1ª.- LA CIUDAD (Antología poética
1985-2014) de Karmelo C. Iribarren. Editorial Renacimiento. 274 páginas, un
prólogo “Cuando la ciudad duerme”, un epílogo y 204 poemas.
2ª.- PEQUEÑOS INCIDENTES
(Antología poética) de Karmelo C. Iribarren. Editorial Visor. 240 páginas. 177 poemas, con un prólogo
“Poética de un paseante con paraguas”.
1ª.- LA CIUDAD (Antología poética
1985-2014) de Karmelo C. Iribarren. Editorial Renacimiento. 274 páginas, un
prólogo “Cuando la ciudad duerme”, un epílogo y 204 poemas.
2ª.- PEQUEÑOS INCIDENTES
(Antología poética) de Karmelo C. Iribarren. Editorial Visor. 240 páginas. 177 poemas, con un prólogo
“Poética de un paseante con paraguas”.
Que
vayas a una librería y en sus estantes encuentres no una sino dos antologías (de
distintas editoriales) de un autor vivo es algo poco frecuente y llama la
atención. Cuando a un autor se le acumulan las antologías es porque ha llegado
al culmen de la excelencia y porque ya amontona obra a sus espaldas y años en
su cuerpo. Y si además está “apadrinado” en prólogos y críticas por los mejores
“popes” de nuestra literatura reciente, eso lo sitúa al autor en un lugar casi
sagrado o privilegiado dentro del panorama poético nacional. La primera de ellas, la antología de
Renacimiento, va ya por la tercera edición (ampliada y revisada) y llega hasta
2014, con una selección de inéditos incluida. La primera edición es de mayo de
2002, cuyo prólogo estuvo a cargo de Vicente Tortajada, en la segunda (en abril
de 2008) quien se encargó de las consideraciones introductorias fue Joaquín
Juan Penalva y en la tercera (de mayo de
2014) el prólogo “Cuando la ciudad duerme” está firmado por José Luis Morante,
donde también aparece una introducción en la solapa del libro de Abelardo
Linares. De la segunda antología, la de Visor, aparecida en 2016, que ya va por
la segunda edición (marzo de 2017), tiene un estudio introductorio titulado
“Poética de un paseante con paraguas” del mismísimo Luis García Montero, que
mide las palabras y tiende la mano, y en la que aparece su penúltimo libro
“Haciendo planes” (2016), porque en 2017 ha aparecido el último hasta ahora,
“Mientras me alejo”, y que es el único que no aparece en dicha antología.
Cuando
uno comienza la lectura de un libro “Hay que estar preparado para lo peor/ y
disfrutar de lo bueno. Esa es la fórmula” –nos dice en la página 48. Así que
seguí el consejo y continué mi viaje lector entre sus páginas como quien busca
un camino que no tiene por qué coincidir con el del autor, solamente; para
buscar “una pizca de luz” o la mejor interpretación y cuidándome mucho “de los
que siempre/están detrás.” –como nos advierte el propio Karmelo.
Toda
antología, además de un conjunto de poemas seleccionados, son también un
compendio de vivencias y de momentos, que así ordenados y sacados fuera de su
contexto natural “adquieren/ otros matices” y otros significados al
interrelacionarse de otra manera, al establecer nuevos vínculos entre los mismos
poemas; al penetrar en ellos sientes que
hay “momentos que no tienen precio” –podemos leer en la página 71.
Dice
Luis García Montero: “La obra de Karmelo contiene uno de los mundos más ricos
de la poesía española de hoy”. “El pensamiento de Karmelo es escéptico y está
definido por el pesimismo”. José Luis Morante dice sobre la poética de Karmelo
que “El poema entonces se hace crónica, apunte costumbrista en el que la
sorpresa encuentra un hueco”, la suya es “una poesía vigorosa y precisa para
captar la esencia, emotiva y sin adornos verbales, oportuna y cercana”.
Abelardo Linares afirma que “es un poeta que no condesciende con la vacuidad ni
la palabrería, quizás porque ha aprendido a creer en la poesía con minúscula y
a descreer de las poéticas con mayúscula”. Mientras que Luis Alberto de Cuenca dice
del último libro de karmelo C. Iribarren “Mientras me alejo” que “es tan sabio,
sencillo, efectivo y emocionante como los anteriores.
Si
abres la antología La ciudad, de
Renacimiento, lo primero que te vas a encontrar es una fotografía del autor con
un letrero sobre su cabeza que pone hotel; sinestesia que, de repente te hará
sentir como una especie de turista-lector que durante algún tiempo (lo que dure
la lectura o más, porque sus poemas tienen la persistencia de los buenos vinos)
se va a hospedar entre sus páginas/habitaciones para callejear por sus poemas
en un viaje que ya veremos adonde conduce.
Como un gato, Karmelo “mira, observa, escruta”
“las ciudades, sus plazas,/sus calles, sus esquinas/”, sus bares, sus pequeños
incidentes que se hacen cataclismos de la cotidianeidad. La vocación urbana del
autor pronto queda de manifiesto. Con San Sebastián-Donosti al fondo de cada
palabra que “está hecha de barro y luz” y que ha recorrido de punta a punta
durante más de 30 años (nos dice en las páginas 130 y 174) Karmelo viaja de la
contemplación de lo que le rodea a la introspección de sí mismo, de la mirada
inhóspita del exterior a la reflexión sagaz, irónica y crítica de su yo
poético. Karmelo está dotado especialmente para la observación de la que
exprime su poesía, a veces más épica que lírica y como poeta se plantea el
sentido de su vida, cuya medida exacta la encontramos más cerca de la
incertidumbre que de la certeza porque sabe lo que es una “racha de viento
helado” que lo “reconcilia con (su) pequeñez” –apunta en la página 124.
Karmelo,
con su característico sentido del humor, se autodefine como “un tipo sólido,
sobrio, serio/ de los que ya no se ven”, como vasco que es: “Tanta hostia y
tanto colorín”… nos dice en la página 134. A Karmelo me lo imagino, con ese
aspecto de personaje de novela negra, envuelto en una espiral de humo,
ceniceros y paquetes de cigarrillos mientras vive, escribe y atrapa el lado más
sórdido de la existencia, transformando lo prosaico en excelente poesía que
surge de sus “resacas” líricas o reales. Karmelo es un testigo, un poeta
fedatario de la condición humana y urbana. Un poeta cosmopolita que, ya sea
desde calles y plazas, desde los bares, subido en un autobús o asomado a la
ventana de su casa da fe de la existencia que le ha tocado vivir. Karmelo es un
poeta distinto, que situado en algún lugar entre medias de Bukowski y Baudelaire afronta su poética con idéntico
descaro, incluso con dejes pictóricos y cartelistas sus princesas le seducen en
sus poemas-estampas a lo Tolouse-Lautrec. Irónico y con cierta mordacidad, sabe
que la verdadera función de la poesía para que no haya “heridos de importancia”
pasa por ser fiel a sí mismo y a su poética, alejado de
modas-escuelas-tendencias y demás ambientes viciados (literariamente hablando).
Con
maestría cuenta lo justo para convertir un suceso cotidiano o estampa
costumbrista (sin aparente importancia) en un alegato de principios y
posiciones, de coherencia existencial. Utiliza los versos justos y necesarios para
construir el poema, sin rodeos ni divagaciones, él va al grano y prescinde de
lo superfluo. Escribe preferentemente versos cortos y poemas breves y escuetos
(casi cabales), sin rima, donde prima más la melodía del significado que la del
significante, versos que te cogen “por el cuello” y te llevan “al límite” de la
reflexión y de la contemplación. Es un maestro en “el manejo de la lengua”, su
lenguaje sencillo así lo corrobora. Y es que “parafraseando de alguna manera”
unos versos del propio Karmelo “La poesía/ de cada poeta/ debería importarle a
alguien”, y más si es un poeta de la talla y coraje como Karmelo C. Iribarren,
ya que su poética es “Nada, sólo eso, la vida, la poesía de un miércoles
cualquiera” –nos dice en la página 114.
Nuestro
poeta, descreído y desengañado, recuerda con nostalgia su inocencia perdida,
aquellas ganas “de cambiar/ el mundo” y que ahora se conforma “con dejar de
fumar” simplemente –nos confiesa en la página 68. El va por su camino con su
poesía a cuestas, no le interesan los
aplausos ni las “demás zarandajas”, como nos apunta en La función de la poesía
de la página 29. Lo que de verdad le gusta a este poeta cazador de momentos es
sentarse en plazas-calles-bares… “a verlas pasar” las horas, los coches, las
gentes, la vida… -nos dice en la página 31. En sus poemas nos encontramos, a
modo de hitos, un reguero de intertextualidades que complementan la lectura y la
enmarcan en una interpretación más rica. Aparecen Durruti, Jesucristo, James
Dean, Raquel Welch, Roger Wolfe, de copas con Cioran, Harry Whittington,
Chandler, Baroja, Abelardo Linares, Johne Wayne, Francisco Diaz de Castro
etcétera.
En el
poema “Tu padre se ha ido de viaje” (página 36) nos abre su alma de par en par
y nos deja entrever el vacío que le quedó, y que en cierta medida le persigue a
lo largo del libro, y que le enseñó “que la vida iba en serio” (página 159).
Karmelo, que lleva con honra el sambenito de poeta, sin alharacas ni postureos,
pero sí con la seguridad de quien escribe con el alma y el aliento está
especialmente sensibilizado para darse cuenta “de la trampa, del fraude” que
supone la vida y sus fracasos especialmente. Como un escultor de palabras cincela
el tiempo con letras/espejo en las que también nos reflejamos nosotros, como lo
podemos comprobar en el poema Vidas de la página 83, entre otros.
Su
epicentro vital es Donosti, pero (como buen cicerone) a veces nos hace viajar a
otros lugares como Barcelona, Sevilla, Lisboa, Paris, Madrid, Pekin, Bayona,
Peñiscola, Zaragoza… lo que nos confirma también que es un poeta viajero. Su
lírica/testimonio es un viaje/péndulo que va desde la felicidad de un cigarro y
una “cerveza: en su punto/” al… “pobre viejo/ hurgando en las papeleras”
dejando en evidencia la ambigüedad en la que vivimos. La noche y los bares le
seducen por igual, y es la noche, quizá, su mejor refugio y también su mejor
derrota, los bares son su paraíso aquí en la tierra; porque leer a Karmelo C.
Iribarren es atravesar un páramo ebrio de lirismo atribulado “… sin ningún/
remordimiento de conciencia” que te asombra con cada poema-escena, y es que sus
versos te dejan la sensación de que “esto es la vida”, un espejismo, y él lo
cuenta (con su desparpajo sencillo y directo) para deleite y disfrute de todos,
para testimoniar la cotidianidad del tiempo, “no hay más”, “así de cómico,/ y
así de trágico” es Karmelo y su poesía –se dice en la página 68. Siempre
escribe al borde o en la frontera de la intemperie y del abrigo, justo en el
límite de la derrota o del momento feliz y fugaz, de lo habitual y lo
deslumbrante. Sus poemas son estampas costumbristas de naturaleza urbana que
funcionan como si fueran bodegones publicitarios o simples carteles pegados en
marquesinas.
Nuestro
poeta antes que “el nobel, el cervantes/ el príncipe de Asturias” prefiere la
mirada de un lector que le solicita unos poemas para una revista –nos dice en
la página 90-, lo que nos retrata su carácter. Algunos poemas podrían leerse
como magníficos microrrelatos (ya que se mueve en un terreno polivalente y fronterizo
muchas veces), por ejemplo “La estampa nocturna” de la página 86, “La cháchara”
o “Bar Etxekalte” en la página 137. Encontrarás versos memorables como los de
la página 98 o 102: “solo ella es capaz/ de sacarle esa música al cemento” o
“ser libre/ no es lo mismo que ser feliz”, “la soledad es eso,/ ahora lo sé:/
lo que hay/ antes y después de tu nombre” –dice en la página 173.
El tema
que enmarca toda su poética es la ciudad, retratos de la vida urbana (trenes,
coches, autobuses, calles, bares, ventanas, balcones, plazas… hasta un simple
periódico puede protagonizar uno de sus poemas); pero también la memoria y su
nostalgia: postales de la infancia, la historia, el amor pasajero o no, las
mujeres, los paraguas, los vagabundos… para él todo es y todos somos poesía.
Con
estas antologías de Karmelo C. Iribarren, La ciudad o Pequeñas incidencias,
realizarás una multitud de viajes, todos ellos llenos de itinerarios sumergidos
e íntimos; porque Karmelo (dentro de estas páginas) es una especie de
Ulises/Robinson Crusoe urbano. En ellas autor y lector se funden, ya que
brillan como una Ítaca Donostiarra, singular y costumbrista al más puro estilo
Barojiano, y donde Karmelo aguarda seguro de sí mismo: “¿Que te pone verde
algún crítico? El tiempo le pondrá amarillo a él.” –advierte en la página 122.
Nuestro autor también aborda la metaliteratura en sus poemas “que sirven para
ir/ y para volver/ de ninguna parte a ti mismo,/ o al revés” –apunta en la
página 124.Y como él mismo le dice a la poesía y lo reconoce en la página 221:
“Si no te hubiese conocido/ mi vida sería otra”, pero por suerte para todos
tropezaron la una con el otro, y hoy tenemos para nuestro deleite los frutos de
su romance: una vida azarosa que se ha hecho literatura de la buena. Lo mismo
que le pasará a cualquier lector si abre alguno de sus libros y pasea por ellos.
Opiniones
de lector
Custodio
Tejada
5 de
diciembre de 2017