EL MAR Y LOS SIGLOS de
Josefina Martos Peregrín. Esdrújula Ediciones. 252 páginas, 38 relatos, un
prólogo y un “Complemento Colofónico”.
EL MAR Y LOS SIGLOS de Josefina Martos Peregrín. Esdrújula Ediciones. 252 páginas, 38 relatos, un prólogo y un “Complemento Colofónico”.
Una
nueva obra nos convoca esta vez, EL MAR Y LOS SIGLOS, de Josefina Martos
Peregrín, autora con un bagaje literario muy respetable a sus espaldas.
Josefina es poeta, escritora, pintora, fotógrafa… artista en el más amplio
sentido de la palabra. Lo que nos ayuda a verla como es, una mujer formada con
una sensibilidad especial y con un saber erudito. Madrileña de nacimiento,
accitana durante algún tiempo y por tanto de corazón y granadina de residencia
en la actualidad. Ha escrito varios libros de relatos, una novela, un poemario
y ha sido incluida en numerosas antologías de poesía o relato.
Decía
Friedrich Hegel: “El escritor no solo ignora quién es, sino que no es nada.
Solo existe a partir de la obra, pero, entonces, ¿cómo puede la obra existir?”
Por tanto hay que tener cuidado con el ego… para no morir de arrogancia o de
éxito. Pero éste no es el caso, porque Josefina, con un talento literario
preclaro y brillante, es agua humilde que juega. Con cada nueva publicación nos
demuestra que agranda su sombra-faro ya que es una escritora de reflejos, sin
estridencias, y esa es la mejor carta de presentación que un escritor puede
tener, su obra, la excelente obra de Josefina.
El
cuento y los cuentistas, actualmente en España viven un “boom”, un momento
dulce, si no tanto por las ventas sí por las preferencias de muchos lectores y
siguen en aumento, y Josefina está dentro de ese almíbar irresistible de los
buenos cuentistas.
En
el libro que nos atañe, El mar y los siglos, ya el título, a priori, nos
inocula el germen del espacio y el tiempo, la aventura y la sorpresa del
infinito y la eternidad de los relojes transmutados en renglones de arena que
se vacían lentamente en el lector. La simbología del mar y su significado
polisémico nos lleva a la vida, al subconsciente y a los miedos, a lo
desconocido, a los peligros, al sacrificio y su abismo, a la contemplación, a la
inspiración y a los sueños. “El mar que se traga la vida” nos apunta Josefina
en la página 239, en sus notas o “Complemento Colofónico”. “El sujeto principal
de este libro es el yo y el tiempo, manifestados de múltiples formas” –añade en
la página 242. Nos dice también “de esta decepción ante el comportamiento
humano, surge mi deseo de reencarnarme en árbol, aunque para tal menester
prefiero el roble al laurel”, con lo que nos deja claro que la autora prefiere
la fortaleza y la resistencia de su yo al éxito lisonjero de los halagos y de
las prebendas.
Recurriendo
a la mitología y a la antigüedad que tanto le atrae, Josefina/Dafne no se
transforma en árbol, como le gusta tanto el juego y la transmutación, lo hace
en libro, en un logrado y victorioso libro de cuentos, y aunque ella no es
tanto de laurel como de robles duros y resistentes, Josefina pretende
convertirse en una gran fortaleza espiritual y literaria, y así de paso en un testimonio
replicante.
El
libro no tiene desperdicio alguno, y para colmo viene avalado con un prólogo de
Ángel Olgoso que dice cosas como: “La belleza de un libro como El mar y los siglos reside en su condición de
animado tapiz boscoso, rebosante de portentos”… “de escritura sacrificial que
merodea sobre sí misma, transfigurando la lengua”. “Alterna con soltura
estilizados pero potentes microrrelatos y cuentos extensos pero majestuosos”,
“El lector sediento de sensación de maravilla y exigencia estilística
reconocerá en este libro su Grial”, “creación rigurosa, llevado de la mano de
un lenguaje increíblemente sabroso, plástico, vívido”.
Todo
libro encierra unas claves, que no siempre son imprescindibles para su lectura.
Por muchas claves que tenga un libro, cada lector debe buscarle las suyas
propias, que son al fin y al cabo las que satisfacen a cada uno. Esa es la gran
virtud de la literatura, que a cada uno le da su ración de magia.
Literariamente
hablando podríamos decir de Josefina que Grecia (y el mundo antiguo en general)
es su madre, porque “la ama por encima de todas las cosas”, en ningún otro
lugar la autora se siente tan a gusto, quizá porque le da la cobertura y la
inspiración necesarias. Su canto resulta “diferente, nuevo y original, pero
dentro de los límites naturales (del relato)” y deja “una huella imborrable en
(los) oyentes” –nos apunta en la página 32, porque Josefina interpreta “bien su
papel de virtuosa, aunque nunca se adaptó del todo a esa represión constante
del impulso, de la pasión, de la desmesura dramática que (habita) en su
garganta”. Josefina, una Dafne feliz que se estira en sus renglones, con este
libro asume el rol de Ulises, sus relatos son el mar proceloso por el que
navega, y nuestra mente es la Ítaca a la que espera volver para quedarse y para
“jugar a inventar respuestas” –página 38, que siempre nos conducirán al Monte
viejo de la literatura.
Ya
sea con apariencia de animal fantástico o con apariencia de lugar exótico
nuestra autora nos cautiva con su lenguaje exquisito, y aunque todo lo tiene
calculado, como debe ser, deja siempre abierto un resquicio al lector. Y es que
la vida, en sus manos de escritora/sirena la hace: “Metamorfosis del dolor en
melodía, de los sollozos en trinos… en un adagio lento, una salmodia infinita y
enervante… creando un amanecer de resonancias” –dice en la página 46.
En
sus relatos, unos más largos y otros más breves, construidos con maña y con
arte, nos tropezamos con olores y sabores, sonidos y caricias, al fin y al
cabo, con sentidos varios que esparcen su percepción en las palabras,
convertidas en puertas o ventanas que abren o cierran a otras dimensiones de la
realidad, del tiempo y del espacio, que se expande como un bandoneón de
círculos concéntricos conectando pasado con presente, imaginación con realidad,
pensamiento y corazón. Y es que Josefina, ilusionista, dominadora de la eterna
metamorfosis del relato, telépata y homeópta de las palabras infinitas “no
(conoce) mejor oración que un poema. Y no puede (hacernos) regalo más íntimo
que este (libro de) cuentos” al que “no le falta jalea de reina y nata de luna”
–como nos dice en las páginas 57 y 64.
Josefina
construye sólidamente sus relatos. Un libro, por tanto, lleno de exquisiteces
que te harán sentir emociones encontradas, ya sea desde el espíritu goloso de
esa letanía de pasteles inventados en la tienda de ultraterrenos… ya sea desde
la sátira repartida por doquier, algunos con dejes de ensayo y mucho humor,
unos más divertidos y otros más bizarros y reflexivos o metaliterarios, donde
se ríe del oficio y de los oficiantes, o con pinceladas autobiográficas
sabiamente disimuladas... Y a quien no le gusten estos cuentos está condenado
“al Averno cotidiano de una existencia prosaica” -dice en la página 95, porque este libro
rezuma buen gusto, gran oficio y poesía; ya que nuestra autora “Eligió el
español como vehículo idóneo para transportar los más cálidos e íntimos
efluvios de (su) alma” –nos dice en la página 96. Sucesos reales e imaginarios
se entrelazan como si una rueca mágica tejiese una pieza única bordada con hilos
de oro y también de cáñamo. Así es Josefina, una hilandera de las palabras y de
las triquiñuelas literarias como técnicas del despiste y distracción para que
funcione el truco; puesto que a veces resulta difícil “asimilar que en tanta
brutalidad (haya) tanta belleza.” –página 144. Josefina, escribe y
sobreescribe, y nos lleva adonde quiere como una cuerda india, desde una
sonrisa a una corrida de toros, y a través de ellos (de la geografía de sus
cuentos) confirmamos la dosis viajera que atesora nuestra autora, que le gusta
“tornarse puerta de luz” o “mano-e-santa” narrativa; porque sus cuentos, nada
clásicos, como si fueran vasijas llenas de formol conservan la información de
una autopsia realizada por una escritora que convierte las palabras en vestigios
de una civilización nueva y actual llena de reminiscencias y visiones, todo
aderezado con un estilismo singular.
El
“cerebro (de Josefina está) saturado de literatura, de historias, (su) mente
erudita, (su) alma intoxicada de leyendas” “paladea las palabras” y las
reinventa –páginas 191 y 245. Casi siempre en 1ª persona nos asalta y nos
atraca como lectores desprevenidos, con relatos sugerentes que sobrecogen,
inquietan y sorprenden (como el de Baba-Yaga entre otros). Con sus renglones lo
mismo viajamos de Guadix o Las Alpujarras a Japón, que de Grecia a Turquía, que
de Socram a Juan Carlos Friebe o a Lord Byron, o de Egipto a las fiestas de los
toros o a la malafollá trágica y genial del relato patafísico de La libertad
definitiva (página 212)… un sinvivir viajero, que en su fondo, siempre
permanece en el mismo sitio, o sea, en los ojos escudriñadores de Josefina; que
son los vértices geodésicos donde lo lejano y lo cercano se funden en una misma
argamasa, en una misma cuestión de amor propio.
Leer este libro de relatos, en cierta medida es como
dejarse llevar por el vaivén de un oleaje y su tic-tac, y así es como he ido
escribiendo esta presentación, como un oleaje de ideas que van y vienen, que
llevan y traen, que susurran y callan. Y cuando llegué al final de la lectura,
o sea, del libro descubrí “que cuando (se) acaba el viaje (uno) se encuentra en
el mismo sitio y, sin embargo, (ha) viajado muy lejos” agarrado del puño y
letra de Josefina que, si no nos hace “sentir curados al despertar” nos dejará
al menos “conformes con (nuestro) sino”. No os dejará indiferentes porque sus
cuentos son “llamas que lloran letras, palabras enteras que crepitan en la
noche”
Custodio Tejada
12-11-2017
Opiniones de lector
EL MAR Y LOS SIGLOS de Josefina Martos Peregrín. Esdrújula Ediciones. 252 páginas, 38 relatos, un prólogo y un “Complemento Colofónico”.