domingo, 20 de junio de 2010

PAISAJES II

REFLEJOS DEL GENIL


PEÑA DE LOS ENAMORADOS



LA CASA DEL AGUA




Pintura de Custodio Tejada

viernes, 4 de junio de 2010

PRIMAVERA





PRIMAVERA

En primavera las golondrinas van y vienen de sus nidos incesantemente, de la misma manera que hacen las olas en la orilla de la playa. La alegría se desborda en sus picos, en sus alas, en sus trinos, en cada una de sus cabriolas. Con su aleteo incansable las golondrinas dibujan en el cielo la silueta de un cofre lleno de tesoros. El vuelo de las palomas también se vuelve más litúrgico. Su vuelo, deliciosamente iniciático, nos ayuda a comprender los misterios de la vida; es como si la naturaleza estuviera programada para realizar un sagrado ritual de colores y sonidos. Toda la primavera y su espectáculo convierten la contemplación en un camino gnóstico que contiene la explicación más didáctica de los grandes secretos de Dios y su creación.
La primavera es una estación pensada para el deleite de los sentidos, para gozo y disfrute de los paladares y para recreo y éxtasis de los corazones. La primavera, esa habitación amueblada con todo lo necesario y repleta de sueños, es una reverencia del creador para recompensar al alma por su peregrinar humano. Como en una pista de baile cada ser vivo danza una hermosa coreografía de luces y sentimientos. En primavera la creación se viste con sus mejores galas para salir a la calle y pasear agarrada de nuestro brazo, de nuestras pupilas, de nuestro olfato...
En primavera la belleza se desborda, la magia invade cada rincón, la sorpresa espera impaciente en cada parterre, el mundo entero se condensa en el pétalo de una flor. La razón de nuestra existencia encuentra sentido en el vuelo de una mariposa, en el zumbido de un abejorro, en la sonrisa de un gorrión y en el brinco de un saltamontes. Y aunque el poeta se empeña en convertir a las palabras en lindas macetas rebosantes de margaritas y campanillas, de aulagas y abrojos, de amapolas y jaramagos, el poeta también descubre a su pesar que es imposible germinar una flor en un tiesto de letras, que no se puede resumir tanta hermosura en un renglón ni en un millón de renglones. ¡Que no se puede injertar en la misma rama una flor y una palabra!
Cada piedra, cada célula, cada átomo se revoluciona reproduciendo dentro de sí mismo el milagro del big bang; esa es la gracia eterna de la primavera. Un estallido de belleza invade los confines del universo. La primavera explosiona en los ojos de quien observa la naturaleza como un castillo de gestos y silencios que intentan atrapar un segundo de gloria, un reflejo del éxtasis divino. Sin palabras, sin idiomas que separen, sin fronteras, la naturaleza se explica a través de los perfumes y de los colores. La vida nos embriaga con sus delicadas manos. La tierra se transforma en un templo construido de zafiros y diamantes, de rubíes y esmeraldas y demás piedras preciosas. La tierra se convierte en un gran signo de admiración.
Los almendros anuncian la llegada de la primavera de la misma manera que Juan el Bautista anunció la venida del Mesías. El cielo se abre cada mañana para regalarnos una nueva alianza, un nuevo compromiso con el hombre, una nueva oportunidad de hacer un mundo más justo donde toda la humanidad unida disfrute de su privilegiada existencia. Los almendros al menos así lo anuncian. Luego, sin grandes alharacas, lo confirma el bautismo de la primavera.
Los susurros del viento llevan y traen suaves aromas y suspiros sublimes. Las miradas recobran su plenitud y coraje. Los nidos vuelven a ocupar su posición de privilegio en las copas de los árboles. Los paseos se vuelven besos, dulces melodías y sensuales arrebatos. Los saludos se dicen con más cariño. El horario se estira y bosteza. Y la luz juguetea donde antes se escondía la sombra. Todo se hace más auténtico y más diáfano.
Las libélulas patrullan las acequias de dos en dos. Las abejas esparcen con sus alitas el polen de la fe. Hasta las lombrices salen a tomar el sol, de tres en tres. Los ejércitos de hormigas comienzan su entrenamiento y se preparan para llenar su despensa. Las cigarras desempolvan su lira y recitan sus himnos sagrados. Los topillos corretean los sembrados buscando raíces frescas. El caracol madruga más temprano para disfrutar del rocío.
Cuando la primavera llega es más fácil creer en la resurrección y en los milagros. La divinidad se percibe en cada centímetro cuadrado de la piel, del cielo y de la tierra. El universo entero cabe en una flor y la esperanza en el más allá adquiere forma de jardín frondoso. En primavera mi cabeza es un delirio, mis manos son las llaves de un embeleso y mis ojos como dos suspiros místicos, como dos globos llenos de helio, se elevan por el edén de las interjecciones y los silencios.



Autor Custodio Tejada