DEVORALUCES de Ángel Olgoso. Por Custodio Tejada.
DEVORALUCES
de Ángel Olgoso. Editorial Reino de Cordelia. 134 páginas y 14
textos/relatos/poemas/ensayos por sólo 14,95 euros. Primera edición de marzo de
2021. El libro aparece numerado en el lomo con el número 140 de la colección.
Impreso en papel cien por cien libre de cloro y considerado como reciclable. De
tapa blanda, está vestido con todos los ropajes que un libro puede llevar:
cubierta, sobrecubierta y faja. Dos imágenes alegóricas ilustran el libro y nos
invitan al desdoblamiento: una primera ilustración en la cubierta titulada
“Elohim creando a Adán” (1975) de William Blake y otra en la sobrecubierta que
es la que primero se ve, “Lámina 12 de América a Prophecy” (1795), también de
William Blake. El colofón nos despide con otra imagen suponemos que también de
William Blake. En la contraportada se nos avisa que el autor “se despide de un
género que ha cultivado durante cuarenta años con fruición imaginativa y
estilística”. La faja, en perfecto camuflaje con la sobrecubierta, nos pone
sobre aviso: “El esperado regreso de un gran maestro del relato fantástico”. En
la solapa una foto del autor/rector del Instituto Pataphysicum Granatensis,
casi de perfil, con la barbilla levantada y una mirada hierática o holmesiana
que se pierde en lontananza, y una nota bibliográfica. Cuatro páginas de
cortesía de color tierra al principio y cuatro al final, las de en medio con el
logotipo en blanco de la editorial. El libro es un collage de lecturas y de
libros, de emociones y sentimientos, de homenajes y deferencias, de metáforas e
intertextualidades. Un libro biblioteca, la de sus lecturas, quizá “una
alegoría de la fertilidad”/felicidad lectora/vividora del autor, que desde el
principio huele a despedida, a homenaje, a tributo y a regalo. Y aunque es un
texto narrativo, poético, metaliterario, metafísico, ensayístico… ante todo, es
un libro de amor correspondido: a su amada, a su oficio, a su vida, a los
recuerdos, a los libros, a sí mismo, a sus lectores…
DEVORALUCES
de Ángel Olgoso. Editorial Reino de Cordelia. 134 páginas y 14
textos/relatos/poemas/ensayos por sólo 14,95 euros. Primera edición de marzo de
2021. El libro aparece numerado en el lomo con el número 140 de la colección.
Impreso en papel cien por cien libre de cloro y considerado como reciclable. De
tapa blanda, está vestido con todos los ropajes que un libro puede llevar:
cubierta, sobrecubierta y faja. Dos imágenes alegóricas ilustran el libro y nos
invitan al desdoblamiento: una primera ilustración en la cubierta titulada
“Elohim creando a Adán” (1975) de William Blake y otra en la sobrecubierta que
es la que primero se ve, “Lámina 12 de América a Prophecy” (1795), también de
William Blake. El colofón nos despide con otra imagen suponemos que también de
William Blake. En la contraportada se nos avisa que el autor “se despide de un
género que ha cultivado durante cuarenta años con fruición imaginativa y
estilística”. La faja, en perfecto camuflaje con la sobrecubierta, nos pone
sobre aviso: “El esperado regreso de un gran maestro del relato fantástico”. En
la solapa una foto del autor/rector del Instituto Pataphysicum Granatensis,
casi de perfil, con la barbilla levantada y una mirada hierática o holmesiana
que se pierde en lontananza, y una nota bibliográfica. Cuatro páginas de
cortesía de color tierra al principio y cuatro al final, las de en medio con el
logotipo en blanco de la editorial. El libro es un collage de lecturas y de
libros, de emociones y sentimientos, de homenajes y deferencias, de metáforas e
intertextualidades. Un libro biblioteca, la de sus lecturas, quizá “una
alegoría de la fertilidad”/felicidad lectora/vividora del autor, que desde el
principio huele a despedida, a homenaje, a tributo y a regalo. Y aunque es un
texto narrativo, poético, metaliterario, metafísico, ensayístico… ante todo, es
un libro de amor correspondido: a su amada, a su oficio, a su vida, a los
recuerdos, a los libros, a sí mismo, a sus lectores…
Para
leer un libro hay que estar atento y tener ganas, buscar el momento propicio es
importante, pero afrontarlo con la misma ilusión que un niño juega en un parque
de atracciones resulta imprescindible. Situémonos por un momento en nuestra
época, aquí y ahora, en abril de 2021. Imaginemos una “Nintendo”, un “Xbox” o
una “PS4”. El lector, como si fuera un
jugador de videojuegos (ya sea Minecraft, Among Us, Fornite, Brawl Stars…) debe
estar preparado para jugar en cualquier mapa (texto), para superar todas las
dificultades y conseguir así todos los brawlers (legendario, épico, mítico,
cromático, especial…). Solo haciéndose con las atrapagemas y las monedas
(pistas de lectura), los puntos de fuerza, las megacajas y los gadgets
necesarios podrá completar la misión: leer el libro como quiere el autor que lo
hagamos y que no siempre coincide con lo que hace el lector/jugador. Todo libro
tiene distintas jugadas y depende de cada lectura el modo en que sucede el fin
de la partida.
A
veces pienso que cuando escribo la reseña de un libro, de alguna manera, me
estoy haciendo un “selfie” con el
autor, una especie de miscelánea viva de palabras y emociones compartidas. Y es
que cuando uno comparte una opinión lectora lo que realiza es un autorretrato
literario en el que ya queda ligado permanentemente a la obra y al autor, de
una forma ineludible, íntima y casi eucarística, osmótica y ectoplasmática.
Opinar
de un libro es como saltar al vacío y dar un grito en medio de una montaña. El eco
amplía la voz y el silencio que viene después se mimetiza con el paisaje y la
mirada. ¿Qué es un autor sino un lector empedernido que necesita escribir para
buscarle sitio y acomodo a las nuevas lecturas? ¿Y qué es un lector sino una
especie de “Thermomix” que pretende hacer una cocina de autor con los
ingredientes que tiene más a mano y que no son del todo suyos? Tengo la
sensación de no haber sido un lector elegido al azar, los libros a veces eligen
a los lectores, son ellos los que seducen. En cualquier caso, cruzar un libro
es siempre como atravesar el Rubicón, ya que cada libro es una pequeña Semana
Santa, el lector muere y resucita con cada nuevo libro, igual le pasa al autor.
Hagámosle caso pues a Ángel Olgoso y como nos dice en la página 120 de
“Devoraluces” “un título, vigoroso, indeleble”, inquietante, metafórico…
“Situemos al lector ante… un libro etéreo y tan inefable que encierre en sí el
mundo fenoménico sin guardar nada… y que vibrará para siempre en el alma del
lector” o bien “Dejemos que el lector… encamine sus pasos… hacia su propia
aventura”, como aconseja en la página 118, invocando el principio de
incertidumbre donde lector y observador se funden en su devenir cuántico, y
empecemos a leer a ritmo de can-can “la lectura de un libro de títulos”.
Si
buscamos en el diccionario el significado del término “clásico”, en una de sus
acepciones leemos: “(Autor, obra) Que se considera como modelo digno de
imitación en el arte o la literatura”. Dice Rafael Narbona en el artículo “¿Qué
es un clásico?” para el suplemento El cultural del diario El mundo (30 de marzo
de 2021): “La mayoría de las obras quedan olvidadas en las cunetas de la
historia, pero unas pocas adquieren el carácter de milagros imperecederos. No
se las considera perfectas, sino necesarias”. “En la Odisea, lo individual
acapara el protagonismo. Ulises no piensa en sus responsabilidades como rey de
Ítaca, sino en su felicidad”. Según Italo Calvino, un clásico “es un libro que
nunca termina de decir lo que tiene que decir, es un libro de relectura, de
descubrimiento constante, cargado de huellas y señales, que suscita
incesantemente…” Azorín manifestaba que “un clásico estático es un clásico
muerto” y para Borges sería un acuerdo entre los lectores. O sea, que podríamos
afirmar que una obra es un clásico cuando se convierte en un modelo de estilo a
seguir, además de definir y atrapar la época en la que fue escrita, como diría
T. S. Eliot. El mejicano Evodio Escalante dice en una entrevista realizada por
Fidelia Caballero Cervantes para bajopalabra.com.mx (28 marzo 2021) que “el
verdadero crítico es el tiempo. Hay obras que en cierto momento deslumbran,
regocijan o apasionan a sus lectores y que luego van cayendo en el olvido,
quizá son como bellas de unos momentos y luego desaparecen, y hay otras que van
perdurando y solicitan nuevas lecturas y en esas nuevas lecturas siguen
encontrando nuevos sentidos, se van actualizando”. Y aunque uno no puede ir de
profeta, ni saber cuál será el juicio del tiempo, de la historia y de los
lectores futuros, sí se puede aventurar y afirmar hoy que Ángel Olgoso es un
firme candidato a proclamarse “Clásico” en la Gala de la Literatura Española.
Encontrar
referencias del libro “Devoraluces” y de Ángel Olgoso, el autor de unos 700
relatos, no es difícil. En la misma contraportada de la sobrecubierta leemos
que “Devoraluces es celebración y reconciliación, un breve catálogo de las
raras dulzuras que puede otorgar la vida, una iluminación profana, un bálsamo
para tiempos inciertos”. Juan Gaitán, en La Opinión de Málaga dice: “Ángel
Olgoso es uno de los autores de referencia del cuento en español” “Devoraluces
es… un inventario de las bondades de estar vivo”. “Todo en el lenguaje de este
escritor tiene sentido, connotación, belleza.” Santos Domínguez Ramos, en su
blog “santosdominguez.blogspot.com”, comparte que “…son algunos de los
significativos títulos de unos textos luminosos de quien es sin duda uno de los
mejores narradores actuales”. Miguel Arnas Coronado nos comenta en una reseña
aparecida en el periódico ideal que “Este es un libro para saborear… La unidad de
esas narraciones es característica y marca de la casa. Marca que consistía,
hasta ahora, en la fantasía, la condensación y un horror suave, un ensueño
inusual”. Y de Devoraluces añade: “En cuanto al estilo, indudablemente poético.
Las metáforas, la elección del lenguaje, los adjetivos, la sorpresa de cada
imagen…” “El tema de los cuentos, si
bien lo tienen, es lo de menos: son las palabras, las figuras e ilustraciones
que se nos presentan como los cuadros de un museo donde todo estuviera mezclado
al tiempo que en riguroso orden”. En el blog de Jimy Ruiz Vega leemos: “Los
cuentos de Ángel Olgoso… Expresan la complejidad de la vida en unas pocas
páginas, produciendo sorpresa y sensación de conocimiento y extrañeza… un
efecto parecido al de un poema.” “Los catorce textos reunidos en Devoraluces
sorprenden al lector por el giro acometido en su narrativa. Los relatos de
ahora se apartan del lado turbador, extraño y sombrío acostumbrados para buscar
otros ámbitos y escenarios más luminosos y contemplativos…” “Un libro de prosa
cuidada y rica, con una voz narrativa cercana e íntima, bien atenta al detalle
de lo que sucede.” También nos apunta Marina Tapia en Facebook que el “sello
intelectual y un tanto hermético” de la obra de Ángel Olgoso, “de una forma
casi mágica, nos hace ver el mundo bajo otro prisma. Tal cualidad tienen los
libros que perduran en el tiempo y sobrepasan las modas”. El propio autor en
una entrevista que le hizo José Antonio Muñoz (“Devoraluces es un mosaico de
géneros, emociones y sueños que se mezclan con maestría”) para el periódico
granadino Ideal (23 marzo 2021) nos dice: “Devoraluces traza un sendero de
claridades. Quise componer un libro acogedor, benigno, abierto a los sentidos,
una celebración de la existencia”, “En Devoraluces he intentado reflejar la luz
habitable de la infancia y de la cal, la visitable de los libros y la
esperanza, la acariciable del amor y la bondad, pero también la mercurial de
los sueños y la crepuscular del pasado”. Y en esa entrevista Ángel Olgoso nos
advierte que le gusta “turbar o emocionar al lector, de robarle bajo sus pies
la tierra de las certezas”.
Irene
Andrés-Suárez (en Wikipedia) destaca que la “narrativa de Ángel Olgoso
constituye un verdadero despliegue de talento, originalidad y perfección y se
sitúa en la línea de aquellos autores que no han necesitado cultivar la
extensión para ser reconocidos como grandes escritores…”. Francisco Jiménez de
Cisneros dice en Todoliteratura.es: “Cautiva al lector con su minimalismo
barroco, con su carácter proteico, combinando lo ideal y lo terrenal, lo
cotidiano y lo infinito”. Dice Daniel Monedero en una entrevista en The
Objective.com acerca de su último libro “Volar a casa” editado en Páginas de
Espuma que “Escribo jugando todo el tiempo con la credulidad y la incredulidad.
Pero no es más que mi forma de ver el mundo: la vida se mueve en esos planos”.
Y eso es quizá lo que ha decidido también Ángel Olgoso, cambiar de plano,
cambiar su forma de ver el mundo con este libro, alcanzar el extrañamiento de
lo fantástico en lo cotidiano. Y aunque su “Conjugación” nos plantee un viaje
iniciático: “Yo grité. Tú torturabas. Él reía. Nosotros moriremos. Vosotros
envejeceréis. Ellos olvidarán”, hay que manifestar que después de leído será
difícil olvidar a este mago/maestro del relato que solo quiere “libertad para
cambiar de género, para cruzar distintos soportes y permanecer en la
encrucijada” p.131, y que es lo que hace de un relato a otro precisamente en
este “Devoraluces”.
Al
principio de la lectura de “Devoraluces” el jugador se puede “bugear” un poco,
sobre todo si está acostumbrado al Ángel Olgoso más sombrío y fantástico. Pero
antes de leerlo linealmente, hago unas catas aleatorias entre sus páginas y de
repente descubro la “pulpa firme pero jugosa que se descubre cuando un melón es
calado con brío por la navaja”. Cuando lees “Devoraluces” especialmente, pero
también cuando lees cualquier otro libro suyo, sus palabras, como “amebas de
luz”, te acercan al néfesch que las habita y actúan como sublimación/justificación
o explicación de un temblor, el de Ángel Olgoso y su peculiar iconografía
literaria. Sus relatos son iconos de una mente erudita, despierta y juguetona,
de una imaginación privilegiada y un saber hacer casi alquímico.
El
título sugerente de “Devoraluces”, como un ser quimérico a modo de destello de
luciérnaga y “canto de alondra” que huele a despedida de Ave Fénix, nos señala
la declaración de intenciones del autor: “No ser el primero en ensayar lo nuevo
ni el último en abandonar lo viejo” –nos revela en la página 134. Y así, desde
el principio, nos lleva a las lindes del misterio y la fantasía a lomos de una
palabra compuesta. “Devoraluces” está escrito al trasluz, como un “espejo
ustorio”. ¿Pero… y si el libro fuera “una alegoría de la fertilidad” y de la
felicidad? El título, como una metáfora, me lleva por sinestesia o serendipia,
no lo sé bien, a la mitología griega y sus monstruos con cabeza de león-vientre
de cabra-y cola de dragón, pero también al Siglo de las Luces, a la Ilustración
y sus fantasmas/mitos o al romanticismo de los seres góticos. Con todo lo que
allí hubo de luz, pero también de sombra, como un cepo a la espera de la herida
brutal que secciona. Incluso hasta cierto punto el título, esa palabra nueva
compuesta de verbo más sustantivo, pudiera significar en lo más hondo de su
significado el nombre de un monstruo bueno, que se alimenta de rayos de sol y
destellos de vida, pero también de las migajas que desprenden nuestros sentidos.
Olgoso, aquí, no busca cualquier luz, sino la luz de la nostalgia, la luz
primigenia, la de la vida hecha sugerencia o recuerdo que proyecta delicadas
sombras chinescas en la mente de los lectores.
El
autor, para alcanzar la Ítaca que nos propone, juega en sus renglones al
“geoescodite”, y nos presenta unas maniobras de “realidad/virtualidad
aumentada” e interactiva. Y así frecuenta distintos géneros, diferentes
registros, y va de lo narrativo a lo poético (encontramos el poemario Émula de
la llama como una isla en medio). Y ya sea en prosa, prosa poética o en verso,
algunos de sus relatos son otros libros dentro del mismo libro, ensamblados con
un efecto matrioska marca de la casa. Formando un “paisaje como gélida ágata”
(p. 47), que a veces incluso nos deja cierto sabor gongorino entre los oídos. Si
en Olgoso cada palabra es una puerta giratoria que más que abrir o cerrar lo
que hace es sugerir, con la adjetivación lo que consigue es delimitar o
expandir la capacidad de asombro o la dosis de misterio, extender su magia,
practicar la alquimia del lenguaje. Un mundo simbólico e iconográfico, casi
onírico impregna su palabrario, que es mucho más que un acuario de palabras o
un acantilado repleto de cantos de sirenas. El territorio “Olgoso” es amplio,
tanto que daría para hacer una gran retrospectiva. Con una veintena de libros
publicados nos damos cuenta que estamos ante un escritor de gran recorrido, con
una trayectoria que lo avala como “uno de los autores de referencia del relato
breve y fantástico en español”. Sus relatos, como iconos de una fe antigua o
como retazos de un grimorio, perduran en la imaginación del lector, en ese
mundo paralelo que va y viene de la realidad a la escritura, de la imaginación
a los sueños. Ahí está Wikipedia y demás artículos de opinión para profundizar
en la figura alargada del autor y su bibliografía. Ángel Olgoso escribe
“paladeando cada sílaba como si fuera esponjoso pan de azúcar”. “Las palabras
pronunciadas” por su pluma se convierten en puertas a otras dimensiones, y como
si fuera Hajdú en su propio cuento, despierta el mundo del lenguaje para
postrarlo a tus pies de lector incansable y paciente.
En
Amazon, enlazado a su portada podemos escuchar y ver un vídeo del autor donde
afirma que “Devoraluces es un libro de relatos cocinado a fuego lento… con él
he dado un golpe de timón a mi narrativa”, si antes se fijó más en lo sombrío,
ahora con Devoraluces entra en un “ámbito mucho más luminoso”.
Varios itinerarios surcan el libro, nos marcan un rumbo.
Uno es las dedicatorias. Abre el libro con una dedicatoria principal, casi como
un aljibe o un parterre: “Para Marina, mi compañera, mi luz”. Todos los relatos
están dedicados a alguien, marcando una ruta sentimental y de agradecimientos:
(a Ángel Olgoso Morales, a Ismael Ramos, a Margarita Osborn, a Roberto Martínez
Mancebo, a mi hija Laura, a mi hijo Ángel, a José Antonio Santano, a Juan
Herrero Cecilia, a Rosana Herrera, a Francisco Javier Guerrero, a Iván T.
Contardo, A Fernando Jaén, a Francisco Bravo). Otro itinerario son las citas y
los nombres que menciona o invoca: Marco Aurelio, Leonardo Da Vinci, Xavier de
Maistre, Conde de Lautréamont, Vincent Van Gogh, William Faulkner, Franz Kafka,
Jorge Guillén, Claudio Rodríguez, Annie Dillard, Pere Gimferrer, Marina Tapia,
Jesús Cotta, Petrarca, Paul Klee… Otro camino son los libros y los autores que
campan por sus páginas, otro sería el hilo temporal o el orden de los textos… Nombres,
dedicatorias y citas como “fanales de cuento de hadas” que proponen “un diálogo
luciente de chiribitas” en el estómago lector.
Dentro
del viaje general, cada relato es otro viaje dentro del mismo viaje, una especie
de diario de a bordo de la mente fantástica del autor y de su travesía vital
escritora/lectora, una sublimación íntima y apasionada de sí mismo y de su
oficio para “ser amanecer y anochecer a un mismo tiempo” (p. 116). Los catorce
textos son relatos proteicos, densos, que beben de todas las fuentes y que se
convierten a su vez en fuente intertextual y biográfica, casi de telaraña o red.
Las referencias al cine, como guiños de un cinéfilo, aparecen en sus relatos.
“Hajdú… que tenía los ojillos maliciosos de Charles laughton, el elegante
cinismo de George Sanders y la esnob pedantería de Clifton Webb” (p.19), donde
lo que no dicen las palabras lo añaden la imagen de dichos actores. Como un
Messi del relato, nos da un centenar de fintas y regates (de personajes y
libros, de quiebros y requiebros, de nombres y aventuras…), en unos cuantos
párrafos nos voltea tantas veces que quedamos a expensas de las exclamaciones y
las interjecciones que tengamos más a mano, pero sin demorarnos mucho, que hay
que tomar aire y seguir el recorrido de orientación que nos ha preparado.
En el relato “Las
luciérnagas” nos ofrece un viaje por la memoria, por los recuerdos del
corazón, que nos acercan a una geografía ya perdida y a unos sentidos ya
lejanos en el tiempo, pero próximos en las emociones y los sentimientos. Brilla
la memoria íntima y el territorio, el homenaje a un tiempo ido, pero presente
al nombrarlo. Una retahíla de lugares ofrecen el mapa de una nostalgia: la
vega, Charca de la Viña, Cruz de los Cigarrones, Cerrillo del Tesoro, El
Salado, Acequia Gorda... Y como “una puñalada de luz” “Hajdú” y el mundo de los sueños, que “Salvo ellos, todo es
ficticio en el mundo”. Con “Fulgor”
y “su dulce conversar” nos apunta el devenir de un senderista que es “una
pleamar de inocencia y cosas menudas”, una pasión por la naturaleza y los
caminos, de la mano de Matteo y El Pajarillo que es la literatura y la vida. En
“La Rosa de los vientos”, su eje
literario, nos hace un homenaje bibliográfico donde aflora el lector que lleva
dentro. El relato, como si de unas cartas náuticas se tratase, nos guía por las
aguas procelosas de la literatura, dejándote exhausto en su viaje. Es un
itinerario lector conducido de la mano de su alter ego Ulises. Lleno de nombres,
mitológicos o no, que resuenan como una letanía, (Polifemo, Cíclope, Crotón,
Ligia –ya sea como sirena o como amada del general romano Vinicio- Laertes,
Paris, Ítaca, vino de Maron, Homero, Nautilus Capitan Nemo Julio Verne, Pequod Mobi
Dick Melville, Swann Vinteuil En busca del tiempo perdido Marcel Proust,
Scrooge Cuento de navidad Charles Dickens, obra teatral de James M. Barrie y la
tripulación pirata - Esmee y Starkey- de Peter Pan –el niño que volaba y no
quería crecer, Alicia en el País de las Maravillas de Lewis Carroll, Bail
Hallward y Retrato de Dorian Gray de Oscar Wilde, la Banda de Tom Sawyer y Mark
Twain, Madame Bovary de Gustave Flaubert, Davy Byrne y James Joyce –personaje y
autor de Ulises, Oskar Matzerath y el tambor de hojalata de Günter Grass, Lázaro de Tormes, don Quijote y el Freeman´s
Journal…). Con el relato “Pelikan” y
su reguero “de ausencias y recuerdos” nos lleva hasta la metáfora de un campo
de concentración y “A la ruina y el desamparo. A las amenazas. A un cielo de
metrallas. A once horas de trabajo diario”. En el relato “Villa Diodati”, con un claro componente metaliterario, nos
introduce (de la mano de Lord Byron, P. B. Shelley, M. W Godwin) en aquel
palacio suizo y en el romanticismo. Y como si fuera un momento literario único
y fundacional de un género literario, Ángel Olgoso le tributa su particular
homenaje de testigo privilegiado en un tour
de force. Allí nos esperan quince escenas visionarias con sus títulos
respectivos, y otra vez sus letanías de perlas geocaches (“lecturas de Tasso y
Coleridge, Phantasmagoriana, El paraíso perdido de Milton, Gibbon, F.
Bonnivard, Voltaire, Rousseau, Madame de Staël, Goethe, Séneca, la Biblia, Nerón,
Calígula, el Ángel Caído y Adán, “un poco de luz y un poco de sombra” p.55). En
“La ilusión del horizonte” un
recorrido/viaje de enumeraciones, frases cortas y simples, uso de puntos y
ausencia de comas y un aluvión de imágenes en tropel en un solo párrafo nos
espera, como si viajáramos en un tren hecho de palabras. En “Okitsu”, como un “festival de Kamo”,
una ofrenda verbal nos transporta a los rituales de la infancia y sus
palabras-milagro, donde rememora el momento en que aprendió “que el silencio es
más elocuente que el sonido, pero las palabras de mi padre… removieron mi mente
y mi corazón”. Aquí se usan oraciones largas y compuestas, y un uso más
frecuente de comas que de puntos, dividido en dos párrafos. “La arena de las historias”, de la mano
del sultán Schariar y Schahrasad, nos hace volar hasta “Las mil y una noches” y
la oralidad de los cuentos, y a toda la intertextualidad que rezuma el fértil reloj/desierto/vergel
de Devoraluces. En la página 73 nos dice metalingüísticamente: “las palabras
eran todopoderosas y, como tales, de una gran persuasión a la hora de otorgar
sus favores: enlazadas unas con otras se convertían en cuentos maravillosos;
solas, en talismanes y fórmulas mágicas”. “El
calendario quimérico de lo que podía haber sido”, como crisálida, nos
engendra “en la hiedra del instante” y su néfesch, nos sumerge en la luz y en
la oscuridad. Y otra vez la letanía de nombres e intertextualidades (Josué,
Ormuz y Ahriman que nos puede teletransportar a Lucifer y Ahriman de Rudolf
Steiner o al Zoroastrismo, Hitler, Gavrilo Princip, Newton, Alarico, reino de
Ugarit, biblioteca de Alejandría, “Cronos no devora a sus hijos”). En el relato
“Medio real” transmutado en Cide Hamete
Benengeli, y por añadidura en don Quijote de la Mancha y en Miguel de
Cervantes, nos catapulta a Toledo y sus calles. Y a los lectores nos convierte
en la burra de Balaam y en Diego Torrearias, quizá para “librarse(librarnos) de
recelos, de los inquisidores”. “Émula de
la llama” no es un relato más. Dos citas abren sus estancias, una de
Petrarca y otra de Paul klee, a modo de écfrasis. Es un poemario de amor
dedicado a Marina Tapia donde va “su voz destilándose en el alambique sagrado
de la poesía”. Un libro dentro de otro libro (efecto matrioska). 22 poemas, dos
en verso y el resto en prosa. Los sentidos y las sinestesias nos encandilan e
hipnotizan. Y al leerlo el autor nos convierte “ipso facto” en lectores
voyeristas, como si Velázquez estuviera pintando “Las meninas”, en este caso,
Ángel Olgoso y sus 22 espejos que nos meten dentro de la escena. Los títulos
nos inician en otro viaje más, el del “erotismo a raudales”: Aljibe,
Aspiración, Bocajarro, Calendario, Diapasón, Estrellamar, Gusto, Lactar, Lamer,
Literatura, Maravilla, Nupcias, Oído, Olfato, Orbes, Parque, Patria, Puerta,
Sudor, Tacto, Vista, Epílogo: Apelativo. Y es aquí donde sucede el milagro y el
autor lo reconoce: “no acierto a definir la literatura; te has mezclado con
ella” p.97. Ahí está la clave. Con esos dos hilos, fundamentalmente, Literatura
y Marina (a partes iguales) (o con los hilos de biografía y de lecturas) ha ido
entretejiendo todo el libro y su horizonte de sucesos, el paño dorado y
luminiscente de su poética, en una perfecta simbiosis. En “Odres nuevos” nos lleva a la Guerra Civil con Társila y Elisio,
con Águeda y Amador, donde “durante tres años, a los hombres se les había ido
cayendo la ceniza del corazón”. Y en la Coda
final, “Nomenclatura Boghini para los
dedos de los pies”, con sus 30 estancias, elabora un ensayo/caminata de
crítica literaria, reflexiones, deseos, explicaciones sobre la escritura, más
homenajes/deudas/agradecimientos... Metaliteratura en estado puro, pero también
metafísica. Nos habla de la página en blanco, de la sintaxis y la gramática. En
él, el autor habla del lector, que él mismo ha sido y es, o sea, que se
desdobla en un “constante principio de incertidumbre”. Y más letanías de nombres en una
intertextualidad de biblioteca (Borges, Leopardi, Nicanor Parra, Benjamin,
Hannah Arendt, Gombrowicz, Thoreau, Blake, Chateaubriand, Savater, Aramburu,
Flaubert, Raymond Roussel, García Máquez…) Solo le ha faltado a Ángel Olgoso
que se transmutara en Alcuino de York y nos dijera como aquél: “Qué dulce fue
la vida mientras nos sentábamos tranquilos entre los libros”, o a modo de
epitafio nos dijera: “Ruega, lector, por mi alma”.
Ángel Olgoso sabe que “el alma se puede curar por medio
de los sentidos” y por el amor, pero también por la literatura. ¿Qué es lo que
nos propone el autor en realidad? ¿Qué es “Devoraluces”? ¿Es el testamento
vital y lector de Ángel Olgoso, su último juego fantástico, la herencia iconográfica
de un autor clásico, o un deseo de compartirse en “el afecto de las almas
afines”? ¿Es un mapa, una ofrenda, un itinerario sentimental y de pensamiento,
un camino hacia la felicidad? ¿Es un quinqué, un incendio, un fuego que quiere
alcanzar el fulgor de la luz y un estilo a seguir? ¿Es un sueño, y he ahí la
paradoja y el acierto, que la realidad es sueño y que la escritura es la mejor
realidad, entroncando así con nuestros clásicos? ¿Y si fuera solo un libro
trampa, de poemas y relatos, un compendio del ser íntimo y juguetón de Ángel
Olgoso o el final de una partida de Brawl
Stars? Una de las herencias más preciadas que siempre deja la lectura de
este autor es la gran fuerza “collage” de esas imágenes iconográficas que deja
impresas en la mente del lector. Se nos dice en la página 70 que “el verdadero
misterio, el verdadero encanto, reside(n) en la belleza de darse a los demás”,
y eso es precisamente lo que hace “de manera fantástica” Ángel Olgoso en
Devoraluces, entregarse a sus lectores y a su amada de una forma divertida y
lúdica. Si tuviéramos que pintar de algún color este libro, ése sería el azul,
no cualquier azul, sino el que se convierte en “un arroyo creciente de
ausencias y recuerdos” de una época que termina “añilándolo” todo “para
siempre”, y también de las grandes presencias que hay en su vida y en sus
lecturas. Pero ésta es solo la opinión lectora de Custodio Tejada y quizá haya
que “anticipar la ejecución de es(t)e pobre ser al que habían sorprendido
leyendo un libro”, para erradicar de una vez por todas el “perecedero poder del
último lector vivo”. Y perdonadme que me haya excitado con la oratoria, pero es
un libro para excitarse y arder en la llama viva del verbo y de la pasión. El
libro-sueño titulado Devoraluces “es suyo. Usted perdone”, amigo lector, yo
solo le paso la vez del efecto matrioska que supone la lectura de un libro como
éste, ya que queda espacio de sobra para recoger el testigo y seguir creciendo
en su hoguera de palabras.
Opiniones de un lector
Abril de 2021
Custodio Tejada
http://custodiotejada.blogspot.com/
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