DEBAJO
DE LOS DÍAS de Ángel Paniagua. Editorial Raspabook. Una portada con una maleta
y un hombre, sentado de espaldas y mirando al horizonte boscoso, sobre la línea
continua que separa los dos carriles de una carretera. En sus entrañas 52
poemas y 153 páginas, dividido en tres partes: I.- El cuarto del poniente con
16 poemas, II.- Oro y vacío (El hilo de los nombres) con otros 16, y, III.-
Macbeth en las murallas con 20 poemas. Al final viene un epílogo: “Aclaraciones
probablemente innecesarias… y quién sabe si del todo ciertas”, y una
“Cronología de los poemas” para darle al espacio un tiempo. Nos advierte el
autor que los poemas aparecen “por orden de nacencia”.
DEBAJO
DE LOS DÍAS de Ángel Paniagua. Editorial Raspabook. Una portada con una maleta
y un hombre, sentado de espaldas y mirando al horizonte boscoso, sobre la línea
continua que separa los dos carriles de una carretera. En sus entrañas 52
poemas y 153 páginas, dividido en tres partes: I.- El cuarto del poniente con
16 poemas, II.- Oro y vacío (El hilo de los nombres) con otros 16, y, III.-
Macbeth en las murallas con 20 poemas. Al final viene un epílogo: “Aclaraciones
probablemente innecesarias… y quién sabe si del todo ciertas”, y una
“Cronología de los poemas” para darle al espacio un tiempo. Nos advierte el
autor que los poemas aparecen “por orden de nacencia”.
Leer
un libro que te gusta no siempre es entrar en una zona de confort. Como diría
Jorge Luis Borges: “Somos… ese montón de espejos rotos”. Harold Pinter
consideraba que “el pasado es lo que recuerdas, lo que imaginas recordar, lo
que te convences en recordar, o lo que pretendes recordar”. La historia de las
piedras como la de los nombres, termina siendo la historia de la carne, lo
mismo pasa con las palabras y sus cicatrices. Y eso es lo que hace Ángel
Paniagua, escribe la historia de su carne, pero también la de su alma, a través
del camino siempre inédito que brinda el lenguaje. Al final la memoria de todo
escritor se convierte en una retahíla de nombres y de títulos (y muchas veces
también de vidas prestadas) que configuran el ser y el lector que ha sido y que
es. La obra de un escritor es la síntesis útil de todas sus lecturas. Dice
Raquel Lanseros de manera visionaria que somos “Las cenizas que, para
consolarnos, llamamos biografía”.
Carlos
Alcorta nos revela que Debajo de los días es “un extenso libro con poemas de
largo aliento, que compendia de algún modo todo el mundo poético de su autor y
ratifica un tipo de poesía narrativa, casi conversacional”. Añade Francisco
Javier Díez de Revenga que… de gran “estatura intelectual” “Ángel Paniagua… es
uno de los poetas más singulares y reflexivos que habita entre nosotros”,
“estamos ante un libro de una intensidad psicológica sobrecogedora”, “es el
poeta de la palabra medida, de la exactitud en la expresión, de la calidad y la
naturalidad a la hora de evocar su mundo, con sus objetos, con sus cosas, con
sus pasiones y emociones”. También se nos advierte en las aclaraciones finales
del libro que el poeta va de “los límites entre los tonos y elementos más
puramente líricos y los más narrativos-digresivos; y por supuesto la
teatralidad, la dialéctica inherente al encuentro/desencuentro personal
(máscara al fin) y personaje”. Pertrechado con todas estas advertencias-sugerencias
el lector debe afrontar en solitario su misión: Leer sin más preámbulos.
Y aunque el autor nos previene con toda su metralla
dialéctica en la página 103: “Qué quieren que les diga, no parece/ que éste sea
el lugar para que tontos/ del culo vengan a escribir soflamas/ incendiarias
sobre lo que se hace/ o se deja de hacer en la poesía/ actual…”, yo sin
pretender eso, simplemente dejaré mi opinión de aprendiz de lector, “…tamquam
lector perpenderem”. Sin lugar a dudas la literatura es una carrera de relevos,
y así lo constata el autor: “Yo sé que esos poemas te hacen daño/ como a mí me
lo hicieron los de otros/ escritos hace tiempo”- matiza en la página 19.
El
título, “Debajo de los días”, como si estos fueran un felpudo o una alfombra
que invita a mirar debajo, ya te predispone para estar expectante a los
recuerdos, a la memoria y al tiempo, pero también a los detalles que se tornan
en pequeños suvenires del pasado. El texto, sin saber dónde acaba el personaje
y dónde empieza la persona, nos introduce en un viaje dramático y profundo que
ahonda en el ser literaturizado del autor. Ángel Paniagua, como si de un
taxidermista se tratase, nos muestra sus poemas disecados por el filtro de sus
ojos, en una especie de museo de caza donde guarda sus trofeos: recuerdos,
fracasos, heridas, escenas... “la vida hay que vivirla y los poetas/ sólo
piensan en verso sobre ella…” –advierte en la página 92.
Cuatro citas abren el libro, de Jaime Siles, Félix Ruiz
Suárez, Juan Eduardo Cirlot y Ángel González. Las cuatro comparten la expresión
“debajo de los días”, como si fuera un hilo conductor por el que pasa la
corriente de una hermenéutica, que nivela y delimita, que dice y calla, que
muestra y señala. Todos los poemas empiezan con la tipografía de la primera
letra en fuente gótica. La numeración de las páginas viene escoltada por unas
espadas que le dan un aspecto de baraja lírica dispuesta para la justicia y el
homenaje o para jugar al solitario.
El
tiempo, la paciencia y el consejo de los allegados al autor han preparado este
edificio-libro que, como una cueva del agua, con sus estalactitas y
estalagmitas, han culminado en la publicación que nos ocupa. Ángel Paniagua ha
construido este poemario como si fuera un arquitecto, pero también un artesano.
Sus versos “-como camisas de serpiente viejas-“ conducen a un abismo, pero
también a un ventanal introspectivo “junto al borde/ del camino que cada uno fue”,
a través de “pequeños fragmentos inconexos/ que la luz difumina y va borrando”
a modo de un testamento vital o de diario extraño. Un poemario que suena como
la ópera y supura tintes de tragedia Shakespeariana, “Bajo la luna llena”, pero
también de profecía apocalíptica de hombre lobo, si no tanto en lo individual,
sí en lo colectivo, “que la estirpe de los hombres, desaparezca de la faz del
mundo/ y la naturaleza recupere su equilibrio” –preconiza en la página 120. Una
sensación de derrota y a la vez de nostalgia impregna todo el libro, que busca
“la verdadera esencia del amor:/ dorado y negro, sí, oro y vacío”. Cierta lisergia underground y noctámbula
recorren bastantes de sus poemas. Ante todo, es un libro de amor que se hace
“nombres” y memoria, “ruinas de un templo”, bodegones de un alma en retirada
(Antonio, Héctor, Raúl, Gustavo, Alberto, Enrique…). El amor es uno de los
grandes temas del libro, a veces como anhelo de la pasión y otras como corazón
roto, de un amor no correspondido. Otro hilo que teje el libro es el tiempo,
“interminables años malgastados” “en la búsqueda/ inútil del amor”. Un
poemario, éste, impregnado con notas aromáticas de la nueva hermenéutica de
Paul Ricoeur, por el nihilismo y el psicoanálisis.
Treinta y cinco citas, entremedias de muchas otras
alusiones, campan por este poemario dejando tras de sí un trayecto vital e
intelectual, una relación de referencias y sabiduría acumulada; algunas en
latín, en inglés o en italiano. Los nombres, que abundan, puestos en una rueca,
tejen su hilo de oro, un hilo intertextual que conduce y guía. El libro está
lleno de caminos: argumental, temporal, irónico, existencial, claustrofóbico… Citas
de T. S. Eliot, Francesco Petrarca, Ausías March, José María Álvarez, Sancho de
Muñón, Alberto Chessa, William Shakespeare, Marcel Proust, Antoine de
Saint-Exupéry, R. Wagner, John Donne, John Ashbery, Steve Fellner, Vicente
Aleixandre, Madeline Miller, L. A. de Villena, Paul Ricoeur, A. P., Guillaume Apollinaire,
René Char, J. G. de Biedma, César Vallejo, Stéphane Mallarmé, W. B. Yeats, M.
F. Quintilianus, P. Ovidius Naso. Toda una biblioteca de libros, personajes,
autores y lecturas navega crípticamente por el libro (Sienkievicz, Casiodoro de
Reina, Domenico Scarlatti, Bach, Hantï, Vallejo, Szymborska, MIlosz, Bruckner,
Horacio, Thom Gunn, Hamlet…), nombres que nos llevan a otras realidades
paralelas de pensamiento.
“¿Importan
los detalles…?/ sólo hacen/ efímero lo eterno” –nos dice en la página 63, y sí,
en este poemario importan. Está regado de anécdotas y de instantes, de
recuerdos y percepciones, de recortes que transcienden el momento para
instalarse en la épica de la nostalgia, “el mismo fuego/ que ha calentado a
todos es distinto,/ dependiendo del tipo de madera/ que lo nutre”, que bien
podría ser el lema de cualquier lectura. Un libro que esparce en versos las
“Migajas” de lo que somos: “una maraña de despojos” que van “de la vida al
retrete”. El libro desprende un olor a derrota, “una extraña mezcla de
nostalgia y hastío”. Y aunque intenta “explicarse con palabras”, son sus
silencios los que hablan mucho más que sus versos, en voz baja, son los que
orientan y guían por el mapa de su poética. “Silencio oscuro casi roto por/ el
ruido peculiar de la desdicha/ quitándose la ropa” –canta en la página 68. Pero
el hilo que atraviesa y une todo el libro es la ausencia, que es como un
estruendoso silencio que retumba en la memoria, entendida ésta como un tendón
de Aquiles o unas alas de Ícaro.
De gran musicalidad, endecasílabos y heptasílabos llevan
en volandas el discurso y su ritmo, donde significantes y significados compiten
por imponer su viaje, sus Ítacas respectivas. Un autor melómano que nos hace
“mudo(s) testigos de la escena”, a través de una lírica de enorme teatralidad,
como si todo el libro fuera un gran soliloquio existencial de un “Segismundo”
del siglo XXI. Las palabras del libro encuentran otro ritmo más allá de los
significantes, justo allí donde los significados erigen un itinerario
alternativo. “¿Es la vida un/ camino o sólo una breve estancia/ en un apeadero
sucio, donde/ esperar –no sabemos cuánto tiempo-/ transbordo hacia el origen…?
–dice en la página 40. Poemas largos o más largos y cortos se suceden. Sus
versos avanzan en oleajes fluidos de una métrica medida.
En una primera impresión te parece un libro pensado para
lectores eruditos, pero pronto su lenguaje sencillo te demuestra que no es así,
aunque tenga muchas lecturas, tantas como capas tiene una cebolla, y cada cual
puede acceder a él en busca de su propio botín y cobijo. Ya que la lectura de
“Debajo de los días” de Ángel Paniagua podría escucharse como una ópera de sí
mismo, una ópera donde el autor se hace partitura en verso para ser devorada.
El poeta, como un detective, se erige en notario de la realidad y da fe de ello:
“aquel pasea al perro/ como cada mañana antes de ir/ al trabajo. Aquella otra
se retoca/ el pelo mientras anda a hacer la compra/ para la cena de fin de año.
Todos/ cumplen su cometido” –relata en la página 44.
Ángel Paniagua ha elegido la parte de umbría que tienen
las palabras y la memoria más que la de sol. Sus poemas, como ciénagas nos
atrapan y “hunden nuestros pies en el barro” de los días, nos abrazan y ahogan
en sus metáforas, en sus códigos secretos y en sus certidumbres inamovibles. El
libro y su hermenéutica como un “sermón de lo ya sido”, como esa memoria
filtrada de un dolor que no termina de extinguirse y que el autor ha sublimado,
donde recrea el pasado y cuya reconstrucción no admite ninguna posibilidad de
cambio, porque “No hay camino de vuelta hacia el pasado” –afirma en la página
81, nos deja un sabor de ajuste de cuentas consigo mismo, con el mundo y con la
vida. Y aunque piensa “que la vida/ no merece la pena”, siempre deja entrever “algún
rayo/ de sol que se adivina por encima/ del cielo de tormenta”, porque “Hay
tanto que vivir aún, hay tanto/ que juzgar y limpiar, tanto que ver,/ que
morirse parece desatino” –confiesa en la página 99.
En definitiva, “Debajo de los días”, son los rescoldos, o
quizá mejor las cenizas de una gran “pasión, fiebre, ardor, desbordamiento,/
borbotón de sangre en las arterias, ceguedad encendida, cauce roto”. Podríamos
llegar a pensar que el personaje protagonista del libro busca la reconciliación
consigo mismo, una justificación con su pasado para entender su presente, pero
en realidad este libro es un cuaderno de bitácora, con una lírica conmemorativa
que celebra la existencia y pretende soltar todo el lastre de la nostalgia para
continuar con su camino. El libro es un viaje, donde el viajero, a modo de un
Ulises “perdedor y desolado”, navega por la memoria de una vida que quiere
transformarse en pura poética.
Opiniones de un lector
Custodio Tejada
DEBAJO
DE LOS DÍAS de Ángel Paniagua. Editorial Raspabook. Una portada con una maleta
y un hombre, sentado de espaldas y mirando al horizonte boscoso, sobre la línea
continua que separa los dos carriles de una carretera. En sus entrañas 52
poemas y 153 páginas, dividido en tres partes: I.- El cuarto del poniente con
16 poemas, II.- Oro y vacío (El hilo de los nombres) con otros 16, y, III.-
Macbeth en las murallas con 20 poemas. Al final viene un epílogo: “Aclaraciones
probablemente innecesarias… y quién sabe si del todo ciertas”, y una
“Cronología de los poemas” para darle al espacio un tiempo. Nos advierte el
autor que los poemas aparecen “por orden de nacencia”.