DÉJAME, QUE LO ESTOY HACIENDO de
Jorge López Vallecillos. Editorial Esdrújula- Dialéctica Ediciones. 255
páginas, un prólogo del doctor Juan Pasquau Liaño, 80 etapas o capítulos, un
epílogo y un “agradezcos y disculpas” que cierra. Y un subtítulo a modo de
reflexión: “¿Quién dijo que vivir es fácil?”.
DÉJAME, QUE LO ESTOY HACIENDO de
Jorge López Vallecillos. Editorial Esdrújula- Dialéctica Ediciones. 255
páginas, un prólogo del doctor Juan Pasquau Liaño, 80 etapas o capítulos, un
epílogo y un “agradezcos y disculpas” que cierra. Y un subtítulo a modo de
reflexión: “¿Quién dijo que vivir es fácil?”.
El
autor, o el protagonista, mejor dicho, George de los viajes, recurre en la
página 204 a una cita de Paulo Coelho que podemos interpretar como el leitmotiv de su aventura, una cita que puede
aportar luz sobre sus verdaderas intenciones a hora de escribir este libro:
“Todo ser humano debe mantener viva dentro de sí la sagrada llama de la locura
y debe comportarse como una persona normal”. George se ubica, entre muchos
otros sitios, en la película “Philadelphia” “entre Tom Hanks y Antonio
Banderas”. Un libro, éste, que se puede leer también como un ajuste de cuentas
consigo mismo y con el mundo en general.
En
la contraportada ya se pone sobre aviso, dice: “En este libro el autor nos hace
partícipes de cómo se va perfilando paso a paso su propia vida, lo que le lleva
a su propio lema para sobrevivir: -Déjame, que lo estoy haciendo-“. El propio
autor nos confiesa en una entrevista concedida a Ideal que “mi libro es un
relato de superación, vivencial” o “que es un canto a la vida”. Eva Monzón
añade que “es un libro lleno de enseñanzas, y esta es la mayor de ellas: -La
vida hay que vivirla con lo que te toque-“ o “paz. Esa es la atmósfera en la
que se desarrolla el relato, con sus altos y sus bajos, sus idas y venidas y
sus batallas perdidas y ganadas”. Juan Pasquau, el prologuista, manifiesta que
“estamos ante una novela que, además de entretener –doy fe de que se puede leer
de un tirón-, consigue imponer una visión optimista de la existencia” o “el
esqueleto de la narración es de carácter dramático, hay sentido del humor… un
círculo vital repetitivo”.
El
libro es una lucha contrarreloj por la vida, donde el protagonista pelea como
un héroe por vencer al VIH, es un canto a la superación, la historia de un reto
personal: vivir a toda costa. Es un libro lleno de ángulos muertos, pero
también de ángulos muy vivos donde todos los caminos conducen a sí mismo, o
sea, al protagonista de esta novela. Claustrofóbico a veces, conforme avanzas
en la lectura convertida en pecio marino, descubres la parte de lector
submarinista que hay en ti y el horizonte se expande hasta que la luz lo invade
todo. Los pájaros se apoderan del lenguaje para dejar atrás la medicación y las
enfermedades. Un relato que cuenta los últimos 23 años de George, que no para
de reinventarse, ésta última vez como escritor.
Sobre
la página 100 sabes que “Déjame, que lo estoy haciendo” es, ante todo, un libro
de viajes, y que el viaje es el mapa que guía todos los demás itinerarios que
el libro tiene. Una odisea que hace del viaje su razón de ser, metáfora del
significado último del libro, un viaje vital y geográfico, que se van
entretejiendo ambos, hasta formar una novela de testimonio, casi un testamento
vital literaturizado. ¿Autoficción, memorias, autoayuda?, una novela al fin y
al cabo que cuenta la historia de un éxito, que no es la de vencer a una
temible y terrible enfermedad, que también, sino especialmente cuenta la hazaña
de conocerse a sí mismo, la de realizar un viaje interior fascinante.
Un
ciclón de acontecimientos nos espera, con una prosa directa y sencilla,
hiperactiva y trepidante, con rápidos vertiginosos y remansos que a veces rozan
la claustrofobia. Un libro donde puedes bucear sin miedo a que te devore la
bicha del aburrimiento, aunque haya algunos momentos en los que la curiosidad
por lo que acontece suba o baje en intensidad o creas que lo has vivido, ya que
algo de reiterativo a veces tiene; pero hay muchos “puntos de inmersión” y
muchos “atolones” en los que poder practicar el buceo esperanzador del ¡sí se
puede! Este libro tiene un personaje principal, George, que es distinto del
autor, Jorge, aunque compartan muchas cosas. Ambos son unos rebeldes con causa.
Un viaje por hospitales, por ciudades, por medicamentos como hilos conductores.
Centro Europa, India, Noruega, Portugal, Egipto y el mar Rojo, Singapur, Cabo
de Gata, Guadix y resto de España, Andorra, México, Francia, Tailandia…Videx y
Retrovir, Norvir, Crixiram, Interferón… medicamentos que llevan escritos entre
sus componentes las huellas de muchas vidas y el dolor de muchos llantos, porque
como se dice en las páginas 196 y 198: “Recuperarme del agotamiento del largo
viaje era mi principal objetivo”, “(encontrar) suficiente energía para estar
bien”.
George
es un hombre con un ego poderoso, siempre dispuesto a estar consigo mismo por
encima de todas las cosas y a pesar de todos los contratiempos. No es este un
libro para justificarse, sino una confesión que acaba siendo una declaración de
intenciones donde el olvido no es sinónimo de arrepentimiento, sino el primer
paso de un nuevo comienzo alejado de la compasión y de cualquier mal rollo.
Cada libro como cada música tiene su momento y su efecto. “Nadar sobre
arrecifes era una buena terapia sanadora” –dice en la página 205, y eso es lo
que al final termina siendo este libro, un arrecife de renglones en el que cada
submarinista lector deberá encontrar su propia recompensa o su descanso.
“Porque cuando hay problemas es cuando hay que darle oxígeno al cuerpo y pasión
al alma” –nos confiesa. Terminas empatizando con él porque George es un experto
optimista que puede con cualquier negatividad que se le ponga por delante,
sabiendo, eso sí, que toda “sanación es un camino largo”. Pero ¿qué busca
nuestro protagonista entonces? La energía también de los lectores. Y aunque en
algunos momentos pareciera un ladrón de ella al final compruebas que es un
generador y repartidor de buenas ondas, ya que este es un libro para
“querer(te) y amar la vida” fundamentalmente.
El
epílogo rezuma “autoayuda” literaria y real, que brota desde la sinceridad de
un testimonio intensamente vivo que muestra un camino. “Todo había tenido
sentido. Tenía una historia que contar” –nos revela en la página 246. La
escritura, con su efecto placebo, como penúltimo paso para la sanación
definitiva y para cerrar el círculo. Y es que cuando llegas a la última página
de “Déjame, que lo estoy haciendo ¿Quién dijo que vivir es fácil?” de Jorge
López Vallecillos te queda la sensación de saber que has sido testigo en
primera persona de una resurrección, y que el resucitado ha vencido a los
elementos convirtiéndose en un luchador (casi un superhéroe) y digo casi porque
los superhéroes son pura ficción y lo que hemos leído no, es la realidad misma,
con sus sutiles gotas de fantasía. Dice George en la página 212 “cuando no
hablas la lengua del sitio transitado, por muy ocupados que tengas los sentidos
en todo lo que ocurre, te pierdes la conversación y en la palabra está la
información y gran parte del aprendizaje”, y eso es lo mismo que pasa con este
libro, hay que estar atento y hablar su mismo idioma para que no perdamos el
compás de su viaje; aunque también puede suceder que al leer digas lo que
George en la página 215: “Debemos continuar el viaje por separado desde ya, sin
fastidiarnos”. Y una pregunta lanza al aire en la página 219: ¿hasta cuándo
merecerá la pena esta lucha? Hasta que tengas ganas de vivir, o de leer, que es
casi lo mismo, te digo.
Custodio Tejada
Opiniones de lector
16 de julio de 2018
DÉJAME, QUE LO ESTOY HACIENDO de
Jorge López Vallecillos. Editorial Esdrújula- Dialéctica Ediciones. 255
páginas, un prólogo del doctor Juan Pasquau Liaño, 80 etapas o capítulos, un
epílogo y un “agradezcos y disculpas” que cierra. Y un subtítulo a modo de
reflexión: “¿Quién dijo que vivir es fácil?”.