Opiniones de un lector.
PÁJAROS
EXTRAVIADOS de José Ángel Cilleruelo. Prensas de la Universidad de Zaragoza.
Colección La gruta de las palabras, nº 110. 42 poemas y 72 páginas. Pastas en
color salmón. Una nota a la edición nos apunta confidencias temporales del
poemario y la bibliografía del autor, además de algún “Agradezco”. “Se terminó
de imprimir en febrero de 2019”. Unos meses antes de que el mundo temblara ante
la plaga-pandemia Covid 19/Coronavirus/Neumonía-gripe de Wuhan/SARS-CoV-2…
Uno tiene derecho a volar y equivocarse como la paloma, a
poner negro sobre blanco en medio de este mar proceloso que es la Literatura
convertida en caballo de Troya. Una época no deja de ser una editorial de
contenidos, incluso un conjunto de líneas editoriales, en suma; una estrategia
para ganar la guerra del pensamiento y la voluntad de los lectores. Opinar
sobre un libro es como hacerse un “selfie” escrito, una forma de ver la otredad
a través del yo o viceversa, hasta convertir el lenguaje en el verdadero “Mare
Nostrum”, que une o separa, según se lea.
En algunas ocasiones, cuando uno entra en una librería no
sabe a ciencia cierta qué libro elegirá ni por qué, es la sombra alargada del
azar quien nos sorprende con su capricho. Por eso es importante que todos los
libros lleguen en igualdad de condiciones a las estanterías (“lectocracia” ilusa
y utópica la mía), pero ya sabemos que hay otros intereses más prosaicos en el
mercado y en la construcción del pensamiento oficial de una época, que hacen
que no haya espacio material para todos, físico o intencionado, por lo que el
padrinazgo de los intereses es quien decide siempre las presencias y las
ausencias, con lo que ello conlleva de invisibilidad y censura para muchos
autores y muchos libros. Como diría Álvaro Valverde: “Ahora nos toca a
nosotros, los lectores, salvarlos o no del olvido”. Aquí está realmente el
futuro y la justicia de la Literatura, en la voluntad de sus lectores, y en la
honestidad de libreros y editores.
El
orden de los libros que leemos y el momento en el que lo hacemos influye en
nuestras percepciones y nos construye como uno u otro tipo de lectores, de
pensadores y hasta de personas. El propio autor de este poemario afirma en
Facebook, respecto a cómo elige sus lecturas: “Revelación que se convirtió en
un lema de lector. Antes leer un libro que nadie esté leyendo ahora que
cualquier novedad que ande en manos de muchos”. Éste es su retrato robot como ávido
lector.
Escuchar
a Emilio Lledó es como darse un baño de sales, siempre resulta reparador y
reconfortante. “Hay una diferencia importante en el lenguaje. Efectivamente se
habla siempre con esa palabra tan preciosa, tan llena de poesía, de lengua
materna. La lengua materna es la lengua que nos acoge, es como una cuna en la
que nacemos. Uno no ha nacido en una lengua por casualidad. Yo no elegí mi
lengua materna, el castellano-el español, pero lo importante es la lengua
matriz, la lengua que tú eres capaz de crear, la lengua que tú eres, esa lengua
que los griegos decían – habla para que te conozca-. Es lo que yo hago con la
herencia maravillosa de las palabras en las que he nacido” –dice en una
entrevista para televisión. O: “Los seres humanos estamos atravesados, al mismo
tiempo, por la flecha maravillosa del lenguaje de las palabras que por la
flecha de los sentimientos.” – añade. Y eso es lo que hace el autor, José Ángel
Cilleruelo, con sus “Pájaros extraviados”.
Carlos
Alcorta dice en su blog (reseña también aparecida en El diario montañés del día
31-05-19): “Cilleruelo tiene perfectamente planificado su itinerario poético”;
Pájaros extraviados “es un libro unitario, está dividido en tres secciones de
catorce poemas cada una de ellas encabezadas por los poemas Nocturno 1,
Nocturno 2 y Nocurno 3”; “La desubicación de una identidad disgregada, la
ausencia de un lugar concreto en el que reconocerse, y la travesía existencial
en la que esa identidad asume su propia disparidad son asuntos tratados con
mucha frecuencia en la poesía de Cilleruelo”; “En el primero de estos nocturnos
la noche concede…-la pérdida de las identidades-… con paradojas transformadas
en versos”; “En el segundo nocturno encabeza una serie de poemas que tienen
nombre y apellidos” y “El tercer nocturno da paso a unos poemas en los que la
presencia del yo se hace más evidente”. Federico Abad afirma en Cuadernos del
sur del Diario Córdoba que “la poesía de José Ángel Cilleruelo constituye una
lectura inagotable”; “En los poemas centrales del poemario Cilleruelo realiza
un tour de forcé…”. Jesús Aguado añade en “El ciervo nº 775”: “José Ángel
Cilleruelo escucha lo que pocos pueden oír y lo escribe con humildad, desde
dentro de eso que escucha, respetando su sonido propio. Y ve lo que se escapa a
los demás porque la suya es una poética fundada en lo visible”. Jordi Doce
manifiesta en “Nayagua 30” que en Pájaros extraviados “El instante se detiene y
el poema bucea en él, ensanchándolo con su braceo. Es como si la escritura
tomara el cabo suelto de un suceso, una percepción, un simple caer en la cuenta
de algo, y tirara de él hasta desovillarlo”; “Así este libro, que es un
semillero de aforismos reticentes y enigmas luminosos que no cabe leer fuera de
contexto, pues el contexto lo es todo, un proceso en el que la vida y escritura
se retroalimentan”. Y Fermín Herrero expone en la revista “Epicuro” que “la de
José Ángel Cilleruelo es una de las trayectorias más solventes de la poesía
española última”; su poemario “es, en suma, un libro de poemas serenos, reflexivos,
que van de la contemplación a la meditación, muy sólido”.
Leonardo
da Vinci dice que “la pintura es poesía muda; la poesía pintura ciega”. Este
quizá sea uno de los vértices sobre el que se sustentan parte de las distintas
líneas de fuerza que tiene el poemario “Pájaros extraviados” de José Ángel
Cilleruelo. Y en cierta medida el poeta pinta la realidad con palabras,
transforma el lenguaje en una paleta metáfora y establece una especie de
sinestesia creativa y artística entre lenguaje y pintura “paspartú entre marco/
y dibujo” (66), como ejemplo podemos ver el poema Morandi (45), o música y
lenguaje (como en los tres Nocturnos y sus adagios), sentidos e intuición o contemplación
y pensamiento. El tiempo, los recuerdos y las vivencias son otros puntales del
poemario: “Siempre se está yendo el tiempo” (52). Hay algo de desencanto y
desengaño, de pérdida y derrota (“Lección de extravíos” -p.10). En el poemario
hay momentos que irradian una mirada muy terrenal: “un pavimento irregular, de
losas/ de barro…”, “Una alfombra de trazos…”, “recojo ramas… Piñas por el
suelo”, “Que cae al suelo y tras un círculo/ en la hojarasca” (22). En otros
momentos pareciera que quiere escapar de esa mirada a una percepción más
platónica. Y aunque quiere escapar y elevarse, a veces la realidad no le deja:
“El techo deja/ a la vista las vigas de madera/ y los ladrillos sin pintar”
pg19, o “Una nube que jamás/ ha amenazado lluvia” (15), “Ha quedado en el sofá/
una manta y un libro abierto bocabajo” (19). Las palabras se tornan en una
cosmovisión íntima, que se hacen por elevación una experiencia sublimada. La
identidad del autor no está en un lugar concreto, he ahí la prestidigitación de
su poética, donde Cilleruelo se reconoce es en el lenguaje y en su reino de
luces y sombras, del que está siempre aprendiendo. Las palabras son su
verdadera residencia, el lugar que lo acoge sin reservas, más allá del tiempo y
del espacio, de la pertenencia y la fuga, del cuerpo y el espíritu.
El
título “Pájaros extraviados” suena a una metáfora que se pierde para
encontrarse en la dinámica del vuelo, en la estética del aire. “Se equivocó el
alumno,/ quería ir al sur,/ pero el camino siempre mira al norte” –dice en la
página 10. O: “Frente al calor/ de realidades que no existen/ más allá de su
inexistencia” –en la página 18. El poeta quiere reencontrarse consigo mismo y
con sus huellas, quizá porque se siente perdido y busca refugio en nosotros,
sus lectores, que, al fin y al cabo, somos sus raíces y sus hojas, a la vez.
Comienza
con una cita de Novalis: “Puedo ofrecer el cielo oculto en un poema,/ pero
nadie rezará nunca por mí.” Con ella nos advierte del camino oculto de
salvación “sin mapa” que nos espera, un camino de salvación excepto para el
poeta y su soledad, y que lo impregna todo con un sutil matiz místico, casi de
oración panteísta. Su primer poema se titula “Nocturno (1)”. José Ángel
Cilleruelo, “El Grafómano caminante” (20), que se hace río en los ojos de sus
lectores, en este poemario es un poeta senderista cuya mirada se vuelve “la
lámpara (que) ilumina/ las páginas del libro, el resto queda/ en penumbra” (26),
y cuya poesía se vuelve espejo: “No me muestra lo que estoy viendo/ sino
aquello que soy” – dice en la página 64. Como cuando leemos.
Podríamos
pensar que el poemario es un barco laberinto y que cada poema es un camarote o
una cubierta de esa embarcación, y que, nosotros, los lectores, somos sus
marineros, que levan anclas y arrían las velas a su antojo. Pero “Pájaros
extraviados” tiene mucho de naufragio: “la perdida de las identidades,/ la
abolición de líneas” –nos dice en la página 9, como “El verso que se busca a
sí/ mismo donde no está” (12), y que parece premonitorio de lo que nos está
sucediendo a todos en este comienzo de siglo y de milenio, especialmente aquí.
No es un naufragio cualquiera, es un naufragio del ser del poeta que se derrama
en el mundo que le rodea, en la cotidianeidad que le impregnan sus paseos
físicos y mentales: “Los gorriones de copa en copa, vuelan/ sobre el curso del
río./ La luz llega a su casa…” 17).
La
verdadera intención del autor es detener el tiempo, atrapar el instante para
alargar la conciencia y saborear la fugacidad de la vida. “Dicen que así/ los
instantes no huyen/ como aguas de un rápido./ Tal vez por eso escriba” –nos
confiesa en la página 13. Desde la ventana de su habitación, una mirada
fotógrafa nos sorprende en poemas como “Díptico de la sala de escritura” (15),
donde los versos parecen fotogramas de una realidad caprichosamente fragmentada,
que se vuelve un todo con sentido cuando el poeta engarza las partes del puzle
en el poema-en el libro. No nos equivocaríamos si pensáramos que José Ángel
Cilleruelo, cuando escribe un poema, lo que hace es tomar conciencia, porque ese
“Es el instante que abr(e) la puerta” de su ser para compartir con nosotros y
consigo mismo la sabiduría de la existencia, porque cuando lo leemos “Salir es
también entrar” (17). Eso son sus poemas, la antítesis de una travesía de
agujero de gusano, puertas de ida y vuelta. José Ángel Cilleruelo es uno de
esos poetas caminantes que hacen del paseo una forma de poética, o al menos,
una vía de inspiración que consagra su voz lírica en una sutil inmolación.
“Camino por el bosque. Eso lo sé./ Me guían las palabras” –manifiesta en la
página 18.
La
escritura, la literatura es un tema recurrente en sus poemas, hay un poso
metaliterario que envuelven sus versos como si fuera un papel de regalo. Y en
esa intertextualidad revolotea desde la paloma equivocada de Alberti hasta
Virgilio, Hércules, Ovidio, Manrique, Hölderlin, Monet, Emily Dickinson,
Bergson, Machado, Morandi, María Gabriela Llansol, José María Fonollosa, María
Zambrano… A todos les une una luz íntima, una mirada que se vierte al interior,
un mapa de nombres que d-escriben al poeta, que lo configuran y guían por el
viaje de su intelecto y su experiencia erudita hasta confluir en la palabra
como cauce de todos los ríos. Los sentidos son el andamiaje que sujetan la
poética del libro, fundamentalmente la vista y el oído, pero también el olfato
y el tacto. Tiempo y espacio van por el poemario en un duelo permanente,
intentando atrapar las mariposas y el movimiento menudo del instante, como si
todo fuera “un tránsito interior” milimétricamente calculado por el asombro y
la sorpresa.
Los
ojos del poeta (en su écfrasis de “Nocturnos”) se realizan/se completan “en el
cuadro que la mirada elige/ para pensar” (30). “La luz conserva, sin embargo,/
la noticia de lo que ha iluminado/ en un lenguaje indescifrable” (32). Un poemario que nos anima a mirar de otro
modo, “a mirar lo que no se muestra,/ pero estoy viendo” –alumbra en la página
62. Ya que eso hace la lectura, que es otra forma de paseo: “No me muestra lo
que estoy viendo,/ sino aquello que soy” –dice en la página 64. Y lo que
pretende a través de su mirada es encontrar su identidad, que nace del
lenguaje, pero va más allá del lenguaje para refugiarse en los sentimientos.
¿Qué
late en el poemario? ¿Cuál es su fuerza motriz, la materia que lo une, su pegamento?
La incertidumbre, una conciencia del instante seguro como antídoto contra el
futuro incierto, y la luz (su presencia o su ausencia y todos los matices
intermedios). Pero esa luz que fusiona de una forma transversal todo el
poemario hay que entenderla como una forma de amor, un amor que define su
esencia y brota de una contemplación en dos direcciones, una hacia fuera y otra
hacia dentro, hacia lo alto y hacia lo bajo, y que suceden al unísono. Lo
podemos comprobar en los poemas “Barroco”, “Manet”. También en los versos: “bajo
un sol de verano. Solo falta la luz” (37). “La luz conserva, sin embargo, la
noticia de lo que ha iluminado/ en un lenguaje indescifrable” (32), “Algunas
ráfagas/ de aire oscuro” (34). Porque con sus palabras (que son luciérnagas de
luces y sombras) eso es lo que realmente busca, su identidad, una identidad
redentora: “Proporciona la identidad/ a las sombras/ y el sentido del reflejo”
–canta en la página 32. Qué es la realidad para el poeta sino un conjunto de
palabras-luz “que vuelan nada más/ pronunciarlas…” –revela en la página 34. Eso
es José Ángel Cilleruelo, un pintor de palabras y de atmósferas significantes,
de matices que proporcionan los sentidos para transcender la significación de
los conceptos a través de una estética que se hace identidad étnica de sí mismo.
La luz que busca su identidad plena. “En los cuadros nocturnos los pintores/
sustituyen la luz por luces” (30), “El sol/ contempla distraído” pg 28, “la
habitación a oscuras… resplandor de la luna” (27), “a la luz de una vela”, “la
lámpara ilumina/ las páginas de un libro, el resto queda en penumbra” (26), “el
mechero enciende/ una hoguera” (18), “se ha desvestido la luz”, “la luz llega a
su casa”, “Entra por la ventana y deja/ la noche/ sus pertenencias en la
cómoda:/ oscuridad, destellos, el silencio.” (9), “En la pared las sombras/
bailan” (39), “Evoca, vuela, dice. Una luz visionaria” (40), “La lámpara y su
esfuerzo/ por añadir matices/ a la penumbra” (42) (quizá late ahí el viejo mito
de la caverna), “Mira la luz y ve los signos” (46), “Hay épocas en que la luz/
solo anhela las transparencias” (62), “Lo dibuja la luz con pulso firme” (64)…
¿Y
qué es lo que ocurre en la vida del autor que la hace distinta? “ocurren las
palabras” –canta en la página 42. Cuando lees “Pájaros extraviados” descubres
que el rango o índice de esfuerzo percibido (RPE) en la lírica es directamente
proporcional a la lengua “motriz” que nos define a cada uno, en este caso,
especialmente a José Ángel Cilleruelo, que quiere asir la realidad con sus
palabras y así poder ser huella en movimiento. Porque sus palabras “Son
palomas/ y también son metáforas” (47), “su hablar. La voz./ Mejor, su exacto decir/…/ la música que acoge el
tiempo,/ esa canción.” (58). Pero no de cualquier manera, “Las palabras,
actrices en escena/ interpretan y cantan…” (26). Y es que José Ángel
Cilleruelo, “como Hércules” juega “a mover el mundo” con sus palabras, a través
de su lengua matriz como señal de identidad y de pertenencia, al menos el mundo
de sus percepciones, que, por un momento, lo que dura la lectura de “Pájaros
extraviados”, es también el nuestro.
Custodio
Tejada
Octubre 2020
http://custodiotejada.blogspot.com/
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