LA PIEL DE LA
INTEMPERIE de Juan José Castro Martín
Editorial Nazarí. 124
páginas
Cuando lees a un autor, en cierta medida, estás leyendo
su biblioteca y las lecturas que han cimentado su bagaje de escritor. Por sus
venas, o sea, por sus renglones corre la sangre de los libros que ha leído y la
impronta de otros autores que van dejando un reguero de huellas, como una luz ultravioleta
impregnada en sus textos, de una manera
más explícita o menos, pero siempre latente y clarificadora para
entender el resultado creativo. En este caso, con Juan José Castro Martín y con
La piel de la intemperie, su último poemario, esto que digo sucede de una
manera mucho más clara. Al leer este libro nos convertimos en huéspedes de un
corpus poético, en inquilinos de un mismo edificio en continua construcción a
través de nuestra singularidad. Un poemario lleno de instantes que te llevan a
La piel de la intemperie, que no es otra que la piel de la palabra que se hace
(des) presencia corpórea y homenaje a muchos autores. Hay momentos de la
lectura en la que la intemperie parece
estar tanto afuera como adentro, o sea, a un lado y al otro del espejo que es
la piel, donde además de envolverte también te habita como intersticio entre
sueño y vigilia. La piel de la
intemperie no es una torre de Babel, pero sí podría entenderse como un ágora de
la Grecia clásica en la que resuenan los ecos de muchas gargantas y con los
que Juan José Castro dialoga y establece
vínculos. El texto se enriquece constantemente con su intertextualidad, y es en
esa relación del texto con las referencias y las citas donde los versos o la
prosa del poeta cobran sentido y se hacen faro, por lo que hay que tener en
cuenta el texto pero también el contexto que lo enmarca para comprender el
discurso global del libro.
Si “una reseña es un autillo…” nos dice el poeta en la
página 49, esto que yo hago no pretende ser, por supuesto, el concierto de
ningún ruiseñor, quizá una opinión de lector a lo sumo, ya que el autor se
siente “un espíritu errante incomprendido” que ansía la resurrección de la
poesía en los lectores; una declaración de intenciones que va más allá de los
poetas, de los críticos, de los periodistas e incluso de los pájaros. En su
decir “todo resulta resumible” (página 50) y a la vez rehace la realidad con
cada palabra que sale de su tinta-trino, llena de cierto hermetismo y bastante
metaliteratura. “Comentarios/ artículos, reseñas, entrevistas” se puede leer en
la página 51, con juegos de palabras: “los expertos se tornan en espectros” se
dice en la página 42 con cierta resaca. Juan José Castro “En su consumación
quisiera(s)/ ser traducido al humo,/ al idioma del pájaro que nunca/ … habrá de
retornar a sus fronteras” (página 48), porque con cada nuevo libro su límite se
expande sin caer en lo ya dicho, sin repetirse, ya que siempre busca los
confines de lo inefable. Fusionando ciencia y poesía nos dice en su poema
Antipoética: “una especie es un número variable/ de errores sometidos a unas leyes/
de evolución certeras, discontinuas.”, dejándote en el posgusto cierto sabor a
manifiesto literario.
La piel de la intemperie es un poemario con un marcado
poso culturalista que insufla un aire erudito y a la que algunos podrían tildar
de elitista, aunque lo interesante es que cada cual puede hacerse el traje de
su lectura a la medida que quiera y combinarlo como mejor le guste según su
fondo de armario. “No basta con vivir, habrá que inventar lo vivido” –dice en
la página 35, y así nos introduce en “el
vértigo de existir”. “Morir es un juego
de espejos” (página 86). Atravesar este libro es como atravesar un espejo en el
cual renaces en un acto de fe, y al abrir
los postigos del alma desde su reflejo ve a los demás, igual que al mirar a
los demás termina viéndose a sí mismo. Una
hermosa polifonía de destellos en la que Juan José Castro ejerce como director
de orquesta. “Únicamente la poesía vuelve más real la realidad” –nos dice en el
prólogo Pablo Acevedo. La lírica fluye por los cuatro costados de la página
convertida en trampantojo. Y conforme avanzamos en la lectura del poemario nos
damos cuenta que juntos con el autor “somos nosotros creciendo como sonido –a
veces tan puro-“ (página 38) las aves que emergen y se sumergen en el devenir
poético de La piel de la intemperie, al comprobar que la lectura se convierte
en un punto de encuentro. “Porque existir es frecuentar una y otra vez las
mismas ausencias”, y eso es también la relectura que este libro tiene, un
volver a existir para descubrir nuevas estancias y tener “más luz, más luz, más
luz” como nos dice en la página 58.
Julia Kristeva dice que: “todo texto se construye como un
mosaico de citas, todo texto es absorción y transformación de otro texto”. La
piel de la intemperie es un poemario lleno de alusiones y (des)presencias que
convierten el proceso creativo de Juan José Castro en un eco coral entre la
experiencia interior y las palabras y su nexo con la nostalgia que es
“cementerio y paraíso de una memoria inventada (e inventiva) que solo progresa
a fuerza de regresiones, hasta su definitiva dilución en la nada seminal de los
recuerdos” –nos apunta Pablo Acevedo en el magistral prólogo que abre el libro.
Shakespeare, Goethe, Rimbaud, Darwin, Verlaine, Faulkner, Rilke, Juan Ramón
Jiménez, Nietzsche, Fray Luis, la Biblia, Camús, Kundera, Kafka, Wallace
Steven, Emilio Prados, Vicente Aleixandre, Alejandra Pizarnik, Heinrich Böll,
Thomas Mann, José Ángel Valente, Fichte, Marx, San Juan de la Cruz, Parménides,
Heráclito… Muchas referencias/ecos que nos insufla el don de la
intertextualidad a cada paso, por lo que el caminar se hace lento y lleno de
resonancias, ya que cada cita es una confluencia con la que hay que dialogar y
reflexionar para seguir avanzando.
Y
es que abrir las páginas de este poemario, algo existencial, es “ir hacia la
fragancia del jazmín y quedarse deliciosamente ciego” –se dice en la página 40.
Intertextualidad y hermetismo impregnan este libro, incluso algunas gotas de
surrealismo lo perfuman. Y aunque en algún momento sus poemas te pueden parecer
algo repentistas, para nada, es trabajo e inspiración lo que fluye. Unas veces
en verso o prosa poética, otras con poemas de extensión más larga o más corta,
con heptasílabos o endecasílabos o con versículos, con puntuación o sin ella;
pero siempre con un ritmo planetario que suena como un mar de latidos. Y en
medio, como una perla en una ostra o un faro, un soneto: “en cuyo ascenso el
cuerpo acaba” en un aullido y su eco. Y si este libro puede que sea “un traje
demasiado estrecho para tanta sombra” como nos dice el poeta en la página 54;
ya sea como sueño, insomnio o pesadilla nos atrapa y no nos suelta. “Somos la
reverberación de nuestros pasos” apunta, y al terminar la lectura de este
poemario te sientes como una crisálida que al final despierta de su letargo
transformada en otro ser pero con la misma carne desencantada.
“Levitar
o hundirse, esa era la cuestión” (página 102), y en este punto sucede la
metamorfosis, la mariposa decide volar para expandir mejor sus alas en las
fronteras del sueño que alumbran sus dos ángeles. Y “¿Piensas quedarte aquí?” –nos
pregunta en la página 38, y no se queda ahí. Juan José Castro Martín echa a
volar en lo más alto del pensamiento y así lo demuestra La piel de la
intemperie.
Custodio
Tejada
7
de junio de 2017
Opiniones
de lector