EJEMPLARES VIVOS A LA LUZ DE LA LUNA de Josefina Martos Peregrín. Por Custodio Tejada
OPINIONES DE UN LECTOR.
EJEMPLARES
VIVOS A LA LUZ DE LA LUNA de Josefina Martos Peregrín. Editorial Amarante. Una
novela (con reflejos de ensayo) de 284 páginas, 38 capítulos/relatos repartidos
en dos partes. En “Punto cero. ¨Reflexiones y reflejos”, la primera, que va de
la página 11 a la 153, hay 19 capítulos. En la segunda parte, “la cara oculta”,
que va de la página 155 a la 282, otros 19. Una dedicatoria: “Para Juan Manuel,
el más feliz de mis espejos”. Dos partes que funcionan como un espejo, a un
lado Eva Petrovna y al otro su reflejo, Josefina. Comienza con una cita de Jean
Cocteau: “Los espejos son las puertas a través de las cuales la muerte va y
viene”. Un libro que refleja un
laberinto de palabras/espejo por donde la autora entra y sale en “una
proyección del yo” que se hace nosotros. La propia autora se refiere a este
libro como un “caleidoscopio escrito”. En cierta medida es también un viaje por
el lenguaje y las lecturas. Dice la orientalista-espiritualista Alexandra
David-Néel: “he ido al corazón de la espesura por senderos inverosímiles”, y
eso es lo que ha hecho Josefina Martos para escribir este libro. Convertirse en
un conjunto de personajes femeninos que entran unos dentro de los otros como si
fueran muñecas matrioscas con reflejos de novela coral. En mi modesta opinión,
a Josefina deberíamos prestarle más atención lectora, sabiendo que ella misma
nos aconseja en la página 160 cómo debemos ser sus lectores: “sobra cualquier
tipo de erudición, basta con leer y seguir el hilo de lo que iré contando”.
Asegura el poeta José Luis Morante que “El trabajo
crítico jamás se sustenta en la gratitud ajena; sería un ejercicio de
frustración perpetua. Es una labor de aprendizaje y enriquecimiento personal”.
Comparto la cita de cabo a rabo. El escritor barcelonés Enrique Vila-Matas mantiene que “la
autoficción no existe; es una redundancia”. “A partir del Materialismo
Filosófico de Gustavo Bueno es posible construir una Teoría de la literatura de
naturaleza racionalista, científica, crítica y dialéctica, cuyo fin es la interpretación de las Ideas objetivadas
formalmente en los materiales literarios. La Teoría de la Literatura es el
conocimiento científico de los materiales literarios. Y su fin es demostrar que
la Literatura es inteligible” –mantiene el profesor de la Universidad de Vigo
Jesús G. Maestro en su trabajo “El estatuto de la Teoría de la Literatura como
ciencia de la Literatura ante la Teoría del Cierre Categorial”. Y añade: “Puedo admitir que la Teoría de la
Literatura sea una ciencia –minimalista– , al lado de ciencias –maximalistas–,
como la Matemática o la Física, sin duda, pero no puedo aceptar que se le
niegue, sin más, un estatuto gnoseológico o científico, porque desde las
poderosas exigencias que impone la Teoría del Cierre Categorial de Bueno sí es
posible reconocer en la interpretación de los materiales literarios un sistema
conceptual definitorio, clasificatorio, demostrativo y modélico, capaz de
construir, codificar y operar con términos, relaciones, referentes y
estructuras o esencias literarias objetivas, y, en consecuencia, de segregar,
también rigurosamente, operaciones, fenómenos, autologismos, dialogismos e
incluso normas”. El cierre categorial de la literatura no se completa o está
cerrado el proceso hasta que autor, obra, lector e intérprete o transductor ejercen cada uno su
labor ineludible, en una regresión y progresión permanentes, “donde los hechos
nos conducen a las ideas y las ideas nos remiten de nuevo a los hechos… De este
modo, interpretamos, es decir, intervenimos en la materia, con formas cada vez
más sofisticadas, construidas a partir de los mismos materiales –en este caso literarios–
que estamos interpretando”.
“Ejemplares vivos a la luz de la luna me ha parecido una
novela singular, también algo experimental en muchos aspectos, pues no sigue
una trama lineal. Es un caleidoscopio de historias… El espejo como metáfora es
el elemento que unifica y da entidad a todas ellas. Es un relato cargado de
erudición, con una prosa cuidada, salpicada de imágenes poéticas, llena de
reflexiones filosóficas” –escribe Carmen Hernández Montalbán en la revista
Absolem. Miguel Arnas Coronado comenta
en el periódico Ideal: “Cuando uno comienza la lectura de esta novela evoca la
tendencia iniciada por Sebald de mezclar ensayo con ficción. Solo que aquello
sobre lo que aquí se ensaya es lo oculto, lo misterioso, lo irracional… esta
novela no es de terror y ni mucho menos de género. Es literatura de altos
vuelos”, “ya conocíamos la labor de Martos Peregrín como cuentista,
verdaderamente encomiable, con una prosa rica y fluida. Aquí nos sorprende con
una obra original y que excita el pensamiento”. Y César Rodríguez de Sepúlveda
dice que “es una apasionante incursión en el inquietante mundo de los espejos.
Desde su misma estructura, ya que todo el texto está construido sobre los
centelleos que intercambian dos narradoras, espejo la una de la otra, reverberando
las palabras de una en las de otra, y haciendo que nos cuestionemos la
fiabilidad de ambas… En esta estructura duplicada y duplicante se inserta un
racimo de historias”. En la contraportada del libro leemos en la sinopsis que
“reflexiones y reflejos nos alumbran en la indagación de un misterio que
fluctúa entre la locura y lo imposible, mientras asistiremos a las aventuras
vividas por personajes diversos, tan llamativos como cristales de colores, en
una historia hecha de historias que combina la fatalidad de los espejos rotos
con la azarosa belleza de las flores de caleidoscopio”.
Josefina Martos Peregrín, cuyos “sueños a veces
transcurren con subtítulos”, en una entrevista concedida a Javier Gilabert para
Secreto Olivo confiesa que “con cada libro sufro, río, me desespero, viajo,
indago, disfruto”. Y con este “sentí una acuciante necesidad de reflexionar
sobre conceptos íntimamente unidos al espejo: la verdad, la apariencia, la
identidad, el doble, el misterio, la posibilidad de otras dimensiones, la
máscara, la locura”. Ejemplares vivos a la luz de la luna “muestra diferencias
notables con obras anteriores; en concreto, una mayor extensión, la hibridación
de géneros (narrativa, ensayo, lírica, autoficción” y el papel decisivo de
elementos metaliterarios”. Dice la orientalista-espiritualista Alexandra
David-Néel: “he ido al corazón de la espesura por senderos inverosímiles”, y
eso es lo que ha hecho Josefina Martos para escribir el viaje iniciático de
este libro. Pero por mucho que digamos la autora aconseja en la página 160 que
“sobra cualquier tipo de erudición, basta con leer y seguir el hilo de lo que
iré contando”.
La autora, como una gestora de logística inversa, hace una
recogida selectiva de residuos o de “productos vividos” y aprovecha todos los
materiales a su alcance para reutilizarlos, reciclarlos, rediseñarlos, para
desmontarlos y volverlos a montar con nuevos embalajes a modo de una sala de
despiece o de espejos. El libro es un acto de transmutación constante, de
prestidigitación y ventriloquía. También tiene algo de psicofonía. Un narrador
omnisciente nos acompaña desde el principio, aunque también evoluciona, a veces
de una forma autodiegética, homodiegética o heterodiegética. Como no podía ser
de otra forma también atisbas en ella reflejos de una novela coral, donde los
personajes de las historias secundarias también actúan como narradores, y cuyo objetivo
primordial es jugar con el lector formando un gran salón de espejos y de
reflejos. En ningún momento se pierde el ritmo. El argumento presenta la acción
con relatos intercalados, documentos adjuntos, testimonios, viajes, diario… Una
dedicatoria abre el primer reflejo: “Para Juan Manuel, el más feliz de mis
espejos”. Comienza con una cita de Jean Cocteau: “Los espejos son las puertas a
través de las cuales la muerte va y viene”. En “Punto cero. ¨Reflexiones y
reflejos”, la primera parte, que va de la página 11 a la 153, hay 19 capítulos.
En la segunda, “la cara oculta”, que va de la página 157 a la 153, otros 19.
Dos partes que funcionan como un espejo, a un lado Eva Petrovna y al otro su
reflejo, Josefina. En la primera parte habla “Eva Petrovna, periodista y
parasicóloga”, pero en la segunda “la cara oculta”, habla “su albacea
literaria, su compañera invisible, la otra”. Y en el capítulo “No soy la misma”
la autora se nombra a sí misma: “Yo me llamo Josefina Martos, coautora de esta
novela caleidoscópica, un volumen de magias, una especie de grimorio que recoge
fórmulas y ritos, procesos de cocción en marmita lenta y recolección de
ejemplares vivos a la luz de la luna”. Lo que nos manifiesta, una vez más, el
espíritu juguetón de la escritora y la voluntad de hacer cómplices de sus
“andanzas literarias” a los lectores. En la segunda parte nos previene de que
“aparecerán dos magas”: Alexandra David Néel y Helena Petrovna: “me relaciono
con ellas a través de sus escritos, para mí la mejor forma de relación”
–advierte. Dos médiums narradoras, pero un solo libro, una novela con destellos
de ensayo. Además la autora intenta también explicarnos su modus operandi como
narradora a través de un “método holmesiano”. El libro, en especial la parte
final, presentada como un diario, nos introduce en la liturgia de la muerte
como un camino y vía de revelación. ¿Podría entenderse como otro paralelismo/reflejo
más, un “entierro celestial” en el que la autora/rogyapa ofrece su cuerpo
literario a los buitres/lectores/intérpretes en un festín tibetano y budista?
(página 264) En cualquier caso la novela es un tributo a la escritura y a los
viajes.
Palabras cóncavas y a la vez convexas consiguen crear una
atmósfera/espejismo envolvente que llevan y traen al lector en volandas del
misterio. Sorprende la magia de los nombres y de las menciones, colocados ahí a
caso hecho, como si fueran agujeros de gusano. Aparecen en el texto muchos
nombres que actúan como espejos intertextuales: Valle Inclán, Indiana Jones,
Apolonio de Tiana, Alberto Magno, Madama Blavatsky, los hermanos Grimm, Plauto,
el Fantasma de la Ópera, Narciso, la ninfa Liríope, Tiresias, Frankenstein,
Moby Dick, Drácula, Bécquer, Poe, Lovecraft, “Marcelino, pan y vino”, Max
Estrella, Alejandro Sawa, Mr. Hyde, Orson Welles, Rita Hayworth, Rodolfo
Valentino, Almanzor, Francesca Woodman, Peter Pan y su “legión de fantasmas
párvulos”, Goya, Shakespeare, Diego Fint, Cristo, San Pablo, Corintios, Agustín
de Hipona, Iker Jiménez, Rilke, Dylan Thomas, Miguel Ángel, Cervantes, Don
Quijote, Sancho Panza, Ana Frank, Los Beatles, Rodin, Perséfone, Alexandra
David Néel, Kaspar Hauser, Hitchcock, Ingmar Bergman, Edith Piaf… Pero el
texto, como si fuera una galería de los espejos, también está lleno de lugares
a los que nos teletransporta: Callejón del Gato, Madrid, Córdoba, Nunca Jamás,
Cuesta Moyano, Ikea, Hades, Laguna Estigia, Hélade, Roma, Medina Azahara,
mezquita, Elche, sumeria, Egipto, España, Inglaterra, Praga, Grecia, India,
Rabat, Montevideo, Tíbet, Versalles…
El texto, además, está salpimentado con una retahíla de
aforismos que pueden dejarte un rato congelado en tu propio pensamiento: “No
existe objeto ni saber que el género humano utilice del todo bien, porque nada
puede ir bien mientras nuestra curiosidad sea mayor que nuestro respeto” (p. 35).
Otras con gran sentido del humor y fina ironía: “Lástima no entender lo que
dicen las moscas en su zumbido, cuántas citas de moscas filósofas, tan cultas y
bien voladas, nos perdemos” (p. 42). “Mientras estamos vivos nos vemos inmersos
en la vanidad del ser, en la nada multiforme y no podemos evitar el ensueño, ya
penoso, ya feliz, pero siempre engañoso y transitorio” (p. 52). O “en un espejo
siempre hay más de lo que vemos” (p. 28).
En el libro se mezclan personajes y autores en
un encuentro espectral digno del mejor espejo literario. En él también viaja un
canon/equipaje, el que la autora/lectora ha elegido para esta novela/viaje.
Porque lo que nos propone Josefina, una gran viajera, no es otra cosa que un
viaje, un viaje espectral a través de la palabra y las ideas. La autora, con un
ojo crítico de Gran Hermano que todo lo ve, va desmenuzando una “realidad
especular” que es intemporal, por lo que tiene de visionaria. La narradora
omnisciente, como si fuera una vidente, nos guía y nos lleva de la mano por la
novela a través de su fina ironía y el suspense. Nos aguardan distintas
historias dentro de la historia, como muñecas matrioscas que encajan unas
dentro de las otras. Como Espejo hambriento, que da fe de que toda realidad es
un reflejo fragmentado de espejos rotos, igual de fragmentado que nos presenta
el argumento de esta novela, que bien podría funcionar como un libro de relatos.
O la del espejo veneciano.
Si toda lectura es un punto de encuentro, este libro
resulta que es una calle o una plaza en la que puedes sentarte a ver pasar la
muchedumbre y a ti mismo entre ellos, en un juego de espejos mutantes. Varias
preguntas te surgen conforme vas adentrándote en su espesura: ¿hasta dónde
autora y protagonista coinciden y divergen (Eva Petrovna y Josefina)?, ¿hasta
dónde se solapan “identidad y máscara”? La palabra/concepto espejo (aderezado
con toques filosóficos, históricos, teosóficos, literarios…) es el hilo de
Ariadna que la autora ha elegido para dar sentido al conjunto, pero también
para hilvanar el argumento antes de coser cada capítulo con el título final,
que suena en cierta medida a aquellos grimorios antiguos o bestiarios de la
Edad Media.
La autora/protagonista escribe desde el principio
pensando en el lector, al que lo introduce en el texto de una manera
“espectral”, como un espejo más, y así podemos leer en la página 43: “Vaya, me
doy cuenta de que acudo al lector en apelación expresa, ¿un truco para
involucrarte a ti que lees mis peripecias? ¿Existes? ¿Diálogo con un lector
inexistente en la esperanza de que algún día exista?...”. A la autora le gusta
jugar, establecer una especie de yincana en la que el lector se sienta
protagonista de su propio juego. También está presente el cine, como otro
espejo más. Así hace referencia a “La dama de Shangai”, “Marcelino, pan y
vino”, “Jhony Guitar”, “Planeta Prohibido”, “Como en un espejo”. “El cine, en
sí, es un espejo: refleja la sociedad, sus pesadillas y deseos, su visión de la
vida e invención de la Historia” –dice en la página 50. Dios y las religiones
actúan como otros espejos más: “esa metáfora que hinduismo y budismo llaman
Maya, la Ilusión” (p. 52). Una carrera de relevos parecen los distintos
espejos. En sus renglones percibimos los rastros de las constelaciones
familiares y de Freud: Refiriéndose a Hixam relata en la página 66 que “y ríe
como lo que es, un niño perverso a cualquier edad, enfermo de inmadurez
crónica, caprichos insaciables, conciencia culpable y terror infantil. Así lo
percibo en mi visión: así lo han hecho su propia madre y Almanzor”.
Es
un viaje interior, pero también un retrato social o un retrato de época, donde
toca distintos temas: la maternidad, la muerte, el viaje, el tiempo… Pero
también es un viaje metaliterario y metapoético: “Frecuento a Borges y me crie
con cuentos de todas clases” –confiesa en la pag 58, o, “los poemas pueden
actuar como palabras mágicas, y probablemente lo son, pero tal vez no bastan,
tal vez debería…” –expone en la página 157. La autora también ejerce la crítica
literaria: “nunca han visto a Alicia. Yo sé por qué, porque Lewis Carroll era
un farsante, un adulto que no sabía nada de la infancia y se limitaba a
utilizarla” –comenta en la página 151. O cuando habla de Peter Pan en las
páginas 70 y siguientes o en la 168 y siguientes, planteándonos un ensayo. “Milton,
en El paraíso perdido transforma la religión en poesía y la poesía en religión;
con esta metamorfosis salvaguarda la libertad” –exhorta en la página 229.
Cuando
leemos y comprobamos la habilidad que tiene Josefina para nombrar y
personificar, comprendemos que además de narradora, es también una gran poeta
con sentido del humor. “Ciprés Insomne”, “año del Algarrobo que Nunca Llora”,
“Castaño Incomprendido”, “Manzano Dormilón”, “Magnolio que Huyó del Parque”… Lo
que nos demuestra el espíritu juguetón de la narradora que actúa muchas veces
como esos martinicos traviesos y bromistas.
El
paralelismo con su “efecto espejo”, entre otros muchos que los hay, es para mí
el gran recurso de esta novela, “de esta relación literaria y vital” –apunta en
la página 172. Se establecen paralelismos entre Eva Petrovna y Josefina (con su
relación epistolar, o de alter ego), entre Josefina y Peter Pan, el Nunca Jamás
y el Hades, Homero y Virgilio, Novela o conjunto de cuentos, filosofía teosofía
y religión, realidad y ficción, texto y vida, entre pasado y presente, entre
imaginación y biografía, entre la vida y la muerte, entre lo humano y lo divino.
“Esta
novela en exceso compleja y, para colmo, semiajena” –como la define la propia autora en la página 177, tiene algo
de mirada atrás, también de unas memorias sui generis. Eva-Josefina nos
advierte del juego: “lo que para mí es literatura, para ella es biografía”. La
autora, con un fino sentido del humor, seduce y desarma al lector. Basta con
asomarse a su alegato exhortación contra el demonio de la grasa y el colesterol
para comprobarlo (páginas 122 y siguientes, 188) “Parafraseando la reina de
Blancanieves, le pregunto al espejo mientras me peino: <
espejito, espejito, di la verdad por favor, ¿hay alguien más tonta que yo?> Gracias
a Dios no contesta” –podemos leer en la página 223. Porque como dice la autora
en una entrevista: “el sentido del humor y la ironía aligeran y liberan el peso
del drama”.
Las
palabras anzuelo que la autora va esparciendo por el texto con un gran poder de
imantación nos van seduciendo hasta dejarnos postrados ante su escritura de
altos vuelos. “Reconociendo mi carácter de tiquismiquis con las palabras,
caprichosa con la sintaxis y maniática de la concisión y la sintaxis” –confiesa
metaliterariamente la autora en la página 167. Así: “reflexión-espejo,
especular, caleidoscopio, estanque o balsa de mercurio, espejo líquido, fuente
de azogue…” invitan al trance. La lectura permite que uno se mueva como en una
especie de plano astral “de manera que cada lector pueda creerse descubridor
del secreto” –dice en la página 93.
Qué
es la escritura sino un espejo que no siempre refleja a quien escribe o a quien
lee, sino a todo el mundo. Es importante cazar a lazo estos “Ejemplares vivos a
la luz de la luna”, porque “necesitamos la magia” de una escritora como
Josefina que consigue con sus renglones hacer una metempsicosis literaria de
observaciones, vivencias y reflexiones. Parafraseando una cita del propio libro
podríamos decir que es una novela que “me entretiene, me fascinan sus
aventuras, sus viajes por el mundo material y el mental”. Y es que de alguna
manera, la literatura para Josefina ha sido un plan de huida: “la necesidad de
huir para poder vivir” –leemos en la página 172. Es un libro lleno de guiños,
de nombres, de juegos, de magia, de espejos… Josefina da muestras sobradas de
ser una excelente retratista. Si todo el libro puede leerse como un gran
retrato de época, lleno de descripciones,
página a página se van alternando la prosopografía y la etopeya hasta
conseguir una especie de museo de lentes y espejos, un álbum casi fotográfico
de “Ejemplares vivos a la luz de la luna”. Un lugar mágico a caballo entre el
grimorio y el bestiario. Es un libro para disfrutar de lo lindo, idóneo para
releer, porque con cada nueva lectura el idioma de sus espejos/espejismos puede
ser otro distinto. Y cuidado con los destellos/reflejos que también encandilan.
Y sin desmerecer a nadie, Josefina no es una autora que trata temas por
encargo, escribe lo que quiere sin pensar en los premios o en los
reconocimientos, pero podría publicar en cualquier editorial por mérito propio.
Es mi opinión.
Opiniones de un lector
Custodio Tejada
17 de diciembre de 2022
https://custodiotejada.blogspot.com/
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