EL TIEMPO ES UN LEÓN DE
MONTAÑA de Trinidad Gan. Editorial Visor. 27 poemas, con 9 citas, 20 haikus, 10
tankas y unas “Dedicatorias”.
EL TIEMPO ES UN LEÓN DE
MONTAÑA de Trinidad Gan. Editorial Visor. 27 poemas, con 9 citas, 20 haikus, 10
tankas y unas “Dedicatorias”.
Todo libro termina de escribirse en la mente del lector y
cada vez que un nuevo lector lo lee el círculo vuelve a cerrarse en ese baile
infinito que supone la vida de un libro. Es verdad que toda escritura surge
como resultado de un diálogo previo mantenido con otros autores y otros libros,
fruto de muchas lecturas y de muchas introspecciones. Escribir es aunar o re-digerir.
Dice Alfonso Brezmes: “Homero vio a Dios/…/ Borges leyó a Homero,/…/ Yo he
leído antes a Borges/ y otro me lee a mi ahora./ Así viaja la luz”, y es ese
encabalgamiento de lecturas lo que nos
hace, los que nos define. Así, de igual manera Trinidad Gan es la continuidad
de un itinerario de lecturas y demás vivencias que funcionan como una carrera
de relevos, y cuyo rastro puede seguirse en sus páginas escritas. Hace
referencia a libros, canciones, películas… Y saltando de cita en cita, de poema
en poema, va encabalgando autores e ideas hasta conseguir un libro, donde a
modo de puzle construye su edificio poético.
En una gran entrevista realizada por Xánath Caraza para la
revista Monolito, el 4 de diciembre de 2017, Trinidad Gan, una “lectora ecléctica”
–como ella se autodenomina, dice cosas interesantes que nos acercan a su lado más
interior. Su aliento poético se nutre de lo fragmentario, y “da con el ritmo y
la respiración justa de palabra y pensamiento” –como ella misma dice. Con lo íntimo,
lo ideológico, lo histórico, los recuerdos, la vida, lo leído… con todos esos
ingredientes ella elabora su fragancia lírica. Una poeta que se preocupa porque
no haya “Nulle die sine línea”, ya que sin trabajo la inspiración no es nada.
Para ella la escritura poética “es sobre todo una cuestión de mirada”, “es un
proceso de búsqueda en el que las palabras se vuelven cazadoras, están siempre
al acecho de lo que hay detrás de la realidad. Una lucha necesaria, aunque
muchas veces perdida, por llegar a otro nivel de conocimiento, por nombrar el
mundo y así hacernos cuerpo en él”, o que, “la poesía la hace ser más libre y
menos solitaria”. Cuando se le pregunta cómo comenzó su quehacer literario dice
cosas tan hermosas como “el descubrimiento de que la palabra es siempre un
cuerpo (pues cada una de ellas respira, camina, late, tiene su propio peso y
piel)” y es que su vida es una onda expansiva de palabras, emociones y
pensamientos, todos con una clara vocación de cazadora, de atrapadora del mundo
y sus sueños y de la “intemperie de la memoria”. Trinidad Gan se queja del “ninguneo
en el canon literario” de las mujeres poetas. Ella se está ganando por mérito
propio estar en ese canon.
En la contraportada, Antonio Jiménez Millán, con unas
pinceladas impresionistas y sabias, esboza y nos introduce en el mundo lírico
de Trinidad Gan, donde nos deja un retrato de la autora y del libro. Nos dice
cosas como “Es la suya una escritura clara, de notable precisión” o “El tiempo es un león de montaña mantiene
un ritmo sostenido y en todos sus poemas el tiempo y la memoria dialogan con la
tradición”.
Atendiendo a la numerología y sus significados ocultos El tiempo es un león de montaña está
impregnado de números que no sabemos si guardan un mensaje secreto, voluntario
o casual. Un patrón se repite, el 13 y el 3, que es un número de luz y
movimiento. El poemario está compuesto por un poema inicial que abre como
introducción, y luego hay tres partes. La primera “Noticia del león en las
ciudades” compuesta por 13 poemas, la segunda “Reflejos en un ojo felino”
compuesta por 20 haikus y 10 tankas, y la tercera “Dentro de mí, la fiera”
compuesta por otros 13 poemas. En cierta medida las tres partes podríamos
resumirlas con las tres potencias de la inteligencia humana: memoria,
entendimiento y voluntad adiestradora. Al número tres se le relaciona con el
deseo por la eterna juventud, o sea, por el control del tiempo, que de alguna
manera es uno de los temas más insistentes de este libro. Dos de sus partes
están compuestas por 13 poemas cada una, como si fueran un antes y un después,
separadas por un río de meditación que son los haikus y los tankas. Al número
13 se le relaciona con la mala suerte, pero también se le considera el “número
rebelde”, asociado a actos revolucionarios. Número “evolutivo y kármico que
conduce a un estado superior de conciencia”. Pero también representa un
renacimiento tras la muerte o transformación, que eso es al fin y al cabo el
paso del tiempo, y es este último significado el que quizá impregna (como
sentido último) la intención creadora de este poemario, una nueva percepción de
la “luz y sus matices”.
Una cita de Raymon Carver abre el libro, “Time is a
mountain lion”, precisamente su traducción da título al poemario, que a su vez
es un verso del poema “Una mujer se baña”. Otras citas como las de Margarita
Ferreras y María Teresa León junto a las de Ángeles Mora (como un juego
nemotécnico) de alguna manera enmarcan las pretensiones del conjunto, al menos
en un sentido figurado de este libro-coche que viaja en muchas direcciones. Y
es en sus dedicatorias donde los agradecimientos rinden tributo y homenaje y
saldan deudas, que para eso son las dedicatorias, intertextualidades todas que
van y vienen desde el título hasta las citas para ampliar los significados. Porque
el poemario en su conjunto tiene cierta garra metaliteraria que conecta
felinamente todo el libro. Estas intertextualidades funcionan como una voz en
off que acompañan en la lectura; desde un cuadro de Hopper hasta Bob Dylan
pasando por Javier Egea o el cine y la música… además de las nueve citas.
Desde el inicio, ya con el primer verso, Trinidad Gan nos
previene del riesgo que supone iniciar este viaje. La lectura de “El tiempo es
un león de montaña”, junto a una cita de Ángeles Mora, nos sitúa en un rol de
“raza estafada”. Un viaje sin lugar a dudas, el recorrido que hace la autora, o
al menos así lo pretende, “de un cuerpo, de otra risa que salve mi viaje” –nos
revela en la página 9, que no es otro que un “tiempo en fuga”. La poeta como
“una niña (que juega) con pizarras de vaho” que son sus versos y sus recuerdos,
nos introduce en la dialéctica homérica del viaje. Incluso la elección del
vocabulario nos invita a ello (maletas, coches, trenes, vagones, andenes… He
ahí la paradoja, como dice el título de un poema, un “Elogio de lo imperfecto”
y su belleza que se hace desde la perfección poética que da el buen oficio de
Trinidad Gan, una poeta en llamas. Como un “tumulto de palabras escritas”
–página17, nos acorralan sus poemas. Un león, el suyo, que a veces es
espantapájaros, otras un tren o metralla, un libro o una postal, a veces es
viaje y otras caza o mordedura, “combate perdido”, un “punto de fuga”, un
simple sueño, mudanza, ruido de lluvia, rabia, tormenta, memoria turbia o
“travelling sobre un puente”.
Los versos más utilizados en “El tiempo es un león de
montaña” son los heptasílabos, los endecasílabos y los alejandrinos. Es un
libro repleto de figuras literarias, metáforas, símiles, antítesis como
“llueven certezas falsas” … Es un poemario que deja “la marca de sus garras/
salpicadas en la nieve” de nuestros ojos de lectores por lo que tiene de viaje
interior, desde un presente melancólico hacia un pretérito difuso, donde “ya
todo es mezcla/ de rugidos pasados, cicatrices/ y este falso botín de mi
avaricia” –dice en la página 19. Porque la poeta “levanta un viento oscuro tras
(sus) huellas”, va “tras (sus) oscuras palabras de deseo y nostalgia”, como si
fuera una “testigo de cargo”, que le confieren cierto aire hermético. En la
primera parte del poemario predomina lo oscuro, una luz más apagada donde
habita la derrota, la que apenas ilumina, pero sí destella; un mar de sombras
para dotar de lirismo a la invisibilidad de lo oculto y sus ausencias. “La luz
grita turbia de memoria” –grita en la página 22. Una poeta que se preocupa por
si sus “viejas manos… han apretado el nudo” o han sido patíbulo. Y así nos
lleva a Gaza, a Alepo y a nosotros mismos. Versos que la sitúan como hija de su
tiempo. Un libro, éste, en el que te imaginas a Trinidad Gan saltando de verso
a verso “en ágil y arriesgado parkour” literario hasta conseguir un libro de
extraordinaria factura.
Versos casi aforísticos con visos metapoéticos que, como
ínsulas líricas, agrandan el poema al abrir nuevas estancias. Dice en la página
22: “A veces el poema es un espejo/ y su fondo delata”, siempre. En el poema
delatan tanto las palabras como los silencios, lo dicho y lo callado, porque un
poema no es otra cosa que un cruce de perspectivas que se completan en el
lector. Así los silencios de este poemario son otro viaje dentro del mismo
viaje que, como fantasmas, acompañan al león para dar caza a este mundo “donde
estamos jugando a la cultura” –nos confiesa en la página 25, mientras la vida
ahí afuera es mucho más que poesía. La poeta cuando escribe “pronuncia su sed”,
“aquello que la cura”, creando “otro alfabeto” dentro de las mismas palabras, como
si su mensaje encriptado circulase por su poesía a la espera de un momento más
propicio o “una estrategia/ de signos, de palabras luminosas/ que sirvan para
algo distinto/ a señalar el mundo”. ¿Quizá para cambiarlo, o al menos
intentarlo desde la palabra? No lo sabemos, pero el león continúa con su viaje
irreductible y a veces cómplice.
Trinidad Gan, que convertida en halcón atrapa la poesía y
su consciencia, se convierte en una poeta de la cetrería. Nos arroja sus versos
como monedas en la fuente, como “soldados de plomo” para nombrar lo
desconocido, para desentrañar a la fiera. “Anoche entró en la casa, a buscarme,
la fiera” –ruge en la página 35, a la espera del regreso que el lector le
proporciona al poema, ya que cada vez que es leído “da cuenta de la caza”. “La
palabra es guarida/ para quien caza el tiempo”, su tesoro más preciado.
En “Reflejos de un ojo felino”, la segunda parte del
poemario, convertido en estanque budista bajo la influencia de Matsuo Basho,
nuestra poeta se transforma en un Haijin metapoético para dibujarnos, con
asombro y emoción, su viaje más contemplativo, ese que la devuelve a la
naturaleza de su ser más sensible, conexión que desborda en 17 sílabas o en 31.
En la tercera parte del poemario, “Dentro de mí, la
fiera”, una cita de Piedad Bonett nos deja entrever la mujer que es o en la que
quiere convertirse, “tierna y carnívora”, que… “se devora” a sí misma, verso a
verso, para entregarse al lector. En un poema breve como es “Abrir el agua”, de
la página 56, se puede descubrir la poética en cascada de Trinidad, el magma
literario de su proceso creativo y el truco final que este supone. Porque en
realidad sus manos de poeta, cuando empuñan la pluma sostienen “el corazón de
un pájaro”, la poesía que se hace “plumaje herido” en “la zarpa del tiempo”, su
obsesión feroz. La autora consigue
amaestrar al león fiero, que es el mundo la vida y el tiempo, hasta hacerlo
gato doméstico de sus versos, mansedumbre felina. “Y el león de montaña se
desliza/ como un gato feliz, bajo mis dedos” –nos dice en la página 58. La luz
se torna más brillante y esperanzadora, con nuevos matices y reflejos,
transformada. La poesía es para Trinidad Gan una “moneda al aire” convertida en
metáfora que “no acaba/ nunca de caer” sobre esa “frontera ambigua/ entre
ganancia y pérdida” y que “con un implacable golpe cae, … sobre sus manos”
siempre pendientes del azar que es el vivir. Trinidad Gan, parafraseándola,
como hace ella en la página 70, “ya no puede engañarnos”, se hace ofrenda
repartida entre sus páginas como “piezas de una brújula” donde “trama la
cacería/ de un tiempo por venir”, de una memoria que nos detiene “a orillas del
silencio” para concluir en un sueño, porque “el tiempo es un león de montaña”
que al final se torna en aguacero de versos que “al lector entrega”.
Una última pregunta me hago. ¿Qué quiere cazar la autora
con este poemario? “Una luz derramada que persigo” –revela en la página 37. Eso
es, ansía la luz, no cualquier luz, una luz verídica más allá del día o de la
noche, del tiempo y su conjura; no tanto la verdad como sí lo verídico, que es
de lo que ella puede dar fe porque lo tiene más a mano, ya que la verdad a
todos nos pilla demasiado lejos como para atraparla. ¿Qué pretende nuestra
poeta entonces? Corporeizarse en la palabra, materializarse de otra substancia
en la poesía hasta evaporarse en el lenguaje, transubstanciar su ser al
nombrar, en suma. Trinidad Gan, a través de la cetrería lírica que tan bien
practica en este poemario, consigue nombrar con éxito lo que siente, lo que ve,
lo que sabe y lo que calla, que es la misión última de todo poeta, ser
“pasarela en el aire/ que cruzas cuando lees”.
Custodio Tejada
Opiniones de lector.
25 de mayo de 2018
EL TIEMPO ES UN LEÓN DE
MONTAÑA de Trinidad Gan. Editorial Visor. 27 poemas, con 9 citas, 20 haikus, 10
tankas y unas “Dedicatorias”.