LA ESPAÑA VACÍA DE
SERGIO DEL MOLINO: UNA CELEBRACIÓN LITERARIA.
LA
ESPAÑA VACÍA. VIAJE POR UN PAÍS QUE NUNCA FUE. De Sergio del Molino
Editorial
Turner Noema. 294 páginas, en tres partes y con una coda de explicaciones no
pedidas.
Como dice Sergio del Molino en el
artículo “El juicio final. Reducción del campo de batalla” aparecido en el nº
49 de la revista Eñe, primavera de 2017: “Si me resisto a la metáfora de la
literatura como campo de batalla donde unos escritores luchan contra otros no
es tanto por mis sentimientos ecuménicos ni por mi mala memoria…, sino porque
no quiero verme envuelto en una pelea de perros por un trozo de carne” o de
buitres que diría el poeta Jesús Montiel. Sergio continúa diciendo en el mismo
artículo: “Prefiero parecer un ingenuo o un imbécil antes que asumir la
metáfora de la batalla. Si quisiera pelearme, no me habría metido a escritor”.
Y añade: “Envidio a los Welles de mi mundo y procuro guardar las distancias con
los caniches ladradores y territoriales, siempre dispuestos a orinar en la
esquina en la que te apoyas para expulsarte de ella”. Palabras que suscribo y
hago mías.
Como “un apóstol o un misionero,
solo en su predicación” abres el libro y afrontas la lectura de La España
vacía, y en cierta medida te sientes como el autor, “Legendre, Unamuno, Azorín,
Machado y tantos otros, al situarse en medio del paisaje, se sienten solos.
Dolorosamente solos” y aunque no “salvas tu alma” sí comprendes la soledad de
tu geografía y quizá de tu lectura. Este ensayo es un vivo estímulo “que
favorece la expansión de la fantasía, el ennoblecimiento de las emociones, la
dilatación del horizonte intelectual, la dignidad de nuestros gustos y el amor
a las cosas morales que brota siempre del contacto purificador…”(página 140)
que diría Giner de los Ríos si lo hubiera leído, un buen paisaje para perderse
en su lectura y a la vez para encontrarse en la memoria colectiva de un país
que siempre está por descubrir porque siempre anda con complejos no superados (negándose
a sí mismo) y con demasiadas puñaladas traperas. Y camino va, Sergio del
Molino, de ser uno de los pocos sabios que en el mundo (España) han sido, y así
lo demuestra la acogida que está teniendo este libro. Y si “la mayúscula es la
forma ortotipográfica que tiene el castellano de sacralizar las palabras” –se
dice en la página 140, permitidme que os recomiende encarecidamente la lectura
de LA ESPAÑA VACÍA. VIAJE POR UN PAÍS QUE NUNCA FUE.
Si Andrenio afirmó que “el ensayo
está en la frontera de dos reinos: el de la didáctica y el de la poesía, y hace
excursiones del uno al otro”, Sergio del Molino ha poetizado su saber, como
diría Eugenio D’Ors. “La España vacía no parece tanto un país extranjero como
una dimensión desconocida” –dice el autor en la página 157. La España vacía es un
viaje o un libro extraordinario y entretenido, un verdadero deleite para los
lectores de ensayo. Y permitidme que divague porque el libro lo exige, por lo
que dice y por cómo lo dice. A veces con lógica inductiva y otras con lógica
deductiva nos desmenuza y expone su teoría con coherencia y sabia pedagogía.
Adentrarse en un ensayo es buscar un camino nuevo de conocimiento, acceder “a
la verdad entendida como una forma de mirar que aspire a ver lo que se
encuentra ante los ojos y no lo que se espera encontrar” –se dice en la página
129. Buscar la verdad que todo ensayo persigue exige lanzarse al río como hizo
el labriego en la página 130 para impregnarse del paisaje: “Me lanzo también al
río… floto con las orejas dentro del agua. Mis oídos oyen el río y mis ojos ven
los pinos de la orilla, el puente y un cielo con nubes algodonosas, No se puede
estar mejor. No hay baño más fresco que este”, y eso es lo que hace Sergio para
reinterpretar la realidad, y al hacerlo la ha hecho más creíble, más veraz, ha
contribuido con su luz personal a iluminar mejor nuestra historia. Todo junto
al río Ladrillar. Y como un buen “desladrillador”
abre puertas y ventanas en muros que parecían inexpugnables para que se
ventilen las estancias de la España vacía (que se intuye rota y expoliada) y de
la España llena (que se intuye prepotente, déspota y avasalladora), aunque es
la supervivencia y la transmutación de nuestras plagas a lo largo de la
historia lo que también nos sorprende y define, especialmente si las comparamos
con lo sucedido en nuestro entorno europeo. Entre “las dos digestiones hay dos
países extranjeros que, aunque ocupan el mismo lugar en el mapa, no se parecen
en nada” nos dice en la página 131.
En
la página 167 nos cuenta una anécdota histórica acerca de una pregunta que le hizo
Heine a Gautier: “¿Cómo se las va usted a componer para hablar de España una
vez que la conozca?”. Y a esta pregunta le responde Sergio del Molino de forma aguda
y certera, casi dos siglos después, al escribir La España vacía, un ensayo que
se hace paisaje y literatura, “es una construcción, una mirada” (página 200). La
magia de este ensayo radica en que el autor convierte a los lectores en
viajeros del tiempo y del espacio.
Nos
dice en la página 72: “La España vacía está en los mitos domésticos y está en
la literatura. Por eso no es un territorio ni un país, sino un estado
mental” o “España… no era tanto un país
como una idea” –en la página 168, y un sentimiento añado yo, he ahí su
debilidad y su fortaleza al mismo tiempo. Un país construido a fuerza de mitos,
tópicos y leyendas, unas románticas y otras negras, ya sean made in Spain o importadas. La España
vacía, de la que nos habla Sergio del Molino, forma parte del paisaje interior
de todos los españoles, rurales o urbanos, ya que procedemos de los mismos
páramos y esa impronta ha quedado grabada en nuestro ADN de emigrantes y
colonos. Un país siempre visto e interpretado a través de ojos ajenos y
extranjeros, como la influencia que tuvo el libro Voyage en Espagne de Théophile
Gautier. Y tal vez por eso, necesitamos de los extraños para conocernos mejor, ya que le hemos dado
ese privilegio y esa credibilidad que a veces nos negamos a nosotros mismos,
porque nos gusta vernos con “mirada cruel y desdeñosa” hasta inventándonos la
traducción que más conviene a nuestro discurso si es preciso. Y como “el mito
es un logos, una palabra en la que se hace presente la verdad” que diría José
Carlos Bermejo y Fátima Díez; Sergio del molino nos acerca a ella, a la verdad
de la España vacía y de la llena, que como nuevo mito podemos deconstruirlo y
reconstruirlo, siempre sujeto a nuevas reinterpretaciones, hasta dar con el
quid de nuestra esencia, sentido que necesita ser desvelado.
Puede que Sergio del Molino, lo
mismo que Azorín, también esté “afectado por un estado alterado de conciencia”
(página 188) y haya escrito este ensayo porque ha sido elegido por el espíritu
peninsular para anunciar una verdad revelada, a modo de profeta y visionario.
“El punto de partida es el Gran Trauma, el éxodo de mediados del siglo XX cuyas
consecuencias directas aún están vivas. Termino este ensayo con otro ensayo (de
la misma manera que la España vacía es un país dentro de un país) en el que
dibujo España como una casa llena de fantasmas. Fantasmas reales que no admiten
exorcismos.” –nos dice en la página 53. También nos dice que su “trabajo es
literario, y la mirada que lanzo a la España vacía es la propia de un escritor
que la ha pisado, la ha conocido, la ha vivido, la ha amado y la ha leído.
Propongo un viaje a través del tiempo y del espacio de un país insólito que
está dentro de otro país”, como un viaje a otra dimensión. “El campo se vació
de pronto, mientras Madrid, Barcelona y Bilbao duplicaron y triplicaron su
tamaño” (página 61). Y lo que te queda claro es que se vació una España para
llenar otra, y ahora igual da Madrid que Barcelona… porque ambas junto a otras
ciudades hurtaron al resto su porvenir, ya que se ha construido un país en
contra de los pueblos y su futuro. Difícil tarea pues vertebrar hoy día un
territorio y un país tan centrifugo y descastado como el nuestro. Unas veces
desde “hipótesis fantasiosas y heterodoxas muy variadas” y otras desde “fuentes
documentales” el autor se enfanga en un análisis atrevido que no te deja
indiferente. Nos dice el autor en la página 135: “No es nuevo que los pueblos
miren con desprecio, miedo y odio a unas ciudades que, cuanto más crecen, más
desprecio, miedo y odio inspiran”, pero paradójicamente en nuestro momento
actual parece que es al revés, son las ciudades las que se sienten expoliadas
para mantener a los territorios sumisos y yermos de esa España vacía, que ya
esquilmaron y ningunearon en el pasado, y que hoy miran con cierta nostalgia y
cierta envidia; porque en algún sentido se han invertido los papeles de la
historia, y la dolida España ahora es la urbana (o llena) en contra de la rural
(o vacía), a la que consideran parasitaria de sus logros y de sus beneficios y
a la que miran como mera expansión de sus intereses, pienso yo.
Quien elige el vacío también elige
el silencio, y no es aconsejable coger la parte por el todo, a este ensayo hay
que devorarlo de cabo a rabo para sacarle todo su jugo. Este ensayo, como un
árbol, retrata una época, que lo mismo hinca sus raíces hacia el pasado, que
ensancha sus ramajes en el presente como proyecta el sombraje de sus hojas
verdes hacia el futuro. Y ojalá no sea usado para perpetuar ninguna leyenda
negra ni ninguna alegoría de éxito social, sino para aprender a conocernos
mejor, y avanzar así en la justicia y en la modernización de todo el territorio
español sin distinciones ni fronteras pero respetando nuestra variedad y
pluralidad. Y ojalá superemos tantos dramas y traumas al ser esta España
nuestra un eterno “territorio de emigrantes y silencios” (página 77). No sólo
nos encontramos con un análisis socio-político… sino también con un estudio
literario-cultural de la época que abarca La España vacía y del enfoque con que
aborda el ensayo: “El abismo que separa la España llena de la España vacía es
demasiado grande” o “Son demasiados siglos de mirar al campo con una misma
crueldad”-nos dice en la página 81.
Sergio juega a ser un narrador
omnisciente y lleno de dinamismo expositivo que convierte el renglón en camino,
y todo lo dispone como un demiurgo que busca recrear una memoria y un pasado
reciente, incluso todavía presente en muchos planteamientos, ya que él
“encuentra señales esotéricas y se contagia de la mística” rural para
exponernos pedagógicamente su punto de vista y rescatarnos así de nuestra
ignorancia, página 133. “Algo pasó a finales de la década de 1980 en aquella
España tecnopop y finalmente europeizada. El ingreso en la Comunidad Económica
Europea en 1986… se vivió como la ruptura definitiva con el problema de España.
Ya no habría más Unamunos ni Ortegas ni Marañones. Ya no más Machados
melancólicos” –nos dice el autor en la página 75. Y habría que añadir que ahí
no queda la cosa, porque ahora ha venido Sergio del Molino a dar una vuelta de
rosca más si cabe, y ha rascado en la herida nuevamente para demostrar que todo
ha sido un espejismo más, de tantos que hemos tenido. Porque “No hay desapego
más grande y definitivo que el que siente el hijo de la estepa por su cuna o la
de sus padres” o “… los españoles tienen el deseo de huir” –dice en la página
190, quizá porque no se contó con ellos para estar y cambiar el porvenir. Desde
nuestra perspectiva actual el ensayo La España vacía es algo exótico y
original, en el que Sergio del Molino, que se sueña un Charlie Parker en
pijama, se convierte en un predicador depositario de una verdad y nos habla con
la rotundidad de un evangelio, el suyo, con el que quiere hacernos partícipes
de su viaje/experiencia a través de su “mano sarmentosa” y sabia y de sus pies
viajeros. Sergio busca conocer mejor su país, España, y estimula la reflexión
del lector con su discurso expositivo y argumentativo para establecer con él un
diálogo, dejando libre el pensamiento para que fluya en muchas direcciones y el
lector pueda tomar cartas en el asunto.
Cuando lees La España vacía te das
cuenta de que puedes intervenir en tu propia salvación y no eres un sujeto
pasivo ni un mero espectador o un oyente solo, sino que te sientes parte activa
del relato que se completa en ti; ya que todo ensayo lo que hace es convertir
al lector en un laboratorio de su hipótesis, y en este caso por el número de
lectores que el ensayo va teniendo y las expectativas que ofrece podría
afirmarse que el experimento está dando resultado y su evangelización va
ganando fieles edición tras edición. En el ensayo persiste una cierta idea de
redención al poner en valor sus puntos de vista que apuestan por hacerse verdad
revelada y salvífica. La España vacía inventa un paisaje argumental confiando
en que los lectores le darán el acabado que necesita para convertirse así en
una interpretación más o menos fidedigna de la realidad estudiada, que se eleva
como una simbólica silueta del Moncayo: “confluencia mágica en la que los tres
grandes reinos cristianos se (funden) en una ceremonia pagana que los (ata) a
las raíces ibéricas” –nos dice en la página 156, como este ensayo que pudiera
parecernos “exótico, atávico, sobrenatural” y patriota, pero que es mucho más.
A una parte de España (o a toda) nos
impregna una “moral de derrota”, un “sustrato antiurbano de ideología
tradicionalista o carlista”, y que nos hace seres paradójicos, ya que como les
pasa a Valle-Inclán o a Ciro Bayo se reclaman como “parte de un movimiento que
tenía como uno de sus objetivos principales destruirlos” –nos dice Sergio del
Molino en la página 209. Y es que la autodestrucción nos seduce a los
españoles, por lo que de provocación y rebelión tiene, tarea a la que estamos
dedicados en cuerpo y alma desde siempre (quizá por herencia de los visigodos).
Quizá porque pensamos que una vez destruidos nos reconstruiremos de otra manera,
mucho mejor y más perfecta… Los españoles no tenemos mayor enemigo que nosotros
mismos, nos encanta posicionarnos con fanatismo los unos contra los otros y
buscar la diferencia más que la semejanza, la descalificación más que el
halago, la división o la dualidad antes que la unión, el privilegio más que la
igualdad y la solidaridad… Y paradójicamente, por lo que sorprende este ensayo,
es que mirando al pasado parece que viéramos el presente y adivináramos el
futuro de una gran nación llamada España que está condenada per saecula saeculorum a no entenderse
consigo misma. Quizá porque vivimos con el corazón partío, como diría el
cantante, obligados siempre a dejar de ser lo que somos y lo que fuimos (parte
de esa España vacía) para ser lo que otros quieren que seamos, una nueva
generación de folio en blanco de esa España llena con la que a veces no nos
identificamos pero en la que no queremos desentonar para no seguir siendo más
víctimas. Y para colmo disfrutamos negándonos quizá porque escondemos otros
intereses más espurios, y es que una parte de nosotros busca la pureza
inmaculada de nuevos proyectos nacionales para alejarse de los errores
históricos y de las derrotas que España ha sufrido, como vía para superar
frustraciones tradicionalistas, de cargas y complejos de culpabilidad que
nuestra historia nos ha dejado en nuestro ser más profundo, y que aunque nos
vayamos en busca de nuevos “Dorados” siempre viajarán con nosotros. Todavía en
la genética de muchos de los que viven en la ciudad circula el Gran Trauma de
la España vacía, y de otros traumas que por asociación nos vienen a la mente,
esa derrota y pérdida que supuso la emigración, más entendida como exilio de
una identidad y una intimidad robada para siempre. Esto en cuanto a los que se
fueron, porque los que se quedaron y padecieron tanto o más que los otros,
buscan ser contados desde la dignidad, el esfuerzo y la honradez de la
resistencia, ya que todos quieren huir de lo vergonzante. Nos habita un
complejo de culpa. La España vacía y la España llena también han provocado unos
ciudadanos rotos, desde la conciencia o desde el subconsciente. Por una parte
están vacíos, y han sido “rellenados” con otras nostalgias que no son las suyas,
ni familiar ni culturalmente hablando. Han tenido que reinventarse para
adaptarse. Los han obligado a tener unos planteamientos que han asumido como
propios, cuando en realidad su “genética total” es forastera en esencia, pero
el olvido y la renuncia a seguir siendo es el precio que tienen que pagar para
ser aceptados, para ser considerados de pata negra y vivir en paz sin más
exclusiones ni menosprecios, como ciudadanos de primera.
Hay algunos pensamientos que como
sinestesias, me llevan de una época o otra, y me pregunto si no seguiremos en
la actualidad viviendo en “montes inverosímiles y en los yermos más feroces”
del pensamiento de nación que tenemos. “Como esa forma de nacionalismo que
consiste en amar el país a través de la suela de los zapatos” –nos dice en la
página 135, así, de la misma forma, al recorrer renglón a renglón este ensayo consigues
re-conocer la España más moderna y contemporánea, y te ayuda a comprenderte
mejor a ti mismo como producto-resultado de esa dicotomía de la España vacía
(rural, interior, despoblada, serrana, antigua, yerma, pobre, cateta…) versus la
España llena (urbana, poblada, productiva, exterior, marítima, moderna,
glamurosa, cosmopolita, rica…). “Las excursiones eran un acto de amor, una
peregrinación a lugares santos” –se dice en la página 137, y eso es también
este ensayo, una peregrinación a nuevos espacios de pensamiento que buscan una
nueva Jerusalén y una nueva Meca para dar sentido a nuestro ser como habitantes
de un territorio, y por tanto partícipes de una esencia y de un estar en el
mundo. Y una reflexión me viene a la mente, como cada día nos desconocemos más
los españoles (de una comunidad y de otra) ¿Se puede caminar por España hoy
sintiéndose español, o en alguna medida nos hemos retrotraído a antes de la
Restauración? ¿Será necesario volver al excursionismo como herramienta
pedagógica para hacer país? Lo digo por el desconocimiento que tenemos los unos
de los otros, y siempre forjado en medias verdades, en tópicos y en envidias, y
que da como resultado el que nosotros mismos sigamos siendo nuestro peor
enemigo, el Gran Trauma que nos (des) habita tantas veces y nos impide ser
compatriotas sinceros, puesto que siempre miramos de reojo al que tenemos al
lado.
La España vacía no tiene pinta de
que sea un ensayo escrito “por poderes”, como pudiera haber sido la película
documental de Buñuel “Las Hurdes: tierra sin pan” o el libro “Les Jurdes” de
Legendre en francés, y tampoco sabemos si va a influir mucho en su tiempo como
aquellos; aunque sí sabemos que ya van más de sesenta mil ejemplares vendidos,
y eso es algo importante en este país que se dice que no se lee. Nos dice
Sergio en la página 117 que “Nadie vio la película de Buñuel, como nadie leyó
en España el libro de Legendre, pero ambos, película y libro, se convirtieron
en soportes de un mito”. Ojalá este ensayo no corra la misma suerte e influya y
cale su mensaje, tanto en letra como en espíritu. Ya que España siempre se
encuentra en la misma encrucijada, el problema de España siempre “trata de una
lucha entre quienes creen en el estado y quienes aspiran a destruirlo o a
cambiarlo por otro” –nos dice el autor en la página 121.
Nos pregunta el autor en la página 235, refiriéndose
a un artista argentino: “¿Qué busca Cristobal Repetto en el desierto? Un
anclaje, quizá. Tiempo y silencio. Puentes entre el pasado y el futuro”,
precisamente lo que quizá necesitamos buscar aquí en nuestro país, entre la
España vacía y la llena, entre la que quiere ir junta o la que desea marchar
por separado, echándose en cara culpas y complejos, en voz alta o desde la
mirada recelosa. “Todos (caminamos) contra las ciudades y sus inercias… y
(acabamos) más pronto que tarde viajando al vacío de (nuestro) país, porque la
parte habitada suena a hueca y sabida para (nosotros)” “(explorando) los
orígenes familiares y geográficos… desde el prestigio y la aclamación” o sea,
“volver al pueblo” –nos dice Sergio del Molino en la página 237, y aquí está el
quid de la cuestión. “El imaginario de la España vacía ha sido construido desde
fuera… Nunca ha sido dueño de sus propias palabras. Siempre ha estado contado
por otros” (página 251).
“Si un vicio de los entusiastas es su tendencia a
exagerar” –nos dice Sergio del Molino en la página 145, intentaré ser comedido
esta vez, y solo diré que “La España vacía: Viaje por un país que nunca
fue” es un ensayo que va más allá de un
“viaje curioso e impertinente” y aunque pareciera ser en algún momento “un
lamento por el desierto y la falta de árboles” alcanza una mirada de ardilla
que “podía cruzar la Península de Irún a Cádiz” saltando de argumento en
argumento, deshaciendo mitos, porque al explicarnos nos reinventa y nos
reinterpreta en la soledad del paisaje, desnudándonos en bastantes momentos,
hasta hacernos tambalear y fijar así el paradigma que sustenta este ensayo: El
mal de Maritornes (página 181). Nos gusta hablar mal de nosotros mismos, ya sea
por desconocimiento o con mala fe, y tirar piedras encima de nuestro tejado
común. Porque después de leer este ensayo “lo que queda, lo que se transmite,
es, ciertamente, un decir” (página 241), ya que la inmensa mayoría de este país
es “víctima del éxodo rural” y “es normal que busquemos pasados mitológicos que
nos expliquen o que nos consuelen de la liquidez feroz que se derrama alrededor”.
En el ensayo buscar esa España vacía es buscar el útero que nos cobija a todos,
nuestra lengua materna, el paisaje que somos porque “somos esa España vacía,
estamos hechos de sus trozos” y “es la única forma plausible de patriotismo que
queda para un español” –dice en la página 248. Y si “desde 1975, los españoles
se han desentendido de España” ¿qué podemos esperar como nación?, ¿será quizá
porque España “(forma) parte de un país extinto al que nadie (quiere)
regresar”? (página 250), al que quizá le echamos siempre la culpa de nuestro
atraso secular o porque quizá nuestros complejos no superados ni asumidos nos
han hecho unos cobardes cuya meta principal es la comodidad, olvidando que una
nación se construye con sacrificios pero también con reconocimientos y
homenajes.
Nos deja algunas perlas metaliterarias que también sazonan
el texto: “Casi nunca hay cosas nuevas en la literatura porque su historia
consiste en una actualización y una refutación cíclica de los mismos mitos”
–nos dice Sergio del Molino en la página 225. “Y llegó allí donde toda la
literatura aspira a llegar, al alma de los lectores” –añade en la página 76, que
es donde llega este ensayo; porque a su “historia le conviene que lo sea”, una
obra literaria y un nuevo mito, “como señal que da sentido a todo” y lo celebra.
Y es que este ensayo, al estilo de la Institución Libre de Enseñanza de
Francisco Giner de los Ríos, con su fluir didáctico y su retórica, renueva
nuestro modo de ver y entender la historia moderna y contemporánea de España.
Me vais a permitir que ahora haga un popurrí de
citas ya que encontramos reflexiones muy interesantes, y que como vasos
comunicantes nos llevan a otros pensamientos donde el tono de las palabras dice
mucho: “El carlismo… fue la venganza de una España que empezaba a vaciarse
contra la España que empezaba a llenarse” –página 190, o “Cuando los
nacionalistas vascos y catalanes empezaron a construir sus edificios
ideológicos a finales del siglo XIX, se encontraron con que los carlistas ya les habían hecho casi todo
el trabajo” –añade en la página 209, lo que parece describir nuestra realidad
más genuina y en la que parece que todavía estamos, salvando las distancias y
los nuevos matices. “La tradición no es más que una mentira compartida como si
fuera verdad y transmitida con modales religiosos, como tan bien sabía hacer el
carlismo” (página 218). Hay algunas comparaciones poco acertadas como “para los
jóvenes aldeanos… echarse al monte en una carlistada equivalía a emprender la
yihad para un musulmán de hoy”, pero que quizá puede dar luz de por qué surgió
ETA, Terra Lliure… y que apunta a un ingrediente en nuestra convivencia que se
ha escondido, que es el odio acumulado, y que durante los últimos años no ha
hecho más que crecer, porque la transición la hemos usado más para incidir en
lo que nos separa que en lo que nos une. También dice: “La constitución de las
autonomías se escenificó no tanto como una avance hacia un estado moderno y
democrático, sino como una restauración de instituciones usurpadas” (página
210), citas que nos invitan a pensar que algo se hizo mal en nuestra transición
al apostar más por las tijeras que por el pegamento. En Madrid y Barcelona
(quizá como arquetipos de esas dos Españas eternamente enfrentadas para asombro
del ahora) sucedía lo mismo y se aprovecharon de las mismas ventajas en contra
del resto, fueron las grandes “receptoras del éxodo de la España vacía” –página
225, a la que fagocitaron, no solo demográficamente, incluso falseando la
historia si es preciso, para saciar sus hambres expansionistas y modernizadoras
que todavía hoy dura, y sin la cual no serían lo que son.
Si partimos “de la premisa del tiempo detenido”
encontraremos una aclaración para entendernos mejor a nosotros mismos, a esa España
vacía y a esa España llena que nos (des) habita y nos (des) protege al mismo
tiempo, pero sobre todo nos explica, desde la “teología del paisaje” ya que
“pone las cosas en leyenda”. E igual que el estado o la patria “no puede
existir sin la irracionalidad de los mitos”, este ensayo no alcanza su grandeza
hasta que no lo interiorizas en ti mismo, lo proyectas en el pensamiento
formando parte de él y consigues que los mitos sobre el paisaje traduzcan tu
sed de pertenencia a esa España muchas veces desconcertante y esquiva. El día
que los españoles de las dos Españas, del norte o del sur (porque la España
vacía y la llena están más allá de lo marcado por Sergio del Molino), estemos a
la altura de este ensayo y nos pongamos en la piel del otro, sin excepciones ni
desertores, otro gallo cantará, otra realidad más justa y equitativa nos hará
más patriotas, como diría Unamuno; aunque sea redescubriéndonos en círculos
concéntricos, ya sea desde Madrid, Barcelona, Bilbao, Sevilla, Valencia o desde
el pueblo más pequeño y recóndito de España, sin insidias ni menosprecios y sin
calumnias, pero juntos, porque España no es el problema sino la solución. Una
última cita nos puede cohesionar como país más que cualquier discurso actual: “mirar
en los rincones de la España vacía de los que procedemos es mirar dentro de
nosotros mismos” para “recrear el mundo perdido de nuestros abuelos y
bisabuelos” (página 239), y eso es lo que hace magistralmente este ensayo:
vernos desde dentro con orgullo. Más allá de la introducción, del desarrollo de
sus ideas y nos guste o no el resultado de las conclusiones que proyecta, La
España vacía nos toca de lleno y nos explica, es un punto de partida para
entendernos mejor y avanzar con paso firme hacia un futuro en común desde el
autoconocimiento y la aceptación del otro. Y aunque por el número de páginas
que he escrito, más que opinión o reseña parece un ensayo de otro ensayo, lo
que pretendía era solo aportar mi granito de arena a un libro que me ha gustado
leer y que recomiendo.
Custodio
Tejada (20 de junio de 2017)
http://custodiotejada.blogspot.com.es/