en su corazón y en el pensamiento. Y aunque nos invita a resistir, algo de desencanto hay en sus versos (p.40), hasta un deje estoico. La segunda son los cuatro elementos y las cuatro estaciones en una interacción constante de puntos cardinales. Verbigracia: Agua (LXI), fuego (LXII), aire (LXXVI) y tierra (LXIX).

Libro casi telegráfico, si no en la extensión sí por las pulsiones que lo sostienen. “Ser./ Pertenecer a una emoción/ para estar vivo/ o morir en el intento” –esplende en la página 100. Pudiera parecerte en algún momento que por él fluye una escritura automática o un azar objetivo, pero no, todo responde a una estrategia del poeta, es su estilo, un relámpago repentino que ilumina con la contundencia y la fugacidad de los fuegos artificiales, una poética que retrata el instante y se hace, de forma calculada, “sangre de golpe en el papel” (LIX-p.77). Y aunque nos advierte en la página 53 (XXXV) que “Los que están de pie/ odian a los sentados./ Con la felicidad ocurre lo mismo./ A ser posible no la muestres.” , tendremos al menos que manifestar que mientras lees “Abril en los inviernos” disfrutas felizmente (usaremos el adverbio) de una tarde lectora. Un territorio lleno de verdades reveladas por la voz de su experiencia. El poeta quiere hacernos partícipes de su dicha y su congoja. Estos poemas-reflejos, que revelan y ocultan, son la síntesis de un rico bagaje existencial, de una mente despierta y un corazón en marcha “que pertenece/ al pájaro y a la música” p.87. Os invito a leerlo en voz baja.

Y por esta vez, sin que sirva de precedente, terminaré esta opinión lectora con un poema propio que me ha inspirado la lectura de “Abril en los inviernos”.

VERSOTERAPIA

            A Nicolás Corraliza

Erguido en la torre del poema
donde tan bien escribes
con efecto placebo
tan solo abril seduce
la vida de este mundo
que hace de los ojos
un pájaro con alas


Custodio Tejada
Opiniones de un lector
Enero de 2020


Periódico GRANADA COSTA. nº 492. Enero de 2020. Depósito legal GR-1579/99







sábado, 4 de enero de 2020

INVENTAR EL HUESO de Olalla Castro

INVENTAR EL HUESO de Olalla Castro.

Opiniones de un lector. Por Custodio Tejada.


INVENTAR EL HUESO de Olalla Castro. Editorial Pre-textos, Poesía. XXXIII Premio Unicaja. Heurístico título donde los pronombres marcan una declaración de intenciones y una ruta a seguir. Con una portada desnudamente monocromática está envuelto en un plástico prescindible. 16 Euros. Tamaño especial de 13x19 cms. 87 páginas y 41 poemas separados en seis partes. Distribuidos de la siguiente manera: I.- “Decir yo es cavar una tumba” con siete poemas, II.- “Tú en el hueco” con siete poemas, III.- “Nosotras, que vinimos de lejos” con otros siete poemas, IV.- “Ellos vendrán” con seis, V.- “Del lenguaje y sus muertos” con ocho poemas y VI.-“Atraviesa bailando este dolor” con seis poemas. Tres citas, como tríadas o trinidades dialógicas, casi todas de mujeres, preceden cada parte.





INVENTAR EL HUESO de Olalla Castro. Editorial Pre-textos, Poesía. XXXIII Premio Unicaja. Heurístico título donde los pronombres marcan una declaración de intenciones y una ruta a seguir. Con una portada desnudamente monocromática está envuelto en un plástico prescindible. 16 Euros. Tamaño especial de 13x19 cms. 87 páginas y 41 poemas separados en seis partes. Distribuidos de la siguiente manera: I.- “Decir yo es cavar una tumba” con siete poemas, II.- “Tú en el hueco” con siete poemas, III.- “Nosotras, que vinimos de lejos” con otros siete poemas, IV.- “Ellos vendrán” con seis, V.- “Del lenguaje y sus muertos” con ocho poemas y VI.-“Atraviesa bailando este dolor” con seis poemas. Tres citas, como tríadas o trinidades dialógicas, casi todas de mujeres, preceden cada parte.


            Cuando enumeramos una serie de citas elaboramos un contexto que estudia la dialéctica entre el contenido manifiesto y el contenido latente. El lector cuando opina sobre una lectura, desde su óptica, plantea una serie de estrategias que guían un descubrimiento o una caja de resonancias. Se le atribuye a Iósif Stalin la frase: “Si quieres conocer a la gente que te rodea, averigua qué leen”. Así que, sin subestimarme por ser un lector común, añadiré otra cita igual de puntiaguda, esta vez de Henry Thoreau: “No conozco a casi ningún intelectual que sea tan abierta y auténticamente liberal que se pueda hablar con libertad en su presencia”. Escribe Rosa Luxemburgo en “Reforma o revolución” lo siguiente: “Porque es nuestro sistema dialéctico el que le muestra al proletariado el carácter transitorio de su yugo, les demuestra a los obreros la ineluctabilidad de su victoria y ya está realizando una revolución en el dominio del pensamiento”. También dice Valentín Volóshinov que “La palabra es el fenómeno ideológico por excelencia” o que “toda palabra expresa a una persona en relación con la otra”. Para Mijaíl Bajtín el lenguaje y la palabra “son el indicador más sensible de las transformaciones sociales”. “Hay una grieta aquí/ partiendo las palabras/ pintadas sobre el muro./  Una infección.” –que diría el poeta Raúl Quinto. El propio Vladimir Illich Lenin y su experiencia utópica/distópica plantea en su libro “El Estado y la revolución” una tesis en la que “El estado es un instrumento del que se valen las clases dominantes para perpetrar su poder sobre las clases explotadas”. Si cambiamos el concepto Estado por el concepto Lenguaje y la palabra “clases” por “sexo/género-raza”, estamos en las mismas latitudes y nos vale la tesis anteriormente mencionada para afrontar la lectura de este poemario de una forma más profunda y certera. Antonio Gramsci manifiesta que “La realidad está definida con palabras. Por lo tanto, el que controla las palabras controla la realidad” o “La conquista del poder cultural es previa a la del poder político, y esto se logra mediante la acción concertada de los intelectuales llamados –orgánicos- infiltrados en todos los medios de comunicación, expresión y universitarios”. Silvestre Manuel Hernández en “Dialoguismo y alteridad en Bajtin” afirma que “Las palabras significan aquello que la sociedad que las –produce- les asignan. Su funcionalidad y resemantización depende de los discursos socioculturales o literarios donde se inscriben… la palabra pertenece tanto a quien la enuncia como a quien se destina y la confronta”. Jesús G. Maestro dice que “No hay literatura a-estatal. La literatura es una prolongación de la política”, o, “El mito de la cultura, un grimorio posmoderno, es la gremialización del individuo”. “La –lucha por la historia-, es decir, la lucha por ganar la verdad histórica, le puede interesar a toda facción o grupo para mantener su hegemonía frente a otros en el presente (sea con fines políticos, o sea con fines ideológicos” –remarca Pedro Insua. “La poesía de la experiencia… quiso construir la cuadratura del círculo: desde la izquierda, -reconstruir- el sentimiento y al individuo, dos pecados que siempre combatió el comunismo” –afirma Francisco Morales Lomas. También Luis García Montero concluye que “El reto de la creación es una toma de postura en un conflicto en el que no marcan el paso las discusiones abstractas, sino los sentimientos de verdad. De ahí su verdadera dimensión ideológica” (p.13 del libro Nuevas poéticas y redes sociales, coordinado por Remedios Sánchez). Y apostilla Fernando Valverde que “El poeta, dentro de los moldes del capitalismo social, tendrá que perseguir una supuesta originalidad para encontrarse con todo lo contrario, la imposición de un lenguaje y de una forma”. Valerie Solanas postula que “El hombre es un accidente biológico; el cromosoma Y no es más que un cromosoma X incompleto, una serie incompleta de cromosomas. En otras palabras, el hombre es una mujer fallida, un aborto ambulante, un aborto congénito. Ser hombre es tener algo de menos…” Todo lo dicho sería el sustrato del “inconsciente ideológico”, que diría Juan Carlos Rodríguez. Y mientras, debajo de su nogal heredado, Basilio Sánchez canta que “No nos quedan lugares en los que sea posible lo absoluto”, o que “La poesía no explica ni argumenta,/ la poesía sólo llama a las cosas”; sin embargo, siempre habrá quienes busquen con ahínco “desfacer agravios y enderezar entuertos”, quizá por esa tendencia quijotesca que el español tiene para luchar por las quimeras y el idealismo.

            En todas las épocas se vive una lucha a muerte por controlar la dirección del idioma y por dirigir el rumbo de las conciencias, en definitiva, por imponer una visión supremacista, totalitaria y redentora frente al otro, considerado siempre como un disidente o un infiel, cuanto menos, si discrepa o difiere, quizá porque nadie quiere un lenguaje verdaderamente inclusivo donde quepamos todos, al contrario, siempre terminan siendo excluyentes. Vivimos una época caótica donde todo se subvierte, todo se cuestiona y está en continua transformación, todo muere o se le mata como una especie de “totum revolutum” en un continuo Génesis creador, porque si algo ha demostrado el siglo XIX y especialmente el XX es que al ser humano le gusta matar o anunciar la muerte, y además genocidamente: al prójimo, a Dios, a la poesía, al arte, al autor, al lenguaje, la ideología, la democracia, la historia, al estado, la justicia, la tragedia, la función poética, la literatura, la verdad…, todo está en cuarentena porque descontentos y hastiados con lo que tenemos buscamos otra cosa que nos sirva y nos salve mejor. La extinción, por tanto, se convierte en la única salida revolucionaria para empezar de nuevo, piensan algunos que la solución es explotar un final atómico o de guillotina para encontrar un renacer más puro y más justo al otro lado, como ya se pretendió tan fatídicamente en el pasado. ¿Pero en ese río revuelto en el que vivimos, quiénes son los pescadores y cuál es su ganancia? Mientras tanto, suenan nuevos tambores de guerra anticapitalista para justificarnos, como grafitis abracadabras pintados en cualquier pared urbana: “Destroy the system”; y otras pintadas más largas y nostálgicas como: “¡Por la reconstitución ideológica y política del comunismo!”. “Y es que al principio no fue el verbo sino el daño/ y nadie desde entonces ha sabido extinguirlo” –leemos con rabia en la página 65.

Esta opinión lectora bien podría titularse “El marxismo como trasunto poético en Olalla Castro”, y por extensión en muchos y muchas poetas de esta época. El marxismo y sus nuevos matices más o menos dulcificados impregnan la obra de muchos creadores en este comienzo de siglo y milenio, una poesía que pretende transformar el lenguaje, reinventar la realidad y reinterpretar el mundo y la historia. Conseguir a través de la palabra una nueva revolución ideológico-conceptual del mismo calibre que se produjo con la reforma protestante y sus efectos WASP, salvando distancias y matices.

            Literariamente hablando también vivimos en la época de la “premiocracia” (eslabón orgánico del sistema convertida a la vez en crédito, dinero, mercancía y capital) donde los premios, como anzuelos, marcan el rumbo de casi todo, del poder y su interés, de la publicidad, de la literatura y el arte, de editoriales y mercados, de los autores y su prestigio, de los lectores, de los modelos de discurso a seguir, del lenguaje moda correcto y de la opinión pública adecuada. Conseguir un premio es la mejor carta de presentación y la mejor promoción que uno puede tener para estar en el candelero de las ventas y de la publicidad mediática y su ruido. Olalla Castro, por mérito de una obra exquisita, en este último año 2019 entra por la puerta grande del éxito no con uno, sino con dos premios consecutivos debajo del brazo: El “XXII Premio Internacional de Poesía Antonio Machado en Baeza” con “Bajo la luz, el cepo”, publicado en la Editorial Hiperión, y el “XXXIII Premio Unicaja de Poesía” con “Inventar el hueso”, publicado en la editorial Pre-textos. Dos libros magníficos publicados en dos grandes editoriales de poesía que comparten muchos vasos comunicantes, tocados ambos con la varita mágica del momento más propicio y la poética más laureada.

            Dice Asunción Escribano en su blog: “Inventar el hueso es, sin duda, un magnífico libro, inteligente y lúcido, que sigue abriendo camino… manifiesta la voz propia de la autora desde una mirada nueva y original. Sin duda alguna, todo un logro lírico.” El Jurado del premio conseguido lo definió como “un libro directo y bien construido, que responde a un proyecto estético reconocible y a profusas lecturas en torno a la problematización del yo y su reivindicación feminista”, o que el libro plantea “la búsqueda de un yo capaz de construir una genealogía nueva a través de lo poético”. José Enrique Martínez (Filandón) en el Diario de León añade: “se puede intuir que la voz de Olalla Castro es densa y conceptual, con un pensamiento difícil de sintetizar fuera de sus propios versos”. “El blog de los baños árabes” (hammamalandalus.com) afirma que [Su obra propone un relato por la libertad de las mujeres, la clase obrera, los pueblos colonizados, los subalternos y oprimidos] y la propia autora recomienda y nos confiesa “en lo colectivo y no en lo individual” ¿Cómo? A través de “la organización colectiva, el pensamiento y la praxis transformadoras, la lucha; sólo desde ahí podremos romper con la estructura del poder y aspirar a un tipo de libertad distinta a la construida por la fábula del capital que solo nos hace libres para vender nuestro tiempo, nuestra vida, fuerza de trabajo a cambio de un salario.”

“Inventar el hueso”, un título heurístico donde ya el verbo nos prepara para el cambio, para tomar partido y ser fuerza activa, para “crear alguna cosa nueva que antes no existía”, aunque es verdad que este verbo transitivo (que transfiere) también tiene un componente imaginario o ficticio. Al comienzo el hueso puede pasar inadvertido, pero cuando acabas la lectura caes en la cuenta de que el hueso hace referencia a la “costilla de Adán”, y ambos conceptos juntos como título, “Inventar el hueso”, trazan las coordenadas-estrategias del viaje interior que el poemario propone: una conversión ética y transformadora que guía el descubrimiento lector. En ese trayecto-recorrido que abarca más allá incluso de la historia, nos vamos encontrando una serie de epifanías que la poeta comparte con nosotros como la de la página 53 que dice: “Podremos defendernos” o “Esta vez, cuando regresen,/ se toparán con ellos”, o, con “Nosotras,/ que bailamos en la historia del mundo/ mientras alguien sin ritmo/ nos pisa los pies en cada giro.” –esplende también en la página 35.

            Nuestra autora, inmersa en la sociedad, no grita cuando escribe, susurra, “porque sabe(mos)/ que lo que de verdad es peligroso/ se ha de decir en voz muy baja.” –revela en la página 44, quizá porque “siempre hay un ellos/ donde seguimos mudas” (p.45). Olalla tiene claro cuál es su objetivo desde el principio, el fin que justifica su poética y su vida: “Lo urgente es la luz:/ decir su brillo sobre el cristal/ y no lo que la opaca.” (p.37), o “ha venido a enseñarte” –dice en el poema “Los ojos de los muertos” (p.79), quiere que nos bañemos neoheráclitamente en la sabiduría de su río para que aprendamos a renombrar el lenguaje y dotarlo así de una nueva con(s)ciencia, para ella la única posible. Ese es su plan salvífico (p.68). Ella, conocedora de la situación actual en la que vivimos, y con su visión de nuestro pasado y nuestro presente, se plantea cambiar el futuro, aunque sea metaliterariamente, porque sabe de la importancia del relato: “Retrocedamos/ decenas de siglos en la lengua/ hasta un segundo antes de empezar a fingir/ que una hebra invisible atraviesa los nombres/ y los une a las cosas” (p.63), o, “Eres esa memoria/ y también este incendio” –manifiesta en la página 69. “Desde el hueco terrible de la culpa” (p.52) señala a los culpables para impedir su impunidad, porque no quiere que “Ellos”, generalizadamente, se vayan de rositas “cada vez más pequeños,/ hasta parecer inocentes/ del grito, del semen, de la llama.” Y deja bien patente que la unión consigue la fuerza del cambio. “Nosotras:/ ¿para cuándo otras manos,/ otra historia, otra estirpe?” –esgrime en la página 41.

            En el poema de la página 79 “Como quien lanza un anzuelo” se percibe cierto paralelismo simbólico con una cristo-poeta, Olalla Castro se autoerige en mesías y profeta de su causa, en la voz de la conciencia colectiva, en “ángel exterminador” del cambio que viene a purificar con el fuego de la palabra transcendiendo el victimismo, a desenterrar “la verdad que los otros enterraron” (p.78), en definitiva, a acabar con el miedo. “Me alimento de muerte:/ lo uso como cebo/ para atraer más muerte hasta mi plato.” –confiesa en la página 70. Morir para renacer, es un canto a la comunión, al tránsito de los pronombres: del yo al nosotras pasando por el tú y acorralando el ellos, lo colectivo frente a la turba del individualismo y el patriarcado, “Para que deje el lenguaje de ser/ o jaula o fuga” (p.64), evasión o cárcel, absolución o castigo.

            Varios hilos de Ariadna, como “cuerpos-péndulos” que nos balancean, tejen y sustentan este libro y también a la autora: la crítica marxista, la crítica feminista y de género, el colonialismo y la raza, Freud y el psicoanálisis, la semiología y las escuelas francesas de la crítica, la deconstrucción… Como el efebo que busca su lugar frente al precursor, así, Olalla Castro encuentra su sitio más allá de “la angustia de las influencias” y transciende “la escuela del resentimiento” que diría Harold Bloom, para seguir adelante con su discurso e instalarse en el parnaso-comité de la lucha de la palabra contra la barbarie del silencio, para conducirnos (por el camino de los pronombres) de la poética a la ideología. “Son los dedos blanquísimos/ conque disparan a los ciervos,/ azotan a los esclavos/ y a nosotras nos manosean sin permiso.” –denuncia en la página 54, o, “Ellos no entienden,/ pero adivinan ya, sólo con vernos,/ la forma en que nuestra ternura los socava.” –reza en la página 56.

            Un autor no deja de ser más que un lector que escribe, y eso es lo que pone de manifiesto la intertextualidad de un libro, el lector-época que lo habita. Además de los más o menos invisibles nos encontramos con los fehacientes como Rousseau, Descartes, Montaigne, Pessoa, Woolf, Musil, Heráclito, Antígona, Adán y Eva y el cristianismo (“a pesar de Platón y de su estirpe” –nos apunta en la página 15), AudreLorde-Samuel Beckett-Adrienn Rich, Ada salas-Pilar Fraile-Erika Martínez, Anna Almátova-Francisca Aguirre-María Sotomayor, Alejandra Pizarnik-Elisabeth Bishop-Nicanor Parra, Chantal Maillard-Jaques Derrida-SadiYusuf, AnneSexton-Cristina Peri Rosi-Marina Tsvetáieva…

            El poemario tiene un componente metalingüístico claro que deja en el aire una música de fondo que suena a Chomsky y a Lacán, especialmente en la parte V “Del lenguaje y sus muertos”. “No olvidemos que antes/ de trenzar las palabras/ nuestros dedos ya hallaban los caminos/… Tachemos la gramática/ y probemos a decir otra vez.” –susurra en la página 63, o, “A veces la poesía/ es esto oscuro que se embosca/ y respira de prisa detrás de la maleza” –encontramos en la página 71. Incluso en “Lo que se escurre es el poema” (p.72) podríamos hallar una poética activa y comprometida. El vocabulario utilizado apunta a lo apocalíptico y a la revancha, pero a la vez tiene algo de “ave fénix”, ya que transforma el lenguaje (cuando se interrelaciona) en un tejido de nuevos campos semánticos. Así leemos palabras como dolor, daño, rabia, turba, muerte, miedo, noche, temblar, huesos, muertos, sudario, tumba, bestias, árida, baliza, vacío, herida, ceniza, ceguera… pero también semillas, verdad, deseo, oro, grano, alimento, vida, luz, cantar…

            Para Olalla la poesía es un arma cargada y puesta al servicio de una causa: su fe, con la cual quiere reescribir-reconstruir otra vez el mundo y la historia, la poesía y las palabras. “Inventar el hueso” es, en su conjunto, una poética, un plan de vida, una filosofía, un programa político o un manifiesto, es todo eso y más, pero por encima de todo es una “mano-puente” tendida a los demás, del lenguaje con la vida, del pasado y el presente con el futuro, de la poesía con la política, del arte con la ética, de la palabra con la conciencia... y todo a su vez en interacción constante con la historia y la tradición. Aunque las etiquetas son lo que menos importan a la hora de afrontar una obra, ésta, se podría englobar dentro de la poesía crítica, poesía social y comprometida o de la conciencia feminista, una tendencia cada vez más intensa entre nuestras escritoras poetas, especialmente. La excelente poeta Olalla Castro, siempre en busca de su propia autenticidad, se debate a lo largo del libro entre dos imágenes o metáforas potentes, la del pan y la de los peces, la de panadera y la de pescadora, y que aluden por su significado a cierto paralelismo con la iconografía cristiana, quizá porque, como diría Andrés García Cerdán: “Se trata de desacostumbrar y desacralizar la literatura (el lenguaje) para, a continuación, resacralizarla según una fe rupturista”. La poeta, que busca “convertir [la poesía] en un anzuelo” (p.66) quiere descifrar o convertir el lenguaje en “un bisturí/ con el que sajar la vida” (p.68), y a los lectores nos da un papel de peces, sus versos serían los gusanos señuelos, y ella se convierte en una pescadora de almas que sueña con revoluciones pendientes que extiendan su vieja buena nueva. Pero también nos dice en la página 17 que “amasar a diario lo distinto/ implica aceptar que el pan sabe a otra cosa;/ que los nombres que inventamos no nos sirven”, y por tanto, urge establecer otra vía salvífica y redentora a través de una nueva percepción o una nueva ética: “Es necesario un tú/ donde salvar la vida.”, “hasta transformar/ lo atroz en alimento,/ el pan en grito”  –nos dice eucarísticamente en la página 23, o, “cocinando los huesos de otros/ para hacer esta sopa/ que a otros servirá de alimento” (p.40). Ya que solo así la mujer podrá decir que “hallaste el oro/ siquiera una pepita” (p.82) (¿será una referencia al clítoris?) y que de alguna manera evoca el Manifiesto Scum y la militancia activa de Valerie Solanas donde el hombre vive “en la creencia mística de que por tocar oro se convierte en oro”, o sea, en mujer para completarse; porque es imprescindible “un idioma común” para cambiarlo todo y hacer que triunfe “el amor que amontonamos en las yemas” –confiesa en la página 42.

“Inventar el hueso” es un libro incisivo en su mordedura, cuyo bocado nos lleva a un nuevo Génesis y a una nueva manzana, con una delicada destilación ideológica cuyo resultado alcanza el rango de proclama que susurra, aunque dentro lo que habita es un grito desgarrador que busca la liberación de un antiguo desgarro. En definitiva, estimado lector, aquí encontrarás una poesía escrita al más alto nivel lírico e intelectual llena de méritos y connotaciones, con muchas corrientes freáticas, llamada a perdurar como símbolo de una época y una lucha tan antigua como nueva. Su lectura no te dejará indiferente, su calidad tampoco.

Custodio Tejada

Opiniones de un lector.

Noviembre de 2019.


INVENTAR EL HUESO de Olalla Castro. Editorial Pre-textos, Poesía. XXXIII Premio Unicaja. Heurístico título donde los pronombres marcan una declaración de intenciones y una ruta a seguir. Con una portada desnudamente monocromática está envuelto en un plástico prescindible. 16 Euros. Tamaño especial de 13x19 cms. 87 páginas y 41 poemas separados en seis partes. Distribuidos de la siguiente manera: I.- “Decir yo es cavar una tumba” con siete poemas, II.- “Tú en el hueco” con siete poemas, III.- “Nosotras, que vinimos de lejos” con otros siete poemas, IV.- “Ellos vendrán” con seis, V.- “Del lenguaje y sus muertos” con ocho poemas y VI.-“Atraviesa bailando este dolor” con seis poemas. Tres citas, como tríadas o trinidades dialógicas, casi todas de mujeres, preceden cada parte.


http://custodiotejada.blogspot.com/

Nº 490 Noviembre de 2019. Granada Costa. Depósito legal Gr-1579/99