viernes, 22 de junio de 2018

LA POLICÍA CELESTE de Ben Clark.


LA POLICÍA CELESTE de Ben Clark. Editorial Visor. 68 páginas. 33 poemas en dos partes (15 en la I y 18 en la II), un prefacio, un epílogo y agradecimientos.





LA POLICÍA CELESTE de Ben Clark. Editorial Visor. 68 páginas. 33 poemas en dos partes (15 en la I y 18 en la II), un prefacio, un epílogo y agradecimientos.

            Cada antología, cada revista literaria, cada aula de poesía y cada tertulia es un miniparnaso dentro de la bóveda celeste que acoge a los verdaderos elegidos para ser arcángeles de la palabra, para ser portadores de la Poesía escrita con mayúsculas, esa que sienta a su mesa a los grandes “chefs” de la creación literaria. Cada lengua tiene su Parnaso o su cielo empalabrado con letras de molde, pero hay muchos tipos de parnasos, el de los premios es uno, luego está el de la historia de la literatura, la nacional (si del norte o del sur o allende los mares…) y la universal (en un idioma o en otro), el parnaso del momento contemporáneo y el eterno… y así podríamos estar hablando un rato de parnasos y poesía, o sea, de cánones, al fin y al cabo. El día 23 de febrero de 2018, en el aula Abentofail de poesía y pensamiento de Guadix, el poeta José Infante dijo que “los poetas son un coro de grillos, solo trascienden los mejores”, afirmación ésta que me atormenta desde entonces por la parte que me toca. También dijo Marcel Duchamp que “Contra toda opinión, no son los pintores sino los espectadores quienes hacen los cuadros”, y desde ahí, al menos, encuentro algo de consuelo al descubrir que por lo menos siempre nos quedará nuestra faceta lectora como un resquicio de luz creadora, al margen de la luz inacabada que el autor proyecta en su obra. Hay libros y autores que nadie habla de ellos y otros que los tecleas en internet y hayas múltiples referencias, un auténtico misterio el de los cauces publicitarios.

            Para hacer un semblante literario del autor recurriré a otras voces, incluida la suya propia. De Ben Clark, el poeta de mirada clara, que considera a su generación “heredera de los despojos, de lo que sobra”, podemos leer en la red que escribe una “poesía con toques pop” y un estilo transparente. Él mismo dice en una entrevista refiriéndose a su libro: “intento llevar todas las experiencias cotidianas a la experiencia universal”. El jurado del premio Loewe reconoció a La policía celeste “por ser un libro muy sencillo, muy transparente, traspasado de una sabiduría y de una objetividad ante una realidad”, un libro de amor filial que demuestra una “madurez de una persona que todavía es joven”. Jaime Siles explica que es “un libro de amor en sentido amplio, una obra muy bien construida desde el punto de vista rítmico y sintáctico, y con un profundo sentido de unidad”. Túa Blesa añade que “el personaje de este libro habla de un modo natural, cercano al de la conversación”. Y Enrique Vila Matas define la obra poética de Ben Clark así: “Sospecho que Eliot y Cernuda lo saludarían. Y también que en su inspección de la bóveda celeste el amor es central. Percibe la poesía como una aventura. Ben Clark, explorador de abismos. No solo es joven, sino que está vivo, y es un clásico.”

            El poemario “La policía celeste” se abre con un “Tell Laura…” encriptado que suena como un anillo de boda, o sea, como una canción que quizá sea el planeta verdadero que el autor busca, aunque a lo largo del libro muta. Ya desde el principio la música te acoge enmarcando el trayecto de tu lectura. La canción de Ray Peterson te acompaña como una de las bandas sonoras del libro y su danza de intertextualidades. Otra es el prefacio donde invoca a “Die Himmelspolizey”, historia ésta que da título al poemario. Dos citas dan paso a la primera parte, una del astrónomo alemán J. D. Titius y otra de César Vallejo, que nos sitúan en el centro de la creación y junto al Creador. Atravesando estas mimbres del poemario continúas pasando páginas hasta “Cuando llegue el poema”, el primero de la saga, en busca de su origen que no es otro que ese “universo/ alrededor del día en que llegaste”. Ben Clark consigue que el poema, “como un santo incorrupto”, habite en él y en nosotros a la vez, esté dentro y fuera de lo escrito.

            “La policía celeste” es un poemario de amor envuelto en una sábana de estrellas, planetas, cometas, recuerdos y anécdotas como telescopios, una declaración de amor en toda regla, porque pronto descubres que el poema más verdadero del libro es Laura (y el padre), que todo lo impregna con su ser de planeta o de anillo y como sentido último de la alegría de vivir “llenando de palabras/ el espacio vacío” –susurra en la página 15; y que es en definitiva lo que hace Ben Clark con nuestra mente lectora, llenar ese espacio donde “todas las divisiones son mentira/ salvo las que divide los cuerpos en dos” –afirma contundentemente en la 23.

            Ben Clark no es el primer escritor que navega en dos extensos océanos al mismo tiempo. Recordemos a José María Blanco White. Al “pedirle consejo a tu poema” observo que, proveniente de esos dos mundos, el anglosajón y el español, ambos se dan la mano en el poema “Kiln” de la página 61, entre otros sitios; porque es “un enamorado de Lorca, pero un obseso de Philip Larkin”. Ben Clark consigue que el poema sea esa torrentera de influencias y relaciones y construye “El mejor de los mundos posibles”, como su “querido abuelo Norman”, en ese indulto que “presente y futuro confabulan/ contra los planes tibios del pasado/ -nos cuenta en la página 18.

El firmamento para él es el lenguaje, y a él acude con vocación de policía celeste, o sea, de astrónomo y filólogo. Son la relación de las palabras y sus significados junto a la memoria los verdaderos planetas que busca, los verdaderos fenómenos siderales de su escritura. Y lo que hace Ben Clark mediante el lenguaje y sus propios recuerdos es “viajar a la galaxia/ que gira en cada uno de nosotros” y de sí mismo –confiesa en la página 51. Y como una lección de astronomía, vamos deshojando sus páginas celestes, allí donde el niño y el hombre chocan sus galaxias y se acuerdan de su vida proyectada. Ben Clark se asoma al universo para mirar lo más adentro posible, una curiosa forma de mirarse al espejo y hacer introspección subido en el Cometa Halley. “Escúchala y sabrás todas las cosas/ que no dice este libro” –advierte en la página 31. Así hay que interpretar sus silencios, como la voz de una madre, ya que nos guían por sus páginas llenas de recuerdos, pinceladas de memoria que convierten su vida en la bóveda celeste del poemario. Hasta el punto de llevarnos a su infancia, “Soy un niño/ en medio de un poema, nada más”. Poemario donde abundan los recuerdos, ese pasado que late todavía en el pecho del autor como una especie de espejismo de sí mismo, “en un cajón con llave”, en un diálogo casi permanente con el padre, otra figura crucial en el libro, como Laura. Y es que transforma a las personas en poemas, a su abuelo Norman, a Laura, a su padre y a sí mismo… y a nosotros, sus lectores.

            El libro, dividido en dos partes (una de 15 poemas y la segunda de 18), nos descubre que es “una línea/ que separa la vida en dos instantes:/ lo que fue y lo que ya no puede ser,/ hilos de nieve que van tejiendo el poema” –nos dice en la página 39. Alterna poemas largos de 30 o 35 versos con poemas cortos de apenas 8 ó 10 versos. Prevalecen los versos de arte mayor, endecasílabo y alejandrinos. Nos encontramos juegos de palabras que se transforman casi en trabalenguas, “los ritos de los rotos” –página 23, “kiln/kill”, reiteraciones, personificaciones, sinestesias, paralelismos, anáforas, aliteraciones… “Un libro de cerámica./ Un jarrón de papel”, “Reflejo del reflejo de un recuerdo” “los cantos rodados de los ríos/ (dicen que son sus lágrimas)”, “Y juntos contemplamos al culpable./ Y juntos contemplamos a la víctima”…

            Por el libro vuelan los temas de siempre, el amor es el primero de todos, pero también desfilan el dolor de la enfermedad y la muerte, el tiempo y la nostalgia (nos lleva a la catástrofe de Aberfan para hacerles un homenaje a todas las abuelas), y el poema “Ceres” nos ayuda a entender que el planeta más auténtico es la amistad y el pan de su fruto, ”que ama y comprende los milagros”. Y en ese otro mundo más intertextual que el libro tiene también aparece Crusoe, la película “Be careful what you wish for”, la poeta Anne Sexton, una canción de Lady Gaga como otra banda sonora más del libro, Fabio de la Flor, Carline Herschel, Apolo y Dafne y Bernini, Hipócrates, Caín y Abel, Stanley Kunitz… y todo esto va sonando a la vez que vas leyendo “La policía celeste”.

            “Ten cuidado con lo que deseas” –nos aconseja en la página 17, porque como él mismo manifiesta “más allá de tu obra está el lector”. Al final, Ben Clark “regala/ un tesoro a un extraño” lector que le agradece esta conjunción planetaria de versos que viajan en un Rolls Royce Phantom negro que es lo que es la colección Visor de poesía con su cubierta en negro. “La policía celeste” es un conjunto de poemas que funcionan como un mosaico de la memoria rehecha que pretende ser la medida universal de toda la realidad refundada en el amor. Porque qué es un lector sino un amigo que comparte las migajas del autor en un acto cuasi eucarístico, “cuando no/ haya nada de nada y sólo queden/ palabras sobre el pan” –nos advierte en la página 26. Conforme avanzas en la lectura compruebas que la mirada de Ben Clark va más hacia dentro que hacia fuera, aunque a veces coinciden las dos al mismo tiempo, como si fuera un astrónomo del espacio interior a través de una mirada sideral, porque mira afuera para llegar más adentro. Para Ben Clark la página y la habitación son igual de planetas que Marte o Ceres, y en ese juego de significados superpone unos con otros hasta conformar la poética de su libro. La memoria y la figura del padre están de moda en nuestra literatura más reciente.  Y este libro vuelve a confirmarlo, un libro que al leerlo apreciarás una mutación en él, el amor de Laura se va tornando en un amor filial, donde la figura del padre (junto a los recuerdos) se erige en el pilar central de este magnífico poemario y de este excelso poeta.

Custodio Tejada

Opiniones de lector

21 de junio de 2018





LA POLICÍA CELESTE de Ben Clark. Editorial Visor. 68 páginas. 33 poemas en dos partes (15 en la I y 18 en la II), un prefacio, un epílogo y agradecimientos.


viernes, 1 de junio de 2018

EL TIEMPO ES UN LEÓN DE MONTAÑA de Trinidad Gan. Editorial Visor.


EL TIEMPO ES UN LEÓN DE MONTAÑA de Trinidad Gan. Editorial Visor. 27 poemas, con 9 citas, 20 haikus, 10 tankas y unas “Dedicatorias”.



EL TIEMPO ES UN LEÓN DE MONTAÑA de Trinidad Gan. Editorial Visor. 27 poemas, con 9 citas, 20 haikus, 10 tankas y unas “Dedicatorias”.

            Todo libro termina de escribirse en la mente del lector y cada vez que un nuevo lector lo lee el círculo vuelve a cerrarse en ese baile infinito que supone la vida de un libro. Es verdad que toda escritura surge como resultado de un diálogo previo mantenido con otros autores y otros libros, fruto de muchas lecturas y de muchas introspecciones. Escribir es aunar o re-digerir. Dice Alfonso Brezmes: “Homero vio a Dios/…/ Borges leyó a Homero,/…/ Yo he leído antes a Borges/ y otro me lee a mi ahora./ Así viaja la luz”, y es ese encabalgamiento de lecturas  lo que nos hace, los que nos define. Así, de igual manera Trinidad Gan es la continuidad de un itinerario de lecturas y demás vivencias que funcionan como una carrera de relevos, y cuyo rastro puede seguirse en sus páginas escritas. Hace referencia a libros, canciones, películas… Y saltando de cita en cita, de poema en poema, va encabalgando autores e ideas hasta conseguir un libro, donde a modo de puzle construye su edificio poético.

            En una gran entrevista realizada por Xánath Caraza para la revista Monolito, el 4 de diciembre de 2017, Trinidad Gan, una “lectora ecléctica” –como ella se autodenomina, dice cosas interesantes que nos acercan a su lado más interior. Su aliento poético se nutre de lo fragmentario, y “da con el ritmo y la respiración justa de palabra y pensamiento” –como ella misma dice. Con lo íntimo, lo ideológico, lo histórico, los recuerdos, la vida, lo leído… con todos esos ingredientes ella elabora su fragancia lírica. Una poeta que se preocupa porque no haya “Nulle die sine línea”, ya que sin trabajo la inspiración no es nada. Para ella la escritura poética “es sobre todo una cuestión de mirada”, “es un proceso de búsqueda en el que las palabras se vuelven cazadoras, están siempre al acecho de lo que hay detrás de la realidad. Una lucha necesaria, aunque muchas veces perdida, por llegar a otro nivel de conocimiento, por nombrar el mundo y así hacernos cuerpo en él”, o que, “la poesía la hace ser más libre y menos solitaria”. Cuando se le pregunta cómo comenzó su quehacer literario dice cosas tan hermosas como “el descubrimiento de que la palabra es siempre un cuerpo (pues cada una de ellas respira, camina, late, tiene su propio peso y piel)” y es que su vida es una onda expansiva de palabras, emociones y pensamientos, todos con una clara vocación de cazadora, de atrapadora del mundo y sus sueños y de la “intemperie de la memoria”. Trinidad Gan se queja del “ninguneo en el canon literario” de las mujeres poetas. Ella se está ganando por mérito propio estar en ese canon.

            En la contraportada, Antonio Jiménez Millán, con unas pinceladas impresionistas y sabias, esboza y nos introduce en el mundo lírico de Trinidad Gan, donde nos deja un retrato de la autora y del libro. Nos dice cosas como “Es la suya una escritura clara, de notable precisión” o “El tiempo es un león de montaña mantiene un ritmo sostenido y en todos sus poemas el tiempo y la memoria dialogan con la tradición”.

            Atendiendo a la numerología y sus significados ocultos El tiempo es un león de montaña está impregnado de números que no sabemos si guardan un mensaje secreto, voluntario o casual. Un patrón se repite, el 13 y el 3, que es un número de luz y movimiento. El poemario está compuesto por un poema inicial que abre como introducción, y luego hay tres partes. La primera “Noticia del león en las ciudades” compuesta por 13 poemas, la segunda “Reflejos en un ojo felino” compuesta por 20 haikus y 10 tankas, y la tercera “Dentro de mí, la fiera” compuesta por otros 13 poemas. En cierta medida las tres partes podríamos resumirlas con las tres potencias de la inteligencia humana: memoria, entendimiento y voluntad adiestradora. Al número tres se le relaciona con el deseo por la eterna juventud, o sea, por el control del tiempo, que de alguna manera es uno de los temas más insistentes de este libro. Dos de sus partes están compuestas por 13 poemas cada una, como si fueran un antes y un después, separadas por un río de meditación que son los haikus y los tankas. Al número 13 se le relaciona con la mala suerte, pero también se le considera el “número rebelde”, asociado a actos revolucionarios. Número “evolutivo y kármico que conduce a un estado superior de conciencia”. Pero también representa un renacimiento tras la muerte o transformación, que eso es al fin y al cabo el paso del tiempo, y es este último significado el que quizá impregna (como sentido último) la intención creadora de este poemario, una nueva percepción de la “luz y sus matices”.

            Una cita de Raymon Carver abre el libro, “Time is a mountain lion”, precisamente su traducción da título al poemario, que a su vez es un verso del poema “Una mujer se baña”. Otras citas como las de Margarita Ferreras y María Teresa León junto a las de Ángeles Mora (como un juego nemotécnico) de alguna manera enmarcan las pretensiones del conjunto, al menos en un sentido figurado de este libro-coche que viaja en muchas direcciones. Y es en sus dedicatorias donde los agradecimientos rinden tributo y homenaje y saldan deudas, que para eso son las dedicatorias, intertextualidades todas que van y vienen desde el título hasta las citas para ampliar los significados. Porque el poemario en su conjunto tiene cierta garra metaliteraria que conecta felinamente todo el libro. Estas intertextualidades funcionan como una voz en off que acompañan en la lectura; desde un cuadro de Hopper hasta Bob Dylan pasando por Javier Egea o el cine y la música… además de las nueve citas.

            Desde el inicio, ya con el primer verso, Trinidad Gan nos previene del riesgo que supone iniciar este viaje. La lectura de “El tiempo es un león de montaña”, junto a una cita de Ángeles Mora, nos sitúa en un rol de “raza estafada”. Un viaje sin lugar a dudas, el recorrido que hace la autora, o al menos así lo pretende, “de un cuerpo, de otra risa que salve mi viaje” –nos revela en la página 9, que no es otro que un “tiempo en fuga”. La poeta como “una niña (que juega) con pizarras de vaho” que son sus versos y sus recuerdos, nos introduce en la dialéctica homérica del viaje. Incluso la elección del vocabulario nos invita a ello (maletas, coches, trenes, vagones, andenes… He ahí la paradoja, como dice el título de un poema, un “Elogio de lo imperfecto” y su belleza que se hace desde la perfección poética que da el buen oficio de Trinidad Gan, una poeta en llamas. Como un “tumulto de palabras escritas” –página17, nos acorralan sus poemas. Un león, el suyo, que a veces es espantapájaros, otras un tren o metralla, un libro o una postal, a veces es viaje y otras caza o mordedura, “combate perdido”, un “punto de fuga”, un simple sueño, mudanza, ruido de lluvia, rabia, tormenta, memoria turbia o “travelling sobre un puente”.

            Los versos más utilizados en “El tiempo es un león de montaña” son los heptasílabos, los endecasílabos y los alejandrinos. Es un libro repleto de figuras literarias, metáforas, símiles, antítesis como “llueven certezas falsas” … Es un poemario que deja “la marca de sus garras/ salpicadas en la nieve” de nuestros ojos de lectores por lo que tiene de viaje interior, desde un presente melancólico hacia un pretérito difuso, donde “ya todo es mezcla/ de rugidos pasados, cicatrices/ y este falso botín de mi avaricia” –dice en la página 19. Porque la poeta “levanta un viento oscuro tras (sus) huellas”, va “tras (sus) oscuras palabras de deseo y nostalgia”, como si fuera una “testigo de cargo”, que le confieren cierto aire hermético. En la primera parte del poemario predomina lo oscuro, una luz más apagada donde habita la derrota, la que apenas ilumina, pero sí destella; un mar de sombras para dotar de lirismo a la invisibilidad de lo oculto y sus ausencias. “La luz grita turbia de memoria” –grita en la página 22. Una poeta que se preocupa por si sus “viejas manos… han apretado el nudo” o han sido patíbulo. Y así nos lleva a Gaza, a Alepo y a nosotros mismos. Versos que la sitúan como hija de su tiempo. Un libro, éste, en el que te imaginas a Trinidad Gan saltando de verso a verso “en ágil y arriesgado parkour” literario hasta conseguir un libro de extraordinaria factura.

            Versos casi aforísticos con visos metapoéticos que, como ínsulas líricas, agrandan el poema al abrir nuevas estancias. Dice en la página 22: “A veces el poema es un espejo/ y su fondo delata”, siempre. En el poema delatan tanto las palabras como los silencios, lo dicho y lo callado, porque un poema no es otra cosa que un cruce de perspectivas que se completan en el lector. Así los silencios de este poemario son otro viaje dentro del mismo viaje que, como fantasmas, acompañan al león para dar caza a este mundo “donde estamos jugando a la cultura” –nos confiesa en la página 25, mientras la vida ahí afuera es mucho más que poesía. La poeta cuando escribe “pronuncia su sed”, “aquello que la cura”, creando “otro alfabeto” dentro de las mismas palabras, como si su mensaje encriptado circulase por su poesía a la espera de un momento más propicio o “una estrategia/ de signos, de palabras luminosas/ que sirvan para algo distinto/ a señalar el mundo”. ¿Quizá para cambiarlo, o al menos intentarlo desde la palabra? No lo sabemos, pero el león continúa con su viaje irreductible y a veces cómplice.

            Trinidad Gan, que convertida en halcón atrapa la poesía y su consciencia, se convierte en una poeta de la cetrería. Nos arroja sus versos como monedas en la fuente, como “soldados de plomo” para nombrar lo desconocido, para desentrañar a la fiera. “Anoche entró en la casa, a buscarme, la fiera” –ruge en la página 35, a la espera del regreso que el lector le proporciona al poema, ya que cada vez que es leído “da cuenta de la caza”. “La palabra es guarida/ para quien caza el tiempo”, su tesoro más preciado.      
   
            En “Reflejos de un ojo felino”, la segunda parte del poemario, convertido en estanque budista bajo la influencia de Matsuo Basho, nuestra poeta se transforma en un Haijin metapoético para dibujarnos, con asombro y emoción, su viaje más contemplativo, ese que la devuelve a la naturaleza de su ser más sensible, conexión que desborda en 17 sílabas o en 31.

            En la tercera parte del poemario, “Dentro de mí, la fiera”, una cita de Piedad Bonett nos deja entrever la mujer que es o en la que quiere convertirse, “tierna y carnívora”, que… “se devora” a sí misma, verso a verso, para entregarse al lector. En un poema breve como es “Abrir el agua”, de la página 56, se puede descubrir la poética en cascada de Trinidad, el magma literario de su proceso creativo y el truco final que este supone. Porque en realidad sus manos de poeta, cuando empuñan la pluma sostienen “el corazón de un pájaro”, la poesía que se hace “plumaje herido” en “la zarpa del tiempo”, su obsesión feroz.  La autora consigue amaestrar al león fiero, que es el mundo la vida y el tiempo, hasta hacerlo gato doméstico de sus versos, mansedumbre felina. “Y el león de montaña se desliza/ como un gato feliz, bajo mis dedos” –nos dice en la página 58. La luz se torna más brillante y esperanzadora, con nuevos matices y reflejos, transformada. La poesía es para Trinidad Gan una “moneda al aire” convertida en metáfora que “no acaba/ nunca de caer” sobre esa “frontera ambigua/ entre ganancia y pérdida” y que “con un implacable golpe cae, … sobre sus manos” siempre pendientes del azar que es el vivir. Trinidad Gan, parafraseándola, como hace ella en la página 70, “ya no puede engañarnos”, se hace ofrenda repartida entre sus páginas como “piezas de una brújula” donde “trama la cacería/ de un tiempo por venir”, de una memoria que nos detiene “a orillas del silencio” para concluir en un sueño, porque “el tiempo es un león de montaña” que al final se torna en aguacero de versos que “al lector entrega”.

            Una última pregunta me hago. ¿Qué quiere cazar la autora con este poemario? “Una luz derramada que persigo” –revela en la página 37. Eso es, ansía la luz, no cualquier luz, una luz verídica más allá del día o de la noche, del tiempo y su conjura; no tanto la verdad como sí lo verídico, que es de lo que ella puede dar fe porque lo tiene más a mano, ya que la verdad a todos nos pilla demasiado lejos como para atraparla. ¿Qué pretende nuestra poeta entonces? Corporeizarse en la palabra, materializarse de otra substancia en la poesía hasta evaporarse en el lenguaje, transubstanciar su ser al nombrar, en suma. Trinidad Gan, a través de la cetrería lírica que tan bien practica en este poemario, consigue nombrar con éxito lo que siente, lo que ve, lo que sabe y lo que calla, que es la misión última de todo poeta, ser “pasarela en el aire/ que cruzas cuando lees”.

Custodio Tejada
Opiniones de lector.
25 de mayo de 2018


EL TIEMPO ES UN LEÓN DE MONTAÑA de Trinidad Gan. Editorial Visor. 27 poemas, con 9 citas, 20 haikus, 10 tankas y unas “Dedicatorias”.