miércoles, 17 de enero de 2018

SI QUISIERAS PODRÍAS LEVANTARTE Y VOLAR de José Carlos Rosales. Bartleby editores.

SI QUISIERAS PODRÍAS LEVANTARTE Y VOLAR de José Carlos Rosales. Bartleby editores. 75 páginas, 25 secuencias de un solo poema y una nota final.


SI QUISIERAS PODRÍAS LEVANTARTE Y VOLAR de José Carlos Rosales. Bartleby editores. 75 páginas, 25 secuencias de un solo poema y una nota final.

Dice Steiner que, “la crítica literaria debería surgir de una deuda de amor”, cosa que no siempre sucede, sino que muchas veces proviene de la envidia y la maledicencia. Aunque lo que voy a manifestar solo llega a una simple opinión de lector, sí puedo asegurar que surge sin ninguna mala intención, antes al contrario, brota desde la admiración. El primer libro que cayó en mis manos de José Carlos Rosales fue “El precio de los días”, allá por los años 90 del siglo pasado, siendo yo estudiante en Granada. Un primer contacto que me convirtió en un lector asiduo de su obra.

Cada autor, en su discurso poético, esboza un tipo de paisaje, unos lo hacen más rural o más urbano, otros buscan el misticismo de la cotidianeidad o el destello de la sorpresa… El caso es que cada cual describe un paisaje que lleva a un territorio más íntimo, y que lo sitúan a uno y a otro lado de la palabra convertida en frontera del silencio y en estado de conciencia.

José Carlos Rosales, este buzo incorregible que, sabe lo que vale el precio de los días y la luz de los faros, está siempre pendiente del horizonte que le circunda, de sus mínimas manías y de la nieve blanca de Sierra Nevada que la impregna con ese movimiento lento del desierto y la arena y del eco de la Alhambra hecha palabra, pero también del asfalto y las gasolineras; todo destilado desde un corazón que late poemas a Milena y busca la geografía confortable que proporciona el aire de los mapas y la sorpresa cotidiana de un paisaje: La ciudad, que al final nos conduce a otros paisajes más íntimos y existenciales que demuestran que sigue vivo, y que funcionan como unas constantes vitales de su obra.

En el magistral estudio-prólogo titulado “El lugar de las cosas” (página 9 y siguientes) que aparece en la antología poética “Un paisaje” de la Editorial Renacimiento, Erika Martínez (con su esclarecedor modo de decir las cosas) nos habla del “terror onírico” que habita los poemas de José Carlos Rosales, y de que en ellos “el espacio ha perdido sus coordenadas”, ya que “Rosales cultiva a su manera el género fantástico”. Añade otras perlas que alumbran el conocimiento de la poética del autor como: “Su viaje, a través del tiempo…, combina la indagación simbólica del analista con una fuerte deriva existencial”, para nuestro autor “pareciera que el pasado tiene vida propia, que se resiste a morir y siembra el presente de cenizas, hojarasca, residuos de su vida plena. Pero soplar ascuas hiere”, en él “cohabitan la mística de la intemperie… y la sordidez del capital…”, añade que “su escritura cabalga sin perder el paso, con un ritmo envolvente”, o que  “sus versos de autopista avanzan con una cadencia de largo aliento, y pasan sin prisas” “hasta convertir el espacio en un cauce de pensamiento”…

Como “nada puede encontrarse/ pensando que no existe aquello que se busca” –nos dice Rosales en la página 30, hay que comenzar la lectura de este poemario sabiendo que estamos ante un poeta de casta. La escritura del libro hace protagonista al lector, pronto identificado con aquél, el autor, en esa segunda persona con la que narra su viaje. En la contraportada se nos avisa para hacer hincapié del “trasfondo del poema”, donde hay “sutiles presencias de grandes maestros” como Blas de Otero, Miguel Hernández, Félix Grande, Luis Cernuda… Se nos dice también en la contraportada de este poemario que, “se trata de un solo poema que, dividido en 25 secuencias, “narra” en segunda persona, la fuga improvisada de un hombre durante una monótona tarde de agosto. Poesía urbana, vivida con una gran carga emocional.” Así se te conjura para el vuelo, desde el principio las alas (como metáfora de la libertad) acompañan el viaje desde fuera hacia adentro, desde la experiencia de la fuga al interior del aire más metafísico, atmósfera que todo lo envuelve. Desde las citas que abren y dan la bienvenida al libro ya percibes que hay una intertextualidad a la que debería atender el lector que se atreva a deambular por las páginas y los versos de “Si quisieras podrías levantarte y volar”, sugerente título que exhorta la voluntad del que lo lee. Citas con las que intuyes que los ojos y el alma entera del poeta son el observatorio donde el “hábito de ver y mirar” convierten al autor en un esteta del instante.

El último verso de la segunda secuencia, titulada El timbre de la puerta, coincide con el título del libro, pero escrito en primera persona: “si quisiera podría levantarme y volar”; mientras que a lo largo del libro se repite el título, con leves variaciones, como si fuera un mantra o una especie de antífona o estribillo que atempera el largo poema escrito en 25 estaciones o miradores. El lector pasa las páginas como si al girarlas “se pudiera cambiar de itinerario” –nos dice en la página 66, pero el poeta no nos deja, nos lleva por donde él quiere, con esa técnica escapista que tiene el libro del yo al tú y viceversa. Con poemas largos que huelen a Cernuda, que suenan a salmos urbanos, casi retratos costumbristas que navegan entre la épica y la lírica, más propios de un Ulises improvisado que pasea, en un mes de agosto, en busca de su yo a través del tú, en el que se encuentran autor y lector; porque es a través de la otredad como se llega a sí mismo y con la que pretende eludir la soledad hasta que, como un gran Houdini, se hace desaparecer en un golpe de efecto final que te deja una sensación de ilusionismo en estado puro; porque cuando “miras el goteo/ ploc-ploc/” del poema en tu cabeza, el poeta, refugiado en su silencio, te hace testigo del mundanal ruido lleno de motores que son, al fin y al cabo, la banda sonora de este libro.

Pareciera que el poeta escribe para dejar testimonio de una época y una geografía urbana, para reflejar el paisaje que le ha tocado vivir de móviles, autopistas, la ciudad, el coche, grúas, ascensores, gasolineras, periódicos… La soledad impregna el libro que va “de tu casa a tu coche,/ de tu coche a la calle,/ de una calle a otra calle,/”, quizá porque “todos los sitios son el mismo sitio”: La Palabra, como vértice que sustenta todo el trayecto purificador del libro. Sin la palabra José Carlos Rosales hubiera estado incompleto y solo, ya que la palabra lo ha salvado de la incomprensión y de la inmovilidad, alcanzando así la consciencia de su ser y de su estar en el mundo.

Hay versos que actúan como puentes intertextuales y que nos recuerdan otras orillas, “sutiles presencias”: “vas de tu corazón a tus asuntos” en la página 17, “antes de que el gallo cantara” en la página 26, “(mi casa, mi teléfono)” en la página 43, “vuelva por la mañana” en la página 54…

Las distintas secuencias de su único poema, que funciona como un cortometraje donde poesía y cine se dan la mano, están llenas de enumeraciones, de retahílas de pequeños sucesos y productos que funcionan como mantras de la vida urbana, y con las que repasa las estanterías de las farmacias, tiendas, supermercados, gasolineras… para inmortalizar el momento y convertirlo en recuerdo. A veces “in media res” como en La nieve blanca, a veces en segunda persona como aquí, José Carlos Rosales es un poeta que le gusta recurrir a los artificios/artefactos literarios para armar su poética y para realzar su mensaje y su mirada, ya sea desde una posición más minimalista o desde otra más narradora. El poeta surca el poema desde el desengaño, una seña de identidad en su obra. Rosales deja sus coordenadas (tanto históricas como biográficas) delicadamente escondidas pero siempre presentes. Su tiempo y su conciencia siempre afloran en los destellos del poema, y por extensión  en su estilo, siempre al borde del existencialismo y de la introspección; siempre en el límite del autorretrato y el retrato vía encabalgamiento de la época-memoria-conciencia. Y es que quizá, los versos de cualquier poeta, y en especial de José Carlos Rosales “solo son testimonios,/ material de museo,/ sopor, arqueología./” –nos dice en la página 26. Hay poetas que se visten con ropajes propios o prestados y poetas que se desnudan,  José Carlos juega al despiste.

Utiliza sucesos cotidianos para llevarnos a esferas más metafísicas y existenciales: “tu coche se lo llevó la grúa/ igual que se han llevado tu vida la desgana/ o la inercia, y no queda/ nada que defender/” –nos plantea en la página 30. Al leer sus versos procuras que “tus pies encajen en la (linealidad) del (poema)” para conocer la poética marcadamente urbana de este libro, porque “no hay que entrar en un sitio/ sin saber dónde entras” –nos advierte en la página 32. Cuando lees a José Carlos Rosales parece que estas de viaje, descubres e imaginas “que otro sitio hay/ en algún sitio esperándote”. Las coordenadas de sus versos, marcadas más allá del tiempo y del espacio, conducen a lugares más remotos de los que intuyes a primera vista, “sitios a los que nunca has ido” y de los que “nunca se regresa” exactamente igual que cuando fuiste, ya que descubres que “todo sigue lo mismo y todo es diferente”.

El deseo de levantarse y volar es el nexo que une el poemario entero, sin embargo, el poeta lo que hace es descender a los “sótanos o túneles” del ser y de la calle, “esos pasadizos sin llave” que están detrás de las palabras y dentro de los silencios.

El libro te absorbe como un desagüe, te traga “gluc-gluc”, “traslada con brío/ desechos o despojos” y nos avisa de que “te volverás basura/ si llevas la contraria”. Hasta cierto punto resulta algo claustrofóbico y agobiante, por lo que de reiterativo tiene. Y además el coche que, convertido en símbolo de todas las derrotas y de todas las pérdidas, funciona como metáfora de una época y de una conciencia que está al borde del naufragio y “de un tiempo que se esfuma”, de una huída a ninguna parte.

A pesar de que nos dice en la página 39 “tú a nadie le interesas”, no es cierto, José Carlos Rosales y su libro “Si quisieras podrías levantarte y volar” interesa y mucho, a los lectores de poesía, ya que se preserva y nos preserva en su “bosque de palabras”.



Opiniones de lector
Custodio Tejada
4 de Enero de 2017


Granada Costa. Nº 467. 31-11-2017


Wadi-as Información. Año2. Nº 38. Enero de 2018




Opiniones de lector
Custodio Tejada
4 de Enero de 2017



sábado, 13 de enero de 2018

¿QUIÉN TEME A THELMA Y LOUISE? De Mónica Doña. Editorial Renacimiento

¿QUIÉN TEME A THELMA Y LOUISE? De Mónica Doña. Editorial Renacimiento.


¿QUIÉN TEME A THELMA Y LOUISE? De Mónica Doña. Editorial Renacimiento. 24 poemas y Dedictorias.


            Dice Enrique Gracia Trinidad: “El más grave problema que tienen los lectores de poesía es que, como se descuiden, el poema les cuenta su propia historia. Conflictivo eso de verte reflejado en los papeles sin haber tenido arte ni parte.  Por eso, el común de los mortales le tiene cierta aprensión a los poemas.” Pues este libro de Mónica Doña habla especialmente de nosotras y también de nosotros.

           Ya desde la portada y desde el mismo título (que hace referencia a una película de culto para el feminismo y que tuvo el aplauso de muchos por la forma en que trató la violencia de género) el poemario te predispone para vivir una intertextualidad histórica, cinematográfica y emocional sin límites, con ese coche volando por el cielo (un Ford Thunderbird modelo 66 conducido por Mónica Doña) en busca de la libertad y la dignidad de todas las mujeres. La cita que abre el libro, de Rosario Castellanos, es toda una declaración de intenciones y de principios.

            En el libro todo es femenino, la mirada y también el pensamiento. Todas las citas que aparecen en él son de mujeres y hasta las dedicatorias finales son para ellas, para doce compañeras de viaje. Los latidos que mueven los batanes de la lírica de Mónica Doña parten de una sensibilidad exquisita y claramente femenina, que apuesta de manera decidida por su esencia de mujer que ansía vivir en igualdad de condiciones.
  
          Según Trinidad Gan este poemario “¿Quién teme a Thelma y Louise?” es “una excelente road movie por el territorio de la palabra, por las afueras de la condición femenina, por el paisaje interior de cada uno de nosotros.” Mónica Doña es una poeta cuya poesía “opta siempre por la claridad y la conexión con la realidad”. En la página web del Centro Andaluz de las Letras podemos encontrar las siguientes letras capitales para desentrañar su significado: El libro “es una búsqueda de lo femenino a través de la huella que dejaron mujeres singulares que figuran en la historia. Y, a su vez, es una reflexión sobre la llamada guerra de sexos y sus conflictos profundos que lleva al sujeto poético a una huida hacia delante, una escapada con el objetivo de encontrar un lugar más amable en el mundo, lo que supone una reinvención de esa construcción social que llamamos feminidad.”

           Leyendo a Mónica Doña, esta “mujer-sofá” que se siente libre mirando las musarañas del techo, descubres que es una de esas mujeres que han decidido dejar rastro y darnos en ofrenda su punto de vista, en definitiva, escribir su propio relato de las cosas. Ella se erige en protagonista de su propia biografía para reivindicar su lugar en el mundo, su voz dentro de la poesía y de la historia, porque ella no quiere ser “una mujer subterránea” ni una sombra; sino que desea ser un astro que brilla con luz fluorescente y elige su propio destino, porque nuestra poeta es una “sirena-roca” que “ama riendo”. Y es que, como si fuera un selfie literario, Mónica Doña nos ha regalado con mucho arte esta “road movie” poética.
  
          La mujer es la verdadera protagonista de este poemario donde, convertido en un film lírico o en un viaje iniciático, todo tiene un por qué y todo responde a un código secreto previamente fijado y diseñado: dar la voz a las mujeres a las que tantas veces se les ha hurtado. Desde el principio aflora la rebeldía, el deseo de cambio y transformación como hecho revolucionario: “y cambiaste tu alma/ por espada de Arcángel” –nos dice en la página 13.

            Es un poemario dividido en tres partes. La primera titulada “Femenino y singular (la huella)” compuesta de ocho poemas. La segunda titulada “Tiempo muerto (la captura)” con otros ocho poemas. Y la tercera titulada “Mujeres al cabo (la escapada)” también con otros ocho. Esta distribución guarda una estructura de relato-novela o película, o sea, tiene una exposición, un nudo y un desenlace claramente definidos. No sabemos si el número 8 significa algo concreto para nuestra autora, pero sí podemos decir que el número 8 bendice este libro y que el significado de éste número está relacionado con el poder, la energía, la realización y la perseverancia. El 8 simboliza la transición entre el cielo y la tierra. Para la Iglesia Católica es el número de la resurrección, de hecho, el 888 es el número de Jesucristo (¿Habrá buscado el paralelismo del mesías salvador con el feminismo de salvación?). En el Tarot, el arcano número VIII es la justicia y se representa con una mujer de gesto severo, o sea, el mundo objetivo y el equilibrio de las energías (¿se referirá Mónica Doña a las masculinas y femeninas?). Lo que pone de manifiesto el mundo mental y espiritual del que goza Mónica Doña, la gran sacerdotisa de este magno poemario. “Tal vez la magia sea/ este pequeño signo,/ este número ocho, que se tiende/ y el poema susurra la palabra infinito…” –nos dice en la página 64. Se puede leer también en la página 67: “La mirada imposible/ ante ocho kilómetros de playa” o “Somos ocho risueñas fugitivas”, de las que siete (más la autora ocho) integran “Mujeres al Cabo (la escapada)”; las cuales se funden con las otras ocho de la primera parte del poemario, yendo su relación mucho más allá de la mera intertextualidad y de la poesía, quizá en una unidad de destino.

En la primera parte acude a la historia para encontrar la huella y a partir de ahí iniciar su viaje literario, aparecen personajes históricos (“ocho mujeres, ocho” como “toros” embisten): Juana de Arco, Rita Hayworth, Billie Holiday, Teresa de Ávila, Cleopatra, Coco Chanel, Madame Curie y Frida Khalo (convertida en diosa crucificada y en símbolo del feminismo liberador). Ocho amazonas del talento femenino, todas ellas igual que nuestra autora hijas de la metamorfosis, de la ironía y de la rebeldía. La mismísima Cleopatra (por boca de Mónica Doña) nos exhorta diciendo: “mi belleza/ es un mito diabólico, un lujo de la historia que hiere sin piedad/” –podemos leer en la página 20. Poniendo el foco en que a la mujer siempre la miramos desde la esclavitud de la belleza y no desde la libertad de sus muchos otros valores. Y precisamente porque es hija de su tiempo, Mónica Doña nos confiesa a través de la voz de Teresa de Ávila que: “Hoy me siento muy sola, y cada vez le tengo más miedo a las alturas” como tantas mujeres. Mónica Doña tiene algo de todas ellas, aunque solo sea por haberlas convocado. Un libro, por tanto, para estar atento a las sugerencias y a los matices que la lectura provoca. La segunda parte, aderezada con recuerdos más íntimos y personales, aprieta el nudo del poemario entre juegos prohibidos (de culpas y remordimientos) y transformaciones de una mujer que descubre que todo lo que se sueña tiene un precio. El mar con su vaivén de fondo nos acoge en la tercera parte, no cualquier mar, sino el mar del Cabo de las Ágatas en Almería; y es allí donde sucede el desenlace del libro: “Ocho lobas dispersan los rebaños”, “ocho gatas en celo” “guardan… un útero de roca” “de ocho mujeres vivas y enlazadas/ para que el (la) mar-montaña/ rescate el horizonte femenino” –nos confiesa en la página 51. Ocho amazonas transformadas por el rito del fuego y las palabras que se hacen “nuevos gritos” y “cantos nuevos” “hasta formar anillo” y “echar a correr”. 

Para mí el gran acierto de este libro está en el modo y en la forma de contar el mensaje que quiere transmitir su autora. Podría decirse que “¿Quién teme a Thelma y Louise?” es una caja de resonancias, un poemario/púlpito (sin connotaciones peyorativas) lleno de ecos y voces que retumban con voluntad mediática y aleccionadora.

Al leer a Mónica Doña algunos versos conducen a la sonrisa vertical de Ana Rosetti que a veces también se torna en horizontal hasta suplicar “menos testosterona, por piedad” –nos dice en la página 40. Con el poema “El beso de Klimt” la écfrasis va más allá de la mirada de los museos, nos lleva al interior de la feminidad y de la época que le ha tocado vivir, y es así como nos seduce la reflexión del “amor al borde del abismo” y del “tiempo muerto”. Thelma y Louise se juntan con Javier Egea en el mismo destino y en la misma esperanza, lo mismo que Mónica Doña y Javier Egea se unen para hablar de sus cosas una tarde en la Isleta del Moro.
      
           El libro, en cierta medida desprende un aspecto lúdico y creativo (a imagen y semejanza de su autora), de reconstrucción poética, de crisálida literaria en la que obra la metamorfosis de las imágenes en palabras. Hubiera sido espectacular que la arquitectura del ocho (por lo que el poemario tiene de logia literaria o cripticismo) hubiera poblado también los versos, sin embargo, predominan los heptasílabos y los endecasílabos, como es lo normal y lo contemporáneo, dicho sea de paso.
    
        Cuando nos dice “¿Quién teme a Thelma y Louise?” la verdadera pregunta que nos plantea la autora, a modo de reflexión intrínseca, es: ¿Quién teme a la mujer y por qué?, y las respuestas nos la dan las mujeres que pueblan el libro. Pero habría que entender la pregunta como un desafío que no espera respuesta, porque en el fondo es una afirmación de valentía que recurre a la ironía para explicarse.

Y aunque Thelma y Louise, según nos dice Callie Khouri, “Volaron fuera de este mundo porque nuestra sociedad todavía no es lo suficientemente grande como para apoyar a las mujeres que se han liberado de todas sus cadenas”, sin embargo, Mónica Doña se ha quedado aquí para escribir este libro y para tratar de poner su grano de arena en la lucha que las mujeres tienen con la historia y en la deuda que ésta tiene con ellas.


Opiniones de lector
 Custodio Tejada
12 de Enero de 2018


Opiniones de lector
Custodio Tejada
12 de enero de 2018

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WADI-AS. Periódico informativo de la comarca de Guadix. Nº 40. Marzo de 2018