HERIDO LEVE de Eloy Tizón. Por Custodio Tejada
HERIDO
LEVE - Treinta años de memoria lectora, de Eloy Tizón. Editorial Páginas de
Espuma. Ilustrador Iker Ayestarán. Editor Juan Casamayor. Una portada con
aspecto de cómic que nos recuerda el mundo de los detectives. Mucho más que un
ensayo, “una autobiografía intelectual”. 651 páginas, con un prefacio, ocho
partes y 114 escenas caleidoscópico-lectoras (que se convierten en un laberinto
de espejos por la intertextualidad en estampida que encierra cada una), un
agradezco final, referencias bibliográficas, nombres y obras. El libro está
dedicado a sus padres, con todo lo que eso supone de conexión umbilical. Aunque
en las lecturas de Eloy Tizón no hay paridad, según el rastro de nombres que surcan
sus páginas, una gran cantidad de mujeres escritoras compiten en igualdad de
méritos con los hombres y dejan constancia de las influencias del autor. “La
lectura como arte”. Cuando cierras las páginas de Herido leve consigues que la
memoria quede “prendida como polvo de mariposa entre los dedos de un lector
conmovido”.
HERIDO
LEVE - Treinta años de memoria lectora, de Eloy Tizón. Editorial Páginas de
Espuma. Ilustrador Iker Ayestarán. Editor Juan Casamayor. Una portada con
aspecto de cómic que nos recuerda el mundo de los detectives. Mucho más que un
ensayo, “una autobiografía intelectual”. 651 páginas, con un prefacio, ocho
partes y 114 escenas caleidoscópico-lectoras (que se convierten en un laberinto
de espejos por la intertextualidad en estampida que encierra cada una), un
agradezco final, referencias bibliográficas, nombres y obras. El libro está
dedicado a sus padres, con todo lo que eso supone de conexión umbilical. Aunque
en las lecturas de Eloy Tizón no hay paridad, según el rastro de nombres que surcan
sus páginas, una gran cantidad de mujeres escritoras compiten en igualdad de
méritos con los hombres y dejan constancia de las influencias del autor. “La
lectura como arte”. Cuando cierras las páginas de Herido leve consigues que la
memoria quede “prendida como polvo de mariposa entre los dedos de un lector
conmovido”.
Un
lector es más peligroso si está herido, especialmente letraherido. Pero conste
que a nadie le gustaría estar enfermo de literatosis (que diría Juan Carlos
Onetti) y mucho menos morir por ello. Si “la primera frase de un libro es su
cubierta”, ésta de Iker Ayestarán, la de Herido leve, es un gran poema visual
que está a la altura del texto que nos aguarda dentro, una lluvia de letras que
hacen del lector una especie de superhéroe con paraguas, gabardina y bufanda
entregado al poder “inútil” que da la lectura. Su autor, Eloy Tizón, uno de los
grandes de nuestra prosa actual que escribe para permanecer en las estanterías
más asequibles, amante de la literatura, es un escritor de casta que escribe
con maestría, elegancia, generosidad y señorío. Cerca de la playa y debajo del
agua, sobre el fondo de arena, una red de sol atrapa el vaivén de las olas y el
jugueteo de los peces, quien bucee un poquito sabrá la imagen metáfora que
proyectan estas páginas en la mente de los lectores. Si “La literatura es una
cadena de entusiasmos (que) se transmite por contagio de una generación a la
siguiente”, cuando uno da su opinión siempre tiene miedo a “equivocar(se) o a
quedar en ridículo”, aunque siempre consuela que “la literatura es ese lugar
extraño en el que la luz puede estar apagada y encendida al mismo tiempo”.
Nos recuerda el mastodóntico Harold Bloom que “El estudio
de la literatura, por mucho que alguien lo dirija, no salvará a nadie ni
mejorará a la sociedad” o “Leer al servicio de cualquier ideología, a mi
juicio, es lo mismo que no leer nada… Leer a fondo el canon no nos hará mejores
o peores personas, ciudadanos más útiles o dañinos”. Italo Calvino nos advierte
que “un clásico es un libro que nunca termina de decir lo que tiene que decir”,
siempre lo leemos como si fuera la primera vez, idea que aquí viene como anillo
al dedo. Dice Carlos Gamerro: “Si el canon literario es una barca que conduce a
las tierras de la inmortalidad, no hay lugar para todos en ella: los más
fuertes echan a los más débiles por la borda.” Olalla Castro afirma que “En
realidad, todo texto es intertexto de muchos otros, ya que todo proceso de
escritura se sirve de un lenguaje entrecruzado desde siempre por la alteridad”
o “La intertextualidad es siempre un intento por parte del autor o la autora de
elaborar una genealogía, de sacar una foto de familia...” Y si para Bloom los
que hacen el canon son los otros escritores, quizá sea desde estos presupuestos
de donde parte Eloy Tizón, como una especie de Giorgio Vasari, para guiarnos por
su río de lecturas y preferencias críticas. Y es que “El modo en que varía el
canon de la literatura, en que cambia la percepción de los autores, es una
lección de humildad” –sentencia el propio Tizón.
Podemos leer en El cultural del día 15-03-2019 que “Autor
de culto para los amantes del cuento en español, Eloy Tizón es también un
lector atento y un crítico certero, entusiasta y sabio”. Antonio Lucas en El
mundo nos apunta que “Este repertorio de reseñas o ensayos portátiles, tan bien
armado para esta edición, da cuerpo a un libro extraordinario” o “un turbador
magnetismo se aúpa en este libro, porque la ansiedad de quedarse en él es
fuerte”, “Su músculo crítico no pretende hacer palanca en la jurisdicción de
Connolly, de Elliot, de Borges, de Bloom, de Auden, de Brodsky, de Pound”. Ricardo
Lladosa ha dicho de Herido leve (en Zenda, XL Semanal) que “el libro es un
gigantesco mapa, donde cada lector puede escoger ir hacia el norte o hacia el
sur… El mapa de Tizón es, por ello, una cartografía del infinito que abarca ingentes
regiones, todas ellas en proceso de cambio”, “su singladura lo lleva de la
literatura española a la europea, de la estadounidense a la latinoamericana,
con incursiones en la narrativa africana o japonesa”. Mónica Crespo nos alumbra
que “La escritura de Eloy Tizón es vibrante y caleidoscópica, llena de música y
de referencias sinfónicas… Escribe con palabras dúctiles, palpables, que te
acarician o arañan…”. Pedro Pujante (en Culturamas.es) sigue aclarándonos que
“No existe más acertada autobiografía intelectual de un escritor que un
catálogo de sus lecturas, recorrer su biblioteca (anotada y comentada) y
descubrir su filias literarias… no hay mejor forma de acceder al corazón de la
literatura que a través de un lector omnímodo como Eloy Tizón”, un autor que
“escribe con gracia, dotando al ensayo literario una densidad que oscila entre
la objetividad comedida y la subjetiva mirada del lector”. El propio editor Juan
Casamayor también nos anunció en su momento que “El cuentista, incluso el
novelista que es Eloy Tizón, le debe casi todo al lector que ha sido y que es.
Quizá lo que somos se lo debamos en parte a lo que leemos. Este libro resulta
de vivir la lectura como pasión.” Incluso en la contraportada se nos interpela
con una retahíla de interrogantes: “¿Cómo lee un escritor? ¿En qué aspectos se
fija? ¿A qué abismos se asoma? ¿De qué manera las ficciones atrapan y modifican
nuestra mirada? Todas esas cuestiones, y muchas otras, comparecen en este
ensayo literario… -Diamante corta Diamante-”
Herido leve, con todo su poder ventrílocuo, habla de
autores, traductores, de lectores, de críticos, de tirios y troyanos. Es un
paseo-odisea por la Teoría de la literatura y por la Literatura comparada en un
mismo sorbo de té, no desde un planteamiento académico sino tizoniano, sin un
afán didáctico, más bien como una confesión terapéutica. Eloy Tizón, batuta en
mano, dirige su canon desde una musicalidad sinestésica atiborrada de vasos
comunicantes. El ensayo-libro es, ante todo, un viaje, un viaje por obras y por
autores, de “salidas iniciáticas a tumba abierta”, pero también por el cine, el
arte, la música, la pintura, la época y la historia (“El paso de las palabras
es el paso del tiempo” –dice en la página 74), por lugares y geografías, por
ideas… es un viaje a través de sí mismo, o sea, a través del propio Eloy Tizón,
y por añadidura dialógica, a través de nosotros sus lectores, que con efecto
boomerang, consigue llevarnos a su canon particular que se convierte en una
especie de medida de todas las artes, en una confluencia de todas las opiniones
válidas formando un coro existencial y polifónico. Un estado de ánimo lector
que recorre el libro para conseguir que “al término del viaje desemboquemos en
una verdad posible o incluso en la verdad total”.
El libro está dedicado a sus padres, con todo lo que eso
supone de conexión umbilical, convirtiendo “Herido leve” en la mejor metáfora
de una célula madre universal y literaria, esa que lo redime y lo protege y lo
une a su yo más íntimo, a su origen, pero también a su destino: La literatura,
su otra madre. Este libro está lleno de instantes, de consejos, de detalles, de
reflexiones, de intrahistoria lectora… En la página 167 nos indica, por
ejemplo, la manera metaliteraria y metalectora de afrontar una opinión-una
elección: “La primera frase de un libro es su cubierta. Las historias comienzan
–y terminan- por la imagen. Uno empieza a leer el libro mucho antes de abrirlo,
de pie en la librería…”
Eloy Tizón, como un pintor impresionista no solo habla de
libros, con unos cuantos renglones-pinceladas nos retrata la época y el
contexto de quien lo escribió. Son muchos los “puntos de referencia y cartas de
navegación con que orientarse”. Eloy Tizón nos muestra un camino que no tiene
por qué ser el nuestro, ya que cada lector se hace camino al leer…, pero ayuda
a interpretar el globo-terráqueo-lector de la literatura y del pensamiento. Nos
desvela las líneas de fuerza de muchos autores, nos da las claves para
profundizar en sus laberintos, nos habla de recursos literarios y méritos, de
sobrevaloraciones y justicias literarias más allá de las épocas, de los
aplausos y los silencios, del presente pomposo y del futuro que juega malas
pasadas a obras y autores, en definitiva, nos arroja luz a través de una prosa
única que no desmerece (sino que se iguala) si la comparamos con el mapa de
nombres que nos propone su red-canon.
Eloy Tizón, a la vez que esboza su opinión va más allá de
la literatura, adereza el texto con instantes biográficos que le dan un ritmo
más intenso y ameno si cabe, y que nos recuerdan los vericuetos y las anécdotas
que le llevaron a otros autores y sus libros, hermosa conjunción que le sirve
de guarnición a su apetito gourmet, en la que se entrecruzan otras realidades
paralelas en un ritmo dialógico e intertextual, vital y literario como cuando
ojea “un ejemplar de segunda mano El bosque de la noche de Djuna Barnes y su
dedicatoria” –p. 40. Eloy Tizón no teme mojarse, ni tampoco le importa jugar a
ser profeta o notario, al anunciar la importancia de muchos autores y obras o
constatar en numerosas ocasiones el saqueo (a veces para bien y otras no tanto)
que el cine o la TV han hecho de la literatura. Aquí el Eloy lector y el Eloy
cinéfilo se dan la mano y caminan juntos por la misma herida que escribe.
Herido leve nos pone de relieve la importancia (muchas
veces delicada) de los vasos comunicantes y los paralelismos que abundan en la
literatura de una manera transversal. Así, la pluma de Eloy Tizón, como una
piedra que salta por la superficie del agua, nos lleva de Anna de Chéjov a
Molly Bloom de Joyce o a Clarisa Dalloway de Woolf, las tres hijas Bursanov de
Gerhardie “como muchachas de Balthus o como las tres hermanas de Chéjov, o
entre Dostoievsky-Nabokov-Kundera que los enfrenta en un solo renglón, como
también a Platónov y Sartre, o Tsvietáieva-Dickinson, Jean B de Patrick Modiano
con El Extranjero de Camús y El chino del dolor de Peter Handke. O cuando
compara a Edgar Allan Poe con Henry Jamaes y con Antón Chéjov en “la hazaña del
relato moderno”, Paul Theroux-Ernest Hemingway, W.G. Sebald - Claudio Magris -
Peter Handke - Cees Nooteboom y las crónicas viajeras… porque “aquí lo que
importa es la mirada”. Un mundo de intertextualidades e interrelaciones
lectoras en un desdoble permanente de secuencias fractales. Ya que “De este
modo ibas entendiendo que tener cultura no consistía en acumular información
enciclopédica, nada de eso, sino en afilar tu capacidad para establecer
conexiones entre dos puntas distantes” –confiesa en la página 28.
Las palabras nos demuestran que los umbrales son
distintos para cada lector y para cada escritor. La lucidez de Eloy Tizón
parece inagotable, máxima tras máxima, renglones tras renglones convertidos en
aforismos brillantes que consiguen entretejer un texto cuyo tino no parece
tener fin y que echas de menos en cuanto lo acabas, hasta que se vaporiza en ese
vaho lector que impregna cada una de sus páginas y nuestro pensamiento. Un
lector, como es lógico, tiene lecturas diversas que lo llevan y lo traen de su
zona de confort a su zona de riesgo. Así, Eloy Tizón ha ido de lecturas
“incómodas, perturbadoras” a otras “agobiantes y enfebrecidas” pasando por
“lecturas absorventes y plenas”, difíciles, estremecidas, apasionantes,
“inteligentes y decantadas” … y nosotros con él de la mano.
Afirma Eloy Tizón en la página 190 que “Ser un clásico
significa algo distinto que ser académico. Clásico es aquel artista que sigue
empeñado en importunarnos, espolearnos, invadir nuestra intimidad y colonizar
desde la tumba nuestros sueños hasta que logra imponerse y corregir nuestra
mirada”, y hacia ese territorio camina Eloy Tizón. Si no lo es ya está cerca de
convertirse en un clásico vivo, y para comprobarlo sólo tenemos que asomarnos a
Herido leve o al resto de sus libros (Técnicas de iluminación, Velocidad de los
jardines, La voz cantante, Seda salvaje, Parpadeos…). Una labor, la suya, que
demuestra que es un escritor tocado por la magia inagotable de la literatura.
Con pinceladas de historiador, de biógrafo, de cinéfilo, de crítico, de testigo
lector… así va tejiendo la “naturaleza viva” de Herido leve.
“Entiendo
por relato moderno aquel en que el texto no solo cuenta, sino que también se
cuenta. No solo muestra, sino que también se muestra…” –revela en la página
456. Mientras nos expone sus lecturas él mismo se cuenta, mezclando notas biográficas
de los autores con su propia biografía hasta hacer un tapiz existencial que va
más allá de la mera enumeración (como cuando nos cuenta la forma en que se
enteró de la muerte de Cortázar –p.88). Son muchos los párrafos en los que Eloy
se autorretrata hasta hacerse una radiografía no solo literaria (cosa que se
agradece en un tiempo tan propicio a la autocensura como éste), como cuando
opina sobre “la lógica militar”, o cuando lo hace sobre Lenin-Stalin-canibalismo-La
Perestroika y sus nostálgicos, el nazismo, Vietnam, o sobre África y el
Apartheid…, por poner algunos ejemplos.
La
lectura no nos hace mejores ni nos redime, por supuesto, y máxime cuando
sabemos que “Stalin leía libros. Muchos. Igual que Hitler o Pinochet y que
otros tiranos” –p. 287. Pero sí, la lectura es subversiva y por ello se han
quemado bibliotecas a lo largo de la historia en un intento por controlar el
pensamiento humano (desde Almanzor pasando por Alejandría hasta nuestros días,
con los incendios y cortafuegos más virtuales de internet), ese es el gran
poder de la lectura, que es capaz de cambiarnos, por eso hay quienes temen
tanto a los libros que están dispuestos a prohibirlos o esconderlos. Herido
leve nos demuestra que la herida de la literatura sí puede ser mortal,
propiciatoria, revolucionaria, liberadora… casi una inmolación personal que
todo escritor-lector vive en algún momento de su existencia, como “El
acomodador” que busca y sigue la luz, la luz comensal de la palabra.
A estas alturas que más se puede decir de este libro, que
Herido leve está lleno de “ternura herida” y “de conciencia herida”, que es un
libro nutriente que regenera, un libro útero que nos atrapa en su líquido
amniótico y nos contiene como seres humanos y como lectores. Un libro que hace
de la reencarnación lectora un hogar y un refugio, ya que “la literatura nos
convierte en otros. Todos tenemos la necesidad de ser otros, bien sea leyendo o
escribiendo o ambas cosas” –afirma en la página 75. El mérito de Eloy Tizón en
Herido leve (un autor, cuya prosa es capaz de provocarnos un “segundo
nacimiento” “esquivando el riesgo del narcisismo”) radica en que hablando de la
“estatura literaria” de los grandes él mismo consigue hacerse otro gigante más,
a la misma altura de la memoria lectora que propone. Y es que para bien o para
mal, pero siempre por suerte “el tiempo también lee, y nos lee, a favor o en
contra”. Herido leve: Un libro referente, de atril y mesita de noche, para
tener siempre a mano como un vademécum o un libro de horas.
Custodio Tejada
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